XIII Congreso Peruano de Psicoanálisis: “Los
Afectos: versiones y subversiones”, organizado
por la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, Octubre 2013.
En mis largos años como psicoanalista, me he
replanteado muchas veces la naturaleza de la premisa “asociación libre –
atención flotante”, una de las normas técnicas consideradas esenciales para el
logro de los objetivos del tratamiento psicoanalítico. Un telón de fondo que
acompaña esta regla es el de mantener “abstinencia” y “neutralidad” frente al
material del paciente. Es decir, se trata de no influir ni dejarse influir, en
particular en lo que atañe a los riesgos de orientarse hacia la gratificación
de las demandas del paciente y no al logro de los fines del tratamiento.
Aunque tuve un período inicial en mi práctica
analítica en que funcioné de la manera “correcta” -es decir, acorde a los
parámetros técnicos psicoanalíticos- sus
pautas, si bien sostenedoras y necesarias, muchas veces me resultaban
limitantes o de difícil sintonía, en particular las relativas a la neutralidad
y la abstinencia; así es que, con la prudencia del caso, siempre le hice
espacio a un “estilo personal”, que no dejó de plantearse interrogantes
como: ¿De qué niveles de gratificación
estamos hablando? ¿Es que no existen
gratificaciones a las demandas de los pacientes? El prestarles una especial atención, mediante
esa “atención flotante”, con la que se supone que nos abrimos ante ellos, en
una disponibilidad total, ¿no es ya una forma de gratificar una necesidad de
cercanía especial? ¿No es que nuestros
tonos al responder transmiten la tranquilidad y contención que requieren a veces con urgencia? ¿No es que ciertas expresiones espontáneas
que nos permitimos con ellos reflejan el rescate de un encuentro humano y
natural? ¿No es que la gama de posiciones con la que respondemos busca
adecuarse a las necesidades cambiantes de la trama emergente? Y… ¿no es que
cada tanto nos sale alentarlos, de una u otra manera, ayudarlos a encontrar
esos recursos que podemos percibir en ellos, resonándolos desde nosotros
mismos?
Más allá de la duda sobre la naturaleza de la
gratificación, del origen de la misma (si es desde los niveles de transferencia
– contratransferencia, por ejemplo), hay en el encuentro con nuestros pacientes
un nivel de gratificación proveniente de la interacción, del encuentro
sintónico, de lo que podríamos llamar “ intimidad forjada y compartida”, de la
aproximación sincera y profunda, de la entrega en ese particular proceso de
encuentro en el que se inscribe una nueva historia, en el que el lenguaje
emocional comienza a fluir, otorgando oportunidad para el disfrute de aquello
de sí mismos que estuvo atrapado por condicionamientos y paradigmas ajenos a la
naturaleza de cada quien.
He podido observar en mi práctica de la
psicoterapia y el psicoanálisis la inclusión de un grado creciente de gestos
espontáneos. En ello hay implícito un reconocimiento al gran maestro Winnicott y,
en sintonía con su pensamiento, algo que he ido descubriendo en la práctica,
por mí mismo. De manera paulatina he ido integrando, cada vez más,
manifestaciones de mis ocurrencias en sesión, de mi sentir, de lo que asocio,
de mi día a día, anécdotas de lo vivido, temas personales de gozo y
sufrimiento. Esto incluye el contacto físico bajo la forma de un abrazo, una
palmada o expresiones como una sonrisa o gestos varios, a veces dramatizados. No son pocas las veces que trato de infundir
aliento o que he provocado algún remezón confrontativo oportuno. No ha faltado
el consejo, una sugerencia al final de una sesión, etc.
Compartir el sentir en el aquí y ahora me ha
ayudado mucho en la resonancia empática con mis pacientes. La sensación que
suelo cosechar en respuesta es que el otro siente que lo siento. O, también,
que realmente siento lo que él no puede sentir porque es muy abrumador y está
bloqueado. Soy, así, una presencia que calma, que acoge el sentir y lo ordena
sin desmoronarse, sin condenar o ignorar al otro, sin catalogarlo con una
interpretación correcta pero tal vez distante.
