Antes de abordar el tema central de esta conferencia, quisiera hacer un pequeño
periplo por lo que corresponde al campo del psicoanálisis, por aquello que
muchas veces se nos pierde en la imprecisión por la presencia en el campo de
múltiples modelos conceptuales, que han ido surgiendo a lo largo del desarrollo
de su disciplina, como intento de dar cuenta y de sistematizar las experiencias
que, desde Freud, hace más de cien años, venimos cotidianamente requiriendo
comprender, en un reto inagotable que feliz o desgraciadamente nos remite
siempre a la necesidad de reformular y recrear.
Hace ya mucho que la observación psicoanalítica trascendió el campo de
las neurosis y de la patología en general para abarcar la totalidad del
individuo humano, enfermo o no, en sus manifestaciones psíquicas. Los
fenómenos de la fantasía y de la subjetividad en general encontraron
lugar para la comprensión mayor de las motivaciones humanas. Los
sueños -la vía regia, como se abordaran la semana pasada- las
pesadillas, los sentimientos irracionales, los olvidos, los prejuicios, las
emociones, etc., encuentran una posibilidad de ser comprendidos e investigados
psicoanalíticamente; incluso, prestan oportunidad a la experimentación,
que no pocos autores han llevado adelante.
Todos estos elementos y fenómenos tienen en común su naturaleza
irracional. Por tal motivo, Pumpian-Mindlin, al hablar de la
posición del psicoanálisis, en el libro “El psicoanálisis como ciencia” [1], prefiere precisar el campo del psicoanálisis como el
estudio de lo no racional en el ser humano, como la observación y entendimiento
de los factores que preceden a la acción manifiesta y al pensamiento lógico,
aquellos que se ubican dentro del campo del inconsciente.
Quien quiera que pretenda investigar psicoanalíticamente un
acontecimiento humano –sea de su vida de relación con los demás o de la propia
subjetividad- buscará sus motivaciones inconscientes. Si no
es así, no estará dentro del campo del psicoanálisis.
Otras disciplinas, que se aproximan a la comprensión del ser humano,
aportan y complementan las observaciones del psicoanálisis -o
viceversa- pero la premisa definitoria del psicoanálisis es su abordaje
del componente inconsciente, del material subyacente y determinante de la
manifestación observada.
Esta condición del campo del psicoanálisis abre espacio al estudio de la
subjetividad en toda su expresión, llegando, como veremos más adelante, a
incluir en la investigación al sujeto de la misma, como se da, por ejemplo, en
ese campo especial que se estructura en la particular situación analítica
clínica.
Estas precisiones respecto al campo del psicoanálisis son tal vez una
extensión de aquellas que nos movieron, en la Sociedad Peruana de
Psicoanálisis, a buscar cercanía e interacción con otras disciplinas en el
contexto de nuestro II Congreso de Psicoanálisis, donde se abordó justamente el
tema “El múltiple interés del psicoanálisis”. En aquella oportunidad, en
su discurso inaugural, Néstor Goldstein, destacado psicoanalista argentino, dijo
lo siguiente: “Expandirse o resecarse; no parece haber otra alternativa.
Pero hay que encontrar la manera de expandirse con criterio y sin confusiones…”
Siempre es necesario, pues, precisar nuestro campo sin otro ánimo que
abrirnos a la experiencia del aprendizaje, como una suerte de planteamiento de
contexto, especialmente cuando, como hoy, planteamos algún concepto
“diferente”.
En este caso, estamos ya al interior de las concepciones psicoanalíticas
que nos han deparado y nos seguirán deparando nuevos modelos y puntos de vista,
con los que entramos en relación elaborativa al confrontarlos e incluirlos en
nuestras lecturas de la experiencia.
El riesgo, siempre latente, de cristalizar la teoría y asumirla como
ideología, nos compromete a confrontar, a exponer y exponernos ante los demás.
Para ello, es indispensable el desarrollo de espacios como éste, donde se
puedan dar el encuentro y el disentimiento, siempre con la posibilidad eventual
de echar una ojeada analítica al fenómeno de campo en el que participamos.
