Jornada Interna CPPL: Celebración de los veinte años, 28 de marzo de 2003
Fue un día como hoy,
no un día cualquiera,
un día de fines de Marzo,
como ayer,
como hoy, como mañana;
en los finales de un mes
el comienzo de una existencia.
Primavera en otoño.
El infinito por delante,
O, quizás, sólo un mañana marchito.
Todo estaba por ser
Todo estaba por hacer,
De pronto apareció esta criatura...
Fue hace 20 años, un día como hoy, que nació una hermosa criatura, de quien,
con certidumbre, sólo se conoce a la madre.
No cabe duda de que es hija de la ilusión, basta ver que hoy, 20 años
después, refleja los caracteres más resaltantes de la madre. Es la ilusión la
que sostiene su crecimiento, la que la impulsa a la realización de sus sueños,
la que la acompaña en sus desvaríos... y en sus espejismos.
Hubo la propuesta de ponerle el nombre de un abuelo, hombre sabio y
adusto, paradigmático, pero severo. Para mayor información, barbado y ceñudo.
(Más aún: su reproducción clonada está en oferta en nuestra secretaría. Se
trata de un clon singular, en versión lúdica, conseguido gracias a la cada vez
más lograda alquimia institucional.)
Sabe Dios por qué no se llamó como el abuelo. Bueno, sí se sabe, pero
mejor no se cuenta. El asunto es que se terminó bautizando a nuestra criatura
en función de su perspectiva más humilde; se renunciaba (aparentemente) a los
lustros identificatorios del abuelo...
En realidad,
tenía que hacerse su nombre... No se
sabía cuál ponerle, así es que se optó por una fórmula - aparentemente neutra- y quedó inscrita
como: “El Centro”.
A la hora de firmar los registros, no quedaba clara la paternidad: si
“psicoanálisis” (que pesaba fuerte, no olvidemos la impronta “abandonada” de
ponerle el nombre del abuelo), si “psicoterapia” (que era un flanco frágil,
pero una buena “salida” al tema de “la impronta”)... Ya conocemos el final de
la historia: de una manera un poco incierta derivó en “Psicoterapia
Psicoanalítica”.
Es por ese motivo que, desde su bautizo, nuestra criatura ha arrastrado
un aura de bastardía. Pero, como sucede
con los estigmas, cuando hay fuerza interior, el estigma resulta siendo una
bendición. En principio, facilitaba una cierta distancia del abuelo ceñudo, lo
cual aportó al Centro una gran libertad para desarrollar en creatividad, para
sacar “juguetes”, escondidos o simplemente vedados en la casa del abuelo. Se
podía jugar. Se podían cometer errores... y, lo mejor de todo, se podía
reparar, aprender de los errores, aprender de la experiencia. Esto no podía
menos que derivar en un clima de alegría y buen humor en “El Centro” y en sus
cada vez más numerosos miembros.
Y, con alegría y buen humor, cualquier cosa se puede hacer. El reconocimiento
– inicialmente negado por propios y ajenos - fue encontrando oportunidad en el
tiempo. Para ir construyendo su propia
identidad, el Centro apostó al “hacer”. ¡Y vaya si se fue haciendo! Clases,
congresos, jornadas, espacios abiertos, cine fórums, trabajo social, talleres,
lindas juergas... hubo de todo, se pecó de cualquier cosa, menos de “dejar de
hacer”.
Lo más hermoso del “ir haciendo” surgió de la espontaneidad, del no
tener que demostrar o calificar para el reconocimiento. Surgió del deseo, no
del mandato. El amor por la verdad no se empañó por la necesidad de
demostrarla, ni siquiera por pretender sostenerla.
Simplemente, el Centro trató de “ir haciendo”; compartiendo, mostrando
sin temor. Allí donde no hay temor habita la verdad de la ilusión compartida. Y
ya sabemos que la madre del Centro es la ilusión.