Me gusta lo que hago pero, más que eso, siento
que soy más útil y verdadero que nunca en mi trabajo. Me siento bien, no me
quedo cargado por lo que he tenido que inhibir para sostener el ideal de
neutralidad en el que me formé. Es más, muchas veces termino una sesión
sintiéndome energizado, vital, al igual de lo que observo en mi paciente. Me
siento más ligero en mi trabajo y, paradójicamente, más profundo.
Apuesto con todo a la interacción y muchas
veces puedo percatarme de cómo el paciente empieza a fluir en sus expresiones. Más
allá de lo que asociativamente aparezca, la actitud es de mayor confianza y
apertura. Diríase que, de esta manera, se afianza más la alianza terapéutica y,
en el aquí y ahora, se gesta una resultante que enriquece nuestros respectivos
mundos; que, al final, ambos nos sentimos más aliviados, acompañados y hasta compinches.
Con frecuencia siento que lo que pongo en la
sesión proviene más del joven con muchos años que soy, de aquél que ha vivido,
gozado y sufrido. Un ser nada diferente, quizás sostenido por una locura
irreverente, menos solemne, más lúdica, capaz de apostar por la ilusión
compartida, por la magia de la naturaleza y por lo no sabido que nos guiará en
el camino de explorar con ilusión. Sin llegar a desvariar, privilegio los
dictados de mi intuición a la hora de observar los laberintos de las emociones
de mis pacientes, a quienes puedo sorprender cada tanto con algún señalamiento
que suele ser corroborado.
Cuando me surgen “competidores”, como terapias
alternativas o colegas de otras disciplinas, incluso si surge la idea de
visitar un chamán o algún vidente (cosa que muchas veces han hecho mis
pacientes), más que desmerecer sus puntos de vista o señalarlo como una
resistencia del paciente, trato de integrarlos, busco enriquecer nuestra
experiencia y rescatar lo bueno que puedan haber aportado a los pacientes. Es
más, si se puede, trato de reforzar el vínculo alternativo, si es que merece la
pena hacerlo, si es que resulta benéfico para sus vidas.
Hace poco, un paciente me comentaba que iba a
tener una entrevista en el extranjero con una astrobióloga. Le respondí algo
así como “Qué interesante… me cuentas…”. A la vuelta de su viaje, me dice: “Lo que
me ha dicho es más o menos lo que vemos contigo…”, con lo que pasamos a hablar
un poco de la astrología y de los designios que uno puede cambiar, del libre
albedrío y de cómo nuestro personaje vive buscando repuestas que reafirmen su
encuentro consigo mismo.
El título de este trabajo tiene que ver con una
pregunta que alguien me formuló en una reunión social hace unos meses: “¿Cómo
es tu trabajo, qué es lo que haces con los pacientes…? ¡Debe ser muy difícil!”.
Me quedé un instante en silencio pensando
que hace años me hubiera referido al inconsciente, a la represión y a mi tarea
interpretativa para enriquecer sus posibilidades de conciencia y así liberarlos
del conflicto. Quizás hubiera hecho algún esbozo sobre la transferencia y la
regresión… Pero, le respondí sin titubear: “Lo que hago es fluir para influir”.
Y, ésa es la verdad. Confío en que mi apertura y entrega espontáneas
en la sesión irán generando respuestas en el mismo sentido de parte de mis
pacientes. Y, así, suele ocurrir.
Pienso que lo que planteo en realidad no se
diferencia de lo que ocurre en la vida diaria, en una relación de intimidad,
entendiendo como tal un vínculo en el que hay un predominio del entendimiento
sostenido desde la empatía. Lo cierto es que la oportunidad para relaciones de
intimidad escasean ante el predominio de relaciones formales con necesidad de
sostener apariencias o roles socialmente aceptables, inhibiendo o, más aún,
reprimiendo las expresiones naturales, lo que a la larga nos deja una gran
sensación de vacío existencial y un sentimiento de futilidad en el entendimiento
con los demás.
