miércoles

1995 La noción de campo en psicoanálisis


Antes de abordar el tema central de esta conferencia, quisiera hacer un pequeño periplo por lo que corresponde al campo del psicoanálisis, por aquello que muchas veces se nos pierde en la imprecisión por la presencia en el campo de múltiples modelos conceptuales, que han ido surgiendo a lo largo del desarrollo de su disciplina, como intento de dar cuenta y de sistematizar las experiencias que, desde Freud, hace más de cien años, venimos cotidianamente requiriendo comprender, en un reto inagotable que feliz o desgraciadamente nos remite siempre a la necesidad de reformular y recrear.

Hace ya mucho que la observación psicoanalítica trascendió el campo de las neurosis y de la patología en general para abarcar la totalidad del individuo humano, enfermo o no, en sus manifestaciones psíquicas.  Los fenómenos de la fantasía y de la subjetividad en general  encontraron lugar para la comprensión mayor de las motivaciones humanas.  Los sueños  -la vía regia, como se abordaran la semana pasada-  las pesadillas, los sentimientos irracionales, los olvidos, los prejuicios, las emociones, etc., encuentran una posibilidad de ser comprendidos e investigados psicoanalíticamente; incluso,  prestan oportunidad a la experimentación, que no pocos autores han llevado adelante. 

Todos estos elementos y fenómenos tienen en común su naturaleza irracional.   Por tal motivo, Pumpian-Mindlin, al hablar de la posición del psicoanálisis, en el libro “El psicoanálisis como ciencia” [1], prefiere precisar el campo del psicoanálisis como el estudio de lo no racional en el ser humano, como la observación y entendimiento de los factores que preceden a la acción manifiesta y al pensamiento lógico, aquellos que se ubican dentro del campo del inconsciente.

Quien quiera que pretenda investigar psicoanalíticamente un acontecimiento humano –sea de su vida de relación con los demás o de la propia subjetividad-  buscará sus motivaciones inconscientes.   Si no es así, no estará dentro del campo del psicoanálisis.  

Otras disciplinas, que se aproximan a la comprensión del ser humano, aportan y complementan las observaciones del psicoanálisis  -o viceversa-  pero la premisa definitoria del psicoanálisis es su abordaje del componente inconsciente, del material subyacente y determinante de la manifestación observada.

Esta condición del campo del psicoanálisis abre espacio al estudio de la subjetividad en toda su expresión, llegando, como veremos más adelante, a incluir en la investigación al sujeto de la misma, como se da, por ejemplo, en ese campo especial que se estructura en la particular situación analítica clínica.

Estas precisiones respecto al campo del psicoanálisis son tal vez una extensión de aquellas que nos movieron, en la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, a buscar cercanía e interacción con otras disciplinas en el contexto de nuestro II Congreso de Psicoanálisis, donde se abordó justamente el tema “El múltiple interés del psicoanálisis”.  En aquella oportunidad, en su discurso inaugural, Néstor Goldstein, destacado psicoanalista argentino, dijo lo siguiente: “Expandirse o resecarse; no parece haber otra alternativa.  Pero hay que encontrar la manera de expandirse con criterio y sin confusiones…”

Siempre es necesario, pues, precisar nuestro campo sin otro ánimo que abrirnos a la experiencia del aprendizaje, como una suerte de planteamiento de contexto, especialmente cuando, como hoy, planteamos algún concepto “diferente”.

En este caso, estamos ya al interior de las concepciones psicoanalíticas que nos han deparado y nos seguirán deparando nuevos modelos y puntos de vista, con los que entramos en relación elaborativa al confrontarlos e incluirlos en nuestras lecturas de la experiencia.

El riesgo, siempre latente, de cristalizar la teoría y asumirla como ideología, nos compromete a confrontar, a exponer y exponernos ante los demás. Para ello, es indispensable el desarrollo de espacios como éste, donde se puedan dar el encuentro y el disentimiento, siempre con la posibilidad eventual de echar una ojeada analítica al fenómeno de campo en el que participamos.  Es así -y solamente así- como lograremos el desarrollo de nuestra disciplina, con pluralidad de pensamientos y pluralidad de “irracionalidades” (inspiraciones creativas enriquecedoras desde el campo mismo de nuestro trabajo) puestas al servicio de la creatividad analítica y de la solidez de nuestra institución.   

