II Congreso de Candidatos del
Instituto Internacional de Psicoanálisis, Lima, 1993.
Ante todo, quisiera agradecer la amable invitación que me
hicieran llegar los candidatos del Instituto Peruano de Psicoanálisis para
participar en este evento con un tema tan importante como es el de la
formación, tema que están ellos viviendo de manera especial en su tránsito
hacia la identidad psicoanalítica.
Debo decirles que participo gustoso, con los mejores deseos
de compartir mi modesta experiencia. No
está demás señalar que he abordado anteriormente el tema de la formación, en
particular a lo que atañe a los dinamismos propios de los grupos que conforman
el contexto humano de la formación. La
base previa de mis informaciones tuvo que ver con la formación docente y
directiva en el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima. De estas experiencias y observaciones,
recogidas junto a otros colegas, llegamos a la conclusión de la necesidad de
integrar el manejo y resolución de las diferentes dinámicas que se presentan en
los grupos, tanto de alumnos, como de profesores y directivos, incluyendo, también,
en dicha observación y trabajo, al personal administrativo.
Por cierto que mi experiencia personal de formación va más
allá de estos basamentos. Parte del
hecho mismo de mi nacimiento y abarca todos los pasajes de procesos de
formación que he tenido y que, felizmente, aún prosiguen, Así es que lo que hoy sostengo, como puntos
de vista, corresponde tan solo a este breve capítulo de mi vida. Por cierto, espero tener la oportunidad de
participar de nuevos capítulos.
Supongo que mucho se ha escrito sobre este tema y tal vez
quede poco que aportar. Me voy a
permitir, sin embargo, la sensación de ir descubriendo cosas que básicamente
surgen de mi reflexión a partir de la invitación a venir a dialogar sobre la
materia.
Voy a proponer ahora diferentes subtítulos para tener una
mejor secuencia en el desarrollo de mi exposición.
1 Sobre lo peculiar de la formación psicoanalítica
La idea de formación en psicoanálisis evoca de inmediato la
tríada fundamental sobre la que descansa ésta.
Sin embargo, considero que la carta fuerte de una formación en
psicoanálisis es el análisis personal, exigencia ineludible en cualquier
instituto reconocido por la institución tutelar, la IPA. Esto quiere decir que, mientras transcurre el
período de formación, el candidato estará, de seguro, en proceso analítico; y,
como sabemos, esto conlleva una movilización de sus defensas y mecanismos
vinculados a la transferencia y regresión.
Todo esto aporta una importante cuota de fragilidad en el candidato
respecto a sí mismo y a su relación con las tareas propias de su formación. El
análisis personal supone, a la vez, un sostén del proceso de formación, tanto
como una desestabilización operativa del mismo.
Se espera que la resultante sea una estructuración futura, que permita
al analista dar cuenta de un proceso similar en la relación con sus
pacientes.
Otro componente de la peculiaridad de la formación analítica
es el de orientarse permanentemente hacia la duda respecto a lo manifiesto, en
una suerte de paranoia operativa que nos lleva a preguntarnos permanentemente
“¿Qué hay detrás de todo esto? o ¿qué nos está queriendo decir?, etc. Ésta es una práctica que, cuando es demasiado
exagerada, puede resultar desastrosa.
Recordemos una de las tiras cómicas de Woody Allen, en la que
él sale con una chica que le dice ”te quiero” y él se pone a pensar “¿qué me
estará queriendo decir?” Vemos, pues,
que esta relatividad de lo manifiesto aporta, también, su cuota de
incertidumbre y requiere un gran equilibrio en el manejo de la posibilidad de
no saber.
Tal vez aquí cabría un contraste con otras disciplinas que, como la formación militar, por ejemplo, plantean que el formando
debe aprender a no dudar y tan solo sostenerse en el cumplimiento de los
mandatos de sus superiores.
A estos fenómenos podríamos sumarle el del abordaje de la
teoría psicoanalítica o, mejor dicho, de las teorías, con sus propuestas
fascinantes y tentadoras, muchas veces cambiantes y algunas veces
contradictorias, cuando no poco comprensibles.
Tener que aprenderlas en períodos cortos y con los distintos apremios de
la formación, no siempre nos permite integrarlas fácilmente a la experiencia
propia, ni siquiera con la esperada facilitación que pudiera adicionar el
profesor, a favor o en contra de los puntos de vista propuestos, respecto a
este conocimiento de las teorías.
En el mejor de los casos, uno termina con una especie de
Torre de Babel en la cabeza y no sabe ni dónde está parado respecto a las
teorías, dudando si tomar partido por el “instinto de muerte” o por alguna
“verdad lacaniana”; si por la “abstinencia a ultranza” o por recurrir a la
“empatía”. En medio de estas
incertidumbres, uno puede caer en la tentación de asumir algún concepto teórico
como “dogma”. Algunas veces ayuda y
algunas veces complica saber, con el tiempo, que las teorías suponen tan solo
un asidero, un intento de explicación.