Hay una elaboración permanente que decanta de
la observación de la interacción. En
este espacio de paridad, siento que el mensaje emocional llega mucho mejor, los
cimientos de la confianza básica van construyéndose y el paciente empieza
también a fluir… a veces dolorosamente, otras, con el entusiasmo de encontrarse
desde sí en el sentir del otro, desde su resonancia sintónica, atemperando las
emociones. El síntoma pasa a ser un mensaje que debemos entender, que descifrar,
como algo que busca respuestas emocionales del otro.
Este viraje, producto de la experiencia en el
ejercicio, es lo que llamaría psicoterapia psicoanalítica propiamente dicha,
ciertamente en la línea de lo que ya hace mucho propugnaron autores como
Ferenczi, Alexander y, por qué no mencionarlo, en nuestro medio el Dr. Carlos Alberto
Seguín. Sin embargo, creo también que se trata del psicoanálisis del siglo 21, que
busca integrar conocimientos varios: de la teoría del apego, de las relaciones
objetales, de la etología, de las neurociencias, etc., a la luz de lo que
diferentes investigaciones muestran: que lo que “cura” es el vínculo, que las
emociones resultan regulables, allí donde se arrastran desregulaciones originadas
en las patologías que conocemos como “de carencia”.
Un problema surge a la hora de precisar los
alcances de esta forma de ejercer la terapia: se requiere de mucha solidez y
quizás hasta de un talento especial (Yalom lo llama “el don”), además de la
suficiente confianza que decanta de la práctica. Se sustenta en una gran
convicción en el poder del vínculo y en el de la apertura desde el amor por el
prójimo. Implica una vocación de servicio y una permanente apertura a la
inspiración creadora, a la magia que sale al paso a la dificultad, creando algún
recurso nuevo, oportuno y útil.
Otra dificultad proviene de la enseñanza de
este enfoque. El estudiante de psicoanálisis parece sentirse más cómodo en el
contexto de las tradiciones teóricas y técnicas que propugna una especie de
recetario dogmático que suele incorporar
con cargo a cumplir so pena de excomunión. He podido percibir que un trabajo
con el paciente sostenido esencialmente por lo disposicional promueve rechazo, a
lo que se suman duras críticas que suelen negar la condición psicoanalítica a estas
variables.
No es fácil iniciarse en la apertura total al
vínculo. Genera angustia “soltarse” y flotar hacia el encuentro con el otro en
esos espacios de interacción afectiva en los que la sintonía requiere a su vez
de mucha sincronía. Es, pues, muy importante la experiencia personal de
análisis y, acaso, también, de una profunda experiencia de vida.
Es impresionante cómo hay una prédica de las
teorías más “pesadas” en personas que se dedican a tiempo completo a la
psicoterapia psicoanalítica, sin incluir el mensaje valorativo de las variables
psicoterapéuticas que emplean. El viejo slogan de “hagan lo que digo” (y no lo que yo hago) funciona en estos casos,
generando mucha confusión.
Siento a menudo que incluso a muchos de los
que definen su quehacer como psicoterapia, les faltara la convicción suficiente
como para integrarla en la enseñanza teórico – técnica o en las supervisiones. Algunos
se refieren al problema como que no es algo que se deba mostrar a los alumnos
por riesgo al malentendido o en favor de un facilismo inconsistente o de desbordes
hacia la inconducta ética. No les falta razón, si, como antes mencionáramos, es
necesaria una decantación en la experiencia para llegar a perfilar un estilo
personal de estas características… Pero, ¿hay que ocultarlo? ¿No puede ser una opción a la que cada quien pueda
eventualmente acceder? ¿Emparentamos
ética con rigidez?
