Sociedad Peruana de Psicoterapia, 1975
Introducción
Me brinda íntima satisfacción el que nuestra Sociedad Peruana de Psicoterapia haya considerado, dentro de su calendario de actividades científicas, la exposición de mi trabajo “A propósito de un “acting-out” en la psicoterapia de una pareja”; satisfacción que incrementa sus dimensiones por cuanto constituye el reconocimiento de mi identidad profesional y ubicación en el seno de la institución.
En los albores del quehacer de psicoterapeuta, cuando la avidez de conocimiento inquieta y empuja a la búsqueda de alimento, qué delicioso manjar se nos antoja aquel ofrecido en cualquier sesión, en forma a veces tan inesperada, por aquellos grandes maestros que son nuestros pacientes.
Es precisamente el tema que voy a desarrollar, producto de una incidencia ilustrativa ocurrida en el transcurso de la terapia de una pareja.
Es mi deseo contagiarlos del entusiasmo que experimenté al recoger la experiencia, a fin de beneficiarnos todos con nuestras opiniones y aportes en general que, a partir del diálogo, se desgranen.
Es, también, un profundo deseo estimular la inquietud comunicativa de nuestros miembros asociados para tratar de regularizar el inestable ciclo de nuestra púber institución y rescatarla de su menopausia precoz.
El caso clínico
Se trata de una pareja que llega a mi consultorio referida por un colega. Se trata de Javier y Esperanza, ambos de 35 años, casados desde hace seis. Tienen tres hijos, de 5, 3 y 2 años de edad, siendo mujer la intermedia. Él es agrónomo y ella normalista.
Deciden consultar a un especialista, luego de que ella iniciara el trámite de divorcio, aduciendo maltrato físico: Javier la golpeó, exasperado, luego de una discusión acerca de por qué ella había tomado un vaso de leche demás.
En estas circunstancias, encontramos dos protagonistas que se introducen en la trama: el abogado, que les sugiere la consulta terapéutica y la resolución de sus diferencias; y, la madre, quien insta a su hija a que se separe, llegando a ofrecerle un departamento si se divorcia.
Cabe anotar aquí que la madre de Esperanza encuentra a Javier parecido a su ex esposo, de quien ella se divorció hace alrededor de 25 años, sin volver a contraer nupcias.
En el momento de la entrevista, Esperanza se ha separado de Javier y se encuentra viviendo con sus hijos en casa de su madre.
Notamos que, si bien tienen mucha dificultad de comunicación entre sí, los anima más la búsqueda del otro que la separación. Esto es más evidente en Javier; Esperanza se muestra temerosa y desconfiada. Vienen ya con una intención definida: tener una psicoterapia de pareja.
Les manifesté mi opinión de que podrían beneficiarse con este proceso. Les propuse reunirnos dos veces por semana, con la condición de que concurran ambos; y, que no se iniciaría la sesión o no se llevaría a cabo de no ser así.
Las sesiones
Desde el inicio se establece un clima de mutuas acusaciones. Abundan, además, las quejas de ella, en relación a un doloroso sentimiento de no poder utilizar ni analizar el material que iba emergiendo.
De este material, se observó, en particular, el reemplazo de la mutua búsqueda de afecto por el tema del dinero, elemento sindicado como el vehículo para la aproximación.
También, era patente el rechazo de ambos hacia cualquier expresión del otro calificable como infantil.
Notamos que ella tiende a hablar mucho. Pese a que “se da cuenta de que no deja hablar a Javier”, relata detalladamente su propio pasado y le es obviamente difícil diferenciar lo esencial de lo secundario.
Cuenta que en la época en que se separaron sus padres, ella era el “correo” de las críticas entre papá y mamá.
Cabe mencionar que se le sindicó como la causante de la separación de sus padres, porque ésta ocurrió luego de que uno de sus tres hermanos (por parte de padre) se quejó de que Esperanza lo fastidiaba mucho (por el tema de la enamorada que él tenía entonces).
Luego del divorcio, el padre se quedó en la provincia donde vivían, en Tumbes, mientras que la madre, orgullosa terrateniente, se negó a recibir ayuda alguna de él y se vino a vivir a la capital con su única hija, Esperanza.
