miércoles

2000/11/17 El humor: ¿herramienta u objetivo de la psicoterapia?

VI Jornada Interna CPPL: “Sobre el Humor”.  17 - 18 de Noviembre 2000


Algunas precisiones pertinentes


Entiendo el humor como un fenómeno psicosomático que denota la integración (siempre cambiante) del sí mismo, a la vez que supone un instrumento de mutua influencia con elementos del entorno, sean éstos personas o cosas. El humor influencia, se contagia, genera cambios que pueden llegar a ser estables, tanto en un sentido positivo como negativo.

El humor es la expresión espontánea del estado de ánimo, la posibilidad de mostrar un clima interior que refleja los afectos que nos son propios. Sin embargo, vemos que muchas veces el humor observable es producto más bien de la no posibilidad de expresarnos con libertad. Lo frecuente es que esto derive en expresiones que en general denominamos “mal humor”. A diferencia del buen humor, que refleja sentimientos de alegría, el mal humor supone todo lo contrario: pesimismo, rabia, malestar, amargura, impotencia, etc.

Creemos que podría hacerse toda una clasificación psicopatológica derivada del tronco de los humores “buenos y malos”; este punto de vista en realidad tiene antecedentes tan añejos como la medicina Hipocrática, en donde la expresión de salud o enfermedad tenía que ver con el estado de los “humores corporales”.

Al humor lo emparento con la naturaleza del Homo Ludens; es un punto esencial del eros que trasciende e integra al Homo Eroticus (también al Sapiens y a los no tan sapiens). El juego es el terreno propio del humor y, como tal, es propicio para la simbolización y el procesamiento de la experiencia del ser, siendo (jugando, bromeando, riendo) en una relación de intimidad con el otro.

En tanto organización, el humor no puede menos que integrar el arsenal de recursos del Yo, algo distinto de la expresión primaria de impulsos humorales del Ello. El Yo vehiculiza el humor en su relación con el mundo, lo usa con fines tanto defensivos como de realización de sus aspiraciones más íntimas en la vida. Mediante el humor se integran Proceso Primario con Proceso Secundario, pasado y presente, fantasía y realidad, en una síntesis rica y creativa, con gran ahorro de energía para la persona.

Es interesante observar que en el tratado de Psiquiatría de Kaplan se señala al humor como uno de los mecanismos maduros del Yo, poniéndolo al mismo nivel de la sublimación.

En su entroncamiento experiencial, en la relación con el mundo, en el proceso mismo del ser, surge el sentido del humor, expresión de la capacidad de interpretar el justo sentido de los sentimientos, propios y ajenos, tantas veces sometidos y ocultos en el juego de las formas solemnes de la, así llamada, “educación”. El sentido del humor tenderá a cambiar el sentido de las cosas hacia una variable tolerablemente alegre.

Por ese motivo, muchas veces el sentido del humor viene a ser la alternativa de rescate de lo esencial del sí mismo frente a un sistema opresor -cualquiera que éste sea- que atenta contra la alegría de vivir (expresión esencial del “poder ser uno mismo” en la vida).

En su dimensión interna -inconsciente o no- a este tirano opresor usualmente lo conocemos como el Super Yo. Pero, también nos hacen jugadas de tiranía las exageradas demandas narcisísticas, la configuración de una imagen sobreidealizada de sí mismo o de los demás y, ni qué decir de las circunstancias propias del dolor o de la naturaleza irreversible de acontecimientos que nos acercan a la muerte.

Desde otra lectura, el “tirano opresor” ha conformado un falso self que ha apagado la alegría de vivir. Pero, ¡cuidado con equivocarnos! No siempre se ha perdido la alegría en medio de una configuración formal malhumorada. Ocurren también muchos casos en que nos configuramos como payasos, aparentemente alegres, plenos de recursos maníacos, para ocultar trasfondos de amargura, envidia o resentimiento.

Las posibilidades para el humor parecen tener relación con la superación de la posición depresiva (M.Klein), es decir, con la posibilidad de relacionarse con un objeto real al que se pueda odiar y amar. En el período posterior a la posición depresiva el individuo se comportaría en función de una nueva actitud que propongo llamar “posición transicional”, desde donde es posible mantener la alegría de vivir en plenitud nuestros humores y amores, así como también, juntar a nuestros autores (Klein y Winnicott).


