En: Maestre, Fernando… Morales, Pedro… Péndola, Alberto… Ureta de
Caplansky, Matilde... Cuatro conferencias de psicoterapia psicoanalítica y
psicoanálisis. Lima, Centro de
Psicoterapia Psicoanalítica de Lima, 1998.
La psicoterapia
psicoanalítica plantea desde la base un problema de definición, ya que, en
muchos casos, es empleada como denominación del ejercicio práctico del
psicoanálisis, es decir, como la aplicación terapéutica de sus preceptos
teórico-técnicos; y, en otros casos, como un derivado diferenciable del
psicoanálisis ortodoxo, colocando por delante el objetivo terapéutico, con
metas definidas que pueden llegar al empleo de técnicas breves o focales, según
la necesidad del paciente o sus posibilidades de tiempo, dinero o
circunstancias particulares.
En este
último caso, la comprensión dinámica de la problemática del paciente, es decir,
la teoría de la enfermedad, es la misma que maneja el psicoanálisis y abarca de manera integrada desde las
enseñanzas freudianas hasta los enriquecimientos teóricos provenientes de
autores post freudianos. En general, la
causalidad inconsciente de los problemas actuales, derivada de conflictos
infantiles no resueltos, supone un denominador común.
Aun así, en
los desarrollos post freudianos cobra mayor importancia la diferenciación entre
problemas de origen edípico y aquellos más tempranos o pre-edípicos, tema que
en algún momento Freud reformula en términos de relaciones narcisistas y relaciones
de objeto. Esto, al igual que el factor
de la realidad actual o el de las circunstancias propias del desarrollo de la
sintomatología, cobra una importancia particular a la hora de diseñar la
propuesta terapéutica.
Los
factores del entorno pueden llegar a ser determinantes a la hora de buscar
recursos de equilibrio para sostener una estructura perturbada. En este sentido, la psicoterapia
psicoanalítica tiene una mayor posibilidad que el psicoanálisis de atender
dicha variable.
La
diferenciación entre ambas propuestas terapéuticas se basa en las variables del
manejo de los instrumentos técnicos que propone el ejercicio de la psicoterapia
psicoanalítica. Dichas variables han ido
surgiendo a lo largo de la historia de la aplicación de la técnica psicoanalítica. Al principio, surgen como expresiones de
algún ensayo “transgresivo”, intentando dar cuenta de alguna coyuntura difícil
de resolver de la manera tradicional o, más formalmente, como programas
dirigidos a abreviar el tiempo de duración del proceso.
La
diferenciación se facilita cuando empleamos las denominaciones “psicoanálisis”
y “psicoterapia psicoanalítica” como la forma de definir los argumentos
técnicos comprometidos e implementados en el proceso de la cura.
En el
primer caso, se trata del objetivo psicoanalítico tradicional, conocido como
“ortodoxo”, donde el trámite gira mucho más sobre el eje de la díada
transferencia- contratransferencia y la búsqueda del fenómeno de la regresión y
la generación de la neurosis de transferencia, la que se resolverá
paulatinamente a medida que se elaboren
las resistencias a través de un proceso sin tiempo ni objetivos delimitados. El instrumento por excelencia del método
psicoanalítico es la interpretación. La
intención en el proceso analítico es lograr el “insight”, fenómeno complejo de
integración comprensivo-vivencial acerca de lo que ha originado la
perturbación. Este “insight” requerirá,
a su vez, de un proceso elaborativo que buscará asentarlo en la estructura
misma del sujeto; de ahí la idea de “cambios estructurales”, es decir, “cambios
permanentes” obtenidos como resultado del trabajo psicoanalítico.
La
psicoterapia psicoanalítica, en cambio, abarca más, maneja un universo mayor de
recursos y sus objetivos son variables. Por momentos, el proceso puede llegar a
ser indiferenciable del análisis, en la medida que las posibilidades de trabajo
permitan un mayor abordaje de los contenidos inconscientes y momentos de
regresión favorables al proceso; pero, en general, mantiene su eje en la
búsqueda de la resolución de los problemas propuestos por la sintomatología
emergente. De allí la denominación
antepuesta de “psicoterapia”, que supone una orientación terapéutica “a priori”.