Desde entonces, la comunicación entre padre e hija es prácticamente nula. Un cerco, formado por la madre y las tías maternas, impiden que Esperanza y su padre vuelvan a verse, hasta que ocurre el incidente que vamos a revisar.
Luego de la segunda sesión, ellos se encuentran furtivamente. Evitan que la mamá de Esperanza se entere de que se ven. Esto constituye una gran preocupación para ella, quien luego se enteraría, con rabia, que una amiga suya llamó por teléfono para delatarla.
Esa vez, bebieron cerveza y se fueron a la cama. Las relaciones sexuales que mantuvieron en estas circunstancias fueron sentidas por Javier como gratificantes, mientras que ella no expresó lo mismo, señalando que, en todo momento estuvo preocupada porque “los niños podían entrar”.
¿Qué ocurrió? Esperanza ha podido escapar del cerco físico, ha eludido a su madre externa, pero el cerco interno y la madre interna le originan intensos sentimientos de culpa y no le permiten que tenga relaciones con Javier-padre.
Es claro que ella no es consciente de esta situación. Encuentra una explicación –racionalización- en que los niños pueden entrar. No le fue fácil tampoco hacerlo consciente luego de que se interpretaron en la sesión los elementos en juego.
Anotamos que, a estos intentos de aproximación suceden en forman inmediata los alejamientos. Esta es otra pauta claramente definida y que les es sumamente difícil controlar.
Cuando, en el curso de las sesiones, Javier hace elaboraciones o comienza a sacar conclusiones, a analizar aspectos de la relación entre ellos, Esperanza tiende a confundirse y a angustiarse. Siente que no puede hacer otro tanto y se ve en dificultades para ir más allá del relato. Su angustia la lleva a extenderlo y, la sensación de no poder analizarlo o integrar las interpretaciones y confrontaciones que se le hacen la angustia aún más, volviendo al sistema. Es un círculo vicioso tan difícil de romper como la represión que subyace.
El “acting-out”
En la sesión Nº 19, Javier saca unos papeles y, de uno de ellos, lee una lista de la mayoría de los puntos vistos hasta entonces en las sesiones. Le propone a Esperanza unirse para resolverlos… “Creo que juntos podríamos…”
Ella se muestra inicialmente desconfiada, temerosa de religarse con él. Duda de su cambio de actitud: “En cualquier momento volverá a ser el mismo de antes…” Sin embargo, al promediar la sesión, se la nota más abierta al diálogo; reconoce su desconfianza y siente que ésta es el gran obstáculo en la terapia.
Minutos antes de terminar la reunión, Javier expresa su deseo de leer “algo muy interesante”, que tiene escrito en otro papel. Nos mira, asentimos en silencio y le escuchamos lo siguiente:
Ausencia
Dicen que la muerte se parece a la ausencia
Imagen que se pierde en el tiempo enterrada
Sólo queda el recuerdo del perfume, en esencia
Y la voz es tan sólo un sonido que calla
Los colores se agotan y el amor ya no es nada
Una llama que no arde, una risa que fue
Tantos soles alumbran en la noche estrellada
Pero el día no es
Y buscarse y no hallarse por doquier que uno vaya
Y encontrar sólo acaso realidad del ayer
Que viene y se aleja, como la ola en la playa
Realidad que se pierde, escondida en la bruma
Y que está y no es
Podemos ver que Esperanza se encuentra sorprendida. Se la ve pensativa e inquieta por precisar el origen del poema. Pregunta si lo ha escrito él: “¿No lo has hecho tú, verdad?” “Creo que lo he leído en algún libro…” Propone un autor sin éxito. Javier mantiene el enigma. Dice: “Sólo quería leerlo aquí. Me pareció interesante”.
En estas circunstancias, concluye la sesión; y, mientras él sigue enigmático, ella mantiene una actitud de ausencia, tratando de recordar. “Ya lo veremos en la siguiente”, dice Javier.
A la siguiente sesión, ella, sin avisar, no asiste. Nos deja esperándola, frustrando la reunión y originando inquietud, particularmente en Javier, quien permaneció hasta el final en la sala de espera.