Es así -y solamente así- como lograremos el desarrollo de nuestra disciplina,
con pluralidad de pensamientos y pluralidad de “irracionalidades”
(inspiraciones creativas enriquecedoras desde el campo mismo de nuestro
trabajo) puestas al servicio de la creatividad analítica y de la solidez de
nuestra institución.
Otro riesgo, frecuente en nuestro desarrollo profesional, es el de
quedar atrapados en alguna configuración fantasmática de nuestra identidad,
donde prevalezca un sentimiento omnipotente de nuestros alcances o una
grandiosidad exagerada de nuestras realizaciones. Al respecto, dice
Meltzer que es necesario contemplar los riesgos del trabajo analítico con
mirada sobria y construir y probar medidas de seguridad y esquemas profilácticos.
[2]
Esto forma parte de nuestros posibles problemas, también, en el campo
institucional. A veces, estos fantasmas corresponden a estructuraciones
grupales, derivadas de supuestos básicos o de resabios de transferencias no
resueltas con la institución, que pueden llegar a constituir difíciles
baluartes, en el sentido que le dan a este término los Baranger [3] y que utilizo en el trabajo que les traigo hoy
para compartir. Y,
como todo baluarte, como veremos más adelante, están destinados a agotarse en
la sustentación de premisas irracionales opuestas al desarrollo creativo,
aunque puedan presentar un disfraz de desarrollo.
Retomando a Meltzer, es importante construir medidas de seguridad y
esquemas profilácticos que, en el sentido más puro, nos brindan el análisis
personal, las supervisiones y el mantenimiento de espacios y motivaciones como
las que hoy nos reúnen.
El peligro de encontrarnos en coyunturas entrampantes será mayor si no
desarrollamos la posibilidad de examinar nuestra participación de
manera verdaderamente psicoanalítica en el campo.
Bueno, hasta aquí venimos adelantando líneas y conceptos que tienen que
ver con el tema central de esta ponencia: “La noción de campo en
psicoanálisis”. En realidad, vamos a incursionar en la dinámica del
campo, en su aspecto estructural, en la situación analítica, base del proceso
analítico que en éste se desarrolla. Con este fin, he recogido las principales
ideas que los autores (Willy y Madeleine Baranger, junto con Jorge Mom) nos
aportan en un trabajo de 1982, titulado “Proceso y no proceso en psicoanálisis” [4], que es, al parecer, el último en el que, hasta el
momento, han abordado este tópico.
Horacio Etchegoyen, en su libro “Los fundamentos de la técnica
psicoanalítica” [5], nos permite acceder, a través de
sus citas, a trabajos de los Baranger desde los años 1961, 1962 hasta la
fecha. Este autor (Etchegoyen) registra la primera publicación de estos
autores, sobre el tema, en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis de 1961-1962.
Posteriormente, el punto tratado en este artículo fue incluido en
el séptimo capítulo del libro “Problemas del campo
psicoanalítico”, publicado en 1969. De este último, Etchegoyen extrae
algunos textos, entre los cuales, comenta los siguientes:
Menciona Etchegoyen (pg. 461) que “El punto de partida de los Baranger
es que la situación psicoanalítica no puede ya entenderse como la observación
objetiva de un analizado en regresión por un analista-ojo... Los dos miembros
de la pareja analítica están ligados complementariamente y ninguno de los dos
puede ser entendido sin el otro… La situación analítica tiene su estructura
espacial y temporal, está orientada por líneas de fuerza y dinámicas
determinadas, tiene sus leyes evolutivas propias, su finalidad general y sus finalidades
momentáneas… lo que distingue al campo psicoanalítico, dicen los Baranger, es
que se configura como una fantasía inconsciente…”
Continúa señalando Etchegoyen (pg. 462) que “… la fantasía no sólo aparece en
el campo sino que es una fantasía de campo en la cual ambos protagonistas están
igualmente involucrados…” y también, que “… cuando la fantasía que tiene el analista
con respecto a la situación analítica coincide con la del analizado se ha
configurado una fantasía de pareja.”
