IX Jornada Interna del CPPL "Nuevas patologías: ¿de
qué sufrimos hoy?"
Lima, 24 – 25 de setiembre de 2004
Vivimos una época de cambios vertiginosos: cambios que se derivan del desarrollo indiscriminado del mercado, con sus secuelas de empobrecimiento, desempleo, migración e incertidumbre económica; donde se hacen realidad, de forma cada vez más patética, las predicciones de A. Toffler respecto a la conformación de una sociedad del “descartable”, donde todo funciona en relación a lo inmediato.
La tecnología hace de las suyas y convierte en obsoleto, de manera implacable, todo aquello que apenas empezamos a conocer o a lo que ya comenzábamos a acostumbrarnos, socavando nuestra necesidad de constancia objetal. En este contexto, es tremendamente notoria la organización individualista, egocéntrica, y narcisista, en cualquiera de sus envases de oferta.
El malestar subjetivo se ve hoy, más que nunca, desbordado por una patología social, por una inmensidad abrumadora de estímulos provenientes de una cada vez más rápida modificación de los contextos y los paradigmas.
La globalización ha contribuido a la atomización de los individuos y a la ruptura de los lazos familiares, comunales y sociales tradicionales. Las circunstancias propias de la economía global y el terrible empobrecimiento de nuestros pueblos hace que el movimiento migratorio sea cada vez mayor y que la construcción de los ideales de organización familiar sean totalmente distintos a los de hace 30 años. El 70% de la población joven (y no tan joven) se iría del país si pudiera, con lo cual el apego resulta peligroso. La familia nuclear que conocimos los más recorridos, ha sido destruida por las urgencias y renuncias temporales y espaciales a las que nos obliga la economía de consumo.
El inusitado desarrollo de los medios de comunicación, donde ocupan un lugar muy especial la televisión, el cable y la internet, ha llevado a la configuración de nuevos grupos de influencia de inmenso poder social, político y económico. La realidad virtual sustituye, cada vez de manera más amplia, las relaciones con semejantes y diferentes. Los afectos se suelen desarrollar encontrando formas también virtuales, es decir, idealizadas, no siendo tolerados con facilidad en el contexto de la realidad.
El desarrollo científico y tecnológico ha llevado a mayores conocimientos y avances en los campos de la genética humana, de la bioquímica cerebral y hormonal; de la organización energética del ser humano y de su entorno; de las nuevas formas vinculadas al aprendizaje y a la estructuración de las familias y los grupos humanos en general...
Todos estos cambios no sólo repercuten en los paradigmas sociales sino, también, en el contexto de las psicopatologías, donde predominan las patologías del déficit, ligadas al narcisismo.
Vivimos en medio de una urgencia adaptativa permanente, con pérdidas y separaciones que apenas tenemos tiempo de procesar. No nos atrevemos a mirar hacia atrás... ni hacia adelante... porque terminamos con la sensación de que justamente atrás y adelante sólo hay abismos inmensos y horrorosos.
Entonces, no nos queda más que vivir el día, el momento, y acumular cuanto podamos: dinero, poder, bienes materiales,... y tratar de sentir o aparentar que “estamos en algo” para pretender, así, negar los vacíos y defendernos de la incertidumbre.
Apelamos, en ello, al principio del placer, al punto de lograr una resultante hedonista generalizada, muy “normal”; pero es éste un hedonismo reactivo e insípido en donde el sentido de continuidad existencial individual queda entrampado, con una resultante bastante escuchada en los motivos de consulta: la sensación de vacío.
Todo ello nos hace pensar en nuevas configuraciones en la organización de las mentes con las que tenemos que aprender a lidiar. Vamos tomando cada vez mayor conciencia de la diversidad de factores intervinientes tanto en el enfermar como en el proceso de la cura.
Felizmente, vamos aprendiendo a mirar un poco más allá. Ya sabemos que, cuando vamos a buscar a Edipo, muchas veces el que nos abre la puerta es Narciso; y que Narciso, más que un arrogante antipático que le complica la vida al pobre Edipo, es un mendigo atormentado que no tuvo mucha suerte en la vida.
