miércoles

1994/11/25 Identificación proyectiva y patología borderline

III Jornada Interna del CPPL: “La Intervención en Psicoterapia Psicoanalítica”, 26 - 27 de Noviembre 1994



Es posible que todos sepamos, por lectura o referencia, que los pacientes con trastornos psicóticos utilizan, para relacionarse, mecanismos de identificación proyectiva.

Tal vez otros hayan obtenido este mismo conocimiento sobre la identificación proyectiva desde hallazgos ilustrativos en el ejercicio de su trabajo psicoterapéutico, psicoanalítico o –por qué no- psiquiátrico. Puede ser, también, que hayan vivido el fenómeno sin saber de qué se trata.

La experiencia me dice que es relativamente frecuente –más bien la norma- que no nos percatemos cuando se están produciendo fenómenos de esta naturaleza. El hecho de que transcurran esencialmente en el plano inconsciente de la situación de campo -es decir, en el terreno de la comunicación inconsciente-inconsciente entre el paciente y el terapeuta- hace que sólo nos demos cuenta si tenemos un cuidado especial en observar nuestro acontecer en la relación con el paciente.

Muchas veces, un síntoma físico nos da la señal; otras, será una fantasía, un sentimiento súbito, un sueño, una actuación en el “setting” o fuera de éste, etc. En estas y otras circunstancias posibles, un contenido del “self” del paciente penetra en el mundo (“self”) del terapeuta, promoviendo desde allí dichas consecuencias.

Si nos percatamos de ello, estaremos a tiempo de utilizarlo para la comprensión de la dinámica del paciente. Esto es más fácil en los casos en los que “la visita” no irrumpe de manera demasiado arrasadora. Podremos, así, darnos cuenta del “mensaje” que el paciente nos quiere hacer llegar de esta manera. En principio, se trata de la necesidad del paciente de poder “habitarnos”, de que nos podamos hacer cargo del contenido que nos está “encomendando”. Para este trámite, requerimos una capacidad consistente de preservar nuestra identidad e integridad, manteniéndonos a resguardo de las posibles cargas agresivo-destructivas que se nos hacen llegar por esta vía.

Esta fenomenología intenta reinstalar un vínculo por fusión. A través de un vínculo fusional temprano el sujeto quedó interferido en su evolución, en la problemática de individualizarse y, por supuesto, de individualizar; quedó atrapado en el punto justo del pasaje de la lectura subjetiva de las cosas al manejo objetivo de las mismas, allí donde la omnipotencia primaria requiere de garantías para declinar a favor del juicio de realidad. Parte de estas garantías provendrían, en el ejercicio terapéutico con este tipo de pacientes, de la capacidad del terapeuta para sostener, por un tiempo, las identificaciones proyectivas que su paciente le haga llegar.

Esto es fundamental, a mi entender, en el proceso de la cura de estos pacientes, proceso durante el cual reproducen la situación no resuelta de su pasado estructural, la falla estructurante (o desestructurante) que deriva en este tipo de estructura.

Por este motivo, no podemos permitirnos el lujo de poner en un lugar secundario a este difícil, importante y muy oscuro mecanismo, sabiendo que, al enfrentar este tipo de patología, habrá que vérselas con éste.

El terapeuta requiere conocer, más que en otras patologías, los alcances de sus posibilidades personales y su eventual fragilidad frente a este fenómeno. Incluso, es posible que, al término de una jornada atendiendo a estos pacientes, el terapeuta termine “cargado” y hasta, en el caso de una fragilidad especial, “quebrado” y/o con una propensión a actuaciones lesivas para consigo mismo, su entorno y/o –por qué no- hacia el mismo paciente, protagonizando hacia él agresiones, ataques interpretativos, provocando la interrupción del tratamiento, etc., etc.

Ya en circunstancias corrientes es necesaria una cierta labor de “descarga” de parte del terapeuta. Escribir, elaborar el material, supervisar, reunirse con su familia, con los amigos, entre otras acciones, son los modos usuales en que uno “se rescata del bombardeo cotidiano de las identificaciones proyectivas”.

Cabe agregar que, para estar al alcance operativo de las identificaciones proyectivas, hay que poder “abrirse”. Si estamos muy estructurados, muy parapetados tras los artificios de la técnica, podemos rebotar todo intento de llegada de dichas identificaciones proyectivas. Hay, pues, una “apertura profesional” que facilita este proceso, tal vez emparentable con la atención flotante (apertura del inconsciente del terapeuta).