La siguiente vez, no viene ninguno de los dos. Temprano, Javier ha dejado un papel en el que pide disculpas por no poder asistir. Esperanza ha viajado a Tumbes, por razones que más adelante me explicarían.
Cuando volvemos a reunirnos, ella se muestra muy entusiasmada por su reciente viaje. Comenta algunos incidentes, como que le robaron la cartera en el hotel, etc. Luego, nos dice que fue a buscar a su padre, encontrándolo en la calle frente a su casa. Ella lo reconoció fácilmente mientras que él no. Entre ellos se desarrolla un diálogo que es aproximadamente como el que sigue:
Esperanza: ¿Se acuerda de mi?
Papá (dubitativo): No
Esperanza: ¡Qué ingrato! Si yo he sido su novia. ¿Puedo darle un beso?
Papá (siempre dudoso): Sí
Esperanza: ¿Puedo darle otro beso?
Luego de este jugueteo, ella se identifica, originando más sorpresa y expresiones de alegría.
Papá la invita a su casa. Allí, ella encuentra un clima de armonía; y, pronto, con el cordial recibimiento de la actual esposa de su papá, la abandonan sus temores de ser rechazada.
Comenta que conoció a sus hermanas menores, recogiendo de ellas que desean seguir estudios de Filosofía.
Todo esto es relatado con mucha emoción y, cuando parece haber concluido, Javier dice: “¿Se acuerdan del poema que leí en la última sesión?” Volviéndose hacia ella, le pregunta: “¿Te acuerdas que no podías recordar en dónde lo habías leído?... Pues, lo saqué de aquí.” Javier saca un álbum de autógrafos envejecido y ella se torna bruscamente sorprendida, casi con estupor, y balbucea: “Mi álbum…”
Javier abre la primera página y lee nuevamente el poema, agregando esta vez la dedicatoria: “Para mi querida hija Esperanza, con toda mi alma”. Fechado el 13 de marzo de 1952, en Tumbes. La sesión se estaba desarrollando un 18 de marzo.
Agrega Javier: “Después de la sesión anterior, Esperanza estuvo muy nerviosa, bastante inquieta. Se le ocurrió que quería ir a ver a su padre y no paró hasta lograrlo.”
Ella, con la sorpresa aún pintada en el rostro, comenta: “Sí, pues. ¡No sé por qué pero me vinieron unas ganas de ir a ver a mi padre! No tenía la plata para viajar pero le cobré a este señor…” (Explica cómo consiguió el dinero, cobrando deudas) y dice: “El hecho es que, al final, me salí con mi gusto”.
Esperanza se queda pensativa y lentamente va diciendo: “Pero yo siempre creí que eso se lo escribía mi papá a mi mamá…”
Reacciona de pronto de su ensimismamiento y dice: “¡Ah… debe ser por eso que me vino esa angustia esa vez que escuchábamos ‘El Mar’, de Debussy!”
Interpretación del “acting-out” e incidencias inmediatas
Este material nos permitió demostrar la tremenda fuerza de sus contenidos inconscientes reprimidos y cómo, al no poder encontrar un espacio mental donde trabajarlos, ante la imposibilidad de experimentar el afecto ligado a la vivencia pasada dentro del ámbito de las sesiones, encuentra como única solución el actuarlo; tal vez como único medio a su alcance para permitirnos acceder a esta área de su mundo.
La actuación del marido y el efecto originado, recuerdan lo señalado por Rickman , respecto al ejercicio del “citar”. La cita, según él, permite a quien la emplea, colocarse detrás del que se ha citado, tomar distancia, sentir un menor compromiso personal con lo dicho (“esto lo dijo fulano”)… Dice Rickman que tal vez la primera cita la hizo el hijo en la horda, cuando, en su afán de ganar los favores de la hembra-madre, trataba de imitar los andares y los sonidos guturales del padre.