Narciso es el Príncipe que trata de negar su condición de sapo, un ser atrapado en la omnipotencia, como producto del encantamiento aterrador de alguna ausencia que no registró, negándole, en adelante, las bondades de la intimidad.
De esta manera, para él no existe el “otro” o no puede ver al “otro” porque éste le resulta aterrador en su encanto, haciéndole sentir que puede caer otra vez en la trampa original, de la que busca tomar la máxima distancia posible. Su omnipotencia le permite sobrevivir, mas no “ser” en la vida. No tiene mayor alternativa que aferrarse a una imagen idealizada de sí mismo, allí donde él mismo no se puede ver.
El camino que ha de recorrer Narciso pasa por ser un poco más sapo y lograr algún beso cariñoso, desencantador, venga de quien venga, pero que sea auténtico, que sea de alguien que aprecie al sapo como tal. El gran obstáculo suele ser la renuencia del sapo a mostrarse y, más aún, a estar en disposición de que surja la oferta del beso.
La investidura real del Príncipe resiste a ultranza, convencida de que resulta un ultraje dejar al sapo en libertad. “Es humillante”, nos dirá, resintiendo el que hagamos alguna aproximación de ayuda que casi siempre le sabe a lástima... “no lo quiero...” “no es verdad...” “tienes que demostrarme que es verdadero...” Y, así, se abre la odisea de la cura, más que demostrando algo, creando una experiencia inédita que establezca la posibilidad de confiar, de creer.
Es necesario que el terapeuta se convierta, también, en sapo, pero en un sapo en el sentido de “sabio”, humilde, paciente. No hay que intentar forzar al Príncipe a ningún cambio. A lo más, se le irá reconociendo y respetando, constatando su función protectora (o más bien Sobreprotectora) y ambivalente en los cuidados del sapo. La ambivalencia se sobreentiende si tenemos en cuenta que su Realeza no ha encontrado libertad ni plenitud por tener que estar cuidando a este horrible bicho, en quien ni remotamente se ve reflejado.
Llegamos a conocer todo tipo de príncipes (y todo tipo de sapos). Como en la historia del Principito, cada uno está aferrado a sus galas deslumbrantes y no tolera que se le mire de otra manera que no sea como súbditos obligados a servirle. Busca atrapar la mirada, no vaya a ser que uno vea al sapo... o al reyezuelo desnudo. Con un poco de humor y mucha empatía podemos, por un rato, jugar su juego, hasta que se sorprendan con nuestra posibilidad de disfrutar.
Por supuesto que ninguno cree realmente que disfrutemos del juego. Todos piensan que vamos a tratar de atrapar su mirada desde nuestra propia pretensión principesca. Así, el juego terapéutico puede comenzar con un cumplimiento de nuestros “reales mandatos”, habida cuenta que Narciso tiene la habilidad de funcionar en base al deseo del otro, en una pauta de sometimiento sostenible tan sólo por su adjudicación especular.
Si todo marcha bien, es posible que, en algún momento, pueda llegar a registrar que no nos es problema el variar las modalidades del juego mientras mantengamos algunas constantes, en especial nuestra sólida disposición e interés en acompañarlo en su proceso.
Esto, al principio lo asusta, pero llega a reconocer que es parte de un juego del que también es capaz, del que de todas maneras forma parte. Es entonces, cuando ya puede confiar un poco más, que empieza a mostrar al pequeño monstruo, al sapo, al ser sensible, escondido y asustado, que duda de la posibilidad de ser aceptado y querido.
La sociedad actual no tolera sapos, los evita, los rehuye. Recuerdo una vez que andaba tristón y fui a una reunión familiar. Me senté a un lado pensando en mis cosas, viendo cómo se entretenían jugando cartas. Pronto empezó un bombardeo de:
- “¿qué te pasa...?”
- “Estoy un poco tristón...”, respondí.
- “Deja tus problemas en el consultorio...”
- “Bueno, pero estoy así... ¿qué problema hay...? No se preocupen, sigan con lo que están haciendo, yo los miro esta vez”.
Pero, no contentos, siguieron:
- “Todo un psiquiatra... ¿no puede resolver sus cosas...?” ”Cambia de cara..”
- “Bueno”, les dije, “si insisten... si quieren les cuento de qué se trata...”.