El humor en la psicoterapia

El sostén narcisista, siempre necesario, requiere, para su maduración adecuada, de una elasticidad suficiente como para lograr reírse de sí mismo y de los demás sin pretender sostenerse en mecanismos de denigración. El sentido del humor, justamente, nos orientará sobre la vulnerabilidad del objeto de humor. Es bastante riesgoso incluir el humor en el trabajo con personas con trastornos “serios” de naturaleza narcisista, más aún, cuando no hay suficiente amparo de relación (léase alianza terapéutica) o presencia de recursos yoicos de integración simbólica.


Viñeta Nº 1:

En el contexto de una terapia de pareja, hace poco tiempo, me costó la interrupción del tratamiento el deslizar un comentario de humor. La mujer, bastante precaria en su estructuración yoica, recibía reclamos de parte de su pareja por la distancia en la intimidad, en particular respecto a su sexualidad. Nos veníamos reuniendo alrededor de 8 meses y ella había mejorado bastante, estaba más tranquila y accesible. En todo lo que no fuera sexo, aparecía una mayor proximidad con el marido. Hacía poco había intentado un acting, proponiéndome que tome el lugar de su terapeuta individual, “porque conmigo se podían tocar otros temas que no los hablaba allí..., etc.” De ello colegía que asomaban contenidos de naturaleza edípica, con apelación a juegos de tercero excluido..., etc. Al iniciarse la sesión, ella se queja de que el marido se quedó a dormir en el cuarto de los chicos, a lo que él replica que cómo no iba a irse allí si ella estaba con los “bebes” en la cama. Le digo: “cómo pues Fulana, si quiere que él vaya a la cama con usted, no lo espere con los bebes sino con un baby doll...”. Se enojó, se puso furiosa y ahí nomás se calmó, aparentemente, pero no volvieron más. No es la intención ponernos a analizar el caso. Aparentemente, el señalamiento con humor era ingenioso, lúdico, etc., pero no contó con la consideración de la afrenta narcisista que movilizaba ni con la tremenda alianza defensiva organizada con su pareja para mantenerse en este juego.

En la histeria es posible encontrar áreas de confusión que se entrampan en un erotismo sin humor, o en un inconsecuente juego de doble sentido. El riesgo del humor en estos casos es que entiendan la cercanía expresiva (del humor) como un intento de concreción de sus deseos infantiles, que en suma no son otra cosa que la concreción del incesto, con todo lo terrorífico que connota. Obviamente, es una lectura resistencial (la del paciente) ya que el terapeuta (supuestamente) estará del lado del intento de poder integrar dichos contenidos, lo que, como sabemos, implica una paradoja: la aceptación y la renuncia simultáneas a la moción incestuosa.




Viñeta Nº 2:


Hace ya varios años me tocó tratar a una mujer (una “chica”) que había estado internada en un hospital psiquiátrico durante un año por un intento real de quitarse la vida. Después de esto, tuvo varios años de “análisis”, con consecuencias positivas. Pudo lograrse en una carrera profesional y le iba laboralmente bien en su país de origen, hasta que comenzó a sentir una tremenda nostalgia y ganas de ver a un hermano que vivía en Lima y dejó todo por venirse a vivir con él (que estaba casado). Luego de algunos meses de estar por aquí, empiezan a surgir problemas: no encuentra un trabajo a su medida; el hermano idealizado era un tal por cual; su mujer, intratable; ella había tenido acercamientos con varios hombres (era muy bonita), pero todos estaban interesados sólo en “eso”, etc. Más bien pronto en el trabajo terapéutico la confronto con que había dejado lo mejor de sí (pensando en sus logros adultos) en su lugar de origen y que estaba viviendo un infructuoso desamparo, además en desventaja ya que no contaba con un contexto que la sostenga desde sí misma. Poco a poco va aceptando la idea de retornar a su patria a la par que va surgiendo una mezcla de tristeza rabiosa. En una de sus últimas sesiones lloraba desconsoladamente. A mí no me quedaba otra cosa que acompañarla en silencio. De pronto, con un dejo de mando de quien tiene todos los derechos que uno ciertamente está desatendiendo, me dice: “¿me puedes alcanzar un vaso de agua?” Graciosamente sorprendido, voy a la cocina y tomo un vaso de agua, me pongo un secador en el antebrazo y se lo llevo diciendo “su agua señorita.” Rompió en una carcajada... se dio cuenta de lo desproporcionado de su reclamo... y todo cambió. Poco tiempo después se fue a su país. Años más tarde me llamó por teléfono, estaba de paso, tan sólo unas horas en Lima, vino a verme, era ahora funcionaria internacional del gobierno, con eje en su lugar de origen. Quería agradecerme. No se olvidaba de esa escena en la que había comprendido todo, en la que había podido reírse de sí misma, asistida por mi gesto de humor.