Todo esto y otros factores que se agregan, como el tener que
trabajar con pacientes en supervisión durante un lapso mínimo determinado por
la institución, cuando uno nunca sabe si llevará a término el análisis que está
siendo supervisado, si podrá mantener las supervisiones, los pagos, etc.,
generan un clima de gran incertidumbre y tensión que, como veremos más
adelante, puede relacionarse -vía regresión- con fantasías particulares que pueden
perturbar el proceso de formación.
La formación, pues, transcurre entre procesos de
desestructuración con posteriores integraciones, con grandes incertidumbres,
hasta encontrar la luz que, como en Lima, siempre se hace esperar. Encontrar la respuesta en el límite de la
incertidumbre y la experiencia de la propia reestructuración, devienen en
factores que aportan la confianza en la bondad del proceso que hemos asumido
para lograr reparar, reparándonos.
Poder conservar, cada vez más, una mirada que desde nuestro
interior nos guíe durante el proceso del entendimiento analítico, es la muestra
fehaciente de que hemos encontrado la identidad como analistas. Logrado este objetivo, podríamos decir que
nunca más seremos los de antes, nunca más nos tendremos que enmarañar en el
engaño racionalizador o evasivo. Claro
está que el “nunca más” es una manera de hablar, ya que felizmente nos queda
una tarea por delante en la que tendremos que rescatarnos permanentemente de la
posibilidad de pérdida de nuestra adquisición, en los avatares de las
movilizaciones transferenciales y contratransferenciales, propia de nuestro
cotidiano y particular ejercicio profesional.
Serán, pues, necesarias eventualmente unas horas de supervisión y acaso
un re-análisis, si podemos superar algunos prejuicios que se generan en un
entorno tan reducido como el nuestro.
Más adelante, veremos cómo resulta necesario extender el
elemento de sostén de la formación
institucional a los miembros ya laureados, como forma de facilitar este proceso
de rescate. Ésta es una situación poco
viable si el contexto institucional es poco sostenedor o más bien persecutorio.
2 El proceso de cambio en los candidatos: hacia la identidad
psicoanalítica
Tal vez el camino natural de la formación psicoanalítica
parte de una idealización de la identidad y/o del quehacer psicoanalítico. Ciertamente, esto está apuntalado por un bien
ganado prestigio del psicoanálisis.
Pero, una cosa es el psicoanálisis y otra los psicoanalistas o las
instituciones psicoanalíticas que imparten la formación. Por tal motivo, no siempre el resultado final
de una formación psicoanalítica está mediado por una saludable des-idealización
que devenga en una visión real de sí mismo como tal. Muchas veces, la salida está forzada por una
marcada sobre-idealización; en otras ocasiones, la resultante es confusa y
necesita una larga intermediación del tiempo para encontrarse con su identidad;
algunas veces, podremos observar des-idealizaciones catastróficas de la
institución o de la identidad analítica.
En medio de todo esto, estamos hablando de la necesidad de
procesar nuestro narcisismo y nuestra omnipotencia, los cuales, en general, son
recursos utilizados en situaciones de
carencia estructural y que tal vez nos resulte necesario movilizar en ocasiones,
dada la fragilidad en la que transcurre nuestra labor profesional y debido a
las dificultades propias para encontrar estructuras de sostén y elaboración
para nuestras movilizaciones debidas justamente a esta fragilidad.
El candidato desarrolla, como dijimos anteriormente, intensas
transferencias y las ya mencionadas idealizaciones. Esto constituirá un cierto sostén al inicio
de la formación, pero al final del camino, ineludiblemente, tendrán que quedar
fuera algunos “muertitos”, como el niño, el de “su majestad el bebé” y el "padre
todopoderoso", extensión del yo ideal.
Pero en esta tarea, el candidato no siempre será asistido por
facilitadores del entorno, especialmente si en este entorno seguimos
idealizando o, mejor dicho, dando de lactar a “su majestad el bebé”. En general, tal vez notemos más bien nuestros
sentimientos de frustración por no encontrar un ideal sostenedor.
La resolución de la transferencia desarrollada en el trabajo
personal algunas veces encuentra dificultades debido a la continuidad del
vínculo analítico con la institución.
Por tal motivo, la condición de “padres e hijos” o alguna otra
constelación de la trama parental primaria no accede a la posibilidad de
“descansar en paz”; es decir, no hay un filicidio simbólico efectivo ni un
parricidio simbólico en salud. Más bien,
las culpas o ansiedades que se generan empujan hacia dificultades para procesar
la identidad de sí mismos, como singulares y actuales, como analistas que han
logrado desprenderse de una identidad sostenida por la tutela de la
institución.
Anteriormente, me he referido a la mirada analítica interior,
que da cuenta de los hechos en el aquí y ahora; mirada que resulta determinante
para lograr una identidad como analistas.
Pero tiene que ser un yo observador y no un superyó el que ocupe este
lugar. No hay lugar para el “deber ser”
allí donde simplemente “se es”. No se
trata ya de satisfacer a nadie sino de poder encontrarse en medio de las
complejas interacciones que nos toca llevar adelante.
