¡Parece mentira que haya pasado tanto tiempo! Pero las canas no engañan, como tampoco engaña esta realidad hermosa, tangible y cotidiana de una institución funcionando… consolidada.
Tiempo, esfuerzo y una dedicación indeclinable, que ha sabido combinar el amor por la docencia con una vocación de servicio a la comunidad, es, en su esencia, el resumen de nuestra historia.
No es poco el orgullo proveniente de haber brindado formación a 23 promociones de psicoterapeutas, a más de 200 profesionales que se han forjado (o lo están haciendo) en nuestra Escuela, a lo largo de estos años; tampoco podemos soslayar la profunda satisfacción de haber brindado atención a más de 26,000 personas de escasos y medianos recursos en nuestro Departamento de Servicios Especializados y Proyección Social, asistencia que se multiplica geométricamente si tomamos en cuenta los procesos terapéuticos o los trabajos en talleres, charlas, campañas de salud, etc., que seguimos realizando a lo largo de los tiempos.
Estamos, pues, contentos de cumplir estos 24 años. Se ha hecho camino y se han desarrollado lazos sólidos; nuestra gente ha crecido con la institución y hay cada vez más posibilidades de confiar en un recambio generacional. Actualmente, son fundamentalmente exalumnos de nuestra Escuela quienes conducen la nueva directiva. Seguimos participando algunos de los fundadores, pero está asegurada la continuidad generacional institucional.
Pero, más allá de los logros académicos y materiales, está el haber logrado crear y mantener un espíritu, un clima de calidez y colaboración, que se perciben en cada una de las actividades que realizamos. Hay una constante disposición a la cercanía, a la creatividad en conjunto, a la entrega generosa en momentos cruciales, no exenta de momentos de conflicto, que siempre, felizmente, hemos podido resolver.
Es en ese punto que encuentro un enlace con la experiencia que algunos de nosotros tuvimos en el Servicio de Psiquiatría del Dr. Seguín, a quien hoy celebramos en el centenario de su nacimiento. En ese entonces, cada reunión era una fiesta, el clima era de alegría y entrega.
El Maestro, por cierto, era un ejemplo permanente, un paradigma ineludible, un modelo peculiar (“Dionisiaco”, a decir del Dr. Javier Mariátegui). Es decir, estaba más cercano a lo lúdico y a la apertura creativa que al dogma, tenía una disposición permanente para el aprendizaje tanto como para la docencia, buscando siempre al paciente detrás de sus síntomas, pero… no sólo al paciente. Todos los que trabajamos a su lado sentimos, en grados diferentes, las muestras de su cercanía, de su interés por conocernos, de su solidaridad con el interés de cada uno de nosotros por SER un psiquiatra dinámico original, en base a los propios recursos, ayudándonos a canalizar nuestras inquietudes de forma adecuada y coherente.
El “Viejo” (así lo llamábamos con cariño y él lo disfrutaba con gracia, replicando: “simplemente soy más años joven que ustedes…”) nos exigía que fuéramos consistentes con la línea que cada uno estaba eligiendo y, por supuesto, sin perder jamás el eje de la relación con el paciente.
Para Seguín, la teoría pura no tenía mayor atractivo; recogía el saber de distintas fuentes y, entre éstas, concedía un lugar importante a la literatura. Así lo sugiere en los consejos a su hijo en “Tú y la Medicina”, un librito que vale la pena leer, en donde encontramos a un Seguín con influencias de Kahlil Gibrán, pero traduciendo de manera tierna y sincera lo que fue su forma de vivir su relación con la medicina.
Era un gran lector y un cinéfilo impenitente, con una asimilación impresionante de lo que recogía y procesaba de cada estímulo, con una lucidez impresionante que, más bien pronto, se esmeraba en compartir con sus colegas y discípulos, con un estilo de comunicador ameno y sencillo, que resultaba siempre estimulante y enriquecedor.
