miércoles

1982 “A sus pies señora, un servidor. Sobre el fetichismo"

Buenos Aires, 1982
Presentado en el I Congreso del CPPL "Trabajando en Psicoterapia Psicoanalítica".     Lima, 7-9 de octubre de 1988.


Tus pies

Cuando no puedo mirar tu cara
miro tus pies.

Tus pies de hueso arqueado,
tus pequeños pies duros.

Yo sé que te sostienen,
y que tu dulce peso
sobre ellos se levanta.

Tu cintura y tus pechos,
la duplicada púrpura
de tus pezones,
la caja de tus ojos
que recién han volado,
tu ancha boca de fruta,
tu cabellera roja,
tu pequeña torre mía.

Pero no amo tus pies
sino porque anduvieron
sobre la tierra y sobre
el viento y sobre el agua,
hasta que me encontraron.

Pablo Neruda (“Versos del Capitán”)


Introducción

Como señalara Esther Romano (1), es realmente abundante la producción de literatura psicoanalítica que sobre el tema del fetichismo se ha hecho en forma importante. La autora contrasta, en su artículo, esta abundancia con la poca frecuencia de su presentación en la consulta clínica. Para explicar este contraste, cabría recordar una expresión que Freud escribiera en sus “Tres Ensayos” (2): “Ninguna otra variante de la pulsión sexual que linde con lo patológico ha atraído tanto nuestro interés.” Aquella expresión del maestro sigue para mí tan fresca que basta tan sólo con echar una mirada a lo escrito al respecto en nuestro medio para dar fe de lo que la mencionada autora resalta en su excelente y laborioso trabajo sobre el tema.

El título que elegí para esta breve comunicación toma una figurativa expresión cortesana de fines del siglo pasado o comienzos de éste. Desde ella, invito a un pequeño esfuerzo imaginativo respecto al hipotético mentor de la frase galante. Lo vemos, así, en su genuflexa posición, encarnando la frase de Neruda: “Cuando no puedo mirar tu cara, miro tus pies”. Sigamos. Veamos cómo, deslumbrado por aquella región de la anatomía de la dama (ha capturado su mirada y “flechado” su corazón), se excita y la desea… Detengámonos en esta escena.

¿Qué de nuevo tenemos hasta aquí? Total, en todas las épocas, el juego de la mirada ha ocupado una importante función en la sala de la aproximación entre los sexos. No es infrecuente, sin embargo, desde nuestra labor como psicoanalistas, observar algunas “desviaciones de la mirada” (no precisamente producto de un estrabismo) que, por razones que en general creemos conocer, la detienen en aquella antesala, se quedan en este preámbulo o el mismo adquiere una importancia mayor que la culminación del fin naturalmente supuesto.

De las razones que creemos conocer, partimos dirigiendo nuestra “sublime mirada” hacia aquello que invita a la investigación, al análisis. Surgen inmediatamente las preguntas: ¿qué hay detrás de todo esto?, ¿cómo se llegó a esta situación?, etc. Más allá del respetable dolor y/o conflicto que le origina al paciente, está el impacto estético de su patología y el atractivo de desentrañar su siempre singular trama; ese aliciente de aprender de él y que supone la forma de poder ayudarlo, nuestro transitorio acompañamiento a conocer más de sí mismo.

En este sentido, podríamos decir que, desde la inicial mirada, hay un largo recorrido hasta el saber acerca de lo que se ve. El presente trabajo tiene su punto de partida en una mirada, la mirada de un analista sobre su paciente, que mira tanto los pies de una mujer como los suyos propios sin encontrar la posibilidad de “ver” las diferencias.


Presentación del caso “Emilio”

Se trata de un joven profesional que viene a la consulta por preocupaciones varias en relación a sus vínculos con la gente y, en especial, con las mujeres. Tiene dificultad para “encauzar su vida”, para asumir su profesión, en la cual, si bien destaca, no logra una sensación de plenitud. Traduce una inquietud difusa que lo lleva a no poder estar solo. Tiene momentos en los que impulsivamente se masturba o sale en búsqueda de compañía. Ésta, la mayoría de las veces, termina siendo algún “levante” o encuentro con un reducido grupo de amigos, con algunos de los cuales rinde culto a la marihuana, “la gran liberadora”.