En el caso del obsesivo, tampoco es fácil aflojar su constricción esfinteriana. Dada su confusión agresiva, a lo más encontraremos en él un decantado humor negro. Con éste, el gran reto es no perder el humor.

Caso parecido ocurre con el melancólico, que tiñe su mundo de bilis, de amargura rabiosa, cuando no de frases envidiosas. No hay mucho lugar para otro humor que no sea el de la ironía, el sarcasmo, el del pesimismo o la impotencia.

El fóbico, sin embargo, tal vez sea tremendamente capaz de manejarse con un humor aparente que aleje sus temores de la cercanía castradora. En este caso, para el terapeuta, es un riesgo caer en la tentación del humor sin perder de vista las ansiedades del fóbico.

Cuando penetramos en los territorios del humor como defensa o en el de las distorsiones del humor, siempre habremos de cuidarnos, tanto en lo que respecta al paciente como al terapeuta.

El terapeuta no debe olvidar que la apelación al humor conlleva una serie de consecuencias, la más saludable de las cuales tiene que ver con la liberación de la alegría de vivir. Sin embargo, la burla y la denigración son una trampa frecuente que se desliza en los vericuetos del humor, sosteniendo los malos humores o envidias del terapeuta, con los que se puede originar mucho daño, más allá de reforzar la patología del paciente.

Es bastante frecuente que el terapeuta use el humor como una manera de ponerle distancia a los peligros de una intimidad temida con su paciente. Con este recurso se llegan a formar excelentes baluartes resistenciales. Como con cualquier recurso terapéutico, es necesario mantener una atenta mirada sobre el campo terapéutico y, más aún, sobre la evolución vital del paciente.

Comparto con ustedes la observación de que es muy poco lo que se puede encontrar en la bibliografía psicoanalítica sobre la implementación del humor como recurso terapéutico. Es más probable encontrar agudas disecciones del chiste y su relación con el inconsciente, muy a la manera en que lo hiciera Freud a comienzos del siglo pasado.

Lo que sí es fácil encontrar son notas humorísticas sobre el psicoanálisis y, más aún, sobre los psicoanalistas. Es probable que el uso del humor no se haya integrado en este oficio debido a la consigna de neutralidad y abstinencia propias de su ejercicio. Tal vez reír con las ocurrencias del paciente o tener intervenciones tendientes a provocar esta respuesta no sean del todo consecuentes con la norma y hasta puedan ser sentidos como riesgosos respecto a los objetivos del análisis.

En lo personal, creo que hasta donde suponga “aportar” humor, el analista podrá “estar de buen humor”, especialmente a la hora de reforzar la alianza terapéutica. Pero, acaso con un poco de osadía, también pueda demostrar algo de “sentido del humor” en sus intervenciones interpretativas y creo que esto ocurre con más frecuencia de lo que se suele relatar.

En general, en cuanto a la técnica analítica, a lo sumo hemos alcanzado a referirnos a la empatía como recurso o capacidad, pero para nada al uso del humor como instrumento. Por el contrario, siempre se nos ha advertido sobre los riesgos de mostrar nuestros estados de ánimo y más aún sobre la posibilidad de influir en nuestros pacientes.

Aún así, se me ocurre que en la díada “asociación libre-atención flotante”, las posibilidades de manejarse con humor favorecen el desarrollo asociativo. Frente al paciente estará alguien que demuestra estar atento al material, poniendo a disposición de éste la atención (servicio) creativa. La interpretación resultante de este tipo de participación de por sí favorecería el insight y el proceso elaborativo. El terapeuta no sólo está allí, atento al material asociativo y a la persona, sino que también aporta una manera diferente de asumirlo.