Entonces, siguieron timbeando.
Lo que la sociedad espera son seres independientes, siempre sonrientes, que no creen problemas, que no molesten. Entendamos al “sapo” como la persona que humanamente se angustia, que sufre, que tiene dolor. También, la que ama y siente necesidades de depender, a veces exageradas porque experimenta un gran desamparo. Sentirlo la puede llegar a avergonzar.
Así, se organiza una sociedad que trata de evadir el dolor, llegando a la indiferencia o el desprecio hacia el otro, el diferente, el ser doliente que es repudiado en su condición, maltratándolo “principescamente”.
El ser humano necesita ser reconocido, despatologizado; y, también, los médicos y terapeutas que tienen que ver con la cura, requieren abandonar la lectura idealizada de sí mismos o de sus particulares técnicas y teorías.
Muchas veces nos hemos sentido abrumados por el reto de la cura, hemos hecho heroicos sostenimientos del proceso “a todo pulmón”, con pobres resultados. Cuántas veces no hemos sentido que “aramos en el mar”, reiterando fórmulas constreñidas por un entendimiento agotado que se resiste a renovarse, a mirarse a la luz de los nuevos tiempos... de las nuevas patologías y de nuevas maneras de enfrentarlas.
La idealización de los recursos terapéuticos, como la farmacoterapia o el psicoanálisis, necesita dejar sus reductos excluyentes para entrar en la vertiente de un realismo integrador, en donde la creatividad de lugar a nuevas inscripciones desde el aquí y ahora.
Por otra parte, hablamos de las “nuevas patologías” conscientes de que no siempre lo que entendemos como nuevo realmente lo es. La bulimia tuvo lugar entre los Romanos, como argumento normal en el desenfreno de los apetitos. Igualmente, se dieron la anorexia y la autorestricción sacrificial, a lo Margarita Gautier. Las “neosexualidades” resurgen de un letargo de siglos. Ya en Sodoma y Gomorra estaba presente el tema, el mismo que encontramos en los hábitos normales de la antigua Grecia. Los problemas de la corrupción y el egoísmo llamaron la atención de Aristóteles... hace más de dos mil años. Por diferentes motivos y circunstancias históricas, nos vemos, una y otra vez, confrontados con los mismos problemas con diferentes rostros.
Actualmente, el Narcisismo resurge desde lo escindido, tratando de disimular su naturaleza espectral con disfraces grandiosos. Vemos a seres atrapados en su cuerpo o en ideologías que no logran dar cuenta de la humana necesidad de vínculo que les subyace amenazante.
Por otro lado, tenemos, también, el cotidiano conflicto de la convivencia y la problemática edípica. Ahí, lo vedado resurge en la búsqueda de una liberación reformuladora: ya no “hacer” desde el sometimiento atemorizado a la autoridad superyoica o ideal, sino “ser” y “hacer” a partir de una comprensión y renuncia voluntaria a favor de alternativas valoradas por el Yo, desde su propia experiencia en la vida.
En cuanto al proceso de la cura, existen muchas variables para dar cuenta de un objetivo cualquiera. La psicoterapia no se escapa a esta premisa. El asunto es que, a veces, podemos insistir en la repetición de una sola pauta, pese a que pudiera no dar los resultados esperados, por las razones que fuere. Muchos prejuicios subyacen a nuestra indisposición al cambio. Edipo y Narciso tienen algo que ver (y mucho de “no poder ver”) con esta situación. Angustias varias - de castración, de desamparo, de pérdida de identidad, etc.- inhiben nuestras posibilidades de explorar, crear o integrar recursos a favor del paciente.
A lo largo de los años he analizado a muchos pacientes... no demasiados... La experiencia me ha dejado ver que son pocos los que resultan abordables en un psicoanálisis clásico, con resultados satisfactorios. Las “Neurosis de Transferencia” muestran cada vez más condimento narcisista, al punto de encontrar con más frecuencia “Neurosis Narcisistas” con aderezo neurótico, por lo que la respuesta terapéutica requiere de una escucha diferente, que nos obliga a estar abiertos al empleo de distintas técnicas de abordaje, sosteniendo nuestro eje analítico en lo que Winnicott llamara “el espacio potencial”, aquello que es posible que pase entre dos personas que se juntan en la intención de la cura, en un proceso de campo.