Javier cita al padre, se disfraza de padre. Esperanza corre del hermano incestuoso y va a refugiarse en los brazos de papá, quien la protegerá. Juega con él a “la noviecita virgen”. Sin embargo, siempre se evidencia la intención latente; ésta emerge bajo la apariencia de un temor a no ser aceptada por la esposa de papá. Opta por una solución: identificarse con las hijas queridas de papá (Esperanza ha decidido estudiar Filosofía).
Ante las interpretaciones propuestas, notamos casi de inmediato que el encuadre se torna intolerable para Esperanza. Intenta excluir a Javier, pidiendo una cita a solas y, al ser interpretada en su nuevo intento de separar a la pareja, sus asociaciones se pueblan de otros contenidos reprimidos.
Recuerda su gran temor infantil por el diablo, los sueños terroríficos en los que se veía mirando un álbum de fotografías y, de pronto, una de ellas se convertía en la foto del diablo… imágenes y angustias que controlaba persignándose e imaginando una Virgen protectora… Cuenta cómo todo eso desapareció cuando le regalaron la medalla de una virgencita.
En la Transferencia
Notamos que ella se siente relegada, excluida por la pareja Javier-terapeuta. Esto le suscita intensos sentimientos de celos y envidia. Intenta quebrar nuestra relación (con su ausencia impide que me reúna con Javier). Fuga luego donde su padre, negándose a reconocer la posibilidad de la imagen paterna en su marido. Lo toma como “el que no es” y va en busca del “verdadero”.
Por otro lado, el que Javier proponga ideas, tareas, la hace vivenciar penosamente su dificultad de hacer otro tanto. De esta manera instrumenta su cura, no por el lado del trabajo cognoscitivo sino a través de la actuación.
Esperanza huye de la revivencia transferencial. Por la interferencia que esta misma implica, va al encuentro del cariño de papá, “lejos” de sus celos y envidia y de sus temores por la agresión proyectada. Lejos, además, de sus pulsiones homosexuales, que la empujan a los brazos de mamá.
En su Relación de Pareja
Ella intenta acercarse al esposo-padre, pero se ve inmediatamente interferida por sentimientos de culpa de naturaleza edípica, que adquieren dimensiones persecutorias, originando la ruptura.
Esta situación es estimulada por la madre, quien facilita su fantasía de separar a los padres, no permitiendo la experiencia reparativa de esta situación en el terreno del matrimonio de Esperanza con Javier.
Es la misma madre quien propone el esquema “hay que relacionarse sólo con las mujeres…”, “mamita te protegerá de esos demonios que son los hombres”, constituyéndose, de esta manera, también, en la diabólica guardiana que impide su aproximación al “diablo”.
Es éste el principal obstáculo a vencer: “¡la guardiana!” Ella queda totalmente de lado cuando se devela el engaño, cuando el poema demuestra lo que en realidad vive y siente, con la misma magnitud del pasado, la añoranza por su padre y la expresión del cariño de éste hacia ella. Es un poema que clama por el encuentro, cargado de añoranza por la relación feliz. ¿Es diabólico? ¡No!
¡Qué confusión debe haberse creado en Esperanza en ese momento. ¿Quién es el diablo, entonces? ¿Es que la Virgen no es santa? ¿Es que el hombre no es diabólico? ¡Qué confusión! ¿Qué hacer? El cariño está allá… el rencor acá. El llamado es muy fuerte… Hay que ir… No hay que pensar… Hay que volver a verlo… No importa cómo ni cuantos obstáculos se deban vencer… Tiene que ser lo más pronto posible… Para mañana ya habrá pasado mucho tiempo… ¡hoy mismo!… ¡Papá!
Pero no fueron palabras las que surgieron, tan sólo la acción irracional.
Esta historia es comparable a muchas otras que hayamos podido leer o escuchar. Pero, coincidimos con Max Hernández en que la fuerza inconsciente de su búsqueda, que la lleva al encuentro de la realidad de su pasado, se parece mucho a lo que le ocurrió al profesor Canella y que tan lúcidamente analiza José Carlos Mariátegui en su obra “La novela y la vida”, en la que narra las peripecias del protagonista en la búsqueda de su pasado.
