miércoles

1995/09 Comentarios al trabajo de Raquel Zak de Goldstein (Comentario a la situación analítica como producto artesanal, de W. Baranger)



Todos conocemos y queremos a Raquel Zak de Goldstein.  Soy testigo de excepción del cariño con el que siempre ha respondido a nuestra convocatoria amical e institucional; recordemos que ella es miembro honorario de nuestro  Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima desde 1993.  Cabe, también, resaltar que el trabajo que nos ha presentado es, a su vez, un comentario al escrito inédito de Willy Baranger, destacado estudioso del psicoanálisis, a quien conocemos por su agudeza crítica y profundidad; y, de quien Raquel fuera íntima amiga y discípula, si así podemos llamar a quienes por afinidad han dedicado toda una vida a reunirse a meditar sobre estos temas, a escudriñarlos como corresponde a un verdadero afán de aprender en el contexto del más puro legado freudiano, allí donde se dan las verdaderas bases de la situación analítica, imprescindible sostén de nuestra práctica.

Sé, también, que la emoción de Raquel al compartir este tema con nosotros tiene que ver con la reciente desaparición de Willy, a quien rendimos desde siempre un sentido homenaje, con nuestro más profundo reconocimiento y gratitud por todo lo que nos aportó desde su producción; pero, más aún, aquello que nos legó desde su ejemplo.  Puede uno reconocer en él fácilmente al artesano que, confiado en su posibilidad creativa, nunca desmayó en su afán de repensar lo preestablecido y, como buen artista, captaba con facilidad el espíritu de aquello que le tocaba en suerte modelar, fuera un paciente, una teoría o una reunión de psicoanalistas (la tarea más difícil, por cierto).

Más allá de la coyuntura que nos convoca, Raquel ha tenido desde siempre una inquietud y una cercanía muy particular con el arte.  En lo personal, recuerdo una invitación suya a la presentación de una revista de arte y psicoanálisis, en Buenos Aires, en el año 1991, quedando, como siempre, maravillado de su capacidad para estar a la vez en tantas cosas que le gustan y hacerlo siempre con el nivel en el que se le puede apreciar.

Creo que en el espíritu de psicoanalistas y psicoterapeutas así orientados, bulle la creatividad propia del artista, aquél que tiene que abrirse a la aventura de descubrir la esencia de lo verdadero, al amparo del gesto espontáneo, a la posibilidad de confianza en la magia que surge del encuentro no preconcebido pero bien sostenido, allí donde tal vez podamos ubicar el sentido más trascendente de su logro anhelado, el insight.  Punto éste, el del insight, en el que no solamente se logra un esclarecimiento del origen de los conflictos, sino precisamente una apertura integradora, una suerte de liberación de las posibilidades de la persona para resolverlos, desde una nueva dimensión del sí- mismo.

Es cierto que el pacto supone el sostenimiento de las reglas del juego, allí donde se va a desarrollar el proceso de la cura.  Pero estas reglas suponen en esencia el sostén de las posibilidades de jugar, de que la situación analítica emerja, de que se dé lugar al proceso.  Puede haber diferentes formas de pactar, tanto como diferentes pautas para conducir el proceso, pero en esencia es necesario que exista coherencia en relación a la finalidad que buscamos, en términos de una participación mayor o menor de los protagonistas de dicho proceso.

En cualquier caso, los elementos del marco suponen una propuesta artificial, modificable de acuerdo a los requerimientos tanto del paciente como del analista o del psicoterapeuta; he allí el punto de difícil equilibrio propio de cada situación particular.  En todos los casos, el compromiso es con la verdad y con la realidad de la persona que nos solicita atención a fin de encontrar recursos para manejarse en la vida; recursos que tratamos  -en la medida de lo posible-  que surjan a partir de sí mismos.

No podemos soslayar, sin embargo, que de ese encuentro tan especial como es el analítico, algo surge como resultante, distinto a los componentes originales.  Es por ello que el “analítico” no debe temer demasiado el “contaminar el campo”, so riesgo de paralizar su posibilidad creativa y la de su paciente.  Todas las recomendaciones freudianas que nos recuerda Raquel deben ser sostenidas desde nuestra ética profesional más que desde una moral analítica; la rigidez técnica no concilia con la aspiración creativa, con la finura artesanal.  Esa ética es la que nos permite permanentemente tener presente el contexto en que nos estamos manejando, nos previene de todos los desvíos propios de nuestra naturaleza humana.

Nuestro arte supone, también, como nos lo propone Raquel, el poder tejer una trama adecuada entre lo que emerge desde el fondo del inconsciente y aquello que proviene de la realidad cotidiana.  El espacio para una intervención analítica, buscadora de la fantasmagoría pretérita, tendrá que hacerle un lugar a las presiones de la realidad cuando las circunstancias así lo ameriten.  En personas que, de una manera u otra, “han perdido el juicio” importa ayudarlos a recobrarlo, a rescatar el juicio de realidad, función importante en la vida misma de las personas, que las ayuda a utilizar su creatividad primaria para los fines del vivir pleno; a utilizar la fantasía de manera creativa y no defensivamente.

El aparente contrasentido entre un trabajo “abierto” y uno sostenido por “estrategias”, no lo es tanto si consideramos la premisa de realidad necesaria para lograr el tejido deseado; es decir, el encuentro final del sujeto con su posibilidad de “sanar”, de recobrar la salud.  Se puede discutir mucho sobre qué entendemos por salud; tomemos sólo la posibilidad de entenderlo como la liberación del factor desequilibrante que ha hecho trastabillar su estructura.

No en todos los casos podemos trabajar en psicoanálisis “abierto”; de allí proviene, también, la urgencia artesanal de encontrar respuestas alternativas a los casos en que existen limitaciones para tal fin, no tomando tampoco dicho “fin” de manera idealizada.  Sabemos que el proceso psicoanalítico como tal no garantiza el producto final.

El proceso mismo de análisis, lo sabemos, está marcado por una alternancia de momentos analíticos y “momentos terapéuticos”.  Es cuestión de arte encontrarse en el punto requerido, en el momento requerido, a la luz de las capacidades y dificultades del paciente y las propias del “analítico”.  Podríamos compararlo con una suerte de formulación actual de lo que supone la crianza de un hijo.  Cada etapa de su vida requiere de una actitud diferente y, aun así, hay apelaciones distintas y variables en los momentos de regresión que la vida promueve.

Es un arte ser padre, ser madre; es un arte vivir creativamente.  Es un arte el poder encontrarnos y generar el clima necesario para pensar creativamente, como sucedió en este evento.  Esperemos que la publicación de lo que allí aconteció permita prolongar esos gratos momentos de encuentro creativo.

Nuevas felicitaciones a Raquel, con nuestra gratitud por su valioso aporte para las reflexiones necesarias que nos permiten dar cuerpo a la institución psicoterapéutica psicoanalítica; y, por estar tan cerca y colaborando  en nuestro proceso de desarrollo. 

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