XVI Congreso CPPL “La Rebelión del Inconsciente. Psicoterapia y
Neurociencias”
Octubre 2014
Para estas
reflexiones sobre la formación en Psicoterapia Psicoanalítica, quisiera partir de dos puntos de observación:
en primer lugar, el de la educación escolar y universitaria en la que nos
iniciamos y desde donde enmarcamos nuestro desarrollo estudiantil, personal y
profesional, que es predominantemente intelectual, memorística o práctica, con
poca atención al desarrollo de las cualidades emocionales o personales; y, en
segundo lugar, nuestra disciplina, el psicoanálisis, sostenida por la
observación de nuestras expresiones inconscientes, afectos, recuerdos y
emociones, que organizan una distinta
manera de comprender la visión del mundo de cada quien y las diferentes maneras
de alcanzar la plenitud en la experiencia de ser y de relacionarse con otros.
Actividad totalmente a trasmano del aprendizaje memorístico intelectual y que
supone, de manera ineludible, el criterio de formación con base amplia,
teórica, clínica y técnica, labor en la que estamos involucrados desde hace 31 años en la escuela del CPPL.
La razón por la que
planteo esta secuencia es que la formación básica de la que partimos conlleva
una serie de condicionamientos que, siendo inculcados desde tan temprano en la
vida, llegan a formar parte estructural de nuestro entendimiento de lo que
significa aprender o formarse y condiciona actitudes o tendencias difíciles de
revertir. Esta tarea, la de revertir, la de desaprender, resulta crucial a la
hora de optar por una formación tan particular como lo es la psicoanalítica.
En general, la
escolaridad se guía por una metodología de aprendizaje memorístico de cursos,
respecto a los que no tenemos opción. Son parte de programas preestablecidos
que debemos aprender, en principio, para obtener una calificación cuantificada,
la mayoría de las veces derivada de la aplicación de un examen. O sea que, desde
muy temprano en la vida, establecemos en nuestra funcionalidad educativa la
ecuación: “estudiar para el examen”, para obtener una nota, para pasar el
curso, para tener el reconocimiento familiar y… unas buenas vacaciones.
En pocos casos se
puede observar una formación escolar reflexiva y menos aún de propensión
introspectiva. Se establece así una pauta en la que el no saber genera
sentimientos de vergüenza e inferioridad. El tribunal descalificador (escolar y
familiar) suele modular la dedicación al estudio desde la amenaza y el miedo
antes que desde el estímulo o el deseo. Este modelo da inicio a un alejamiento
del desarrollo desde lo natural y espontáneo de cada quien, orientando en
exceso el eje de interés hacia el polo intelectual, con poco espacio para la
exploración del vínculo, de las relaciones humanas, de las emociones y valores
que trasuntan en la interacción con compañeros y profesores.
Se parte del
supuesto que todos estamos en las mismas condiciones para rendir adecuadamente
en tales condiciones. Un objetivo perverso parece engendrarse, de manera que
muy pronto se produce el desvío de la búsqueda de aprender hacia el incierto y
muchas veces vacuo sentido de obtener una nota que, mientras más alta, supone
que eres mejor, superior o “preferido”. Otros alcanzarán, acaso con terror, el
objetivo de no ser desaprobados, esperando con ansias el día que acaben las
clases y que se termine la tortura del colegio.
Es sabido que, en
la mayoría de los casos, terminado el curso, es poco lo que se recuerda o resulta
poco útil para la vida, salvo el implícito entrenamiento de enfrentar el reto
de la escolaridad sin terminar traumatizado. Por cierto, es evidente que en
estas lides tienen toda la ventaja del mundo los dotados de buena memoria o de
talento matemático.
Este es un tema
complejo que amerita mayor análisis y profundización ya que en general no
estimula la verdadera vocación de aprender y está demasiado arraigado a la idea
de aprobación – desaprobación y al ominoso filtro de su majestad el examen. Esto,
como todo el sistema, requiere de una seria reformulación del sentido y de la
forma.