No sabríamos decir si lo que sucedió hubiera ocurrido igual de no mediar la psicoterapia. ¿Qué hubiera pasado si Javier hubiera leído el poema en otras circunstancias?... Tal vez lo mismo. El hecho es que ocurrió en la terapia y en circunstancias que inferimos están vinculadas con su situación primaria, una relación transferencial que la ubica nuevamente como la tercera excluida.
Lo que hizo Esperanza, luego de aquella sesión en que se leyó el poema, y que hemos tratado de reconstruir hoy, lo conocemos en la literatura psicoanalítica como un “acting out”. Al menos, reúne todas sus características: surge en la psicoterapia, es totalmente ajena al móvil aparente, es una acción impulsiva, irracional, incontenible, reproduce claramente la búsqueda de una gratificación infantil, tiene lugar fuera del contexto de las sesiones, en donde le resulta imposible hacerlo y en donde el recuerdo no emerge de forma consciente.
Aspectos teóricos acerca del “acting-out”
En primer lugar, vemos que Freud, en su obra “Recuerdo, Repetición y Elaboración” (1914) , señala una íntima relación entre “resistencia” y “acting-out” (agieren), sugiriendo que en la transferencia hostil o muy intensa el recuerdo es sustituido por la repetición y, desde ese punto de vista, los “acting-outs” van marcando las resistencias.
Freud propone, en este escrito, que una de las formas de controlar estos acontecimientos “indeseables”, es a través del compromiso por parte del paciente de no tomar decisiones trascendentales (matrimonio, elección de profesión, etc.) mientras dure el tratamiento. El manejo de la transferencia servirá para refrenar la obsesión repetidora. Convirtiéndola en motivo para recordar, la hace inofensiva y “hasta útil”. Vemos como Freud, en ese entonces, concibe el “acting-out” como algo peligroso y difícilmente útil.
Recogemos de aquí, también, que Freud no distingue mayormente entre “acting-out” y repetición. Por tanto, tampoco se distinguiría claramente del concepto de “transferencia” en tanto repetición.
La concepción del “acting-out”, a partir de entonces, lo mismo que conceptos como el de transferencia, contratransferencia, resistencia, etc., han sufrido modificaciones. Pero, a criterio de quienes han revisado la evolución del concepto, es éste particularmente el que, al ampliarse en sus alcances, se presta más a confusión.
Y esta confusión parece haberse hecho sentir, al punto de que en el Congreso Internacional de Psicoanálisis, realizado en Copenhague en 1967, el “acting-out” fue el tema de su principal simposio.
Allí, Anna Freud examina la evolución del término y vincula el cambio con el enriquecimiento de la teoría y técnica psicoanalíticas. Revisa, en particular, el mayor énfasis en las etapas más tempranas del desarrollo, el mayor interés en el yo y sus funciones operativas y, además, el que se haya incluido a la agresión en la teoría de los instintos, emoción que está más ligada a la acción que al pensamiento.
Relaciona, también, el problema conceptual con el alcance ampliado del psicoanálisis, el cual, del tratamiento de pacientes neuróticos llega hoy al de pacientes psicóticos, adictos, delincuentes, adolescentes y niños, en quienes la actuación es la pauta de conducta habitual.
Ella trata de recatar el término “acting-out” de su uso frecuente, en relación a lo que el paciente hace fuera de la sesión, buscando incluir las ocurrencias de la transferencia que se dan en la sesión, frente al terapeuta.
En suma, encuentra dos tipos de “acting-out”: el “acting-out” propiamente dicho, relacionado con el quehacer analítico; y, los otros “acting-outs”, como conducta impulsiva, no relacionada con el análisis.
El Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis , en su primera edición, de 1971, define el término en su sentido más amplio, es decir, como la expresión de un impulso en términos de acción, diferenciable de la conducta y de las motivaciones habituales; situación que, cuando ocurre en el análisis (dentro o fuera del contexto), estaría relacionada con la transferencia y, en ese sentido, muy frecuentemente como un intento de desconocerla.
