IV
Congreso del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima “Sobre femineidad”,
1992
Si ustedes quieren saber más acerca de la femineidad, inquieran en
vuestra propia experiencia de vida o diríjanse a los poetas o aguarden hasta
que la ciencia pueda darles una información más profunda y mejor entramada.
Sigmund Freud… La Femineidad
Este
párrafo, que les acabo de leer, fue escrito por Freud en 1932, al final de su
artículo “La Femineidad”. En él, deja traslucir sus limitaciones para
comprender la naturaleza misma de la femineidad. Quiero resaltar esa honestidad científica que
mostró en realidad a lo largo de toda su obra y que para mí es lo esencial en
el desempeño del trabajo analítico: el amor a la verdad. Con este norte, es decir, más que nada
buscando respuestas y compartiendo experiencias y reflexiones, es que voy a
desarrollar este trabajo.
A los
fines de la propuesta de la mesa, trataré de aproximar femineidad y
psicoterapia al tiempo de abrir interrogantes que nutran la discusión y el
trabajo de los talleres.
Voy a
apoyarme en algunos conceptos de autores que, directa o indirectamente, se han
ocupado del tema; y, hacia el final, compartiré con ustedes una viñeta clínica
personal.
Volviendo
a Freud, quisiera citar un párrafo más de su artículo sobre la femineidad. Dice allí:
Empero, la fase de
la ligazón pre-edípica tierna es la decisiva para el futuro de la mujer; en
ella se prepara la adquisición de aquellas cualidades con las que luego
cumplirá su función sexual y costeará sus inapreciables rendimientos
sociales. En esta identificación
conquista también su atracción por el varón, atizando hasta el enamoramiento la
ligazón madre edípica de él.
Revelo
este pasaje porque, por un lado, rescata a nuestro autor de la usual lectura
parcial que de él hacemos, privilegiando su visión falocéntrica; y, por otro
lado, porque creo que el mismo
procesamiento de las identificaciones pre-edípicas constituye el sostén básico
de “lo femenino” en el varón.
Tal vez
valga la pena aclarar, en este punto, que estoy tomando el sentido fundamental
de lo femenino desde sus cualidades de “acogedor”, “tierno”, “cálido”,
“receptivo”, “delicado”, más que desde el sentido “pasivo” en el que a veces se
le utiliza en contraste con “activo”, cualidad que se suele adscribir en lo
esencial a lo “masculino”. Estas
cualidades básicas de lo femenino se plasman en el encuentro más temprano de la
relación con la madre y son condición esencial para el desarrollo de las
futuras identificaciones que nutren y refuerzan lo femenino a la par que dan
lugar y espacio para las identificaciones masculinas en el ulterior tránsito
por la etapa edípica.
El
paciente que no ha conseguido una consistente identificación temprana requerirá
del analista un acompañamiento a una regresión mayor. Prevalecerá el lenguaje pre-verbal por encima
del simbólico y, en la mayoría de los casos, no presentará una clara definición
sexual. Esto puede significar una
dificultad insalvable a los fines del desarrollo de un trabajo
terapéutico. A mayor falla en estas
áreas, mayor requerimiento habrá de una respuesta femenino-sostenedora del
analista. Dejo aquí este tema que
retomaremos más adelante.
Algunas ideas de Winnicott
Una de
las experiencias más vivificantes a lo largo de mi formación como psicoanalista
fue acercarme a Winnicott y a la gente que me ayudó a entenderlo. Lejano del afán de teorizar, dejaba más bien
que la experiencia hablara por sí misma.
Así sentí sus escritos, dichos a su manera, no siempre fácil de entender;
pero, eso sí, reflejando un gran compromiso con su material clínico.
Diría
de él que lo sentí como su propuesta misma de trabajo: sostenedor de mis
inquietudes por saber un poco más de la mente humana y de mí mismo. Creo que podría agregar, siguiendo la línea
que estoy desarrollando, que Winnicott tenía un nivel de femineidad fácilmente
deducible de su trabajo. Su “holding”
era la herramienta básica sobre la que sostenía el trabajo interpretativo;
actividad ésta (la de la interpretación) que cada vez trataba de incluir menos
en su labor analítica, aunque no por innecesaria. Buscaba siempre ajustarse al
máximo a la necesidad de su paciente.
Quisiera
adelantar, a partir de todo esto, una posible ecuación en el trabajo
terapéutico: “holding”=femenino e interpretación=masculino. Veamos ahora un párrafo de uno de los
trabajos de Winnicott, de 1956, titulado “La
preocupación maternal primaria”. Dice
allí:
No creo que sea
posible comprender el funcionamiento de la madre durante la vida del pequeño
sin ver que la madre debe ser capaz de alcanzar este estado de sensibilidad
exaltada, casi de enfermedad, y recobrarse luego del mismo.
