CPPL, Marzo de 2014
Origen y sentido
del psicoanálisis
El psicoanálisis nace en el contexto de finales del siglo
antepasado, cuando Freud y Breuer abren un espacio a la observación de la
psicopatología de la histeria, de la que infieren, se ha producido un trauma
real que requirió, en su momento, el empleo de mecanismos de represión.
Desde este punto de partida, en el que se integra la
noción de trauma real, su desarrollo va incluyendo variables en la comprensión
psicoanalítica, que integran la noción de fantasía y de mundo inconsciente con
extensiones psicopatológicas más amplias.
En paralelo, la propuesta técnica empieza un recorrido en
la búsqueda de la catarsis, el uso de la sugestión, hasta alcanzar el primer
gran derivado que es el uso de la asociación libre como instrumento
vehiculizante, a la par que la atención libremente flotante y la interpretación
de lo reprimido.
Todo ello está centrado en una dinámica que ocurre al
interior del individuo, tanto en el origen traumático de sus vivencias, como en
la solución de las mismas.
El gran motor de la actividad psíquica serían las
pulsiones, en particular las sexuales y la agresión, que suscitarían el
conflicto y la necesidad de reprimir. El
primer punto de vista freudiano, el tópico, propone una dinámica sostenida por
dos corrientes pulsionales, los instintos sexuales y los instintos del Yo.
La apuesta por lo pulsional se mantiene en la segunda
formulación de Freud acerca de la dualidad instintiva, cuando propone la
existencia de un instinto de muerte versus un instinto de vida, que engloba la
propuesta anterior centrada en la sexualidad. Se establece entonces un
conflicto esencial entre eros y tánatos. Será siempre pulsional, siempre al
interior del sujeto y piedra angular en la organización del mismo.
Una importante visión de la naturaleza de la relación de
objeto es planteada por Freud en términos de la evolución de la libido; se trata
de la relación narcisista y objetal. Todo ello circunscrito, por cierto, a la
noción de investidura libidinal.
Singularmente, a poco de echar a andar su segunda
propuesta pulsional, Freud formula también su segunda propuesta de organización
del aparato psíquico: la teoría del yo. La configuración y funcionalidad del yo
será el punto de partida de futuros desarrollos y concepciones teóricas, en
particular en el contexto de la llamada “Escuela Americana”.
La concepción pulsional de Freud no integra el peso de lo
que posteriormente constituirá la teoría de las relaciones objetales. En algunas
de sus expresiones al respecto, considera al objeto más bien como algo “contingente”, es decir, de valor
secundario en relación a la satisfacción de los fines pulsionales.
Es cierto que mucho de lo propuesto en su teoría del yo integra la noción de
objeto y de relación de objeto, como cuando define el concepto del “yo”,
planteado como una sedimentación de
identificaciones, o del súper yo, que
resulta de la incorporación de los derivados de la relación con los padres.
Esta realidad, sin embargo, es mantenida como algo que va a reflejarse a través
de la transferencia en la relación terapéutica. La contraparte
contratransferencial es vista inicialmente como un riesgo y tardará muchos años
en hacerse un lugar en el proceso analítico, siempre en función del ida y
vuelta del psiquismo de la persona, con un analista, digamos “contingente” (no
“continente”, como lo propondría la visión relacional).
El énfasis en este período inicial del psicoanálisis está
puesto en la satisfacción pulsional, pivoteada esencialmente por el principio
de placer–displacer, una mecánica que no deja mayor espacio a otras fuentes de
placer o satisfacción, como las derivadas del apego o de la exploración
interactiva y creativa con diferentes y semejantes.
Un autor que tempranamente cuestiona la exclusividad del eje de la sexualidad como punto de partida
de la psicopatología es Sándor Ferenczi, quien emprende la exploración de
nuevas formas de abordaje y de la comprensión del origen de los trastornos
mentales, proponiendo una mirada desde la influencia del entorno familiar y, en
particular, desde el vínculo con la madre como generador de la organización de
las pautas básicas del comportamiento humano.
Ferenczi otorga tanto valor a la concepción vincular que
llega a ensayar una fórmula terapéutica en la que terapeuta y paciente
intercambian roles. Uno de sus libros, póstumamente editado, es “Sin simpatía
no hay curación”. En éste, la apuesta evidente es que la relación afectiva con
el paciente es central en el proceso de cura, habida cuenta que han sido fallas
en las etapas más tempranas de la relación emocional las que han dejado huellas
indelebles de naturaleza traumática, diferentes a las derivadas de la
represión.