Mi inquietud y mayor confianza, derivadas de la experiencia y los años, me han permitido rescatar otros instrumentos, otras modalidades, otras variables dinámicas de trabajo, recogidas a lo largo de mi formación como psiquiatra dinámico, primero, y, posteriormente, como psicoanalista. El manejo de los grupos, del psicodrama, de la comunidad terapéutica, de recursos provenientes de la gestalt o del análisis transaccional, la farmacoterapia, etc. fueron encontrando un lugar, allí donde el paciente lo requería.
He podido ir rescatando lo más valioso de las disciplinas con las que me ha tocado en suerte trabajar y aprender. Creo que la actual es una época en la que se empieza a emprender el camino de la integración de recursos. Cada vez se comprende mejor que un único abordaje puede ser insuficiente, que no es sólo la neurociencia y sus correctores farmacológicos la que resolverá el problema del paciente; pero tampoco lo es el psicoanálisis y sólo el psicoanálisis el que producirá la magia del cambio estructural. Algo más, diferente en cada caso, habrá que poner en práctica para ayudar a nuestros pacientes a recobrar la salud.
Los tiempos que nos tocan muestran retos difíciles frente a la patología. Más allá de la problemática narcisista grosera y sintomática, encontramos un rubro muy grande, el de “los normópatas” (término que escuché por primera vez a Maty Caplansky), personas aparentemente normales, pero a partir de ser una suerte de producto en serie de la época. Es alarmante su relación con lo concreto, la ausencia de posibilidades de manejo simbólico, la, a veces, nula capacidad de pensarse, menos aún, dentro de posibilidades de insight. Un velo límbico los acompaña, en un concierto deslumbrante de luces que distraen permanentemente su atención hacia un mundo falaz en el que se pierden sin encontrarse porque, en general, además, suelen no buscarse.
En esta normopatía solemos caer los terapeutas. Creamos normas que se apoderan de los creadores. Solemos observar que la teoría o la aparente razón técnica terminan a distancia de su finalidad y de su origen. Con frecuencia nos encontramos tratando de encasillar al paciente en nuestras propuestas antes que adecuarnos a sus necesidades. Nos hemos olvidado de relacionarnos con la persona del paciente, nos quedamos en la enfermedad, pegados a la técnica.
Sin perder la esencia de lo psicoanalítico, encontramos alternativas en el uso de la transferencia, de la contratransferencia, del trabajo focal, del de objetivos limitados... Sin el uso exclusivo de la interpretación, podemos dirigirnos al fortalecimiento de los niveles de conciencia del paciente, al mejor conocimiento de sí mismo - desde la posibilidad de ser reconocido en el ejercicio de relacionarse con los demás, de mejorar sus formas de expresarse y mostrar sin temor sus sentimientos - mediante un aprendizaje vivencial en la relación terapéutica.
Será importante el registro de los potenciales que ayudaremos a desarrollar, de las experiencias que no tuvieron lugar en el allá y entonces, que no circulan en el espacio de lo reprimido, pero que establecen demandas de respuesta, de reconocimiento y aceptación. Entonces, más que “sacar” algo, estaríamos en la situación de “poner” algo, a partir del compromiso con nuestro paciente, desde el interés y la empatía, lo que nos ubica en una “vía de porre” peculiar, no invasiva.
Entendemos la relación entre las patologías por déficit y las carencias tempranas, en las fallas en el contexto primario de la relación con la madre. Pero, no podemos perder de vista que esta causa original se extiende a todo nuestro contexto actual, a la estructura social en la que nos desarrollamos y que se nos suele ofrecer tanto tentadora y fascinante, como brutal y opresora. Cuando hablamos de las patologías actuales, nos referimos a un mar de organizaciones sintomáticas, a nuevos síndromes que nos plantean retos cada vez más difíciles de integrar desde una sola perspectiva.
La ludopatía, que se exacerbó de manera impresionante con la invasión de los casinos y las “maquinitas”, muestra crudamente el fracaso de la capacidad de jugar creativamente. Se convierte en un distractor omnívoro y omnipotente, que pretende la fantasía de revertir el azar y evadir la realidad dolorosa del vacío personal.