Pero, el siniestro fantasma de la bastardía (más terrorífico aún)
merodeaba aún el espacio del Centro y, así, en un confuso afán de forzar el
“reconocimiento”, el Centro se vio envuelto en el espejismo de tratar de ser
“como se debe ser”, de tratar de mirarse en espejo ajeno; y, peor aún, en uno
de esos espejos que distorsionan la imagen del otro, espejos maniqueístas que,
en realidad, buscan anular la imagen del otro.
Por un rato, felizmente corto, la ilusión se perturbó y tuvimos un visitante inédito, al que no conocíamos en
el centro: “el temor”. Diría, hasta el
“pánico de no ser”.
Felizmente, la fortaleza lograda por el Centro, permitió sustraerse de
estos influjos, externos e internos. Pudimos rescatarnos de la confusión y, mejor
aún, pudimos mirarnos en el propio espejo. Viéndonos en nuestra singular
identidad, así, como es el Centro, singular, diferente, rico y, esencialmente,
sano.
Hoy, 20 años después, quiero celebrar con ustedes que el Centro de
Psicoterapia Psicoanalítica de Lima haya logrado consolidar su identidad y el
reconocimiento de su valía, ante sí mismo y ante la comunidad en general. Creo
que hoy, más que nunca, debemos sentirnos orgullosos del nombre de nuestra
institución, que no es el nombre del padre, ni del hijo. Es el del “Espíritu
Sano”, que nos acompaña desde siempre, como para celebrar y compartir cada
momento en el camino hacia la madurez profesional y humana a las que aspiramos.
Hay en ello una gran condensación, muchas experiencias juntas, en donde
los ingredientes más importantes han sido la libertad y el amor, el coraje y la
perseverancia, la alegría de vivir y de explorar lo nuevo, la experiencia de
hacer camino al andar, de escuchar nuestros corazones, de sentir gratitud y -por
qué no- también vergüenza.
He hablado de gratitud. Había comenzado a escribir una larga lista de
gratitudes, pero temí omitir a alguien. Hay demasiada gente a quienes
agradecer, imposible mencionarlos uno a uno. No cabe sino dar gracias a todos
los que, de una forma u otra, han aportado y siguen aportando su granito de
ilusión, para que esta institución sea cada vez más grande. Gracias.
Post Data:
Como siempre, importa que la identidad se fortalezca con el
reconocimiento de quienes algún valor representativo tienen en nuestra
sociedad. Queremos compartir con ustedes la noticia de que se ha firmado un
convenio con la Universidad Mayor de San Marcos, alma mater de más de uno de
nosotros, hace apenas un par de días. En términos de reconocimiento de nuestra
trayectoria institucional, no podíamos pedir más en estas circunstancias
celebratorias. Creo que fue simplemente cuestión de “timing” el que se
reconociera nuestra capacidad para llevar adelante un curso de Maestría. Dicho
sea de paso, comienza en Abril.
Otrosí digo:
No sé de qué manera ponerlo en la secuencia de esta introducción a las
jornadas, pero quiero proponer algo que vengo pensando desde hace mucho tiempo,
que considero que podría redundar en beneficio de todos los miembros de la
institución, a la vez que fortalecer a la institución misma. Se trata del proyecto de generar un sistema
de apoyo mutuo frente al riesgo de lucro cesante.
Otrosí digo:
A las personas que colaboraron para que la jornada sea realidad: gracias
por la generosidad y desinterés que mostraron. Por la gran creatividad y
entusiasmo comprometidos, se da por descontado el éxito. Disfrutémoslo.
No se reportó el sexo, tan solo
una cierta transparencia luminosa que daba una apariencia de fragilidad y
desamparo.
Esta criatura vió sus primeras luces en un paraje de Chorrillos, tres
pastores que la encontraron (o fueron encontrados por ella) buscaron cobijo en
la casa de un famoso curador de la zona, también luminoso, quien les
proporcionó no solo espacio y cobijo si no la calidez necesaria hasta que la
criatura pudiera andar.