Enfatiza, y mucho, las influencias negativas del entorno
familiar en la configuración identificatoria del aparato psíquico del infante,
a quien no le queda otra opción que generar respuestas adaptativas, que
conocemos como “identificación con el agresor” (a quien posteriormente no podrá
discriminar como de un origen ajeno a sí mismo).
Ya en 1919, Ferenczi dice que hay que prestar igual
importancia a lo que dice el paciente como a la forma en que lo dice. Considera
que muchas terapias fracasan porque el analista no examina suficientemente su
contratransferencia.
Esta posición abierta y manifiesta de Ferenczi al
comienzo contó con el apoyo de Freud, pero después corrió el destino de una
marginación de la comunidad psicoanalítica de entonces. No es casualidad que
gente cercana a éste, como Alexander, Balint y otros, tuvieran más tarde
inspiraciones conceptuales y de abordaje terapéutico con aperturas definidas
hacia cambios en el formato original del psicoanálisis y en particular a la importancia
del vínculo y la experiencia emocional, en la consecución de la cura.
A mediados de los años 20, Melanie Klein empieza a dar más relieve a la
importancia del objeto, pero en términos de una concepción que consideraba al
mundo intrapsíquico como fundamental en la configuración del aparato psíquico.
Los mecanismos de proyección e introyección cobran la mayor relevancia en la
organización del sujeto, siendo la fantasía inconsciente y las ansiedades
primitivas las que movilizan las formas
de aproximación al objeto. Con lo rico que resulta su aporte a la comprensión
de las defensas primarias, su visión se sostiene en un entendimiento del
desarrollo entrampado en el sujeto como punto de partida de la interacción.
Hacia finales de los años treinta, el grupo de Chicago,
liderado por Franz Alexander, abre un panorama diferente como opción a la
tradición freudiana. Plantea modificaciones en el abordaje, con una búsqueda en
la terapia que incluye lo que denominaron “la experiencia emocional
correctiva”, lo que, variables más o menos, es hoy un punto central en los
objetivos del tratamiento, pero sostenido por la interacción relacional con el
terapeuta. No resulta casual que Alexander, húngaro de origen, haya formado
parte (al igual que Balint) del entorno de Sándor Ferenczi.
Horney, Fromm, Frieda Fromm Reichmann, Clara Thompson,
lucharon en su momento por que se tomara en cuenta la importancia del entorno
social como eje de la patología mental, restando protagonismo a la importancia previamente
otorgada al conflicto pulsional.
En esa misma línea giran los trabajos de Fairbairn y
Sullivan, contemporáneos de Winnicott, Balint
y Bion. Los aportes originales de todos ellos paulatinamente fueron
dando mayor lugar a una teoría del desarrollo basada en el vínculo con la madre
(o su sucedáneo). Es la interacción con el cuidador primario la que marca las
bases de la organización del sujeto en la vida.
Rodríguez Sutil[1]
señala que Fairbairn fue el primero en mostrar su descontento con el
distanciamiento como actitud técnica. Nos dice que para Fairbairn la mayor
fuente de resistencia es el mantenimiento del mundo interno como un sistema
cerrado. Se trata de abrir brechas en este sistema cerrado, haciéndolo
accesible a las influencias del mundo exterior. Si el sistema está cerrado, la
relación con un objeto externo solo puede tomar la forma de la transferencia:
el objeto externo es tratado como un objeto interno. La interpretación de la
transferencia por tanto, no es suficiente. Tiene que darse una relación real
entre paciente y terapeuta. Menciona el autor que hay un giro importante en la
premisa vincular de Fairbairn: la libido no busca el placer sino el objeto. Lo
principal es el vínculo emocional.
Por eso, en la compulsión a la repetición los
sentimientos son dolorosos. Las relaciones autodestructivas y las situaciones
de autosabotaje se recrean a lo largo de la vida como forma de perpetuar los
primeros lazos con las personas significativas de la infancia.
Los lazos con los padres se perpetúan en el
comportamiento de la persona, quien repite las pautas anómalas de sus
progenitores, ya que dejarlas supone el
costo de enfrentar el dolor del desamparo que movilizó su aferramiento al
modelo.
