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2012/05/23 La fuga a la salud

En la tradición psicoanalítica, en la que me formé, era frecuente encontrar referencias a una forma de resistencia al tratamiento denominada “fuga a la salud”. De hecho, se trata de un abandono del proceso terapéutico en el que el paciente aduce estar mejor y, por tanto, no necesitar seguir asistiendo a la consulta.

Ayer me preguntaba si uno de mis pacientes, luego de casi un año de asistir una vez por semana, me estaba planteando el “no va más” como una forma de resistencia o si se trataba simplemente de que no encontrábamos el sentido de la continuidad.

Remontándonos al origen de su necesidad terapéutica, cabe mencionar que me fue derivado por un colega psiquiatra, quien lo venía tratando por un cuadro de depresión severo, desencadenado, entre otras razones, por no conseguir trabajo; es decir, por haber sido despedido del trabajo anterior y no lograr ser calificado como apto en las sucesivas entrevistas laborales a las que concurrió. Muy sabiamente, mi colega me hizo un pedido puntual: “Por favor, no lo analices, sólo dale apoyo…”.

En nuestra primera cita pude observar que, como parte de la depresión o como consecuencia del tratamiento farmacológico, el paciente era expresión viva de una persona robotizada, con una gran lentitud de acción y pensamiento, a la que se agregaba un notorio embotamiento afectivo. Pese a todo ello, él se trataba de mostrar “normal”, recordándome a los borrachitos que tratan de convencernos de que se pueden parar en un pie sin problemas. Ponía énfasis, entonces, en que la solución se hallaba en conseguir trabajo, que el no tenerlo lo ponía muy mal, que eso era todo su problema. La falta de recursos económicos que aparecía en su horizonte lo aterraba al punto de generarle una suerte de obsesión paralizante.

Era evidente que, en una entrevista de trabajo, el ojo menos exigente podía percatarse del estado de su postulante, pese a que él insistiera en que podía pensar con claridad y a que tuviera un excelente currículo. Digamos que le faltaba tomar conciencia de la dimensión de su afectación.

Debido a una sobre exigencia, a partir de una mirada de sí mismo aferrada al “antes”, se resistía a reconocer sus limitaciones actuales. Este fue un detalle que, bastante después, pudimos relacionar con la causa de su despido: una terca subjetividad narcisísticamente alzada y muchas veces arrogante. Se trataba, pues, de un derrumbe narcisístico, de una crisis para la cual no estaba preparado. No le quedaba claro qué hacía en mi consultorio pero estaba dispuesto a cumplir con lo que le indicaran si se trataba de ponerse bien y volver a trabajar.

En sus sesiones, era reiterativo en cuanto a las dificultades de encontrar a quien lo aprobara o respecto a las pruebas que daba y que lo dejaban a la espera de una respuesta… hasta que ésta llegaba, reiterando una negativa que crecía ominosa, sumiéndolo en la desesperación.

Mi labor como terapeuta siguió la ruta sugerida por mi colega. Era, además, la más pertinente: darle apoyo, ayudarlo a recuperar sus capacidades y talentos. Hubo un momento en que se me ocurrió que necesitaba una facilitación para colocarse en posición de necesidad de ayuda. Por ello, le propuse que se echara en el diván; no para analizarlo, más bien para que se aflojara en la reiteración temática. Invitarlo a aflojarse se apoyó mucho en cambiarle el escenario. El uso del diván supuso, además, una mayor cercanía física.

Empezamos a tocar más el tema de la familia, de sus hijos, de los afectos que no le era fácil expresar, de los lazos que parecían más bien distantes… de todo, mientras una tonalidad diferente iba ingresando en nuestra comunicación. Introdujimos reflexiones y sugerencias sobre su actividad física, sus cuidados personales y las actitudes facilitadores de la relación familiar.

Coincidentemente, empezaron las variaciones en un sentido más amplio. Se mostraba cada vez mejor conectado, más elástico, paulatinamente más lúcido… hasta que otra coincidencia apareció como un agregado natural: resultó seleccionado para trabajar en una gran empresa.