Creo que el
psicoanálisis se aproxima más a la actividad de investigación, donde los
preceptos de neutralidad y abstinencia tratan de garantizar que la aproximación
de los inconscientes de los participantes –paciente y analista- derive en el
logro del “insight” o en el de una creación en el campo, sin que se produzcan
contaminaciones por parte del conductor de la experiencia, ya que la
orientación de la búsqueda en el proceso psicoanalítico está dirigida hacia el
encuentro de la verdad del paciente.
Este encuentro con su verdad tendrá como consecuencia la resolución del
conflicto sobre la base de la mencionada modificación estructural.
Una
diferencia importante surge desde allí y ésta es que en el proceso
psicoterapéutico la búsqueda está más orientada hacia lo que es bueno para el
paciente. Se entiende que esto no
necesariamente supone el encuentro con la verdad. Las más de las veces, se satisface con el logro
del mejor uso del paciente de sus propios recursos para dar cuenta de las
emergencias sintomáticas. La experiencia
de resolución y manejo sintomático
posibilitaría la restauración del equilibrio funcional del yo y, eventualmente,
daría lugar a cambios estructurales. En
ese sentido, por ejemplo, el trabajo elaborativo es mucho más intenso en un
proceso terapéutico de tiempo ilimitado, requiriendo una participación más
activa del psicoterapeuta. También, se
puede apostar a que el proceso elaborativo
se dé “a posteriori” de la
terapia, entendiendo que la recuperación de las capacidades funcionales del yo hacen
posible su enriquecimiento en la experiencia de vida.
Apelando a
las premisas propuestas por Freud, vemos que el psicoanálisis procede por “vía de levare”, es decir, busca que los
contenidos surjan desde las asociaciones del paciente, desde los emergentes de
su inconsciente, procurando no contaminarlos con los contenidos provenientes de
los intereses, fantasías o necesidades del analista.
En el caso
de la psicoterapia, además de la implementación de la medida anteriormente
mencionada, se apela a la “vía de porre”,
es decir, no se restringe la posibilidad de la participación del terapeuta en
la oferta de recursos para resolver la coyuntura. El
terapeuta tiene la posibilidad de funcionar como un yo auxiliar, “prestando”
transitoriamente al paciente la función de la que adolece o que está siendo
interferida, siempre sobre la base de una concienzuda comprensión analítica de
los dinamismos en juego, tanto de sus dificultades como de los recursos con los
que cuenta para resolver la situación.
Esta característica de mayor actividad y participación por parte del
psicoterapeuta trajo consigo la denominación de “técnicas activas” y fue Ferenczi, destacado y predilecto discípulo
de Freud, quien impulsó por primera vez esta manera de trabajar.
Al
principio, Ferenczi contó con el apoyo del padre del psicoanálisis, pero, poco
tiempo después, la sensación peligrosa de desviacionismo llevó a serios
cuestionamientos respecto a su actividad y a una tensa permanencia al interior
de la comunidad psicoanalítica. Tal vez
más adelante podamos volver sobre este creativo autor y el lugar que ocupó en
los albores de las modificaciones de la técnica que llevaron hacia la
psicoterapia psicoanalítica.
Otros
autores –por experiencia propia o por procesos de investigación similares- han
llegado a parecidas conclusiones. Es el
caso de Franz Alexander, al frente de la Escuela de Chicago, a fines de la
década de los 30.
Tratando de
precisar aún más los conceptos que estamos empleando, enfatizamos que
psicoterapia es toda actividad que, utilizando recursos psicológicos y a través
de la comunicación verbal, trata de resolver los problemas de origen psíquico
de una persona “X”, que solicita tal intervención.
En el caso
de la psicoterapia psicoanalítica, dicha actividad se ampara en la comprensión
teórica a que diera origen Sigmund Freud: nombre y apellido se conjugan en una
identidad técnica diferenciable. Remarco
el detalle de “diferenciable” porque detrás de esta diferenciación hay una
larga historia de deslindes, que parten del interior del psicoanálisis y que,
posteriormente, asientan en los mismos psicoterapeutas. Algunas veces la tendencia es a borrar las
diferencias mientras que en otras ocasiones se trata de remarcarlas tanto que
se les niega la filiación o el parentesco.