Harry Stack Sullivan también aporta al respecto en su
libro “Psiquiatría Interpersonal”, allá
por la segunda mitad de los años 40 del siglo pasado. Enfatiza en la
importancia de las relaciones humanas como requisito de un buen desarrollo
psicológico y como protector frente a la ansiedad. En la terapia consideraba
como central la relación entre paciente y terapeuta en el “aquí y ahora”[2]
En Winnicott se sintetiza la importancia de lo relacional
cuando dice: “¿Qué es un bebé? ¡Eso no existe! El bebé existe siempre con
alguien más; una mamá que lo corporaliza, lo construye, lo invita amorosamente
a vivir, la que cumple la “función materna”, que debe ser lo suficientemente
buena para garantizar su salud física y psíquica.”[3]
La interacción del bebé con lo que Winnicott llamó “madre
suficientemente buena”, sería la matriz de una integración suficiente y
necesaria para un devenir autónomo, tanto como para una garantía de poder
establecer relaciones de intimidad.
En cuanto al contexto de la terapia, vemos desplegarse
una serie de premisas que suponen un escenario relacional que el autor enmarca
en el sentido “transicional”, como generador de una resultante que trasciende a
los protagonistas. El sentido de “espacio transicional”, su noción de “gesto
espontáneo”, de “ilusión” e “intimidad”, abren espacio amplio a las
posibilidades creativas de los protagonistas del escenario terapéutico, en
donde las premisas de “holding”, “handling” y “presentación de objeto”,
sostienen la magia del proceso regresivo en busca de la experiencia de
reparación.
Winnicott nos muestra, a través de sus relatos clínicos,
las múltiples formas en que solía entender la relación con sus pacientes,
adecuándose en cada caso a los requerimientos de sus particulares
características y en posición básica para una interacción creativa.
René Spitz, en los
años cincuenta, relata sus observaciones de niños en situación de internamiento
hospitalario; a partir de ello concluye que las necesidades de desarrollo
tienen que ver con una indispensable provisión de un vínculo afectivo personal,
sin el cual el bebé puede llegar a tener severos problemas de desarrollo e
incluso morir.
Ya por entonces Bowlby inicia sus observaciones respecto
a las necesidades de apego en la infancia temprana, poniéndolas en un primer
plano como requisito para un desarrollo
emocional básico. Toma como extensión inspiradora las observaciones que desde
la etología nos muestran los fenómenos de impronta en el establecimiento del
apego animal, en particular desde los estudios de Konrad Lorenz en patos y
gansos y en los estudios sobre la relación temprana madre-bebé que realizó Harry Harlow con monos.
Mary Ainsworth posteriormente desarrolla una experiencia
que permite evaluar el desarrollo del apego en el bebé, tanto en relación al
vínculo con el cuidador primario, como respecto a las capacidades para la
exploración de lo extraño.
Es mi impresión que con ellos se consolida una nueva corriente, una visión alternativa a la tradición
psicoanalítica, motivo por el cual encuentran, como en tantos casos de
reformulación en psicoanálisis, resistencias y postergaciones, hasta lograr su
total aceptación.
En el último cuarto de siglo, a partir de diferentes
estudios sobre el proceso terapéutico, tanto desde el psicoanálisis como de
otras canteras, va lográndose una mejor comprensión de los factores que
participan en la cura. Más que la técnica empleada, cobra importancia el factor
relacional, la calidad de vínculo afectivo que logren establecer paciente y
terapeuta.
Coincidentemente, las discusiones sobre las diferencias
entre psicoanálisis y psicoterapia psicoanalítica van perdiendo razón de ser en
tanto se va comprobando que las premisas de diferenciación no guardan sustento
en relación a garantía de logros desde una u otra aplicación. Los trabajos de
la clínica Menninger sugieren que muchas de las aplicaciones psicoanalíticas
quizás deban sus logros a integración de fórmulas propias de la psicoterapia de
apoyo.[4]
Lo que va encontrando paulatino espacio es la
coincidencia en el factor relacional como un valor procesal central en el desarrollo
de la cura. La mirada va desde lo “interpersonal”, “intersubjetivo”, “transpersonal”,
etc, sintetizándose en el común denominador de “lo relacional” en el proceso
terapéutico, a partir de lo cual diversos autores, desde diferentes puntos de
partida, encuentran crecientes coincidencias.
Va cobrando importancia central el que la cercanía al
paciente en el proceso vaya más allá de un encuentro de
transferencia–contratransferencia, integrando una resultante que es producto
del encuentro entre ambos, de la huella de la experiencia emocional compartida
a partir de la aproximación de sus respectivos inconscientes.
A esta corriente la van nutriendo los hallazgos que
provienen de las neurociencias y la observación del desarrollo cerebral, en
particular del cerebro límbico a partir del estímulo (mutuo) entre la madre y
el bebé.