¡Cómo no extrañar al maestro! ¡Pensar que pasó con nosotros su último cumpleaños en este mismo espacio!, en lo que fue nuestra “Clínica de Día”, que llevaba su nombre. Nos acompañó en esa oportunidad con su buen humor y la ternura de siempre… ¡Siempre lo tendremos presente maestro!!
Quiero, con esta celebración del centenario de su nacimiento, relevar también el valor de quienes lo acompañaron en la gesta de aquella escuela de psiquiatría dinámica del Hospital Obrero, la que me tocó conocer y en la cual pude compartir gratísimos momentos de saber y de sabor, de seriedad y de humor.
Recordamos con cariño:
- Al Dr. Oscar Valdivia Ponce, prematuramente desaparecido, quien no cesaba de amenazarnos con dichos como “muy gallitos son estos residentes, hay que cortarles los espolones…” Felizmente, y muy por el contrario, era un gran promotor de nuestra participación en la docencia y en cuanta actividad nos requiriera, especialmente en las de organizar los festejos del servicio.
- Al maestro José Alva, agudísimo clínico, de quien aprendí el “abc” del diagnóstico diferencial y quien me nutrió de conocimientos desde la riqueza de su alma bondadosa. Guardo por él especiales sentimientos de gratitud.
- Al Dr. Sergio Zapata, entusiasta y culto participante, que enriquecía nuestros “mournings” (como llamábamos a las reuniones post encuentro en comunidad) con muy cultos comentarios. Entre tantas cosas, le dedicó una especial mirada a investigar el alma criolla a través de nuestros valses.
- A ellos tres, el Dr. Max Silva, en una pertinente metáfora futbolística, los denominaba “el mediocampo” del servicio. A propósito de Max, discípulo fiel del Maestro Seguín, gran estudioso de Vallejo, recuerdo que me aconsejaba con cariño que no me analizara, que corría el riesgo de perder ese lado histérico que me hacía tolerable. Veo en Max a un gran amigo, estudioso, siempre llano a compartir su saber de manera generosa.
- Con Humberto Napurí conocí el mundo fascinante del psicodrama y la dinámica de los grupos. Solíamos, también, compartir nuestra afición por la pesca, junto a otros entusiastas colegas del servicio, como Augusto Calderón, David Jáuregui y Johnny Campos. Con estos últimos, además, llegamos a formar un trío musical, al que alguna vez nuestro colega y maestro de ceremonias, Jorge García Calderón, presentó como “los tres chiflados”…
- A Mario Chiappe, con quien compartí los afanes de hacer una tesis en tiempo record, para poder graduarme como médico y postular a la única plaza de residente que ofrecía el Hospital. Gran entusiasta en la investigación de la medicina folklórica, excelente supervisor y amigo, nos dejó un penoso vacío con su repentina desaparición, en la flor de su carrera.
- Cómo no recordar a Emilio Morales Charún, hombre sencillo y amable, con una sabiduría natural, forjando a pulso su profesión, siempre dispuesto a enseñar a los nuevos y aportando siempre su alegría en nuestras celebraciones con su gran habilidad para el canto y el baile afroperuano.
- Con Rubén Ríos compartimos el interés por las discusiones clínicas así como lugares en la Cátedra de Psiquiatría. También lamentamos su pérdida.
- Rafael Junchaya, quien me impresionó por su “otra formación” (en música clásica, cosa que le granjeó especial aprecio por parte del Dr. Seguín). Rafael acogió el estímulo del Maestro para desarrollar el movimiento de “Análisis Transaccional”, del cual ha llegado a ser una figura internacional.
- Héctor Cornejo Mere, buen compañero y hombre comprometido, animándonos siempre con frases de estímulo… Recuerdo su participación en las reuniones de la comunidad terapéutica.
- Alberto Péndola… En realidad, a Alberto lo conocí cuando yo era alumno de medicina y él profesor de la Cátedra de Psiquiatría; formaba parte de los entusiastas por el psicoanálisis y, de hecho, fue uno de los primeros que viajó a formarse como psicoanalista en la Argentina, ejemplo que otros seguimos después. Hombre de línea, que ya desde entonces lucía una especial facilidad para la lectura de la dinámica grupal, cosa que ensayábamos permanentemente todos los miembros del equipo, en especial en las ya mencionadas reuniones de “mourning”.