En el curso de sus sesiones de análisis, me relata una serie de situaciones peculiares. Por ejemplo, durante el verano, pone un cuidado especial en broncearse los pies, contemplando luego gozoso el resultado de sus esfuerzos; y, de presentarse las circunstancias favorables, mostrárselos a algún eventual acompañante. Por este motivo, sus amigos le dicen que es un fetichista (¡!). Añade a este relato el que, cuando se fija en una chica, observa en especial si tiene lindos pies. (No queda claro en qué consiste la tal “lindura”).

Con las mujeres no logra establecer vínculos duraderos. Lo más que logra permanecer con una misma chica son dos o tres meses, luego de lo cual se rompe el encanto. Ésta constituye una de sus mayores preocupaciones y la principal inquietud que lo mueve a analizarse.

Desde la adolescencia (¿?) tiene la sensación de tener un pene pequeño y, con frecuencia, lo asalta el temor de no ser potente con las mujeres.

Cuando niño, tenía la fantasía consciente de que su madre le había puesto el pene “para que haya un hombre en la familia” (¡!). Cabe agregar que tiene dos hermanas, una mayor y otra menor.

La madre es “la que lleva los pantalones en la casa”. Seductora y dominante, mostraba franca preferencia por Emilio.

El padre se mofaba con frecuencia de Emilio y lo trataba de “marica” por andar “pegado a la pollera de la madre” (¡!).

El padre festejaba las patadas que la hermana mayor con frecuencia le daba “allí donde duele”. No quedan claras ciertas referencias sobre tendencias donjuanescas de este personaje, pero sí hubo más de una discusión con la madre por este motivo.

De esta apretada síntesis de su historial, podemos observar una sintomatología predominantemente relacionada con conflictos con su sexualidad. Lo perverso aparece como un síntoma acompañante del cuadro general del paciente, quien tiende más hacia la estructuración de una conducta fóbica. Diría que oscila entre la compensación efectiva de su mecanismo de renegación de la diferencia sexual (negación de la castración) y la vivencia de fracaso de este mecanismo, que se inscribe sintomáticamente como un punto de angustia fóbica, en el que el riesgo está ligado a una sensación de pérdida de la identidad (el riesgo de convertirse él en el falo de la mujer), lo que promueve ansiedades claustrofóbicas que lo empujan a la ruptura de la relación.

Es sobre los detalles de su peculiar estructuración sintomática que basaré el siguiente desarrollo.


“A sus pies”

Una de las cosas que más me llama la atención es el manejo fetichista de los pies que hace Emilio. De los relatos de diferentes autores y, en particular, de los escritos freudianos, he recogido la información de la frecuencia con que se da la elección de este lugar de la anatomía de la mujer para construir el fetiche.

Sabemos, también, de la plasticidad que puede tener el desplazamiento del acento de lo fálico hacia cualquier región del cuerpo, objeto o circunstancia que pueda prestarle asidero significativo.

Si tomamos solamente el detalle de la admiración de sus propios pies y el exhibicionismo concomitante, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que está construido como un dique frente a la angustia de castración; se constituye en un triunfo sobre ella. Implica en sí mismo el desafío a la ley… ¿del padre?... ¿de la realidad?

Sabemos, por nuestra lectura analítica y la cotidiana experiencia clínica, que la angustia de castración ocurre luego de la comprobación de la carencia de pene en la madre. De las lecturas de Freud, sabemos que la situación inherente a las amenazas se significa y constituye como complejo de castración luego de la ruptura de la imagen mítica de la madre con pene.

En Emilio, el placer de la observación de sus propios pies es, en realidad, el resultado de un fenómeno similar -si no simultáneo, en una situación especular- a lo que ocurre en relación a su madre: se producen una renegación y un desplazamiento.

Ahora bien, respecto a la renegación, sabemos que, por un lado, implica la negación de lo visto; y, por el otro, su aceptación. Para que tal cosa ocurra, dice Freud (3), tendría que producirse una escisión en el yo.

En esta situación así descrita, me parece ver lo siguiente: Emilio tiene aquello mismo que la madre, son iguales, “tienen pies”… ¿Y lo otro?... ¿Y el agujero?... Recordemos que el paciente nos cuenta que de niño tenía la fantasía (aún vigente, a mi entender) de que la madre le había puesto el pene. O sea que ella “hizo con él lo que él hizo con ella”. ¿Quién le puso el pene a quién?

