Voy a abordar el tema desde una perspectiva particular y compleja, en la cual incluiré una visión básica de la teoría psicoanalítica, de la praxis psicoterapéutica y un esfuerzo de integración de nociones provenientes de las neurociencias.
Aparentemente fue Joseph Sandler el primero en utilizar el término “enactment” , refiriéndose al hecho de que el paciente “arrastra” al analista a conductas que le permiten actualizar una cierta relación de objeto, siendo que éste último responde, en acción espontánea, a estas demandas inconscientes, de origen primitivo, que requieren de una particular expresión vincular en el contexto del análisis. Según Moreno, para Sandler, “haga lo que haga, el analista siempre actúa”.
Agrega Moreno que: “Esto que ocurre durante la sesión, puede ser de índole muy variada, pero con la característica general de que algo que se dice o se hace, y algo que se responde, ambos de forma espontánea y fuera de lo pensado, irrumpen en el marco del diálogo analítico sorprendiendo y cambiando el estilo habitual; puede ser breve o más largo y, después, al recuperarse el intercambio de siempre, debe ser comprendido como una puesta en acto de una escena cuyo argumento no ha estado en la conciencia antes de la acción, y que incumbe directamente al mundo interno del paciente, que inconscientemente ha propuesto ese encuentro y ha arrastrado al analista a jugar ese rol, en el que también está implicado, en mayor o menor medida, su propio mundo interno.”
En un panel, formado por distinguidos psicoanalistas , se discutió el concepto desde este singular enunciado: “El concepto de Enactment. ¿Progreso o moda actual?”. Una de las conclusiones fue que se trataba de un fenómeno por completo inevitable, resultante natural del proceso de intersubjetividad, componente esencial del trabajo en psicoanálisis.
Sin ir a mayores precisiones conceptuales en la definición, trataré de aportar mis propias experiencias y reflexiones alrededor de lo que propongo como un “fenómeno de campo ” propio de las relaciones humanas y su lugar en el proceso terapéutico.
Hace ya muchos años, escribí el artículo “El Cuerpo como Objeto Transicional ” en el que describía la experiencia vivida con una paciente que, al ingresar y al retirarse de la sesión, tenía la necesidad de abrazarme efusivamente mientras murmuraba “abrazos, besos”. Yo correspondía emocionalmente, como quien se reencuentra o se despide de una persona querida.
El espíritu de aquel artículo respira, desde el título, los aromas propuestos por Donald Winnicott en relación a los fenómenos transicionales. Los conceptos de “handling” y “holding” encontraban lugar en un desarrollo que, además, invocaba de manera particular la noción de “presentación del objeto” (la oportunidad de estar allí, en el momento justo) de manera constante.
Habiendo terminado aquel proceso de análisis, hace ya bastante tiempo, podemos decir que la peculiar experiencia terapéutica que compartimos funcionó en ella y se ha mantenido.
Previamente, muy a la manera de lo que ocurre en los fenómenos transicionales, el ritual de contacto físico se fue diluyendo de manera natural. En paralelo, la paciente se fue integrando, encontrando así crecientes posibilidades de regular las desbordantes sensaciones de desestructuración que la habían traído a la consulta.
Siempre la recuerdo con mucho cariño. Me resulta muy grato reencontrarla, cuando la casualidad lo permite, y darnos nuevamente un efusivo abrazo, motivado esta vez por el puro gusto de hacerlo, de saber que está muy bien en la vida y que ahora fluye con soltura, creatividad y una gran seguridad en lo que hace.
He compartido circunstancias diversas de contacto emocional con mis pacientes, a veces simplemente desde formas tonales intensas, enfáticas o alentadoras; otras, con expresiones de afecto o aprecio sincero. En ocasiones, les he permitido tocarme o darnos un abrazo, hacerles una caricia en el pelo, apretar especialmente la mano al despedirnos, cambiar de roles, etc. Siempre, claro, en función de que emergía el gesto espontáneo en el paciente o en mí. Siempre atento al “a posteriori”.
Tengo anécdotas graciosas de sobre-dramatización en momentos muy densos o dramáticos. Les he contado a mis pacientes cosas personales, que asociaba en el momento y que tenían que ver con lo que les estaba pasando.