- Jaime Velasco, quien en su momento nos fascinara con sus magistrales clases sobre teoría psicoanalítica; brindaba generosos y abundantes espacios gratuitos en donde muchos aprendimos el “abc” de la teoría psicoanalítica. También se embarcó en la ruta hacia Buenos Aires.
- Augusto Colmenares, brillante y muy culto miembro del staff, quien enrumbó hacia Inglaterra y, finalmente, afincó en España. Pese a las grandes diferencias de saber y edad, siempre se esmeraba por mantener un trato de “pares”. De él aprendí a fijarme en la “música” de la sesión.
- Compañeros entrañables de la residencia fueron los doctores Víctor Espinoza, Amanda Castillo, José Cabrejos, Augusto Gushiken, Rómulo Bosleman y Anita Llanos.
- Recuerdo, también, con mucho cariño, a los enfermeros, a los terapeutas ocupacionales y a los anónimos pacientes de la comunidad terapéutica.
Conocí a otros discípulos distinguidos del Maestro fuera del servicio, antes o después de haber ingresado allí. Alberto Perales me dejó muchas enseñanzas en la Clínica San Antonio, de la que fue director.
Cómo no recordar a Pancho Vásquez y el psicodrama de la Clínica de Día. Tengo presente a Alberto García Martinelli, a Ricardo Milla y a Marcela Rosas, con quienes compartí gratos momentos de aprendizaje y trabajo.
Conocí poco a Elia Izaguirre quien, hasta donde recuerdo, se dedicó a explorar diversas técnicas terapéuticas y a Felipe Iannacone, quien tuvo un destacado lugar en el desarrollo de la terapia gestáltica. A Saúl Peña, a Max Hernández, Moisés Lemlij y a Carlos Crisanto los fui encontrando en las profundidades del psicoanálisis. Formaron el primer contingente… de lujo por cierto, que traían con fuerza el ímpetu de hacer escuela y que permitió que muchos de los que nos habíamos inclinado por la psicodinamia, termináramos de encauzarnos hacia el psicoanálisis, como Marcos Gheiler, José Cabrejos, Jaime Heresi, Noel Altamirano y otros.
Los psiquiatras que nos formamos con Seguín alcanzamos a tener la categoría de Psiquiatras Dinámicos. Es decir, incorporamos el reconocimiento de factores provenientes del inconsciente y la posibilidad de un abordaje psicoterapéutico, además del puramente farmacológico.
La formación con Seguín, en realidad, era muy amplia, holística, humanista. Muchos de sus discípulos, a partir de esta base, hemos seguido diferentes rutas en la amplia gama de posibilidades de desarrollo, pero todas se han caracterizado por mantener el “espíritu Seguiniano”, de entrega y pasión por comprender mejor y tratar de ayudar al semejante, basados en un vínculo de afecto especial con éste. A esto, el Maestro lo llamó el “eros terapéutico”, concepto que, hoy por hoy, es reconocido como el común denominador de las terapias que tienen éxito, ya que es especialmente el vínculo lo que produce la cura.
Al retirarse el Maestro Seguín, a comienzos de los años 70, sus discípulos mantuvieron la línea de formación y es así que tenemos una sucesión de generaciones que han seguido la línea de la psiquiatría dinámica, la cual, con el tiempo, ha ido teniendo sesgos lógicos derivados de la conducción del Servicio.
Por este motivo, y dado que la intención del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima es homenajear al Dr. Seguín en la persona de sus discípulos directos, quiero pedir disculpas por todos aquellos nombres de los que me pueda estar olvidando en estos momentos. Tal vez ustedes me puedan ayudar luego a recordarlos.
No voy a mencionar tampoco a los miembros de las nuevas generaciones. Lo dejo como tarea para otro momento de la celebración de este centenario, que recién comienza.
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