De inmediato empezó a llevar programas de capacitación y a realizar viajes que interrumpieron las posibilidades de la regularidad que se había dado hasta entonces en sus sesiones. Dado su cargo y la necesidad de entronizarse en su nuevo quehacer, requería de horarios a dedicación exclusiva.

A este nuevo panorama se sumó el hecho de que nuestro paciente no era precisamente “un talentoso de la introspección”, por lo que requería de un largo camino de aprendizaje en la disciplina de “la mirada interior”. No me sorprendió, pues, su propuesta de interrumpir las sesiones debido a su dificultad para cumplir con las mismas. En lo que sí estuvimos de acuerdo fue en el hecho de que la terapia había perdido el sentido y la motivación para él debido a que se daba por satisfecho con el logro alcanzado.

En una propuesta terapéutica con objetivos de “cambio estructural”, éste hubiera sido el momento de profundizar en sus ejes personales, en la articulación de la organización de su personalidad y de las limitaciones afectivas mostradas. Sin embargo, me pareció que sí se habían dado algunos cambios importantes que, además, se reflejaban en su vida familiar y en decisiones que denotaban un cierto “aterrizaje” con más modestia a la hora de tener que aceptar sus limitaciones. El paciente había modificado bastante su actitud. Estaba allí, agradecido, reconociendo que no hubiera logrado todo esto sin la ayuda brindada… Convinimos, entonces, en que la puerta quedaba abierta si en un futuro requería ayuda; quedó claro, también, que siempre era mejor si la necesidad no provenía de una situación extrema y que ya tenía una clara noción de lo que era “saber cuidarse”.

Entonces, respecto a la reflexión inicial, podemos decir que nuestro paciente mejoró. Mejoró notoriamente y recuperó su capacidad funcional, lo que le permite auto sostenerse en la vida. Me parece que cobró suficiente “noción de enfermedad” como para que, en un futuro, pueda reaccionar a tiempo. ¿Falta trabajar en áreas de su personalidad? Seguro. Pero ahora no es su prioridad y hasta podemos esperar que lo logre por su cuenta si es que alguna humana modestia le deja esta experiencia de haber enfermado.

El paciente que “fuga a la salud” más bien actúa de manera diferente. Casi siempre se ausenta de manera abrupta de las sesiones y no suele mostrar una gratitud auténtica. Es más, muchas veces maltrata al terapeuta con deudas no saldadas o con reiteradas faltas a las citas, sin dar explicaciones sinceras. Ha decidido que no necesita más de la terapia pero no lo manifiesta o lo hace mediante una acción impulsiva. Por ejemplo, puede irse intempestivamente de vacaciones (sin volver) o comprometerse con la novia porque considera que “ya tiene todo claro”.

Creo que es necesario estar atento a las características de uno u otro caso en los que la “salud” viene a interrumpir la secuencia de un proceso. En casos como el que relaté, es posible entenderlos como que se logró una meta; en otros, aparece para evitar enfrentar problemas que el terapeuta amenaza con activar. Incluso, el desarrollo mismo de una relación sentida como de dependencia hacia el terapeuta puede llevar al paciente a cortar el proceso, aferrado a alguna “solución” que apareció de pronto y que sostiene como prueba de que “puede solo”.

Cabe todavía una reflexión respecto a la lectura de nuestro tema y es que es posible, cuando no frecuente, que tengamos la visión de que los tratamientos tienen que ser largos y exhaustivos. En ésta suelen influir las características de un programa de psicoanálisis ortodoxo, que emprende la búsqueda de la regresión y el cambio estructural.

A diferencia de la propuesta del psicoanálisis clásico, están las alternativas de la psicoterapia por objetivos y la objetividad para precisar los momentos en que se logra un cambio funcional que restituye las posibilidades adaptativas.

Por último, no dejemos de reflexionar acerca de lo que ocurre con el terapeuta, no sólo respecto a la frustración de SU objetivo terapéutico sino, también, de alguna afectación a partir del abandono o separación de su paciente y, por qué no, también, de la afectación de sus ingresos económicos.

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