Otro riesgo, frecuente en nuestro desarrollo profesional, es el de quedar atrapados en alguna configuración fantasmática de nuestra identidad, donde prevalezca un sentimiento omnipotente de nuestros alcances o una grandiosidad exagerada de nuestras realizaciones.  Al respecto, dice Meltzer que es necesario contemplar los riesgos del trabajo analítico con mirada sobria y construir y probar medidas de seguridad y esquemas profilácticos. [2]

Esto forma parte de nuestros posibles problemas, también, en el campo institucional.  A veces, estos fantasmas corresponden a estructuraciones grupales, derivadas de supuestos básicos o de resabios de transferencias no resueltas con la institución, que pueden llegar a constituir difíciles baluartes, en el sentido que le dan a este término los Baranger [3] y que utilizo en el trabajo que les traigo hoy para compartir.           Y, como todo baluarte, como veremos más adelante, están destinados a agotarse en la sustentación de premisas irracionales opuestas al desarrollo creativo, aunque puedan presentar un disfraz de desarrollo.

Retomando a Meltzer, es importante construir medidas de seguridad y esquemas profilácticos que, en el sentido más puro, nos brindan el análisis personal, las supervisiones y el mantenimiento de espacios y motivaciones como las que hoy nos reúnen.

El peligro de encontrarnos en coyunturas entrampantes será mayor si no desarrollamos la posibilidad de examinar nuestra participación de manera verdaderamente psicoanalítica en el campo.

Bueno, hasta aquí venimos adelantando líneas y conceptos que tienen que ver con el tema central de esta ponencia: “La noción de campo en psicoanálisis”.  En realidad, vamos a incursionar en la dinámica del campo, en su aspecto estructural, en la situación analítica, base del proceso analítico que en éste se desarrolla. Con este fin, he recogido las principales ideas que los autores (Willy y Madeleine Baranger, junto con Jorge Mom) nos aportan en un trabajo de 1982, titulado “Proceso y no proceso en psicoanálisis” [4], que es, al parecer, el último en el que, hasta el momento, han abordado este tópico.

Horacio Etchegoyen, en su libro “Los fundamentos de la técnica psicoanalítica” [5], nos permite acceder, a través de sus citas, a trabajos de los Baranger desde los años 1961, 1962 hasta la fecha.  Este autor (Etchegoyen) registra la primera publicación de estos autores, sobre el tema, en la Revista Uruguaya de Psicoanálisis de 1961-1962.  Posteriormente, el punto tratado en este artículo fue incluido en el séptimo capítulo  del libro “Problemas del campo psicoanalítico”, publicado en 1969.  De este último, Etchegoyen extrae algunos textos, entre los cuales, comenta los siguientes:

Menciona Etchegoyen (pg. 461) que “El punto de partida de los Baranger es que la situación psicoanalítica no puede ya entenderse como la observación objetiva de un analizado en regresión por un analista-ojo... Los dos miembros de la pareja analítica están ligados complementariamente y ninguno de los dos puede ser entendido sin el otro… La situación analítica tiene su estructura espacial y temporal, está orientada por líneas de fuerza y dinámicas determinadas, tiene sus leyes evolutivas propias, su finalidad general y sus finalidades momentáneas… lo que distingue al campo psicoanalítico, dicen los Baranger, es que se configura como una fantasía inconsciente…”

Continúa señalando Etchegoyen (pg. 462) que “… la fantasía no sólo aparece en el campo sino que es una fantasía de campo en la cual ambos protagonistas están igualmente involucrados…” y también, que  “… cuando la fantasía que tiene el analista con respecto a la situación analítica coincide con la del analizado se ha configurado una fantasía de pareja.”  