La fisioneurobiología del apego temprano va enriqueciendo
la comprensión del acontecer de la díada madre–bebé y la indispensable
necesidad de sostener una homeostasis que, en una consecuencia visible, tendrá
consecuencias en la regulación de las emociones y en el logro de la plenitud
expresiva de los potenciales que el bebé trae desde sí.
Aportan muchísimo las observaciones que la tecnología de la
neuroimagen funcional nos permite, en particular en relación a las áreas del
cerebro estimuladas luego de una sesión de psicoterapia: y, también, las
distintas respuestas a estímulos de imágenes y a estímulos afectivos de
distinto tenor (ternura, violencia, etc.)
Grandes aportes provienen, además, desde las
investigaciones que sobre la memoria desarrolló Kandel, consolidando el
conocimiento y la noción de una memoria implícita procedimental que mantiene
una fuerza que trasciende las bases racionales de la conducta humana.
Como veremos, la corriente relacional es un intento de
síntesis y sistematización que tendría como inicial propulsor a Stephen Mitchell
en la década de los 80, en coincidencia
con otros psicoanalistas, como L. Aron, J. Benjamín, O. Renik, D. Stern, R.
Stolorow, etc., quienes integran conceptos de la ciencia cognitiva, de la
neuropsicología y la psicología evolutiva. Con ellos encuentran confluencia
autores de distintos orígenes conceptuales que han ido decantando hacia
aperturas y reformulaciones del psicoanálisis tradicional, como Ogden, Bollas y
otros, a los que se suman los anteriormente mencionados.
El grupo de Boston para el estudio de los procesos de cambio (1995) enfatiza la importancia de la comprensión del
desarrollo temprano y de los dinamismos que le son propios, para integrarlos al
proceso de la cura, mediante la interacción psicoterapéutica psicodinámica.
Este grupo hace investigación sobre la relación temprana madre – bebé, de lo
que deriva una propuesta de centrar la atención en el componente relacional
implícito. Destacan en este grupo Karen Lyons-Ruth y Daniel Stern.
Un aporte importante a la integración en la línea
relacional es el de Peter Fonagy, quien acuña la teoría de la mentalización,
como aporte a los desarrollos que parten de la teoría del apego.
Desde la
Neurociencia , encontramos grandes aportes en Allan Shore,
psiquiatra y psicoanalista norteamericano, a quien algunos denominan “el Bowlby
americano”, quien enfatiza la teoría de la regulación, que integra aspectos de
la interacción afectiva de base corporal que intermedian la relación madre-bebé. También, desde la neurociencia, encontramos
grandes aportes de Joseph Ledoux, Jaak Panksepp, Antonio Damasio, Mark Solms y
otros. A partir de ello nace la idea de una integración al punto de proponer el
neuropsicoanálisis como posible resultante..
En todo caso, es la expresión de cuan cerca están en la actualidad disciplinas
que durante mucho tiempo no encontraban punto de confluencia.
Bibliografía
Makari, George… Revolución en mente. La creación del
psicoanálisis. Barcelona, Editorial Sexto Piso, 2012.
Rodríguez Sutil, Carlos… Epistemología del análisis
relacional. Clínica e Investigación Relacional.
Vol. 1, Núm. 1, junio 2007. Pgs. 9-41.
Walllerstein, Robert… Las nuevas direcciones de la
psicoterapia. Teoría, práctica, investigación. Buenos Aires, Editorial Paidós,
1972.
Walllerstein, Robert… ¿Un psicoanálisis o muchos? Revista
Internacional de Psicoanálisis, Núm. 69, 1988.
Winnicott, Donald…
Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para una
teoría del desarrollo emocional. Buenos
Aires, Paidós, 1993.
[1] Rodríguez Sutil, Carlos… Epistemología del análisis relacional.
Clínica e Investigación Relacional. Vol.
1, Núm. 1, junio 2007. Pgs. 9-41.
[2] Rodríguez Sutil, Carlos… Epistemología del análisis relacional.
Clínica e Investigación Relacional. Vol.
1, Núm. 1, junio 2007. Pgs. 9-41.
[3] Winnicott, Donald… Los procesos
de maduración y el ambiente facilitador. Estudios para una teoría del
desarrollo emocional. Buenos Aires,
Paidós, 1993. Pg. 50, cita a pie de página.
[4] Véanse los trabajos de investigación sobre esta experiencia realizados
por Robert Wallerstein y citados en la bibliografía.
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