Una
comprensión válida de la situación sería la de una familia de músicos clásicos
en la que se “excomulgara” a un hijo por tocar jazz por considerar que “eso no
es música”. Sobre este tema se extiende ampliamente R. Wallerstein en su
trabajo sobre psicoterapia y psicoanálisis, publicado en su versión castellana
en el Libro Anual de Psicoanálisis del año 1989[1]. Allí, el autor hace una revisión amplia de la
posición del psicoanálisis respecto a la psicoterapia psicoanalítica. Nos muestra, en su concienzudo trabajo, una
evolución que parte de un rechazo inicial de la idea de “analítica” en
cualquier actividad que no corresponda a la aplicación de los preceptos
técnicos del psicoanálisis.
En ese
entonces, la actividad psicoterapéutica, es decir, la actividad tendiente a la
resolución sintomática o puntual de la problemática de un paciente era vista
como una “vulgar sugestión”. De esta
época, heredamos una frase de Freud en la que se expresa claramente la visión
de la actividad psicoterapéutica frente al psicoanálisis. Dice: “… es muy probable que en la aplicación
de nuestra terapia a las masas nos veamos precisados a alear el oro puro del
análisis con el cobre de la sugestión directa…[2]
A comienzos
de la década del 50 se debate entre los más destacados psicoanalistas acerca del
problema de las diferencias y prevalece la posición de mantener las diferencias
sobre la base del cumplimiento o no de las premisas del psicoanálisis clásico.
Una nueva
revisión de este tema se produce a fines de la década del 60. Singularmente, concurren a ella algunos de
los que participaron en la discusión anterior, mostrando una sustancial
variación de sus puntos de vista. Se
aprecia, en este momento, una fuerte corriente tendiente a borrar las
diferencias. La psicoterapia
psicoanalítica sería la práctica del analista que, en tanto emplea los
fundamentos de la teoría y la técnica psicoanalíticas,
seguiría practicando el psicoanálisis, más allá de las variables de frecuencia
y profundidad del trabajo.
Junto con
su revisión histórica -y apoyado en una investigación de la Clínica
Menninger- Wallerstein[3]
plantea reflexiones valiosísimas sobre la validez de seguir sosteniendo la idea
de que el logro de cambios estructurales (es decir, permanentes) sólo es
posible mediante la aplicación de la técnica psicoanalítica clásica.
De manera
concluyente, Wallerstein encuentra argumentos para validar las intervenciones
propiamente terapéuticas que, en su exposición en este artículo, centra
alrededor de las intervenciones tipo “apoyo” y encuentra que pueden
considerarse, también, como generadoras de cambios estructurales. Señala que, inclusive, es posible que muchos
de los logros terapéuticos del psicoanálisis clásico se deban a intervenciones
de tipo “apoyo” por parte del psicoanalista. Wallerstein ha sido presidente de
la IPA; es un vocero calificado al interior del psicoanálisis y las
investigaciones en las que basa su opinión provienen del seguimiento de un
grupo de 45 pacientes tratados con psicoanálisis y con psicoterapia analítica,
observando la permanencia de los logros terapéuticos a lo largo de 30 años.
En mi
experiencia personal, recuerdo el trabajo que realizara hace muchos años con un
paciente de raza negra en mi época de residente de psiquiatría. Era un paciente catalogado como difícil.
Nadie lo quería tomar a su cargo por su naturaleza sociopática y su tendencia a
manipular con amenazas. Había sido
internado por ingesta compulsiva de alcohol y raptos agresivo-destructivos, en
los que muchas veces se había enfrentado a la policía. Recientemente, había incendiado la precaria
vivienda que compartía con su mujer. Sus
hijos estaban en trámite de ser internados en el puericultorio, ya que ni él ni
su mujer significaban una garantía para su sostenimiento moral ni
económico. La terapia que emprendimos
durante su hospitalización consistió en reforzar los aspectos positivos de su
funcionamiento yoico en la relación con los demás. Por ejemplo, pude observar que ayudaba al
enfermero a mantener el orden en la sala.
Mi
acercamiento hacia él fue de lo más horizontal y sincero, procurando no caer en
el lugar de representante superyoico, estructura con la que vivía enfrentado
defensivamente. Creo que en algo ayudó,
también, mi experiencia de muchacho de barrio.