Estas
citas las hago tratando de llamar la atención sobre la necesidad de considerar
que, en el trabajo terapéutico que nos proponemos llevar adelante sobre una
base analítica, nos tendremos muchas veces que encontrar con el requerimiento
de manejarnos en los niveles propios de esa relación primitiva, sosteniendo el
proceso con el concurso de nuestros recursos femeninos. Acá estamos refiriéndonos más a la persona
misma del analista, a la manera de esa madre dispuesta a “casi enfermar” con su
hijo, acogiendo sus contenidos hasta que los pueda asimilar. Por supuesto, en este trámite lo que nos sostiene
es nuestro profesionalismo y la posibilidad de derivar todo a un entendimiento
y a una orientación terapéutica.
A
veces, de ello derivará una interpretación para el paciente, pero no
necesariamente. Tal vez la mayor
urgencia es la de poder entender mejor estos fenómenos y discriminarnos lo
suficiente en esa situación de ese complejo campo que es nuestro trabajo. Acaso podamos, también, intentar escribir un
artículo y compartirlo con nuestros colegas, como ocurre ahora conmigo.
Felizmente,
estas urgencias de regresión con los pacientes no son tan frecuentes, salvo que
nos dediquemos a tratar a pacientes muy perturbados. Pero, no nos cansemos de señalarlo, cuando el
paciente nos requiere para sostener sus identificaciones proyectivas, el
recurso interpretador “masculino” es insuficiente, si no impertinente, como
veremos en el ejemplo más adelante.
Algo más sobre femineidad
A
propósito de estos desarrollos, releí un trabajo de Margaret Arden titulado “Un estudio del artículo de Silvia Payne: Un concepto de femineidad”, publicado en
el Libro Anual de Psicoanálisis de
1987. En éste, la autora propone adscribir lo femenino al proceso primario y,
en tanto así, el proceso secundario sustentaría lo masculino. Las dos modalidades conformarían lo esencial
de la bisexualidad de la mente humana.
Me
pareció interesante, además, en tanto su concepción de la cualidad de lo
femenino y masculino en la mente humana correspondía a la posibilidad de
encontrar una coincidencia en el uso de la técnica, con respecto a aquella
ecuación referida al “holding” como
femenino y a la interpretación como masculina.
Pero,
volvamos a Margaret Arden. Ella nos
dice, en su artículo, lo siguiente:
Elaborar una
teoría de la femineidad es una actividad de proceso secundario, que describe
inevitablemente lo femenino en función del proceso secundario o, como yo lo
pondría, en función de lo masculino.
Esto
recuerda el problema que suscitaba el que los hombres escriban sobre las
mujeres pero, de cualquier manera, parece que lo femenino es tan insondable
como la naturaleza misma.
Expresa,
también, en su artículo, opiniones en el sentido de la imposibilidad de
objetivar lo subjetivo sin arriesgar lo verdadero. De todas maneras, podemos orientarnos hacia
la conclusión de que lo femenino “nutre” o sostiene a lo masculino y que éste
resulta indispensable para adecuarse a la realidad, en tanto lo masculino
sostiene los límites, aquello que, representando a lo femenino, deviene en las
“leyes de la lógica y del sentido común”.
Los problemas surgen cuando lo
“masculino” se olvida de su representado o cuando lo femenino pretende
la “no ley”. Es allí donde “se pierde la
cabeza”.
Pretender
masculino sin femenino como unidad funcional es equivalente a pensar que existe
la posibilidad de psique sin soma.
Una experiencia clínica
Creo
que ha quedado clara, hasta aquí, la necesidad de contar con un suficiente
equilibrio entre lo masculino y lo femenino en nosotros mismos. Hemos puesto énfasis en el requisito básico
de las identificaciones primarias con la madre, proponiéndolas como la matriz
de lo femenino.
Veamos
ahora, enfocada desde esta dialéctica de lo masculino y lo femenino en el
trabajo terapéutico, una situación que me tocó vivir en la consulta y que
espero nos resulte ilustrativa. El
énfasis está puesto en la urgencia de mayores recursos “femeninos” que tuve que
considerar poner en juego al poco tiempo de empezar a atender a una joven
paciente.
Resulta
que mi registro de ella estaba enrumbado por el contenido manifiesto de sus
quejas, problemas de pareja que no lograba resolver en el sentido de una
relación estable. No le resultaba
difícil cambiar de acompañantes, ya que era muy seductora y atractiva; pero,
tan pronto le proponían ir “más allá”, cortaba la relación.
Tenía
encantos físicos que se encargaba muy bien de resaltar como, por ejemplo, con
unas inquietantes minifaldas.
Mi
registro y aproximaciones interpretativas iban por el lado de su envidia del
pene y de su rivalidad con los varones.
Se comenzaba a repetir entre nosotros una secuencia en la que me
aproximaba material interpretable en esa línea.
Al hacerlo –o sea, al interpretarle- ella mostraba una aparente
aceptación de mis “hipótesis”, pero con inmediatas réplicas y justificaciones
sin mayor trascendencia.