Nos dice el autor, acerca del pensamiento de los Baranger (pgs. 462-3), que: “Sólo es fecundo el trabajo analítico cuando se da este fenómeno de resonancia en que yo siento lo que siente mi paciente, y a través de esta fantasía compartida va a surgir el insight.  Hasta que no se logre esta fantasía compartida, el analista no hará más que teorizar acerca del paciente… Lo esencial del procedimiento analítico, dicen los Baranger, es que todo acontecimiento que se da en el campo es al mismo tiempo otra cosa”.

Sigue diciendo Etchegoyen (pg. 463) que lo que estructura el campo bipersonal de la situación analítica es esencialmente una fantasía inconsciente.  Pero sería equivocado entenderlo como una fantasía inconsciente solamente del analizado. No es lo mismo descubrir la fantasía inconsciente subyacente a un sueño, o a un síntoma, que entender la fantasía inconsciente de una sesión psicoanalítica… Esta fantasía inconsciente bipersonal, objeto de la interpretación del analista, "... es una estructura constituida por el interjuego de los procesos de identificación proyectiva e introyectiva y de las contraidentificaciones que actúan con sus límites, funciones y características distintas dentro del analizado y del analista".

A lo largo de estas citas, vemos la fuerte influencia de las ideas kleinianas en el pensamiento de los Baranger en aquel entonces.  Hay un gran peso de la dinámica del campo, apoyada en los conceptos de identificación proyectiva-introyectiva, a lo que se suma la integración de la noción de campo, proveniente de la teoría de la Gestalt.

Dejemos, por un momento, las cosas ahí y observemos a los Baranger investigando en este terreno en 1961, época de efervescencia de las ideas kleinianas en los autores rioplatenses.  

Por entonces, los Baranger se encontraban en Uruguay, en labor pionera de la organización de la Sociedad Uruguaya de Psicoanálisis y, por consiguiente, con una intensa actividad de supervisión de casos incipientes de análisis.  De alguna manera, a través de sus líneas, los autores nos hablan de la influencia de estas circunstancias.  Sus conclusiones están teñidas de estos elementos y hay toda una evolución desde sus puntos de vista, de aquel entonces, hasta los de su artículo, ya citado, de 1982.

Traducen una evolución conceptual, que va integrando ideas de otros autores, como Bleger, Isaacs, Grinberg, Lacan, etc. De esto, también, nos habla su propuesta final en este artículo, donde proponen un esquema referencial amplio pero sin eclecticismo confusional.

Etchegoyen les atribuye el mérito de haber sido, si no los primeros, sí los que entendieron de forma más integrada la situación analítica como un campo de interacción y de observación, un campo en el que el analista configura una  pareja con el analizado.  Resalta esta posición en contraste con la de otros autores, que centran su atención en las variables del campo que dependen sólo del material aportado por el paciente en análisis, frente a un analista que observa el proceso de regresión.

La noción de campo, aquí propuesta, se nutre de los conceptos que propone la teoría Gestalt.  Recordemos su propuesta de que el todo es más que la suma de sus partes.

Los autores nos dicen claramente, en 1982, que su necesidad de comprender el proceso psicoanalítico la recogen de la experiencia clínica y de sus fracasos.  Nos traen, junto al concepto de “campo”,  el de “segunda mirada” y el de “baluarte”.  Estos elementos conceptuales les resultan apropiados para entender lo que ocurre cuando el proceso se detiene, cuando surge un obstáculo que involucra la transferencia del paciente y la contratransferencia del analista.  A este obstáculo lo denominan “baluarte”, una suerte de nudo gordiano que requiere ser examinado con una “segunda mirada” del analista puesta en el campo.  Esta mirada debe incluir a la persona del analista.

Este campo se nos presenta como una estructura compleja, supone un conjunto de transacciones entre analizado y analista, en la que se va a apoyar el proceso analítico.  Es necesario que se mantenga como un fondo estable, en medio de las variaciones propias del proceso.

Este fondo estable está constituido por el pacto analítico que, en la visión de los Baranger, tiene aspectos formales, funcionales y estructurales.