Algunos autores psicoanalíticos, como los Baranger (citados por Etchegoyen) plantean, incluso, que un proceso analítico cualquiera no es completo si no se ha llegado a trabajar en el terreno de las identificaciones proyectivas; y, creo que esto es particularmente válido en el caso de los borderline.

Ahora, veamos que, así como hemos dicho que el terapeuta puede ser vulnerable a las identificaciones proyectivas del paciente, debido a las fragilidades estructurales o circunstanciales propias; pensemos, también, que el border es sumamente vulnerable a las identificaciones proyectivas de los demás. Es posible verificar que, en muchos casos, llegan a “especializarse” en recibir las cargas de las identificaciones proyectivas que los demás buscan depositar en él. Por cierto, lo más probable es que esta condición haya desarrollado a partir del vínculo con una madre que lo necesitó para tal efecto, es decir, para colocar en su bebé los contenidos menos gratos a sí misma. Suelo compararlo con lo que ocurre con el cuy, usado por el curandero para “sacar los malos humores” y, eventualmente, el “daño” de su paciente.

El bebé crece en medio de un proceso de especialización para ser “esponja” de las identificaciones proyectivas de la madre (o del entorno). De esta manera, logra tener un lugar en su medio y sobrevivir. El clima que acompaña a esta resultante constitutiva de su estructura suele ser de malestar, cuando no de amargura, no pudiendo escapar a su suerte, dada su condición temprana de inermidad frente a las identificaciones proyectivas de la madre.

La simbiosis original no se resuelve y, así, el bebé es parasitado por la madre, a quien ciertamente no le apremia para nada terminar con esta situación. Los límites no se estructuran y se instala una condición de membrana permeable, una criba, frente a las identificaciones proyectivas del entorno, constituyéndose, así, en el bebé, una manera de vincularse con los demás.

Es, entonces, un factor importante en la estructuración border, el que la madre no haya sostenido las identificaciones proyectivas de su bebé y, más bien, le haya impuesto las suyas. Vale la pena aclarar que me estoy refiriendo a identificaciones proyectivas desfavorables, persecutorias y lesivas para el bebé, vinculadas posiblemente con la envidia, a la manera como nos lo presenta Melanie Klein en su original propuesta sobre identificaciones proyectivas.

Hago esta salvedad ya que coincido con algunas publicaciones relativamente recientes que, a diferencia de Klein, proponen que las identificaciones proyectivas también son posibles en relación a contenidos buenos y benéficos para con el objeto y que llegan a formar parte, tal vez, de los primeros “objetos internos”. En este caso, la expresión de los contenidos de la madre, en su aproximación identificatoria con su bebé, diría que puede darse casi de la misma manera en la que le transmite los anticuerpos que lo protegen de algunas enfermedades. Creo que las diferentes propuestas sobre esta lectura inducen a pensar que este mecanismo permite acercarse al interior del otro, llegar a incluirse y, en caso de necesidad, poner parte de sí en el otro.

El proceso de individuación trae consigo la posibilidad de simbolizar. Con ello, va declinando este mecanismo a favor de la palabra. Pero, justamente alrededor del fracaso de la individuación, está, también, el de la simbolización y el funcionamiento con predominio del proceso primario, por ende, del vínculo a partir de la identificación proyectiva. Con esta dificultad tendrá que vérselas el terapeuta cuando trabaja con el paciente border, a diferencia de lo que ocurre con el neurótico. Con este último, la labor tendrá que ver básicamente con el levantamiento de la represión, para que surja lo reprimido y el inconsciente muestre las fallas, producto del conflicto edípico.

En el border, el inconsciente está allí, a flor de piel, y desconcierta al desprevenido, en especial cuando se reviste de una apariencia neurótica y sorprende por su capacidad de involucrarnos, de “meterse en nosotros” de una manera inesperada, promoviendo sensaciones ominosas. No hay mayor posibilidad para el “insight” y las cosas giran más alrededor de lo concreto, en una suerte de “in” o “out”, según penetren o salgan contenidos del self. Tampoco quedan muchas posibilidades para la interpretación.

En el trabajo con el paciente border, el concepto de “holding” se hace indispensable y permite, acaso, un sostén para que el terapeuta pueda confrontarlo, en el aquí y ahora, en un proceso que es necesariamente largo. La labor de reconstrucción sugiere la necesidad de una capacidad particular; tal vez aquella que señala Winnicott en la madre capaz de poder enfermar con su bebé en la tarea de ayudarlo a ser. No es, por cierto, la madre primitiva omnipotente, aunque por momentos funcione como tal. Es más bien aquélla que requiere y admite el sostén de su entorno: su marido, su propia madre, etc. Así como esa madre, el terapeuta, en estos casos más que en otros, requerirá sostén. Su propio análisis, la supervisión, su formación profesional, etc., serán indispensables, además, claro está, de la asistencia de su propia madre interna, asimilada a su propia receptividad.