Es lo mismo. Se trata de una situación especular en la que, además, el paciente encuentra asidero y reforzamiento para su fantasía en el mantenimiento de su anillo prepucial (esto recuerda algo de lo descrito por Kahn respecto a la fetichización del prepucio), como la representación del genital femenino en sí mismo. Tiene, de esa manera, un mayor reaseguramiento, ya que coexisten en él ambos genitales. Realiza el ideal bisexual de sus mociones pulsionales.

De todo esto surge con facilidad la comprensión de sus fantasías de ser “desflorado” y, en oportunidades, no saber quién es quién en la relación sexual. Algo parecido podríamos citar de Freud (3) respecto a un caso descrito por él, en el que el fetiche eran unas bragas, y del que concluye: “Según lo demostró el análisis, significaba tanto que la mujer estaba castrada como que no lo estaba y, además, permitía la hipótesis de la castración del varón…”


“A sus pies Señora”

En este acápite quiero aproximarme a lo que varios autores señalan como determinante o coadyuvante de las vicisitudes de la observación de la diferencia de los sexos por el niño. Me refiero a los demás protagonistas de la situación: los padres.

Quien, si no la madre, es “la Señora”, a cuyos pies se coloca el sujeto, el niño. Para no abundar en citas redundantes, transcribiré lo que dicen Del Campo y otros (4) en una comunicación titulada “Introducción al Fetichismo”: “… es un pacto entre tres: una madre pervertizante (sic), un padre que se ausenta y no ejecuta la castración, y un sujeto que simula una posesión…”

Por otro lado, Lichtmann, en una mesa redonda sobre perversiones (5), dice respecto a los factores que incidirían para que sea una perversión y no otro cuadro, lo siguiente: “Hay que considerarla desde el vínculo de los padres, en sus fantasías y deseos inconscientes… una madre posesiva y seductora, que induce en el niño las demandas pulsionales… una madre que odia al marido… un padre ausente…”

Ya en la descripción inicial de la constelación familiar de Emilio pudimos observar amplios puntos de coincidencia con lo que éstos y otros autores mencionan.

Para remarcar un poco más el detalle respecto a las fantasías inconscientes de la madre, haré una cita adicional. La hermana de Emilio (que también se analiza) le cuenta a éste que, cuando ella estaba en la pubertad, la madre, queriendo explicarle acerca de la sexualidad, le dijo: “… lo que tiene la mujer es un agujero por donde tiene las relaciones sexuales y orina…” Al escuchar este relato, Emilio siente una gran desazón y, cuando me lo relata, agrega: “Es como si mi madre se me hubiera derrumbado… ¡Cómo puede ser tan ignorante!” Queda, así, al descubierto la no diferenciación sexual de la madre.

De todas maneras, paso a continuación a graficar el cómo nuestro paciente se instala en una servidumbre respecto a la descrita fantasía de la madre.


“A sus pies Señora, un servidor”

En una oportunidad, me cuenta que, habiéndose “levantado” a una chica, accede ésta a ir a su departamento pero, para sorpresa de Emilio, en el “momento de los hechos”, ella comienza a masturbarlo con una mano mientras que con la otra lo hace con su propio genital. Emilio no atina a nada, se queda como paralizado, a merced de quien en tal circunstancia lo ha convertido en “su servidor”. Constituye el complemento ideal de la fantasía de la muchacha de que ella tiene el falo (cosa para la que él está bien “educado” por la madre).

Situaciones similares le ocurren con otras chicas. Por ejemplo, otra le impone una relación masturbatoria de frotamiento, colocándose encima de él. Con otra, funge de violado. “Me desfloró”, dice luego de haber estado con una chica muy activa, de lo cual queda realmente con fisuras en el pene a causa de la fimosis.

Estas circunstancias evidenciarían, además, la presencia de fuertes impulsos sado-masoquistas, los que incrementarían sus ansiedades de castración y el aferramiento a los mecanismos ya descritos.


Algo más sobre los pies

Resulta interesante encontrar simbolizado en sus sueños aquello que constituye el objeto-fetiche, máxime si se entiende que en estos pacientes existen fallas en la simbolización, lo que los impulsaría a una repetición “conservadora de la identidad”.