Yo considero que
estuve en el grupo de los que, con un poco de fortuna, salvaron el pellejo frente
al tormento de los exámenes, tanto en el colegio como en la universidad; y,
claro está, fue a costa del riguroso recurso de leer y releer cosas que no
terminaba nunca de “aprender”, en el sentido de poderlas repetir tal cual, de
memoria. Por suerte, los años me fueron
otorgando la oportunidad de darme cuenta que lograba otro tipo de aprendizaje
menos ligado a “la letra”, más ligado a otro orden de “saber”, más operacional
e implícito, con mayor espacio para los afectos y la intuición, cosa en la que
contribuyó de manera significativa mi formación analítica, en especial el
análisis personal con diferentes psicoanalistas a lo largo de 12 años.
Aún así, participar
en la docencia me ha significado un reto nada fácil, ya que el alumno por
inercia natural busca aprender “reglas” para aplicar en su trabajo con los
pacientes. Es difícil evitar que cada tanto veamos al candidato a terapeuta
psicoanalítico “atrapado por la letra” o por el sometimiento a la norma
técnica, sin poder procesarlas desde el crisol de la sencilla comprensión
empática, desde la mirada de sí mismos en la interacción con el profesor o en
la resonancia frente al material clínico.
Ingresando al
contexto de la formación en el CPPL, se podría decir que, a lo largo de estos
31 años se han mantenido dos tendencias y un solo espíritu. La primera de las tendencias tiene que ver con
el sostenimiento de la impronta freudiana en su versión más ortodoxa. La malla
curricular de los primeros años de la escuela en nada difería de los programas de
una formación psicoanalítica clásica. Metapsicología, psicopatología y técnica
estaban enmarcadas en los parámetros de nuestra reciente formación (me refiero
a los fundadores del CPPL) como psicoanalistas. Existían, sin embargo, dos
“patas cojas” en nuestra propuesta, una era la exigencia de una terapia
analítica personal, de solo dos veces por semana y la otra fue la idea de que
podíamos garantizar el objetivo de una buena formación en solo tres años. Es
posible que dicho esquema tuviera que ver con el hecho de que en la primera
promoción ingresaron un alto porcentaje de candidatos que tenían ya un largo
recorrido de análisis y formación autodidacta o que participaban en grupos de
estudio privados.
Pronto comprendimos
que en tres años era imposible lograr el desarrollo mínimo de un psicoterapeuta
psicoanalítico. Quizás alcanzaba para una información básica, pero nada que ver
con la idea de una FORMACION, en el sentido de una modificación estructural en
la psique del candidato a psicoterapeuta analítico. Haciendo experiencia al andar, poco tiempo después,
a partir de la tercera promoción, ampliamos a cuatro años el tiempo estimado
para una formación básica, pudiendo incluso extenderse en los casos que lo
requieran.
Lo que demoró más
tiempo en corregirse fue la exigencia de una mayor frecuencia de análisis
personal, lo cual, si bien era sugerido, no era posible para todos por razones
económicas. A nadie le cabía duda de que una mayor profundización de nuestros
candidatos en la exploración de su mundo inconsciente era una garantía de una
mejor formación. Por ello, desde hace
unos años, esto se ha corregido y la exigencia mínima de trabajo personal de
análisis es de tres veces a la semana, lo que se refleja en el mayor nivel de
integración de los alumnos en su aprendizaje.
La otra tendencia, con
la que se inició el centro y que fue cobrando espacio en el tiempo, tiene que
ver con el formato de la psicoterapia propiamente dicha, siempre psicoanalítica
pero incluyendo las versiones de apoyo, las formas breves, focales y
variaciones en el formato técnico, con cabida de variables, como pueden ser la
entrevista terapéutica, la terapia de una sola sesión, el trabajo en talleres,
los grupos de psicodrama, etc. Esta tendencia muy pronto orientó su mirada al
entorno social predominante en nuestro país, a la gente de menores recursos, que
nos solicitaba atención y que no podía pagar un proceso de largo aliento y, a
veces, ni siquiera ir más allá de una sola consulta.