Creo que no cabe duda del poder terapéutico del humor, tanto en su producto más inmediato, la risa, como en el más profundo, el de la intimidad reparadora. Interpretar con humor es ir un poco más allá, es alentar un cambio de actitud frente a lo reprimido, es poder trascender lo vergonzoso, lo culposo, es negociar con la realidad con mayor ventaja para sí mismo; total, depende de uno mismo el cómo se tomen las cosas, a la vez que se puede mirar con distancia las desproporciones de lo infantil vigente.

Hay quienes se dedican a provocar risa con fines terapéuticos. Hace ya un tiempo veía en un programa televisivo que un psiquiatra norteamericano había devenido en comediante, convencido por las bondades de la provocación de la risa para la salud física y mental de las personas (no sólo de los pacientes psiquiátricos).

Un síntoma social actual es que la gente se ha olvidado de reír, malentendiendo la idea de adulto o “serio” (lamentablemente esto es particularmente frecuente entre psiquiatras y psicoanalistas).

No es de extrañar, por tanto, que la utilización del humor como recurso psicoterapéutico sea de recientísima data (en técnicas no analíticas, por ejemplo, en la terapia racional emotivo-conductual de A. Ellis). Pareciera que antes esto era impensable; a lo sumo era considerado como una expresión regresiva o ajena a la solemnidad esperada del proceso.

Pese a lo dicho, no olvidemos que Freud nos mencionaba que un indicio de mejoría en una persona estaba dado por su posibilidad de reírse de sí mismo (probablemente escrito en un momento de buen humor). (Podemos bromear con el consabido “Freud dice”).

Creo que, mediante el humor, podemos pretender algo más que mantener como objetivo terapéutico el “cambiar la miseria neurótica por un infortunio normal” Freud (..........). Ese “algo más” sería introducir un trasvase cualitativo que nos acerque un poco más a la comedia y a posibilidades menos pesimistas que las que el maestro nos señala (probablemente escrito en un momento suyo de no muy buen humor) como objetivo de la cura. Será entonces posible integrar la alegría de vivir, tan venida a menos, subsumida en las presiones provenientes del cultivo de la imagen (propias de la estructura social en que vivimos) y a partir de lo cuál sólo cosechamos una inacabable marea de imágenes insípidas, si no agrias, en donde está ausente el humor.

Creo que una garantía de salud proviene de una noción alternativa de las consecuencias del sepultamiento del Complejo de Edipo. No se trataría sólo de la asunción de los límites provenientes de la ley del padre y la amenaza de castración. Habría un aporte importante en la percepción del niño del sentido del humor del padre, en particular en lo que respecta a dicha ley. Las desproporciones de la lectura pre edípica del castigo necesitan la atenuación de una ley vivida como taliónica. Podríamos cambiar esta “ley taliónica” por una más bien “Salomónica”. Siendo así, lo “Salomónico” da sentido a la verdadera paternidad (se trata de eliminar a la falsa madre, no de cortar al niño en dos). Esto facilita el tener hijos con los que podemos bromear y que nos pueden jugar bromas.

Es por esta razón que el psicoterapeuta analítico necesita, a más de levantar los impedimentos montados en contra de nuestra naturaleza humoral, considerar las posibilidades de infundir y alentar, si no prestar, un modelo alternativo de alegría de vivir, vehiculizado por el humor, por el talante interpretativo que va más allá de la pura respuesta al material del paciente.


Bibliografía

Ellis, Albert... Una terapia breve más profunda y duradera. Enfoque teórico de la terapia racional emotivo-conductual. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1998.

Freud, Sigmund... El humor (1927). En: Obras completas en 24 tomos. Tomo
21. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1978.

Freud, Sigmund... Psicoterapia de la histeria (1927). En: Obras completas en 3
tomos. Tomo I. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1948.

Kaplan, Harold... Sadock, Benjamin... Tratado de Psiquiatría. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1989.

Klein, Melanie... El duelo y su relación con los estados maníaco depresivos. En: Contribuciones al psicoanálisis. Buenos Aires, Ediciones Hormé, 1964.

Winnicott, Donald W.... Realidad y Juego. Barcelona, Editorial Gedisa, 1982.

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