Los aspectos formales son los que conocemos como las variables de duración, frecuencia, etc., aquellos que influyen de diferente manera en la funcionalidad, aspecto éste que se nos presenta como dado por la base asimétrica del encuentro: uno es el analista y el otro es el analizado; no es de otra manera.  Se trata de invariables de la situación en las que se juega el proceso analítico.

A todo esto se suman lo que los Baranger denominan “aspectos estructurales”, donde el elemento determinante del proceso analítico es la observación de “la regla fundamental”, que es la que abre posibilidades a la transferencia.

Sabemos que, a lo largo del proceso psicoanalítico, se producen situaciones de detenimiento, atascamientos diferentes a los de las cotidianas resistencias que encontramos usualmente.  La maquinaria se traba y hay que revisarla.  Es allí donde encuentran los Baranger la necesidad de observar el campo, ya que este detenimiento supone la trabazón de ambas piezas del engranaje debido a la formación de “estructuras adventicias”, que perturban la funcionalidad del campo.  La simetría básica se pierde en favor de un pacto inconsciente entre los protagonistas y esto atenta contra el proceso.

Surge, entonces, la necesidad de esa “segunda mirada”, que nos acerca al campo en que hemos desviado nuestra mirada analítica y qué, para recuperarla, al igual que la asimetría perdida, requerimos de una interpretación que nos involucre, que nos permita conocer la fantasía de fondo que promueve esta desviación.

De hecho, la segunda mirada proviene de nuestro registro de sentimientos o fantasías, que aparecen en la contratransferencia y que nos mueven a abandonar la actitud de atención flotante para observar el campo.

En el campo vamos a encontrar el baluarte, que es una estructura resistencial, fortificada por la complicidad de los protagonistas.  Cabe agregar que involucra, de manera totalmente inconsciente, aspectos de la historia personal de los participantes y deriva en la conformación de roles imaginarios estereotipados.  Esto no aparece nunca en la conciencia de aquellos, quienes sólo repiten cual eco estéril la trama pactada.

La conformación del baluarte abarca, en medida variable, el campo analítico.   Algunas veces, dicen los Baranger [6], el baluarte queda como un cuerpo extraño, estático, mientras el proceso sigue aparentemente su curso.  En otras ocasiones, inunda totalmente el campo, deviniendo éste, en su totalidad, patológico.

Tomo, aquí, un ejemplo de los varios que nos ofrecen los autores: Un paciente perverso se muestra como “un buen paciente”.  Cumple con los aspectos formales del pacto.  No presenta resistencias manifiestas.  No progresa.  Las sesiones, en cierto momento, se presentan como un condensado de la “Psichopathia Sexualis” de Richard von Krafft-Ebing.  El analista nunca ha visto a nadie con tantas perversiones juntas.  El baluarte, en este caso, está constituido entre un analizado exhibicionista y un analista fascinado-horrorizado, voyeur obligado, complaciente del despliegue perverso.

Por mi parte, quisiera proponer como ejemplo la ocurrencia frecuente de constitución de baluartes alrededor de la tardanza del paciente o del analista, que llega a originar un “acostumbramiento”, colocándose ambos al margen de los elementos comprometidos en ese lapso.  Hay una desviación de las miradas con elusión de toda posibilidad interpretativa a menos que se observe el campo, claro está.

Lo particular del baluarte es que se produce entre ese paciente y ese analista, en ese campo que ha derivado en una trama especial de la dupla transferencia-contratransferencia; aunque, como veremos más adelante, sería más propio decir que es una transacción que compromete una identificación proyectiva y una contraidentificación proyectiva, fenómenos estudiados por León Grinberg [7], en base a su experiencia clínica, ampliando el concepto de identificación proyectiva propuesto por Klein.

En el artículo de 1982, discuten sobre la trascendencia del fenómeno de la identificación proyectiva en la constitución del campo, planteándose que su presencia en forma masiva, como se propusiera inicialmente, sólo sería verificable en situaciones de severa regresión.  Por tal motivo, se da la necesidad de una mayor diferenciación de los fenómenos de la transferencia y la contratransferencia.