Son muchos años de mi vida profesional
dedicados a la promoción de la psicoterapia psicoanalítica y de compromiso con
la formación de candidatos a ejercer esta difícil profesión. Siempre he tenido
una sensación de incómoda marginalidad a la hora de mostrar mi quehacer. Felizmente,
ahora veo que hay todo un movimiento en el mundo que coincide en este punto.
Hoy resulta que es la psicoterapia analítica el sendero de rescate de la praxis
psicoanalítica. La noción de cambio se centra ahora en la experiencia
emocional, en la calidad de vínculo que logren desarrollar psicoanalista y
paciente. Muchas cosas se han ido acomodando
en mi interior en un sentido de identidad con libertad y coherencia.
Revisar nuevos ensayos e investigaciones me
llena de una inmensa alegría. Voy encontrando en la literatura sobre el
análisis relacional o la psicoterapia interpersonal tendencias que van cobrando
mucha fuerza y parecen crecer, a la luz de las evidencias de la investigación
sobre el sustrato relacional en el éxito terapéutico. Aparecen como aperturas a
una mayor apuesta por la interacción personal, por un mayor involucramiento
entre paciente y analista, relativizando el valor de la neutralidad y la
abstinencia.
Las teorías necesitan reformularse con el
tiempo, a la luz de las resultantes de su aplicación o de nuevas observaciones
que apuntalen la comprensión de los dinamismos de la mente. La clínica de la psicoterapia psicoanalítica
es el punto de partida de las teorías y no al revés. Ya la praxis misma con mis
pacientes, la consistente labor desarrollada en la formación y los servicios a
la comunidad en el Centro de Psicoterapia habían marcados los hitos del sentido
de realización desde la apertura a variables. Hoy puedo recomendar esta ruta… a
los que quieran… y a los que puedan sostenerla en su ejercicio profesional. Es,
por lo menos, digna de reconocimiento y valoración. Por cierto, no se trata de
plantearla como exclusiva o excluyente, demasiado daño hacen esas tomas de
posición radical. Cada quien requiere diseñar su modelo, desde la propia
experiencia personal.
Por supuesto que en relación a la idea de
“fluir para influir” es inevitable la evocación del “gesto espontáneo” de
Winnicott, autor que está muy presente en muchos de mis artículos. Lo que puede
estar en cuestión es la idea de ejercer influencia sobre el paciente, cosa que,
desde mi punto de vista es inevitable y, más bien deseable. Si algo he disfrutado en la vida es de mis
propios gestos espontáneos, los de mis colegas,
los de mis amigos y, por supuesto, los de mis pacientes, especialmente
cuando logran desasirse de sus propias “normas” en favor de mostrar sus
emociones con libertad.
Hubo muchos maestros que dejaron huella en mi
trabajo y, cómo no, también pacientes. Es el caso de una paciente a la que
apenas le abría la puerta se abalanzaba para abrazarme, como diciendo “¡Al fin…
llegué!”. No atinaba a otra cosa que
corresponderle, como si no nos viéramos desde hace mucho tiempo, como un grato
reencuentro. Con ella aprendí que esto era positivo para su proceso (y para el
mío). Me resultó estimulante, al punto de escribir varios artículos sobre su
tratamiento. Uno de ellos lo titulé “el cuerpo como objeto transicional”[1],
que trataba de los avatares de la dificultad de simbolizar experiencias muy
tempranas. Hubo muchos abrazos a lo
largo de años, a los que yo correspondía con afecto, hasta que simplemente
dejaron de ser necesarios. Mi neutralidad consistió en entender su necesidad de
que no interfiriera en su expresión espontánea…
Años más tarde, la reunión con dos colegas para
estudiar neurociencias y, en particular, para revisar la temática del apego, resultó
para mí en un reordenamiento integrador, ya que me había sensibilizado siempre
la noción de vínculo temprano y su lugar en la relación terapéutica. Diversos
autores, rigurosamente dedicados a investigar desde la etología, la genética,
la neurofisiología, la organización de las memorias y, en fin, desde la gravitación
del apego en el desarrollo del cerebro emocional contribuyeron a darme una
suerte de “luz verde” en mi propio territorio de exploraciones vinculares en la
experiencia con mis pacientes.