La anorexia, la bulimia y, entre ambas, la ingesta compulsiva de alimentos, a más de configurar una problemática derivada de la oralidad, suponen un fracaso en la transicionalidad, en donde la relación con el cuerpo queda exaltada por las angustias de pérdida y, en tanto así, establecen una relación consoladora “inconsolable” con el cuerpo, al cual, además, no terminan de configurar. Hay déficit estructural. El espacio psíquico no se ha organizado suficientemente como para sostener la representación de sí.
La amplísima gama de fenómenos psicosomáticos tiene similar raigambre, el mudo lenguaje del cuerpo hereda las dolorosas heridas repudiadas por la psique. Lo mismo pasa con esas maravillosas criaturas de gimnasio que sacan lustre a sus cuerpos para lucirlos encantadores, para atrapar miradas fascinadas, todo puesto en el cuerpo, pero sin poder disfrutarlo en una intimidad personal compartida. No pueden dejar de mirarse porque no alcanzan a verse. Reiteran al infinito la necesidad de verificar si están o si son.
En las distintas formas de adicción pasa algo similar. Hay un fracaso en la organización personal y el consumo de drogas pretende, en forma ilusa, llenar el vacío de objeto, negar a ultranza la necesidad del otro. Alcanza apenas para dramatizar en sí mismos el terrible desamparo al que sobreviven. Divididos en fantasmas de sí mismos, no alcanzan a configurar una unidad.
Tienen dificultades para sostener sus límites, para controlar impulsos, para evaluar los riesgos y aprender de la experiencia. No llegan a superar los alcances de su propia realidad inasible.
Los pacientes que presentan patologías muy vinculadas al déficit han organizado defensas esquizoides de distinto grado de profundidad en las que el punto visible es un poderoso falso Self que se hace añicos cuando se ven enfrentados al reto de la intimidad. La queja corriente, cuando estos pacientes nos visitan, es el vacío, sentimiento que se parece a la depresión pero que es fundamentalmente la percepción de su ausencia de plenitud.
Muchos de ellos han tenido logros importantes en la vida. “Tengo una esposa maravillosa, hijos a los que adoro, una posición que a mis 40 años muchos quisieran tener, profesionalmente me va muy bien... pero mi mujer se queja de que no me acerco a ella, no soy expresivo con mis hijos, dos de ellos están yendo a terapia... mis compañeros de trabajo dicen que soy un tirano. Estoy acá porque la empresa está al borde de la quiebra y no puedo dormir... Si las cosas se arreglan, lo más probable es que no venga más. Yo me conozco, doctor....” me dice uno de estos pacientes en una entrevista reciente.
Podríamos considerarlo un “normópata”: primero de la clase, destacado profesional, frío a la hora de tomar decisiones... no le interesa a quién se lleva por delante con tal de sacar adelante sus objetivos (práctica que se incentiva cada vez más en las “grandes” empresas). Ahora, en crisis, se pregunta cuáles son verdaderamente sus objetivos.
Pareciera tener un buen pronóstico dado que es capaz de darse cuenta de todo lo que le pasa, pero el manejo racional está muy distante del niño asustado que vislumbro. El mundo de los afectos ha quedado fuera de su campo de experiencia, sustituido por un mundo marcado por las responsabilidades y obligaciones y un paradigma llamado “éxito, profesional, material o familiar”.
Pero se da cuenta que algo falta. Algo que ve en otros que disfrutan de sus logros, que son capaces de generar lealtades y que son leales a su vez, cosas que él no puede hacer. Con las justas se comunica más allá de lo necesario y no registra expresiones de gratitud. Se da cuenta de esto, pero no sufre por ello.
Le cuesta ponerse en el lugar del otro (que es el de sí mismo, al que tampoco puede acceder). Las personas son sólo objetos a los que maneja pero con los que no se relaciona. No le es accesible la experiencia de intimidad. Más bien, esta experiencia lo intimida. Le aterra necesitar de alguien. Depender le sabe a un agujero negro que se lo va a tragar. Es más, ya anunció su retiro de la posible terapia.