Transcribo el relato de un sueño:

“… En medio de la playa había un gran zanjón… Parecía una cama con frazadas, colcha, una lona, algo con lo que uno puede taparse… Ahí entra en escena una mujer de unos treinta a unos treinta y cinco años, morocha y con rulos. Aparece con el marido y se acuestan también en la zanja, con los pies mirando hacia mí (¡!). Yo trato de seducir a la mina. Ella pone una pierna en medio de las mías y yo una en medio de las de ella (¡!) y hacemos un juego de pie con concha y pie con pija. Era un juego muy excitante, el más excitante que haya sentido hasta ahora. El marido no sé si se da cuenta… Llega ella, llego yo… El marido dice de irse porque sospecha… Se levanta la mina y está de la mano de un pendejito que también va de la mano del marido.”

Respecto a este sueño tiene muchas asociaciones, pero comenta en primer lugar lo siguiente: “A la mina que le hacía la paja con el pie no me la imagino con pollera. Tenía vaqueros… Si la imaginara con bombachas o con pollera, le quitaría el placer (¡!).

Luego, me cuenta que hace unos días salió con una chica que “no quería coger con todas las de la ley” (¡!). “Ella estuvo arriba y yo abajo. No quiso desvestirse. Fue sin penetración, pura franela, y así llegamos al orgasmo… Esa chica estaba con vaqueros”.

Por último, comenta que, luego de la sesión anterior, fue a la casa de una chica a la que no sabe si la quiere “para coger o para tenerla como pareja”. “No me daba bolilla, pero estaba con otra mina que quiere coger conmigo. Medio alevosa la situación. Me resultaba medio machota la chica, que si me quería tocar, me tocaba, prepotente, sin respetar si yo quiero o no”.

Me llama mucho la atención la descripción que hace del placer masturbatorio, típico de la satisfacción de las pulsiones parciales. También, llaman la atención las confusiones, tanto desde el sueño como desde la realidad, provenientes de sus asociaciones: “La mujer pone la pierna en medio y yo también”; la chica “machota” lo persigue, como si los roles estuvieran totalmente cambiados.

En la representación de su escena primaria, en el sueño, se nota una nueva división: burla la ley del padre y la acata. Tiene su escondida relación con la madre y, a la vez, es el niño que va de la mano de los padres.

Si bien se trata de un sueño –y él es consciente de esto- al referirse al mismo añade reflexiones que denotan su sintonía con relación a los contenidos del mismo. En un momento habla ya de imaginar y no de soñar, dejando entrever la naturaleza de fantasías masturbatorias no relatadas.

Cabe acotar el esfuerzo por que la mujer aparezca lo menos posible como tal en su vestir. Además, el “vaquero” es una prenda unisex.

Resulta interesante que, en cuanto al juego de la mirada en el sueño, éste se de en forma tal que “los pies lo miran a él”. Su mirada busca tanto el ver como el no ver; busca lo especular y va al encuentro de las no-diferencias.


El proceso de la castración

En primer lugar, quisiera referirme a la sintomatología fóbica de Emilio, puesta ya de manifiesto en algunos datos de su historial. A éstos, se fueron sumando algunos “miedos” en el curso del tratamiento. Tiene episodios de intensa angustia en circunstancias de encontrarse fuera del país y ante la perspectiva de emigrar. Sin embargo, paralelamente, iba logrando “áreas” de tranquilidad (trabajo, relaciones sociales, análisis, etc.).

Encuentro esta sintomatología como el flanco que permite el acceso a “la resignificación de su historia”, tal como lo plantean Del Campo en su artículo “Objeto fobígeno y fetiche”, en donde, además, dice algo interesante: “Sólo convirtiendo en fóbico al fetichista se llegará a los años olvidados…” (4)

Uno de los miedos a los que nos hemos referido era el de afrontar la resolución de su “molesta fimosis”. El miedo a la operación, vivida no muy inconscientemente como la concreción de una castración, lo lleva a postergar sucesivas “decisiones”. De alguna manera, no le falta razón para hacer esta lectura. Detrás del miedo natural al dolor físico, se esconde toda la dimensión significante del riesgo de la pérdida del falo. Resulta singular poder comentar que lo que le estarían “extrayendo” sería el equivalente al sexo femenino (el anillo prepucial).