Dada la inmensa fragilidad del paciente y su disposición “especializada”, es muy riesgosa la posibilidad de introducir en el campo de la terapia contenidos propios del terapeuta; y, más aún, cuando estos contenidos surgen como expresión de identificaciones proyectivas; en particular si provienen de núcleos primitivos no resueltos en el terapeuta, cargados de hostilidad agresivo-destructiva. En estos casos, el paciente se “percatará” del malestar de su terapeuta, haciéndolo suyo, poniéndose mal o teniendo fantasías, sueños, etc., relacionados con lo que a éste le pasa.

La reproyección apresurada del terapeuta, las interpretaciones a destiempo, son vividas por el paciente como un ataque o como un rechazo, como una reacción ya vivida previamente en su historia temprana. El terapeuta debe saberlo, especialmente el principiante siempre ávido de hacer interpretaciones “inteligentes”, pero no necesariamente acordes con lo que requiere el paciente.

Volviendo al tema de la fragilidad del border, he llegado a considerar de una manera importante, en su tratamiento, ayudarlo a protegerse de las identificaciones proyectivas de las personas de su entorno, que lo estén usando como depositario. Ayuda a este fin el mostrarle cómo se expone, cómo se carga y cómo, también, absorbe el malestar de aquél que le está transmitiendo dicho malestar.

En esta labor, trabajamos de una manera intensiva con una paciente que funcionaba de una manera muy, pero muy, eficiente pero siempre terminaba totalmente absorbida por su jefe, llegando incluso a desesperarse tratando de realizar propuestas utópicas de éste, al punto de no dormir, buscando encontrar las fórmulas imposibles. Toda su vida estaba absorbida por esto, teniendo, incluso, problemas con su marido y sus hijos. Se llegó a determinar que la paciente había llegado a constituir una especie de “folie a deux” con su jefe y que, al momento de la consulta, esto la había desbordado totalmente. Anteriormente, con otros jefes y parejas, le había ocurrido algo similar.

Se vio la necesidad de ayudarla en la tarea de estructurar no sólo sus tiempos y espacios sino, también, aspectos de su totalidad como persona, ya que funcionaba “fuera de sí” y siempre estaba dispuesta a ocupar el lugar del eslabón que le faltaba al otro.

Una observación interesante fue que, a medida que ella fue reestructurando sus límites, su jefe empezó a expresar necesidades de consulta que, al poco tiempo, derivaron en que la esposa de éste requiriera un tratamiento.

Este último ejemplo, apretadísimo por cierto, muestra algo que es más bien frecuente observar en las relaciones de pareja con características simbióticas, en donde uno de los dos tiende a depositar sus contenidos denigrados en el otro, en un vaivén interminable y siempre difícil de resolver, dada la común búsqueda de sostener la naturaleza simbiótica del vínculo.

4 comentarios:

BLUE dijo...

Interesante articulo Dr. Morales. A pesar de ser esécializado, es didactico y nos permite aprender mas de nosotros mismos y nuetsra mente. Soy paciente border.
Grcias Carla

Pedro Morales dijo...

Estimada Carla,
He leído de nuevo el artículo y, la verdad, no es tan sencillo de entender. Si ha llegado a comprender algunos de los contenidos, es porque le debe haber puesto bastante interés. Me gustaría, sin embargo, poder absolver algunas dudas, interrogantes, etc., que le pudieran haber quedado.
Está abierta esta vía, usted ya la conoce. Con todo gusto le informaremos en la medida de nuestras posibilidades. Le responderíamos desde nuestra página de consulta en línea.
Gracias por sus comentarios.
Saludos,
Dr. Pedro Morales

soluciones dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lic. Patricia Medina Jara, Argentina dijo...

Con el cerebro retorcido de tratar de entender cabalmente el mecanismo de identificación proyectiva, que tantas y tantas versiones tiene, he topado con su blog y este artículo por demás interesante. Me gustaría que lo desarrollara más, quizás con viñetas o ejemplos comunes, simples. ¡Es tan complicado y a la vez esencial este tema de la id. proy. en el border! y sobre todo para psicoterapeutas noveles.
Muchas gracias, maestro.