Hubo un tiempo en que me acompañaba la duda de si estaba haciendo lo correcto. La sensación de transgredir la norma analítica de la abstinencia y la neutralidad movilizaba en mí frecuentes dudas e incertidumbres. Trataba de escribir sobre esto y exponerlo a la opinión de mis colegas. Casi siempre se me respondía que “de eso” no debía hablar, menos aún si tenía en cuenta mi lugar como profesor de técnica.
Es cierto que existía el riesgo de que los colegas jóvenes encontraran en la propuesta una licencia para ignorar la necesidad de contar con una sólida formación antes de abrirse de esta manera a la experiencia con sus pacientes. Ese recaudo sigue vigente. Necesitan saber de los riesgos que supone la cercanía física tanto para el paciente como para el terapeuta. Particularmente si ocurren a destiempo.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y ahora observo que se va poniendo en boga la noción de “enactment” y la “naturaleza interpersonal de la terapia”, por lo que me animo a re-examinar el tema con ustedes a la luz de la licencia de los tiempos.
En mi experiencia personal, salvo excepciones, en la mayoría de los casos el resultado fue que se afianzó la alianza terapéutica, se produjo una mayor apertura o creció el sentimiento de confianza en el vínculo.
En tanto así, esta disposición para con mis pacientes es ahora parte natural de mi trabajo terapéutico: una experiencia humana que requiere de un especial sostenimiento desde esa otra sabiduría que nos surge de manera espontánea, refleja, cuando es necesaria, y que proviene de los registros más profundos de nuestro inconsciente afectivo, desde lo más hondo de nuestra memoria implícita. Creo que nunca como ahora percibo la importancia de la propuesta winnicottiana de dejar lugar para el gesto espontáneo.
En realidad, esto nada tiene de extraño si recordamos que nuestra dupla funcional en el trabajo analítico se da en torno a la asociación libre, en un espacio en el que buscamos que confluyan los inconscientes de terapeuta y paciente; donde surgen, en especial, las emociones desreguladas de los pacientes, dadas las experiencias que les tocó vivir, tanto en la infancia temprana como a lo largo de la vida.
Sobre lo que, quizás, no hemos reflexionado lo suficiente es acerca de qué otras implicancias tiene esta apertura, qué implica.
Observemos algunos detalles. En un proceso terapéutico, cada tanto se presenta un “momento especial”, aquél que relacionamos con el “timing”. Se trata de un momento de especial necesidad sincrónica por parte del otro (paciente o terapeuta) y de una oportunidad para que se genere un fenómeno de activación, algo que se me antoja relacionar con el concepto de impronta. Una vía asociativa es expuesta, activada o reconducida a un punto de accesibilidad sensible, casi siempre rescatada de los circuitos inhibitorios del miedo.
Se trata de una vía que se puede volver a recorrer (o empezar a recorrer) con el alivio de la liberación expresiva, con la posibilidad de sentir plenitud y acogimiento sintónico.
En el contexto de las disposiciones, alguien prestó el aliento (el paciente o el terapeuta), se produjo la chispa y se echó a andar la experiencia. A veces, por primera vez, aquello que era potencial o que estaba trabado en su expresión pudo encontrar un lugar en la comunicación con el otro.
Esto tiene similitud con fenómenos propios de la biología del desarrollo y las neurociencias.
A lo largo de la vida, el ser humano tiene “picos” evolutivos de maduración, marcados por programas biológicos que se entroncan con las circunstancias, con el entorno, que las favorece o las perturba en su expresión. En general, son experiencias que tienen la característica de constituir improntas. Son experiencias que dejan honda huella en la memoria emocional; que, al amparo de la neuroplasticidad, expresan cambios estructurales activando o generando nuevas sinapsis funcionales. Es en estos momentos en que es crucial la presencia sintónica y sincrónica de la madre.
La diada funcional entre la madre y el bebé, indispensable para el desarrollo, es ahora suplida por la diada terapeuta paciente.
Esta cualidad interactiva entre el marcador biológico y su expresión, como resultado del encuentro con el entorno, ha llamado la atención de los investigadores de todas las canteras: biólogos, neurólogos, psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras, etc.
Considero que el concepto de “enactment” va adquiriendo recién su adultez, a la par que el psicoanálisis alcanza una mayor madurez, enriqueciendo su bagaje conceptual a la luz de distintos desarrollos que nos van aportando tanto las neurociencias como la biología del desarrollo, la etología etc.