Se resiste a renunciar a la satisfacción desde su reducto narcisista y esto redunda en que el incipiente reconocimiento de la ley del padre ubica al mismo como el castrador de la madre (y de él mismo). Es así que surgen intensas ansiedades homosexuales que, para su mejor entendimiento, voy a remitir a la lectura de un material reciente de sus sesiones:

Hace poco menos de un mes que se opera de la fimosis y, muy eufórico, me comunica que se siente con un pene nuevo “cero kilómetros”. Casi simultáneamente empieza una relación amorosa con una compañera de trabajo. Con ella, sin embargo, se siente “asexuado”, con temores de iniciar las relaciones sexuales, las cuales, de hecho, quedan postergadas. En el ínterin de esta situación, siente temores de no ser potente con ella, de fallar sexualmente y, por último, me cuenta que por un momento la imaginó desnuda y con las piernas abiertas y a él saltando sobre ella. Al ser penetrada –en su imaginación- ella pone una cara “mezcla de dolor y de horror, como si le estuvieran arrancando algo”. En algún momento de la sesión en que me relata esta fantasía, me dice: “Tengo miedo que me diga que soy puto”.

Emilio pasa, entonces, a desempeñar el papel del padre castrador de la madre, situación similar a la descrita por Freud en el “El fetichismo” (3). Sin embargo, se mantiene la situación de no-diferenciación; y, la cara de horror registrada desde su fantasía es la propia, ante la vivencia castradora del impacto de la verificación de las diferencias y el consiguiente peligro de la pérdida de su constelación narcisista.

La situación edípica mantiene para él las características que intentara desechar con el desmentido. De tal manera, la única lectura posible de la relación entre los padres es que aquél castra a la madre en el comercio sexual. No logra integrar al padre como objeto de deseo de la madre y a él mismo renunciando a la naturaleza omnipotente de su vínculo secreto con aquélla. Cabría, en este punto, recordar lo dicho por Freud en “Duelo y Melancolía” (3): “El hombre no abandona de buen grado una posición libidinal ni aún cuando su sustituto ya asoma”.


Resumen

A propósito de un caso clínico, me acerco a la revisión de los mecanismos operantes en la configuración de su psicopatología. Es así que, partiendo del detalle más definido, es decir, del exhibicionismo de sus pies, denotamos la cualidad del fetiche con los mecanismos correspondientes del desmentido, la escisión del yo, el desplazamiento, el desafío, etc. Encontramos como singular esta situación en tanto su coexistencia en una relación especular con el esquema corporal de la mujer.

El hallazgo de la existencia de mecanismos fóbicos concomitantes a la patología fetichista nos lleva a la coincidencia con lo descrito por otros autores, en tanto sería éste un camino hacia la resolución analítica de su trama histórica.

Resalto la importancia de buscar en la constelación familiar de pacientes con esta sintomatología, manifestaciones fantásticas similares en la madre.

En el caso observado, vemos que a la salida de la situación por vía del reconocimiento de las diferencias, está aún la presencia de la imagen del padre, revestida por fantasías sado-masoquistas, que lo ubican como el castrador de la madre y la vivencia angustiante de que, a su vez, ocurra similar situación con él mismo en una dimensión no simbolizada.


Bibliografía

1. Romano, Esther… El concepto de objeto fetiche: su sistematización. En: Aportaciones al concepto de psicoanálisis. Págs. 196-244. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1980.

2. Freud, Sigmund… Tres Ensayos de Teoría Sexual. En: Obras Completas, Vol. VII, pág. 110. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1978.

3. Freud, Sigmund… Fetichismo. En: Obras Completas, Vol. XXI, pág. 141. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1978.

4. Del Campo… y otros… Introducción al fetichismo. En: XX Simposio y X Congreso Interno de la APA, pág. 175. Buenos Aires, 1980.

5. Lichtmann, Ana… Mesa redonda sobre perversiones. Revista de Psicoanálisis de la APA, Vol. XXXVII, pág. 722. Buenos Aires, 1980.

6. Freud, Sigmund… Duelo y melancolía. En: Obras Completas, Vol. XIV, pág. 235. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.

7. Freud, Sigmund… Escisión del yo en el proceso de defensa. En: Obras Completas, Vol. III, pág. 389. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1968.

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