Nos dice el autor, acerca del pensamiento de los Baranger (pgs. 462-3),
que: “Sólo es fecundo el trabajo analítico cuando se da este fenómeno de
resonancia en que yo siento lo que siente mi paciente, y a través de esta
fantasía compartida va a surgir el insight. Hasta que no se logre esta
fantasía compartida, el analista no hará más que teorizar acerca del paciente…
Lo esencial del procedimiento analítico, dicen los Baranger, es que todo
acontecimiento que se da en el campo es al mismo tiempo otra cosa”.
Sigue diciendo Etchegoyen (pg. 463) que lo que estructura el campo
bipersonal de la situación analítica es esencialmente una fantasía
inconsciente. Pero sería equivocado entenderlo como una fantasía
inconsciente solamente del analizado. No es lo mismo descubrir la fantasía
inconsciente subyacente a un sueño, o a un síntoma, que entender la fantasía
inconsciente de una sesión psicoanalítica… Esta fantasía inconsciente
bipersonal, objeto de la interpretación del analista, "... es una
estructura constituida por el interjuego de los procesos de identificación
proyectiva e introyectiva y de las contraidentificaciones que actúan con sus
límites, funciones y características distintas dentro del analizado y del
analista".
A lo largo de estas citas, vemos la fuerte influencia de las ideas
kleinianas en el pensamiento de los Baranger en aquel entonces. Hay un
gran peso de la dinámica del campo, apoyada en los conceptos de identificación
proyectiva-introyectiva, a lo que se suma la integración de la noción de campo,
proveniente de la teoría de la Gestalt.
Dejemos, por un momento, las cosas ahí y observemos a los Baranger
investigando en este terreno en 1961, época de efervescencia de las ideas
kleinianas en los autores rioplatenses.
Por entonces, los Baranger se encontraban en Uruguay, en labor pionera
de la organización de la Sociedad Uruguaya de Psicoanálisis y, por
consiguiente, con una intensa actividad de supervisión de casos incipientes de
análisis. De alguna manera, a través de sus líneas, los autores nos
hablan de la influencia de estas circunstancias. Sus conclusiones están
teñidas de estos elementos y hay toda una evolución desde sus puntos de vista,
de aquel entonces, hasta los de su artículo, ya citado, de 1982.
Traducen una evolución conceptual, que va integrando ideas de otros
autores, como Bleger, Isaacs, Grinberg, Lacan, etc. De esto, también, nos habla
su propuesta final en este artículo, donde proponen un esquema referencial
amplio pero sin eclecticismo confusional.
Etchegoyen les atribuye el mérito de haber sido, si no los primeros, sí
los que entendieron de forma más integrada la situación analítica como un campo
de interacción y de observación, un campo en el que el analista configura una
pareja con el analizado. Resalta esta posición en contraste con la
de otros autores, que centran su atención en las variables del campo que
dependen sólo del material aportado por el paciente en análisis, frente a un
analista que observa el proceso de regresión.
La noción de campo, aquí propuesta, se nutre de los conceptos que
propone la teoría Gestalt. Recordemos su propuesta de que el todo es más
que la suma de sus partes.
Los autores nos dicen claramente, en 1982, que su necesidad de
comprender el proceso psicoanalítico la recogen de la experiencia clínica y de
sus fracasos. Nos traen, junto al concepto de “campo”, el de
“segunda mirada” y el de “baluarte”. Estos elementos conceptuales les
resultan apropiados para entender lo que ocurre cuando el proceso se detiene,
cuando surge un obstáculo que involucra la transferencia del paciente y la
contratransferencia del analista. A este obstáculo lo denominan
“baluarte”, una suerte de nudo gordiano que requiere ser examinado con una “segunda
mirada” del analista puesta en el campo. Esta mirada debe incluir a la
persona del analista.
Este campo se nos presenta como una estructura compleja, supone un
conjunto de transacciones entre analizado y analista, en la que se va a apoyar
el proceso analítico. Es necesario que se mantenga como un fondo estable,
en medio de las variaciones propias del proceso.
Este fondo estable está constituido por el pacto analítico que, en la
visión de los Baranger, tiene aspectos formales, funcionales y estructurales.