Sandler, Dare y Holder, en su obra “El Paciente y el Analista” , publicada en 1973, luego de revisar el concepto de “acting-out” en numerosos autores, concluyen que el concepto ha sido utilizado hasta entonces en dos sentidos:
A) “Para describir ciertos fenómenos del comportamiento que surgen en el curso del análisis y son consecuencia del tratamiento.” El concepto se refiere a contenidos mentales que buscan su camino a la superficie, como resultado de haber sido revividos en el tratamiento analítico. Tales contenidos son actuados más que recordados. En su sentido original, el término es usado para denominar tanto lo que ocurra fuera como dentro de la sesión analítica.
B) “Para describir modos habituales de la acción y conducta que son consecuencia de la personalidad y patología.” En este caso, están más relacionados con el tipo de sujeto que con el tratamiento. Lo que repiten son situaciones infantiles, buscando resolver el conflicto en el contexto espacial.
Sin embargo, no se abarca en esta división la totalidad de circunstancias a las que se vincula el término, por ejemplo, en otro tipo de terapia. En su revisión, Sandler encuentra una tendencia actual al uso del “acting-out” en su dimensión inicial, a la vez que lo considera, no como un acontecer indeseable sino como una forma especial de comunicación.
Nos dice que este cambio de sentido, también, ha ocurrido con otros conceptos psicoanalíticos, por ejemplo, con el de “transferencia”. Ahora ya no se ve a la transferencia exclusivamente como resistencia. En este sentido, cita a Limantani, quien ejemplifica esto con el caso del paciente que va a su sesión el día domingo.
Con todo lo revisado hasta aquí, volviendo al caso que les he presentado, verificamos que éste reúne todas las características de un “acting-out”, del tipo que Anna Freud trata de señalar como el propiamente dicho y que, al igual que Sandler, vincula con el quehacer psicoterapéutico, con aquello que es actuado antes que recordado conscientemente.
¿Por qué ocurrió?... A mi entender, surge en un momento en que la paciente no encuentra un terreno interno, cognitivo u onírico, en donde resolver la conflictiva inconsciente tradicionalmente reprimida, que comienza a ser removida por la presión de la psicoterapia. Además, al sentir que su pareja asimila más del proceso, recurre al modelo de la dramatización, a la actuación, como una forma de contribuir a su terapia, abogando, de esta manera, por una parte suya que busca reparar y religar a sus padres internos, volver con su esposo, venciendo, además, los obstáculos que impiden su manejo yoico y buscando un mejor funcionamiento dentro del proceso secundario.
Esta experiencia me hace meditar sobre la existencia de dos tipos de “acting-out”, en relación al “acting-out” vinculado al proceso psicoterapéutico.
A) Aquel modelo de “acting-out” básicamente orientado a la destrucción del proceso y a la no resolución del problema. Se daría en personas con un predominio de las pulsiones tanáticas, que generalmente no soportan la mejoría ni el vínculo y que tienen mucha carga paranoide y tendencia a la autodestrucción.
B) El otro modelo estaría auspiciado por el eros y el deseo de superar el conflicto. Aboga por el encuentro y tiende a vencer los obstáculos que se oponen a éste.
Creo que podríamos ubicar el “acting-out” de mi paciente en el segundo caso. Encuentro su intención básicamente positiva. Es un intento de vencer la represión y las pulsiones destructivas que coexisten en ella. De esta manera, trata de aproximarse al contenido negado en su evocación.
Quiero finalizar mi presentación mirando hacia adelante. En este caso, ¿qué ocurrirá? Es difícil decirlo. Sabemos que no basta con la interpretación del contenido. Hemos comprobado, también, que, luego de hacerlo, lejos de sobrevenir la mejoría, aparecen nuevas y más intensas resistencias, que sólo se resolverán por el proceso de translaboración (“working through”). Esta necesidad ya la señaló Freud hace mucho. Por ahora, tratemos de hacer elaboraciones respecto a este material. Os invito a hacerlo.
Bibliografía
Rickman, John... On Quotations. En: Selected Contributions to Psychoanalysis. London, Hogarth Press, 1957.
Freud, Sigmund... Obras completas en 3 tomos. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 1948.
Laplanche, J. ... Pontalis, J.B. ... Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona, Editorial Labor, 1971.
Sandler... Dare... Holder... El paciente y el analista. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1973.
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