Cabe tener en cuenta que, en estos últimos años, distintos investigadores han ido comprobando que la fortaleza de un proceso terapéutico estriba en la calidad del vínculo que se logre entre terapeuta y paciente, más allá de la técnica que se emplee. Esto lleva a un primer plano la importancia de la alianza terapéutica. Quizás, la experiencia emocional correctiva propuesta por Alexander, hace tanto tiempo, va en ese sentido.
Comprendo que esto arma un revoltijo en la comprensión y manejo de los complicados conceptos y mecanismos de la transferencia, la contratransferencia y del proceso terapéutico en general.
Poner en primer término la importancia de la alianza terapéutica implica, más que una experiencia “mutativa”, como gustan decir algunos, una experiencia “mutuativa”, si tenemos en cuenta que el cambio se suscita en ambos protagonistas.
Tal vez uno de los primeros en tratar de integrar esta dimensión del vínculo en la terapia fue Ferenczi, en cuyos relatos encontramos lo complicado que puede ser un “enactment” y la necesidad de ser sumamente cuidadoso y delicado en su manejo.
En muchos relatos de colegas, vemos que éstos algunas veces se vieron sorprendidos al encontrarse de pronto en situaciones de este tipo y, con mucha timidez, confiesan que éstas tuvieron relación con giros positivos en el proceso terapéutico. A veces, incluso, las describen como generadoras de un cambio radical en la naturaleza del vínculo de trabajo.
En realidad, en la mayoría de los casos, uno tendría que verse sorprendido si tenemos en cuenta la naturaleza del “enactment”: súbita, fuera de programa y que suscita una respuesta espontánea, no calculada por el terapeuta.
El entendimiento de lo actuado ha ido variando, desde verlo como una resistencia (lo cual habrá de evaluarse en todos los casos) hasta considerarlo como la expresión de un contenido profundamente inconsciente que no encuentra otra forma de expresión y que requiere de una respuesta especialmente sintónica, de una experiencia emocional sincrónica muy precisa, que provenga de lo más profundo de la memoria implícita. Se trata de una respuesta mucho más ligada a nuestro saber biológico primario que intelectivo; es una experiencia de encuentro restitutivo de una falla original, allí donde en algún momento se produjo un desencuentro temprano.
En la fenomenología de la sesión, el paciente incluye, más allá de lo verbal, su propio cuerpo, su fisiología misma, sus emociones inconscientes, a las que el analista corresponderá con resonancia sintónica, en cuyo caso el “enactment” se traduce en la línea descrita. Cabe, también, la posibilidad de una asintonía, una falta de resonancia o, lo que es peor, una respuesta reactiva o de rechazo a la propuesta dinámica del paciente, cosa que, también, lleva a formas de actuación, muchas veces reforzadoras de la situación traumática original.
El origen de la búsqueda desde el paciente y la conexión con el analista provendrá fundamentalmente desde las memorias implícitas, las “no olvidadas” y “no recordables”, ligadas esencialmente a emociones y afectos en sus formas más primarias, cercanas a lo corporal y fisiológico.
Los conceptos de identificación primaria y de identificación proyectiva encuentran espacio en esta fenomenología relacional, dando lugar a fenómenos de campo que eventualmente expresan “enactments”, que tienen la particularidad de constituir puntos de cambio, momentos de giro, que hemos relacionado con la “impronta” de la organización cognitiva primaria.
Suele ser que, a partir de entonces, el paciente encuentra mayores posibilidades para la confianza, para abrirse y fluir en el encuentro terapéutico (y en la vida). El otro, el terapeuta, (esta vez) estuvo allí, respondió a las claves afectivas del mensaje críptico de la emoción coartada, y lo hizo con resonancia e intensidad adecuadas, en una cercanía sostenida esencialmente desde el cerebro emocional (derecho), desde el gesto espontáneo, no pensado, menos aún planificado.
Bibliografía
Alexander, Franz... French, Thomas... Terapéutica psicoanalítica. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1965.
Moreno, Enrique… A propósito del concepto de "enactment". Publicado en la revista nº004 de Aperturas Psicoanalíticas. Revista internacional de Psicoanálisis. 5 de abril del 2000.
1 comentario:
Me gustó mucho el artículo de enactment, especialmente por su "frescura", su claridad y profundidad. La tonalidad afectiva del escrito abre a la consideración del vínculo humano entre analista y paciente. Se desprenden, a mi entender, lineamientos que tienen que ver con lo natural del lugar del analista en vínculo con sus pacientes.
Silvia Muzlera
silviamuzlera@gmail.com
Mendoza - Argentina
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