De su padre, se sabe poco, los pastores se miraban un poco pícaros
cuando se les preguntó al respecto, ¿quién había intimado con la ilusión?,
parecían colegiales en travesura, en realidad los tres habían compartido a la
ilusión, pero... eso de la paternidad! asi es que luego de ninguna
deliberación, como siempre hacen, convinieron en una “paternidad colegiada”.
A la hora de ponerle nombre a la criatura, uno de los ilusos (fascinado
por la ilusión, en contubernios con psique..y ajeno al soma) propuso ponerle el
nombre de su abuelo, un barbado y ceñudo señor.
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La fecha exacta nadie la sabe.
Fue un día como hoy, hace 20 años, que nació una hermosa criatura de
paternidad oscura. Nadie da cuenta de la
fecha exacta del parto ni de la identidad misma de la madre. Es más, también es incierta la
paternidad. Sólo se sabe de su hallazgo
por tres hermanos pastores, o cuatro, ya que al inicio uno de ellos, el cuarto,
renunció. Ellos se lo/la disputaban de
una manera singular. Ninguno se proponía
a sí mismo sino más bien al otro. (Sólo
uno reclamó de...)
Fueron tres pastores que lo o la
- ya que hasta el presente, como todo ser mítico, nadie sabe su género-
encontraron o los encontró. Hubo allí un
espejismo propio de la búsqueda ilusionada.
Tres hermanos pastores lo/la encontraron y sus vidas cambiaron, pues la
criatura irradió, desde su origen, un halo fascinante, una suerte de
encantamiento que envolvía, que trastornaba las mentes de quienes se le acercaban.
Los tres pastores, que al comienzo eran cuatro, fueron sus celosos
cuidadores. Pero, ocurrió algo
maravilloso, pues, más bien pronto, ellos se sintieron cuidados por su
criatura, que infundía amor y bondad en sus corazones.
Es así que se convirtieron en portavoces del portento y - si bien hubo que sortear momentos difíciles
al comienzo- poco a poco fue
prevaleciendo su halo de bondad y amor; y, quienes al principio se mostraban
temerosos (siempre lo desconocido atemoriza) o recelosos (hasta los padres
rivalizan con su majestad)...
Poco a poco fue ocurriendo otro prodigio: al principio un pequeño grupo, pero después
una multitud, fue alimentando a la criatura con un alimento inédito, una suerte
de maná, aquello que proviene del cielo, y que en este caso provenía de lo más
profundo de cada uno. No. No fue del corazón humano, de donde surge la
ternura sensual, que se alimentaba a la criatura. Acaso más modesto y, a la vez, más rico y
significativo, fue recibir lo mejor de cada uno. Sí, fue un pedazo del alma, de los que se
acercaban en inevitable adoración, lo que sus visitantes dejaron y nutrió a
esta maravillosa criatura.
Se dio una paradoja que sólo conocen las buenas madres: nadie se sintió
despojado de su alma. Más bien, mientras
más alimento se le daba, mejor nutrido resultaba el donante, más engrandecida
quedaba su alma.
De eso soy fiel testigo: He visto y he sentido engrandecerse,
enriquecerse, a todo aquél que entregó un pedazo de su alma para
alimentarla.
Bien nutrida, la criatura fue creciendo y mostrando signos misteriosos
de naturaleza mágica. A la luz de su
rápida fortaleza, los pastores se vieron rodeados pronto de una creciente
multitud, que hoy - 20 años más
tarde- se cuenta por miles.
Hay quienes comentan que la criatura les dio el conocimiento; para
otros, la soledad quedó en el olvido, así como el dolor del alma; unos pocos
encontraron la sombra y el calor, que derivó en sabiduría.
Hoy, esta criatura cumple veinte años y hace milagros, como el de esta
convocatoria. Ha instalado en nosotros
el deseo de estar juntos, de compartir sin egoísmos, con alegría, con ganas de
seguir dando lo mejor de cada uno.
A la hora de celebrar, trata uno de resaltar los méritos; y, creo que el
mayor mérito de esta institución - hoy robusta
y pródiga- es su mística, una mística
que no ha devenido en religión
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