Pero, justamente como producto del manejo impersonal de sus relaciones, empieza a temer perderlo todo, experimenta una sensación de pérdida inminente (pérdida que ya se produjo alguna vez, como dice Winnicott).
Por todo ello, habrá que lidiar, entonces, con su necesidad de regular la distancia vincular y acogerlo en su desamparo sin humillarlo en su necesidad omnipotente.
En los últimos congresos de Psicoanálisis y Psicoterapia, en donde se convoca, cada vez más, desde la clínica, me parece haber observado un intento de sacudirse del entrampamiento teórico – técnico.
También, hemos podido observar una creciente preocupación por comprender los instrumentos de la cura, de lo que deriva una mayor integración y reconocimiento de los recursos de la psicoterapia psicoanalítica, en particular del lugar que tienen las aproximaciones denominadas “de apoyo” o “intervenciones de afirmación”, en la resolución de la problemática del paciente, como lo señalan, entre otros, Wallerstein y Killingmo.
Se nos impone una consideración cada vez mayor al problema de fondo, al común denominador que, reiteradamente, encontramos en la patología. Me refiero a los problemas derivados de la carencia. No es que nuestro clásico enfoque de la problemática del conflicto no tenga lugar... ¡por supuesto que lo tiene!... pero entiendo que el ritmo de la vida moderna ha socavado la relación humana en momentos decisivos, tanto en la infancia como en las distintas etapas de la vida, de manera que hay cada vez una mayor ausencia de experiencia de intimidad.
El entendimiento reducido a la problemática de la angustia de castración, tema central en la propuesta Freudiana, se queda corto para explicar el vacío de organización proveniente de la ausencia de experiencia de intimidad, de reconocimiento y respeto en tanto individuos singulares. Esto anula la posibilidad de crearse, ante lo cual lo único que queda es “creerse”.
En eso, en nuestro país hemos caído hasta el fondo del abismo. Los peruanos “nos creemos”. Se produce una exaltación narcisista de cualquier atributo, vínculo o propiedad a partir de la cual sentimos una suerte de completud que podemos exhibir, casi siempre ante la mirada envidiosa de los demás; mirada que se da en concreto o que nos la imaginamos, con lo cual redondeamos un oscuro sentimiento de placer.
El placer consiste en que el otro esté por debajo, cargado de una envidia de la que necesitamos desprendernos, que sentimos necesidad de endosar, viviendo una idealización del sí mismo, una exaltación, proyección o identificación narcisista, un triunfo sobre el otro, un rebajamiento del otro, un control omnipotente del objeto...
Todo esto tiene sabor a perverso por lo placentero, por un lado; y, por el otro, nos muestra una clara presencia de mecanismos primitivos que nos recuerdan el control maniaco y la negación del duelo, de la pérdida, de la carencia.
Desde la psicoterapia analítica nos toca afinar nuestra comprensión de los problemas derivados del déficit. Necesitamos tomar conciencia de la necesidad de integrar esfuerzos con otras disciplinas, reformular constantemente nuestras bases teóricas y técnicas, tratando nosotros mismos de superar nuestros déficits a la hora de ayudar a nuestros pacientes.
Bibliografía
Killingmo, Bjorn... Conflicto y déficit: implicancias para la técnica. En: Libro Anual de Psicoanálisis 1989. Lima, Ediciones Psicoanalíticas Imago, 1990.
Wallerstein, R. ... Psicoterapia y Psicoanálisis: una perspectiva histórica. En: Libro Anual de Psicoanálisis 1989. British Psycho Analytical Society. Lima, Ediciones Imago, 1990. Libro Anual de Psicoanálisis 1988.
Wallerstein, R. ... ¿Un psicoanálisis o muchos? En: Libro Anual de Psicoanálisis 1988. British Psycho Analytical Society. Lima, Ediciones Imago, 1989.
Winnicott, Donald W. ... Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1993.
Winnicott, Donald W.... Realidad y Juego. Barcelona, Editorial Gedisa, 1982.
Winnicott, Donald... Deprivación y delincuencia. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1990.
Winnicott, Donald... Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona, Editorial Laia, 1979.
Winnicott, Donald… Exploraciones Psicoanalíticas. Tomo I. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1989.
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