Esto me permitía una cercanía empática y, aún más, cierta estima
personal traducida en confianza en él.
Digamos que, con alguna ingenuidad de principiante, creía en él, creía
en que podía salir de todo eso.
Al
finalizar el internamiento, lo ayudé a conseguir trabajo y, por un tiempo, lo
recibí en los consultorios externos del entonces Hospital Obrero de Lima (hoy
“Almenara”).
En una
conversación posterior a su alta en el consultorio, me llegó a decir: “Usted me
ha jodido, doctor. Usted me ha enseñado
que el camino es por acá y ya no puedo hacer como antes, que todo lo con
tragos y a patadas. El problema es que yo estoy acá (señala un punto
intermedio) y no termino de hacerlo como debiera y ya no lo puedo hacer como
antes. Me ha jodido, doctor…”
Más o menos
diez años después, lo vi por la calle y paré para saludarlo. Tenía, también, mucha curiosidad de saber
cómo le había ido. Me contó que no había
recaído, que conservaba el trabajo que le ayudé a conseguir y que me había
buscado muchas veces en el hospital para agradecerme.
No lo había
mencionado antes, pero se trataba de un paciente con tercero de primaria; un
albañil sin trabajo estable, debido a constantes problemas con los jefes. Dada su tendencia anterior al uso de las
personas, me ha parecido importante registrar el gesto de su gratitud como algo
totalmente nuevo y estable en él (se entiende que no me pidió nada, que sólo me
dio las gracias).
La política
de trabajo que llevamos adelante fue fundamentalmente la de una atenuación de
sus estructuras superyoicas y un reforzamiento de sus capacidades yoicas,
además del reconocimiento de un trasfondo escondido, en donde su bondad se
protegía de los riesgos a los que él solía someter a sus seres queridos. Todo
esto se dio dentro de un marco de trabajo de psicoterapia “dinámica”, que es la
que se impartía en la formación propugnada por el Dr. Carlos Alberto Seguín en
ese entonces, y que no es otra que la que se funda en los principios que
estamos examinando.
Es en esta
disciplina en la que nos vamos a formar en un sentido más amplio. Los alumnos
de esta Escuela egresarán como psicoterapeutas psicoanalíticamente orientados y
no como “psicoanalistas”. La aclaración
es pertinente dado que en diferentes oportunidades se han generado confusiones
en los egresados, tanto por nuestra falta de precisión de los objetivos de la
formación como por problemas derivados de identificaciones no procesadas con
quienes impartimos las clases en la institución o con aquellos con los que
desarrollan sus procesos personales de análisis o supervisión. Es evidente que se presta a confusión llevar
prácticamente todos los cursos para la formación como analistas para, al final,
ser psicoterapeutas.
Como
mencionáramos anteriormente, la orientación que imprimimos en la formación como
psicoterapeutas en esta Escuela es de base analítica. Por tal motivo, mantenemos a lo largo de los
estudios una lectura constante de la dinámica grupal de la institución así como
de los diferentes grupos que la componen. Dicha mirada toca tanto a los alumnos
como a los profesores y directivos. La idea es tratar de mantener la vigencia
del funcionamiento en el nivel de un grupo capaz de cumplir sus objetivos sin
las interferencias propias de los momentos de regresión que se dan en cualquier
grupo. Especial atención dedicamos a las
interferencias que se dan alrededor de las clases, ya que una demanda oral
excesiva puede generar perturbadoras sensaciones de frustración y movilizar
reacciones de resistencia pasivo-vengativa, así como momentos de predominio de
fantasías persecutorias al interior del grupo, bloqueando la posibilidad de
pensar en conjunto.
En algunas
oportunidades, se ha visto la necesidad de rescatar a algún miembro, alumno o
profesor, de la condición de “chivo expiatorio”, al generarse una complicada
dinámica tendiente a negar en el resto la necesidad de observar algún
contenido.
En fin,
podríamos citar infinidad de circunstancias por las que hemos pasado en relación
al entorno mismo de la Escuela, que nos llevan al más absoluto convencimiento
de su aporte positivo al desarrollo tanto grupal como institucional. Creo que esta manera de funcionar tiene una
relación directa con la formación habida por algunos de nosotros en la Escuela
del Dr. Seguín.