Los aspectos formales son los que conocemos como las variables de
duración, frecuencia, etc., aquellos que influyen de diferente manera en la
funcionalidad, aspecto éste que se nos presenta como dado por la base
asimétrica del encuentro: uno es el analista y el otro es el analizado; no es
de otra manera. Se trata de invariables de la situación en las que se
juega el proceso analítico.
A todo esto se suman lo que los Baranger denominan “aspectos
estructurales”, donde el elemento determinante del proceso analítico es la
observación de “la regla fundamental”, que es la que abre posibilidades a la
transferencia.
Sabemos que, a lo largo del proceso psicoanalítico, se producen
situaciones de detenimiento, atascamientos diferentes a los de las cotidianas
resistencias que encontramos usualmente. La maquinaria se traba y hay que
revisarla. Es allí donde encuentran los Baranger la necesidad de observar
el campo, ya que este detenimiento supone la trabazón de ambas piezas del
engranaje debido a la formación de “estructuras adventicias”, que perturban la
funcionalidad del campo. La simetría básica se pierde en favor de un
pacto inconsciente entre los protagonistas y esto atenta contra el proceso.
Surge, entonces, la necesidad de esa “segunda mirada”, que nos acerca al
campo en que hemos desviado nuestra mirada analítica y qué, para recuperarla,
al igual que la asimetría perdida, requerimos de una interpretación que nos
involucre, que nos permita conocer la fantasía de fondo que promueve esta
desviación.
De hecho, la segunda mirada proviene de nuestro registro de sentimientos
o fantasías, que aparecen en la contratransferencia y que nos mueven a
abandonar la actitud de atención flotante para observar el campo.
En el campo vamos a encontrar el baluarte, que es una estructura
resistencial, fortificada por la complicidad de los protagonistas. Cabe
agregar que involucra, de manera totalmente inconsciente, aspectos de la
historia personal de los participantes y deriva en la conformación de roles
imaginarios estereotipados. Esto no aparece nunca en la conciencia de
aquellos, quienes sólo repiten cual eco estéril la trama pactada.
La conformación del baluarte abarca, en medida variable, el campo
analítico. Algunas veces, dicen los Baranger [6],
el baluarte queda como un cuerpo extraño, estático, mientras el proceso sigue
aparentemente su curso. En otras ocasiones, inunda totalmente el campo,
deviniendo éste, en su totalidad, patológico.
Tomo, aquí, un ejemplo de los varios que nos ofrecen los autores: Un
paciente perverso se muestra como “un buen paciente”. Cumple con los
aspectos formales del pacto. No presenta resistencias manifiestas.
No progresa. Las sesiones, en cierto momento, se presentan como un
condensado de la “Psichopathia Sexualis” de Richard von Krafft-Ebing. El
analista nunca ha visto a nadie con tantas perversiones juntas. El
baluarte, en este caso, está constituido entre un analizado exhibicionista y un
analista fascinado-horrorizado, voyeur obligado, complaciente del despliegue
perverso.
Por mi parte, quisiera proponer como ejemplo la ocurrencia frecuente de
constitución de baluartes alrededor de la tardanza del paciente o del analista,
que llega a originar un “acostumbramiento”, colocándose ambos al margen de los
elementos comprometidos en ese lapso. Hay una desviación de las miradas
con elusión de toda posibilidad interpretativa a menos que se observe el campo,
claro está.
Lo particular del baluarte es que se produce entre ese paciente y ese
analista, en ese campo que ha derivado en una trama especial de la dupla
transferencia-contratransferencia; aunque, como veremos más adelante, sería más
propio decir que es una transacción que compromete una identificación
proyectiva y una contraidentificación proyectiva, fenómenos estudiados por León
Grinberg [7], en base a su experiencia clínica,
ampliando el concepto de identificación proyectiva propuesto por Klein.
En el artículo de 1982, discuten sobre la trascendencia del fenómeno de
la identificación proyectiva en la constitución del campo, planteándose que su
presencia en forma masiva, como se propusiera inicialmente, sólo sería
verificable en situaciones de severa regresión. Por tal motivo, se da la
necesidad de una mayor diferenciación de los fenómenos de la transferencia y la
contratransferencia.