Esta línea de
desarrollo fue favorecida por una intensa participación en medios, en
particular desde el programa radial conducido por Fernando Maestre, uno de
nuestros fundadores, en el que, además de informar de manera sencilla sobre el
funcionamiento de la mente y las relaciones cotidianas, se absolvían consultas
puntuales con respuestas breves y orientadoras, muchas de ellas sostenedoras
desde la sola disposición empática de una escucha psicoanalítica.
El programa resultó
todo un fenómeno y, dada la tremenda demanda de atención, muy pronto tuvimos
que organizar un servicio de atención de costos reducidos. Esto llevó a una sinergia muy beneficiosa, ya que nuestros
terapeutas y alumnos tuvieron amplio acceso a un trabajo celosamente
supervisado, que enriqueció la enseñanza
clínica. El centro tuvo oportunidad de integrar en la docencia el cultivo de la
vocación de servicio y la sensibilidad social, demostrando que es posible
acercar el psicoanálisis a las mayorías menos favorecidas, amparados en
variables terapéuticas que resultaban a todas luces efectivas. Es más, el formato de interacción radial
trascendía notoriamente los alcances de la reflexión informativa, habiéndose
recogido innumerables testimonios de efectos terapéuticos en la vida de los
radioescuchas.
Respecto al
espíritu que nos acompaña, como escuela y como institución, remarcaría, en
primer lugar el de la libertad para ser, para expresarse, para crear,
trascendiendo diferencias, contando siempre con la posibilidad de
reconocimiento, respeto y apoyo, de los colegas de la institución, aún dentro de las discrepancias o dudas que
pudiera movilizar el reto de alguna propuesta diferente, dentro de la técnica o
la teoría.
El Centro de Psicoterapia
se crea en la búsqueda de un espacio para pensar y explorar con libertad. De esta manera, pronto se integran en la
formación materias relacionadas con la
cultura, la filosofía, la literatura la sociología, etc., otorgando un
paulatino espacio, también, a diferentes propuestas de autores de distintas
escuelas analíticas, que enriquecen el entendimiento de la naturaleza de lo
psicoanalítico.
Otra vertiente de
este espíritu ha tenido mucho que ver con la vocación de servicio y la búsqueda
de mantener lazos sólidos, tanto entre nosotros mismos como con las demás
instituciones afines. Un clima de calidez transita en nuestras aulas, con
resonancia asegurada en quienes nos visitan, quienes la perciben y comentan.
Este espíritu, este
clima de apertura y libertad, nos ha permitido ir cambiando gradualmente el
plan curricular y el sentido de la formación. Por ejemplo, tratamos de que, además
de la nota, se lleve a cabo una reflexión con el alumno acerca de su ubicación
en las circunstancias de su formación, ayudándolo a tomar conciencia de las
posibles dificultades en su desarrollo formativo, incluyendo la observación de
su “performance” personal, anticipando así las posibilidades de que necesite prolongar
el tiempo básico requerido (de cuatro años) en nuestras aulas.
No han dejado de
existir las tendencias pero, a la luz de la integración de nuevas vertientes
del conocimiento desde el psicoanálisis, del producto de las investigaciones de
los últimos años sobre la importancia del vínculo como factor principal y constante
en los logros terapéuticos, a lo que se suman los valiosos aportes de las
neurociencias en la comprensión del valor de la regulación emocional. A esto se
suma la decantación de nuestra propia experiencia de campo en todos estos años,
en que hemos ido logrando una creciente flexibilización en la comprensión de
los mecanismos de la mente y, más importante aún, en la comprensión de los
procesos de la cura.
En relación a la
vertiente ortodoxa, procuramos evitar el riesgo de la sobre teorización a la
que estamos predispuestos por nuestras formaciones de origen, en particular a
lo que se refiere al asidero técnico en el proceso de la cura. Tratamos de que cada vez más nuestros
candidatos consideren la importancia del encuentro empático con sus pacientes,
lejos de las emociones propias de un examen que aprobar. De todas maneras, como
es lógico, en el inicio hay temores e inseguridades y la figura del supervisor
aparece una y otra vez a la manera del jurado calificador, interfiriendo con el
gesto espontáneo propio de la relación sintónica. En ello radica el reto de la
formación clínica.