Es momento
de retomar la línea de la referencia histórica del desarrollo de la
psicoterapia psicoanalítica, esta vez en lo que corresponde a nuestro
medio. Es interesante mencionar que uno
de los primeros en tomar contacto con las ideas de Freud en Latinoamérica fue
Honorio Delgado, un connotado psiquiatra peruano. Él conoció la obra freudiana en la segunda
década de este siglo y se entusiasmó con su lectura al punto de ponerla en
práctica, de manera bastante singular, durante alrededor de diez años, con
pacientes tanto neuróticos como psicóticos.
Este primer
encantamiento de Delgado deriva posteriormente en un total desencanto y hasta
en una reactividad, que lo lleva a oponerse a todo lo que fuera analítico. Dado el destacado lugar que ocupaba en la
psiquiatría peruana, su influencia se hizo sentir de manera que se abrió una
brecha, un vacío, en el desarrollo local de las lecturas analíticas hasta que,
a comienzos de la década de 1940, el Dr. Carlos Alberto Seguín (sobrino de
Honorio Delgado) tomó a su cargo el servicio de psiquiatría del Hospital Obrero
de Lima, actual Hospital Almenara de la Seguridad Social del Perú.
El Dr.
Seguín se formó como médico en la Argentina. Observamos que, siendo aún
estudiante, publicó un “Tratado de Farmacología y Terapéutica”, que mantuvo
vigencia hasta muchos años después. En
1940, imbuido por sus lecturas psicoanalíticas, publicó su segundo libro, que
se tituló “Freud, un gran explorador del alma”.
Dos años después viajó a los
Estados Unidos de Norteamérica, donde recibió un entrenamiento en psiquiatría
dinámica. En ese mismo periplo formativo se interesó por la medicina
psicosomática y pasó por un período formativo en el Instituto Psicoanalítico de
Nueva York.
A lo largo
de los años, Seguín fue enriqueciendo su base formativa acercándose a otras
disciplinas, como la psicoterapia de grupo, la comunidad terapéutica, el
psicodrama, etc. Como docente, introdujo
en la Facultad de Medicina de San Fernando un sistema de trabajo con grupos operativos,
cuya finalidad era aproximar al futuro médico a la persona aquejada por la
enfermedad y a tomar contacto con las ansiedades propias de la formación
médica.
Prácticamente
todas las corrientes dinámicas hoy en boga en nuestro país fueron propugnadas
por este brillante maestro, quien, si bien tuvo sus propias ideas sobre el
proceso de tratamiento[4],
jamás estuvo cerrado a nuevas orientaciones y enfoques, tanto teóricos como
técnicos. Si bien el psicoanálisis era
un pilar, encontramos, también, en su tribuna didáctica, el Análisis
Transaccional, la Terapia Gestáltica, etc.
A esta
escuela de Seguín concurrieron, en su mejor época, psiquiatras de toda
Latinoamérica para formarse como psiquiatras dinámicos. Prácticamente todos los más connotados
psicoanalistas, transaccionalistas y gestaltistas nacionales salieron de esta
“Alma Mater”, verdadera cuna de la psicoterapia dinámica (léase: “Psicoterapia
psicoanalítica”).
Posteriormente,
a comienzos de 1970, retorna al Perú el Dr. Saúl Peña, quien se convierte en el
motor del movimiento psicoanalítico.
Apenas llega, forma grupos de estudio con profesionales, en su mayoría
psiquiatras formados por Seguín, en quienes propugnó el amor por un
psicoanálisis profundo y riguroso. La
mayoría de los que participaron en esos grupos de estudio son ahora
psicoanalistas o psicoterapeutas psicoanalíticamente orientados.
El
prestigio del psicoanálisis llegó a su máximo nivel con su presencia y la de
los doctores Max Hernández y Carlos Crisanto, quienes llegaron poco después y
pusieron lo mejor de sus empeños en conformar la Sociedad Peruana de
Psicoanálisis, logro que demoraría más de una década en plasmarse. Ante la demora en constituirse una
institución de formación analítica reconocida, muchos optamos por buscar esta
formación en el extranjero.