Para la transferencia, propone una gradiente de cuatro categorías
básicas, la cuarta de las cuales correspondería a la de las transferencias por
identificación proyectiva, que sería la que determina la estructuración de la
patología del campo y “urge”, “exige”, dicen los Baranger, una interpretación.
Respecto a la contratransferencia, plantean la diferenciación de la
misma respecto a la transferencia en tanto que, en principio, sostiene la
asimetría básica de la situación analítica. Por otro lado, supone un
elemento instrumental que funciona sobre la base de intensidades atenuadas,
condenadas a un despliegue al interior del analista. La posición
estructural, nos dicen, define ciertos límites entre los cuales la
atención flota libremente, sin hundirse, y el trabajo del analista se realiza
con la primera mirada, sin que aparezca el campo como tal.
La contratransferencia involucra al analista con el paciente en
identificaciones proyectivas cruzadas y en las reacciones a las mismas. Es esto lo que configura la patología del
campo y lo que exige una segunda mirada tanto como un trabajo interpretativo
prioritario.
Volviendo a la problemática relacionada con el baluarte, su
desactivación implica, como es de suponer, la devolución al paciente de
aspectos suyos puestos en el analista por identificación proyectiva. De
esto deviene el rescate de la asimetría funcional perdida y la vuelta al uso de
la herramienta fundamental.
En la forma extrema del baluarte, el paciente es vivenciado
parasitariamente. En la contratransferencia, el analista se siente
“habitado” por su paciente, se llena de preocupaciones que trascienden el
espacio de las sesiones; éstas suelen movilizar trasgresiones de la situación
analítica.
Nuestros autores sostienen que detrás de cualquier situación de no-proceso
analítico, sea esto manifiesto o encubierto, existe un baluarte, tal como lo
hemos descrito, que llega a formar micro-delirios. Constituyen diferentes
formas de resistencias: la conocida resistencia incoercible, el impasse y la reacción
terapéutica negativa. Todos tienen en común el ser de gran
intensidad y de larga permanencia en el tiempo. Son obstáculos estables
frente a los cuales el analista vive su impotencia para resolverlos, en tanto
está involucrado en la perturbación del campo. A todas estas situaciones
les subyace el baluarte.
Como quiera que el planteamiento del baluarte como resistencia atrapada
por la compulsión a la repetición y, por tanto, subsidiaria del instinto de
muerte, su resolución supone el triunfo de eros en la tarea analítica.
Recogemos la propuesta respecto a la estructuración y manejo del campo,
con el que nos identificamos plenamente, que señala que mientras más rígido es
el esquema referencial del analista, más propenso se encuentra a aceptar el rol
de sujeto-supuesto-saber. Es decir, es cada vez más cómplice de la
estereotipia paralizante del proceso. Por ello, es recomendable que
transitemos por esquemas múltiples, haciendo sin eclecticismo confusional
nuestra propia cosecha de varios de ellos: la clínica es más variada que
nuestros esquemas y no nos regatea oportunidades de inventar.
[1] Ropiequet Hilgard, Ernest…Schlesinger Kubie,
Lawrence…Pumpian-Mindlin, Eugene…Parres, Ramón… De Gortari, Eli… El
psicoanálisis como ciencia. México, Universidad Nacional Autónoma de México,
Dirección General de Publicaciones, 1960.
[2] Meltzer, Donald... El proceso psicoanalítico. Buenos
Aires, Editorial Paidós, 1968. 182 pp.
[3] Baranger, Madeleine… Baranger,
Willy… Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires, Kargieman, 1969.
[4] Baranger, Madeleine… Baranger,
Willy… Mom, Jorge… Proceso y no proceso en psicoanálisis. Buenos Aires, APA,
Revista de Psicoanálisis, Tomo XXXIX, No. 4, 1982.
[5] Etchegoyen, Horacio... Los
fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Editorial
Amorrortu, 1986.
[6] Baranger, Willy y Madeleine… Problemas del campo
psicoanalítico. Buenos Aires: Ed. Kargieman, 1969.
[7] Grinberg, León… Teoría de la identificación. Buenos Aires,
Editorial Yebenes, 1985.
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