Esta posición de “fluir para influir”, que cobró
intensidad con la lectura de Winnicott y Bowlby , se ha ido nutriendo de los
aportes de exploradores de las
neurociencias, entre los que destaco a Schore, Le Doux, Damasio, Kandel, entre
otros, quienes nos permiten ampliar el entendimiento de los dinamismos del
inconsciente, de la organización de las memorias y tantos nuevos conocimientos
que enriquecen la comprensión del
instrumental necesario para la aproximación psicoterapéutico – analítica, en
especial en la consideración especial que ha adquirido la calidad del vínculo
en el escenario de los procesos terapéuticos.
Bibliografía
Damasio, Antonio… En busca de Spinoza.
Neurobilología de la emoción y los sentimientos. Madrid, Editorial Crítica, 2005. 334 pp.
Damasio, Antonio… Y el cerebro creó al
hombre. Barcelona, Ediciones Destino,
2010. 540 pp.
Kandel, Eric… Psiquiatría, Psicoanálisis y la
nueva biología de la mente. Barcelona,
Ars Médica, 2007. 422 pp.
Kaplan-Solms,
Karen… Solms, Mark… Estudios clínicos en neuropsicoanálisis. Introducción a la neuropsicología
profunda. Bogotá, Fondo de Cultura
Económica, 2005. 323 pp.
LeDoux, Joseph… El cerebro emocional. Buenos Aires, Editorial Ariel, 1999. 422 pp.
Sassenfeld, André… Neurobiología de los
procesos relacionales no verbales. Chile,
Gaceta de Psiquiatría Universitaria, 5 (3), 2009. Págs. 351 – 362.
Sassenfeld, André… La dimensión no-verbal
implícita en la psicoterapia de adultos. Buenos Aires, Revista de la Asociación
de Psicoterapia de la República Argentina (APRA), abril de 2010.
Schore, Allan… La desregulación del cerebro
derecho: un mecanismo fundamental del apego traumático y de la psicopatogénesis
del desorden de estrés postraumático. En: Australian and New Zealand
Journal of Psychiatry 2002; 36:9–30
Schore, Allan…
The science of the art of psychotherapy.
Nueva York, Norton, 2012. 458
págs.
Solms, Mark… Turnbull, Oliver… El cerebro y el
mundo interior. Una introducción a la
neurociencia de la experiencia subjetiva.
México, Fondo de Cultura Económica, 2005. 336 pp.
Winnicott, Donald W. ... Los procesos de
maduración y el ambiente facilitador.
Buenos Aires, Editorial Paidós, 1993.
391 pp.
Winnicott, Donald W.... Realidad y Juego. Barcelona, Editorial Gedisa, 1982. 199 pp.
Winnicott, Donald... El gesto espontáneo.
Barcelona, Editorial Paidós, 2000. 318
pp.
Winnicott, Donald... Escritos de pediatría y
psicoanálisis. Barcelona, Editorial
Laia, 1979. 444 pp.
Winnicott, Donald... Sostén e
interpretación. Buenos Aires, Editorial
Paidós, 1996. 264 pp.
Yalom, Irvin... El don de la terapia. Buenos Aires, Emecé, 2003. 279 pp.
[1] El cuerpo como objeto
transicional. Trabajo presentado en
el VIII Encuentro Latinoamericano Espacio Winnicott: “Winnicott, Polémico y
Actual”. Buenos Aires, APA, 26,27 y 28
de noviembre de 1999 http://pedromoralespaiva.blogspot.com/2010/07/271199-el-cuerpo-como-objeto.html Véase, también, Del Espacio Potencial al Espacio Potenciado. IX Congreso del CPPL: "Subjetividad e
Intersubjetividad", 6 - 8 Setiembre 2001
http://pedromoralespaiva.blogspot.com/2008/05/del-espacio-potencial-al-espacio.html
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