Un grupo
siguió los pasos de los pioneros y se fue a Inglaterra; otros se orientaron
hacia el sur, hacia Buenos Aires. Entre
quienes optaron por este último destino nos contamos la mayoría de los que
fundamos esta institución (el CPPL), por lo cual no debe extrañarnos un cierto
“dejo de origen” en la orientación de nuestro trabajo formativo. A esta característica se sumó la rica
experiencia psicoterapéutica que habíamos recogido previamente al lado del Dr.
Carlos Alberto Seguín.
Previa y
posteriormente hubo algunos intentos de constituir centros de formación en
psicoterapia dinámica pero, por una razón u otra, no prosperaron.
Nuestra
institución, el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima, fue fundada en 1983 por cuatro psicoanalistas
(los doctores Alberto Péndola, Pedro Morales, Fernando Maestre y el Lic.
Gustavo Delgado-Aparicio), quienes recogieron la inquietud de distintas
personas de estudiar y formarse de manera organizada. Cada uno de nosotros,
por separado, provenía de sus propios grupos de estudio.
En los
comienzos, dicha formación fue programada para una duración de tres años y los
cursos que se impartían eran en todo similares a los requisitos de una
formación teórico-clínica en psicoanálisis.
Desde que se inició la Escuela, ingresaba una promoción por año. A partir de la tercera promoción, la
formación se amplió a cuatro años. Desde
entonces, paulatinamente, se han ido incorporando cursos de psicoterapia
propiamente dicha, alejándose cada vez más de los orígenes indiferenciados frente
al psicoanálisis.
A la fecha,
por ejemplo, se imparte un año de técnicas breves de psicoterapia. Consideramos
cambiar la denominación de los cursos dictados por los términos “Psicoterapia
Psicoanalítica” simplemente, ya que, en realidad, se trata de desarrollar temas
que van más allá de la dimensión temporal de su aplicación.
Asimismo, se
desarrollan temas de psicoterapia de grupo, psicodrama, terapia familiar,
psicoterapia para niños, etc., buscando una visión más abarcadora del uso de
los recursos con los que cuenta la psicoterapia.
Desde que
se creó el Programa de Proyección Social, hace casi ocho años, se abrió un importante
espacio para la participación de los alumnos.
Esta participación ha ido “in
crescendo”, siendo obligatoria para todos los estudiantes desde hace dos
años. Además de atender pacientes del
programa, los alumnos deben acreditar su asistencia a las supervisiones de
casos de proyección social.
La
importancia de mencionar lo anterior estriba en que la línea de trabajo, que se
pretende que prevalezca en este programa, es la psicoterapia basada en
estrategias de trabajo y, en la medida de lo posible, ir derivando hacia la
llamada psicoterapia breve o focal. Para
ello, hemos tenido en cuenta no sólo la orientación de nuestra filosofía de
trabajo sino, también, y de manera central, la naturaleza de las demandas de
los pacientes que se atienden en este programa de proyección social.
Como
veremos, a lo largo de la formación, la base del desarrollo de esta orientación
terapéutica es lograr estar a la altura de las demandas, necesidades y
posibilidades del paciente, antes que ajustarlo a nuestras premisas teóricas o
técnicas.
Hablar de
la psicoterapia psicoanalítica compromete desde la raíz los objetivos de la formación
en dicha disciplina. Por ello, vamos
superponiendo algunos detalles conceptuales, diferenciales y de formación.
El sistema
de trabajo en nuestra Escuela está sostenido por una mirada constante a los
dinamismos de sus instancias. Tanto los
alumnos, en su evolución, así como los profesores y directivos, son “leídos”
desde una perspectiva de sus posibles fantasías subyacentes, con el fin de
descontaminar el campo, en lo posible, tratando de mantener la calidad y
posibilidades de un grupo de tarea. Esto
supone un aprendizaje implícito, que comienza desde el curso introductorio.
Los alumnos
en formación pasan por una experiencia de dinámicas grupales, que incluye
dramatizaciones, permitiendo confrontar a los estudiantes, desde el comienzo,
con las emergencias del inconsciente y motivarlos, a su vez, para el trabajo
psicoterapéutico analítico personal. La
idea de este espacio, en el curso introductorio, también, es confrontarlos con
su motivación para la tarea a realizar.
Creemos que esto constituye una de las mayores peculiaridades de nuestra
oferta formativa en psicoterapia psicoanalítica, ya que su finalidad resolutiva
de problemas emergentes ha permitido, en más de una ocasión, destrabar
dinámicas interferentes con la labor formativa y/o de conducción.