En una
sesión, en la que empezábamos otra vez con lo mismo, me propuse dejar el “ping
pong” y escucharla un poco más. Así es
que, me quedé callado el resto de la
sesión. La cosa, en cuanto a contenidos, no varió mucho. Lo que sí varió fue su
nivel de ansiedad. Estuvo más calmada,
diciendo cosas y “analizándolas” a solas; es decir, sacando sus propias
conclusiones.
Esa
noche tuve un sueño:
Me tenían que
operar y, para hacerlo, me debían trasladar a otro cuerpo. Así ocurrió y, ya instalado en el otro
cuerpo, veía la operación que le hacían a mi propio cuerpo. En realidad, era como una autopsia, ya que me
abrían totalmente, mostrando cada uno de mis órganos, mientras describían su
estado. Por ejemplo: pulmones en buen estado, pleura bien, estómago bien,
hígado, etc. Luego me cosían y volvía a
mi cuerpo. Salía caminando y seguía caminando por calles y calles, pero tenía
la sensación de que no debía exagerar; que recién me habían cosido y que debía
tener cuidado.
Al
despertar, como comprenderán, me puse a tratar de entender mi sueño, hasta que
lo relacioné con mi paciente, cayendo en cuenta que ya me había planteado dudas
sobre su nivel de estructuración.
Dos
días después, cuando nos volvimos a encontrar, me corroboró la lectura que hice
de mi sueño. Al entrar, me miró y me
preguntó qué me pasaba, “¡qué barbaridad lo que ustedes tienen que
aguantar!” Señaló que ella debía ser una
paciente muy pesada. Se puso ansiosa
mientras yo me sonreía por dentro frente a esta singular situación.
A
partir de entonces, cambiaron dos cosas: mi actitud y el material que ella
traía. Evidentemente, se tapaba una
tremenda desestructuración tras su fachada histérica, situación que me fue
comunicada de esta singular manera (en el sueño); y, desde donde he querido
mostrar la pertinencia de un viraje desde una postura interpretativo-masculina
hacia una posición más bien sostenedora femenina como eje del trabajo
terapéutico.
En
medio de dicho viraje, un fenómeno brusco de identificación proyectiva
favoreció la comprensión de su mayor requerimiento de sostén, de su necesidad
de que “la cargue” desde dentro.
Tal vez
valga la pena decir algo sobre la identificación proyectiva, mecanismo descrito
por Melanie Klein, que consiste en la colocación de un contenido difícilmente
tolerable (aunque no exclusivamente así) en la madre (o en algún lugar de
ella).
Cuando
este fenómeno ocurre en el trabajo analítico, el receptor se ve de pronto con
tendencias a actuar en el sentido de lo proyectado sobre sí; desarrolla un
síntoma, una fantasía o sueña con… lo proyectado. El mecanismo transcurre a niveles totalmente
inconscientes en ambos casos.
Sólo el
análisis, trasladado del “setting” al
interior del analista, le permite la comprensión del fenómeno. Infiero que, para que tal fenómeno pueda
encontrar una resultante terapéutica para el paciente es necesario que el
analista se percate del “mensaje” y tenga la posibilidad de ubicarse, además,
en el nivel que nos describiera Winnicott, aquél de la madre y su bebé.
Es
interesante comentar que este nivel de encuentro con los contenidos del
paciente, de no ser suficientemente comprendido y manejado de la manera adecuada,
promueve actuaciones del terapeuta que pueden no sólo arruinar el tratamiento
sino que llegan a originar problemas en la vida misma del terapeuta,
provocando, por ejemplo, accidentes, peleas conyugales, etc.
Los terapeutas analíticos, sean hombres o mujeres, necesitan de consistentes identificaciones
masculinas y femeninas para dar cuenta de las situaciones que les toca resolver
con sus pacientes. Siendo así, actuará
de manera más pertinente quien en su momento esté oportuno para poner en juego
sus identificaciones masculinas y femeninas.
Podrá trabajar mejor quien pueda confiar en que, al abrir su mundo
interno por medio de la atención flotante, ésta encontrará la posibilidad de
“parir” entendimiento, al captar desde allí el mensaje de lo escondido en el discurso
o detrás del discurso de su interlocutor.
No podemos
perder de vista que lo femenino, puesto en el “holding” o en nuestra apertura del inconsciente ante nuestros pacientes,
tiene la permanente necesidad de un equilibrio con lo masculino, afectado por la
dimensión interpretativa y el sostenimiento de los lindes de la realidad y del proceso
elaborativo.
Referencias
Arden, Margaret…
Un estudio del artículo de Silvia Payne: Un concepto de femineidad. En: Libro Anual de Psicoanálisis. Lima, Editorial
Imago, 1988.
Freud, Sigmund…
La femineidad. En: Obras completas. Tomo
XXII. Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979. Pág. 125.
Winnicott,
Donald… La preocupación maternal primaria. En: Escritos de pediatría y psicoanálisis (1931-1956).
Barcelona, Editorial Laia, 1958.
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