Todo resto transferencial debe derivar a la institución, con
la que nos relacionaremos anaclíticamente, porque la necesitamos, pero lejos de
una moción infantil o grandiosa, ya que solo desde una resultante de libertad
interior para el compromiso podremos decir que sostenemos nuestra identidad.
Pero no siempre las transferencias llegan a constituir una
institución ideal del yo-superyó que nos estimule y sostenga. A veces, los fines pueden ser distorsionados
y anclar en realizaciones propias del ejercicio del poder omnipotente. Nos olvidamos, así, de sostener conjuntamente
lo más valioso de nuestra identidad, que es el pensamiento psicoanalítico, el
pensar analíticamente. Por este motivo,
necesitamos reconocer la realidad de nuestras necesidades de sostener el
pensamiento psicoanalítico para seguir desarrollando, para seguir formándonos,
para evitar la pérdida de nuestra identidad.
¿Cómo extrapolar lo que antes dijimos que era válido para
rescatarnos de estos problemas en lo individual? Pues no es otro el sistema: la mirada
analítica, el trabajo analítico, esta vez aplicado al grupo que ha perdido la
brújula de la orientación analítica, la observación de los fundamentos de nuestra
acción grupal, poder usar esa duda saludable que requerimos para preguntarnos
“¿qué estamos haciendo?, ¿qué nos está pasando?, ¿hacia dónde vamos?”.
Volviendo al tema de los candidatos -al tema de todos
nosotros, en realidad -, no debemos perder de vista que importa mucho, en la decantación
de la identidad, la estructura en la que ésta se desarrolla, la estructura que
la sostiene. La identidad es la suma y
resta de nuestros procesos de identificación y desidentificación. No cabe duda
que en ello juega un papel importante algo más que solamente el proceso
personal de análisis; importa mucho la instancia global sostenedora del proceso
de formación.
3 Los procesos de grupo en la formación psicoanalítica
Los procesos grupales se dan en cualquier grupo humano que
intente integrarse como grupo de trabajo.
Así que, de por sí, debemos esperar que el grupo tenga una cierta
evolución como tal hasta adquirir la cualidad de lo que Bion [1] llama “el grupo de tarea”.
Dicha evolución transitará por momentos de funcionamiento sostenidos por
lo que Bion denomina “supuestos básicos”.
Yo no me he detenido a examinar cuál ha sido
la evolución de los grupos de candidatos
de las diferentes promociones del Instituto Peruano de Psicoanálisis como para
poder decir si existe alguna característica evolutiva detectable que se repita,
por ejemplo, en cada año evolutivo.
Sí puedo referirme a algunas observaciones relacionadas con
los alumnos de la Escuela del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de
Lima. Por ejemplo, hay una cierta
constancia en el hecho de que, al término del primer año, se presentan
reacciones de des-idealización y un activo funcionamiento desde supuestos
básicos, sean éstos de “ataque-fuga” o de “dependencia”.
En relación a estos fenómenos, se pueden detectar fantasías
persecutorias de tipo filicida o de abandono gravoso por parte de “los
padres”. En medio de ello, se producen
movilizaciones sintomáticas que expresan dichas fantasías de diferentes
maneras: inasistencias, incumplimiento de las tareas, falta de lecturas, omisión
de los pagos, etc.
En ocasiones, se ha podido observar que estas tensiones
desencadenan conflictos entre los compañeros y fantasías fratricidas que,
algunas veces, llegan a promover retiradas expiatorias de algunos de los
miembros.
Frente a estos contenidos, los miembros del equipo pueden
reaccionar, a su vez, sintomáticamente. De esta manera, aparecen “olvidos”,
“evitamientos” y “sobrecompensaciones”, detrás de los cuales podemos detectar
ocultos sentimientos de culpa y búsqueda de negación de las propias fantasías
filicidas, patricidas, fratricidas, etc.
Muchas son las cosas que se pueden examinar en la observación
de las dinámicas institucionales. A veces, por ejemplo, observamos que las cargas de las tensiones
institucionales derivan hacia la persona de la secretaria, quien, por supuesto,
traducirá “acuso de recibo”, algunas veces también de manera sintomática,
pudiendo llegar a presentar fantasías de “inmolación salvadora”.
En cualquier caso, creo que resulta altamente saludable para
el funcionamiento institucional y para el aprendizaje mismo del psicoanálisis
el considerar la comprensión de los fenómenos grupales que se producen al
interior de la institución.
No debemos perder de vista que necesitamos de la institución
y que, por tal motivo, requerimos sanearla del fantasma del funcionamiento
desde premisas de supuestos básicos; es decir, desde el funcionamiento desde
niveles de proceso primario. Es
necesario declinar nuestra necesidad restitutiva de ser admirados en el
contubernio del objeto analítico en favor de ser apreciados en nuestra
institución. Es en esta situación en la
que nos podremos robustecer y asegurar la continuidad de nuestra formación.
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