Revisemos
ahora, someramente, las variables que sustentan la idea de una psicoterapia
psicoanalítica que difieren de las del psicoanálisis.
En primer
lugar, propondría echar una mirada al concepto de “flexibilidad”. La flexibilidad es, en realidad, un principio
propuesto por F. Alexander y T. French en el libro “Terapéutica
Psicoanalítica”, publicado en 1956. Los
autores tratan de revertir una corriente, vigente en ese entonces, que
consistía en tratar de adecuar al paciente a la práctica psicoanalítica, en el
entendimiento de que sólo así se lograría la cura.
La idea de
la flexibilidad consiste, por el contrario, en tratar de adecuarse técnicamente
a los requerimientos del paciente, teniendo en cuenta tanto las variables
irrepetibles de su psicodinamia como la implementación de los recursos
apropiados para recuperar su equilibrio psicológico.
La
enunciación de este principio tiene un antecedente importante en el trabajo de
Ferenczi, en particular en su escrito “La elasticidad de la Técnica
Psicoanalítica”, publicado en 1928.
Volviendo
sobre la propuesta de Alexander y French, encontramos que las premisas técnicas
propuestas son totalmente variables, tanto en el inicio del trabajo terapéutico
como a lo largo del tratamiento que, como es de suponer, no es necesariamente
largo. Las variables abarcan temas como
la frecuencia y el uso del diván (evitar gratificar excesivamente la necesidad
de dependencia). La regresión no se estimula en tanto “huída regresiva” a una
situación vital difícil. Al contrario,
se trataría de buscar experiencias concretas de resolución que nos aproximan a
otro concepto-principio que los autores proponen: “la experiencia emocional
correctiva”, que veremos luego.
La
flexibilidad supone, a su vez, un manejo razonable de la transferencia,
declinando importancia a favor de la experiencia de vida. Como es de suponer, este principio es
altamente riesgoso porque abre posibilidades de cometer errores y desvíos,
(cuando no “desvaríos”). Por ello,
requiere un amplio conocimiento de quien lo aplica, una suerte de “sentido
común profesional”. Durante la
formación, revisaremos ampliamente este concepto con los alumnos.
El otro
principio, enunciado por Alexander y French, que mencionamos hace poco, es el
de “la experiencia emocional correctiva”.
Leamos a Alexander para tratar de entenderlo. El autor nos dice que:
“En todas las formas de psicoterapia etiológica rige el mismo
principio terapéutico básico: reexponer al paciente, en circunstancias más
favorables, a situaciones emocionales que no pudo resolver en el pasado. A fin de poder recibir ayuda, aquél debe
sufrir una experiencia emocional correctiva adecuada para reparar la influencia
traumática de experiencias anteriores.
Es de importancia secundaria si esta experiencia correctiva tiene lugar
durante el tratamiento o en la vida diaria del paciente.”[5]
En este
trámite, como es de suponer, ayuda sobremanera la transferencia y su carácter
atenuado de manifestación del conflicto infantil, situación que en la que el terapeuta, además, adopta una
actitud distinta a la que presentaron los progenitores en la situación originaria
durante la infancia o en situaciones ulteriores de la vida.
Con cargo a
ampliar la idea posteriormente, conviene tener presente la posibilidad de
potenciar los recursos del yo para hacer frente a las circunstancias en las que
el sujeto se encuentra en problemas. Un
trabajo con énfasis en la atenuación de la fuerza del superyó puede resultar
central para la resolución del problema.
Para ello, puede bastar una sencilla elaboración de la culpa, junto con
una respuesta que muestre una actitud permisiva por parte del terapeuta.
El grado de
satisfacción de las demandas instintivas puede ser mejor regulado con
indicaciones, por ejemplo, en el sentido de una mejor descarga de la agresión o
la observación de una limitación sexual no tenida en cuenta.
En cualquier
caso, no se trata de una política terapéutica fija. Más bien, se trata de un uso dinámico de los
recursos y circunstancias. Algunas
veces, la terapia puede parecerse a las artes marciales, que nos enseñan a
utilizar la fuerza del oponente al enfrentarlo.