Para la transferencia, propone una gradiente de cuatro categorías básicas, la cuarta de las cuales correspondería a la de las transferencias por identificación proyectiva, que sería la que determina la estructuración de la patología del campo y “urge”, “exige”, dicen los Baranger, una interpretación.

Respecto a la contratransferencia, plantean la diferenciación de la misma respecto a la transferencia en tanto que, en principio, sostiene la asimetría básica de la situación analítica.  Por otro lado, supone un elemento instrumental que funciona sobre la base de intensidades atenuadas, condenadas a un despliegue al interior del analista.  La posición estructural, nos dicen, define ciertos límites  entre los cuales la atención flota libremente, sin hundirse, y el trabajo del analista se realiza con la primera mirada, sin que aparezca el campo como tal.

La contratransferencia involucra al analista con el paciente en identificaciones proyectivas cruzadas y en las reacciones a las mismas.  Es esto lo que configura la patología del campo y lo que exige una segunda mirada tanto como un trabajo interpretativo prioritario.

Volviendo a la problemática relacionada con el baluarte, su desactivación implica, como es de suponer, la devolución al paciente de aspectos suyos puestos en el analista por identificación proyectiva.  De esto deviene el rescate de la asimetría funcional perdida y la vuelta al uso de la herramienta fundamental.

En la forma extrema del baluarte, el paciente es vivenciado parasitariamente.  En la contratransferencia, el analista se siente “habitado” por su paciente, se llena de preocupaciones que trascienden el espacio de las sesiones; éstas suelen movilizar trasgresiones de la situación analítica.

Nuestros autores sostienen que  detrás de cualquier situación de no-proceso analítico, sea esto manifiesto o encubierto, existe un baluarte, tal como lo hemos descrito, que llega a formar micro-delirios.  Constituyen diferentes formas de resistencias: la conocida resistencia incoercible, el impasse y la reacción terapéutica negativa.  Todos tienen  en común el ser de gran intensidad y de larga permanencia en el tiempo.  Son obstáculos estables frente a los cuales el analista vive su impotencia para resolverlos, en tanto está involucrado en la perturbación del campo.  A todas estas situaciones les subyace el baluarte.

Como quiera que el planteamiento del baluarte como resistencia atrapada por la compulsión a la repetición y, por tanto, subsidiaria del instinto de muerte, su resolución supone el triunfo de eros en la tarea analítica.

Recogemos la propuesta respecto a la estructuración y manejo del campo, con el que nos identificamos plenamente, que señala que mientras más rígido es el esquema referencial del analista, más propenso se encuentra a aceptar el rol de sujeto-supuesto-saber.  Es decir, es cada vez más cómplice de la estereotipia  paralizante del proceso.  Por ello, es recomendable que transitemos por esquemas múltiples, haciendo sin eclecticismo confusional nuestra  propia cosecha de varios de ellos: la clínica es más variada que nuestros esquemas y no nos regatea oportunidades de inventar.





[1] Ropiequet Hilgard, Ernest…Schlesinger Kubie, Lawrence…Pumpian-Mindlin, Eugene…Parres, Ramón… De Gortari, Eli…  El psicoanálisis como ciencia. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, 1960.
[2] Meltzer, Donald... El proceso psicoanalítico.  Buenos Aires, Editorial Paidós, 1968.  182 pp.
[3] Baranger, Madeleine… Baranger, Willy… Problemas del campo psicoanalítico. Buenos Aires, Kargieman, 1969.
[4] Baranger, Madeleine… Baranger, Willy… Mom, Jorge… Proceso y no proceso en psicoanálisis. Buenos Aires, APA, Revista de Psicoanálisis, Tomo XXXIX, No. 4, 1982.
[5] Etchegoyen, Horacio... Los fundamentos de la técnica psicoanalítica.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1986. 
[6] Baranger, Willy y Madeleine… Problemas del campo psicoanalítico.  Buenos Aires: Ed. Kargieman, 1969.
[7] Grinberg, León… Teoría de la identificación.  Buenos Aires, Editorial Yebenes, 1985.


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