El eje de la
interpretación sostenida por la transferencia ha ido haciendo lugar creciente a
la necesidad de incluir nuestro sentir en el trabajo con el paciente, de percibir
e instrumentar nuestra contratransferencia, de conocer y manejar nuestras
emociones de forma que podamos sintonizar con las de nuestro semejante, cosa
que no solo es imposible adquirir desde el puro estudio teórico sino que
tampoco es fácil de lograr en el espacio del análisis personal, menos aún en
experiencias de poca frecuencia semanal o cuando el bloqueo emocional es
demasiado severo. Enmarcar la noción de formación a un tiempo limitado puede
confundir, más aún si el candidato es hábil para el aprendizaje teórico.
Más allá del diván,
es la experiencia con los pacientes la que enriquece nuestra formación.
Para que ello ocurra, tenemos que estar abiertos a las enseñanzas que
nos proporciona este proceso, a los conocimientos que surgen de cada sesión, al
aprendizaje de los diferentes recursos con los que se pudo, con ayuda del
paciente, encauzar el proceso de la cura. La gran paradoja surge en el sentido de
que es necesario abandonar nuestro supuesto saber a favor de una humildad
serena, abierta a ese saber que siempre está allí, esperando la oportunidad
para surgir, en el encuentro terapéutico, desde esa sinergia particular que
fluye natural sostenida por la sintonía empática.
Al principio, es
frecuente que el terapeuta se aferre a las teorías y que acaso esté más atento
a confirmarlas en el paciente que a contactarse y aprender de él y con él algo
diferente. Algo así ocurría con el Freud de los inicios. Tuvo, sin embargo, la
entereza de reformular sus teorías y su disposición vincular a la luz de la
experiencia, cosa que uno recoge del relato de algunos de sus pacientes,
quienes conocieron a un Freud que no reflejaba la rigidez técnica que muchos de sus seguidores le
atribuyen.
Atentos a esta
realidad, el acompañamiento formativo de nuestra escuela permite al alumno una
paulatina participación en el acercamiento al paciente. Al principio, desde el
desarrollo de entrevistas, de anamnesis, de la posibilidad de ensayar la comprensión
clínica básica y de la configuración dinámica de la trama de su organización. A la par, el terapeuta en formación va
ensayando la mirada respecto a sus vivencias con el paciente, la observación de
la transferencia y la contra-transferencia.
Este material se supervisa permanentemente en ateneos y presentaciones a
partir del primer año.
Luego, con la
anuencia del supervisor, la opinión de los profesores y teniendo muy en cuenta
el “timing” personal, el alumno empieza a recibir pacientes en supervisión, en
número y gradiente de complejidad, de acuerdo al desarrollo de sus capacidades
y talentos.
Toda la formación,
alumno por alumno, es seguida por todo el staff de profesores, contando, además,
con un sistema de tutoría que se encarga de intermediar la mirada institucional
con el devenir de la formación.
En los últimos años
se cambió el sistema de exámenes, integrando una forma oral basada en la
revisión, por parte del alumno, de un material clínico que previamente se le ha
entregado. Se busca dialogar con él sobre los aspectos clínicos, técnicos y
metapsicológicos que el caso pueda sugerir. Tratamos, así, de observar el nivel
de integración de los conocimientos, tanto como del enriquecimiento de las
posibilidades de pensar analíticamente. Luego del examen formal, los alumnos
revisan el material de manera extensiva en el espacio de clases.
En suma, lo que tratamos
que prevalezca al final de la formación es que nuestros alumnos tomen
conciencia de que se han involucrado en una formación sin tiempo, con libertad
de adherir a cualquiera de nuestras tendencias, pero con el rigor que nuestro
espíritu exige: se trata de ayudar a nuestros pacientes más que de encorsetarlos
en una visión teórica. El gran reto es seguir aprendiendo y creciendo en cada
emprendimiento terapéutico, nunca dar nada por sabido y estar siempre dispuesto
a sorprendernos con un nuevo saber, provenga de donde provenga.
1 comentario:
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