No se trata necesariamente de vencerlo; a veces es cosa de neutralizarlo
o de derivar la fuerza de manera más efectiva hacia el cumplimiento de los
fines e intereses de la persona. En
realidad, se puede apelar a diferentes recursos terapéuticos con esta
finalidad. La única diferencia es que
nosotros lo hacemos desde el entendimiento psicoanalítico.
En resumen:
a. En
el psicoanálisis la orientación terapéutica está ligada a la resolución de
conflictos básicos, con miras a la reestructuración de la personalidad. En la psicoterapia psicoanalítica esta
finalidad es tenida en cuenta pero en forma atenuada, por las posibilidades
tanto del paciente como del terapeuta.
La mira está más cercana a la idea de resolución de conflictos y
problemas actuales.
b. La
duración, en ambos casos, puede ser indeterminada, pero, en el caso de las
terapias breves, el tiempo es un factor diferencial. Puede, también, tratarse de repetidas
intervenciones breves.
c. En
el psicoanálisis la técnica está ligada a la búsqueda de la regresión y al
desarrollo de la neurosis de transferencia.
El trabajo sobre las resistencias es prioritario. En la psicoterapia psicoanalítica puede o no
favorecerse el desarrollo de la regresión o considerarla de manera
limitada. Lo mismo sucede con el trabajo
sobre las resistencias que, en algunos casos, puede obviarse.
d. El
trabajo con el “insight” es esencial en el psicoanálisis. La psicoterapia psicoanalítica puede
acercarse al modelo analítico, como también favorecerse desde el lado
cognoscitivo. La elaboración es central
en el proceso de búsqueda de cambios estructurales y en la psicoterapia
psicoanalítica la elaboración puede ser aportada por la experiencia post
terapéutica.
e. En
la psicoterapia psicoanalítica, a diferencia del psicoanálisis, se desarrollan
estrategias de trabajo. Los énfasis
pueden estar relacionados con la necesidad de atenuar la fuerza del superyó o
con el fortalecimiento de los potenciales del yo. Muchas veces se trata de un abordaje previo a
la utilización del recurso analítico.
Bibliografía
Alexander,
Franz... French, Thomas... Terapéutica psicoanalítica. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1965.
Ferenczi,
Sandor... La elasticidad en la técnica psicoanalítica”. En: Obras completas, tomo IV. Madrid, Editorial Espasa Calpe, 1981.
Ferenczi,
Sandor... Problemas y métodos del psicoanálisis. Buenos Aires, Ediciones Hormé, 1966.
Ferenczi,
Sandor... Sin simpatía no hay curación. El diario clínico de 1932. Buenos Aires, Amorrortu Ediciones, 1997.
Freud, Sigmund… Nuevos Caminos de la Psicoterapia
Psicoanalítica. En: Obras Completas de
Freud, tomo XVII. Buenos Aires,
Editorial Amorrortu, 1979.
Seguín, Carlos Alberto… Amor y Psicoterapia. Lima, Ediciones Libro Amigo, 1994.
Walllerstein, Robert… Las nuevas
direcciones de la psicoterapia. Teoría, práctica, investigación. Buenos Aires,
Editorial Paidós, 1972.
Walllerstein,
Robert… ¿Un psicoanálisis o muchos? Revista Internacional de Psicoanálisis,
1988.
Walllerstein,
Robert… Psicoanálisis y Psicoterapia: una perspectiva histórica. Revista
Internacional de Psicoanálisis, 1989.
[1]
Walllerstein, Robert… Psicoanálisis
y Psicoterapia: una perspectiva histórica. Revista Internacional de
Psicoanálisis, 1989.
[2] Freud, Sigmund… Nuevos Caminos de la
Psicoterapia Psicoanalítica. En: Obras
Completas de Freud, tomo XVII. Buenos
Aires, Editorial Amorrortu, 1979. Pg.
163.
[3] Walllerstein, Robert… Las nuevas
direcciones de la psicoterapia. Teoría, práctica, investigación. Buenos Aires,
Editorial Paidós, 1972.
[4]
Recomendamos leer la obra de Carlos Alberto Seguín “Amor y Psicoterapia”.
[5] Alexander,
Franz... French, Thomas... Terapéutica psicoanalítica. Buenos Aires, Editorial Paidós, 1965. Pg. 83.
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