miércoles

2006/11 Carlos Alberto Seguín... Algunas anécdotas

APAL: “Homenaje al Dr. Carlos Alberto Seguín”.  Noviembre de 2006


Agradeciendo la amable invitación del Dr. Perales, me uno a los testimonios y reflexiones en homenaje al maestro Seguín, con algunas anécdotas de los años que me tocó vivir a su lado y de las cosas que aprendí de él.

Como quiera que fuéramos la última promoción de residentes que formara el maestro, antes de retirarse del entonces Hospital Obrero de Lima, tuvimos una mayor oportunidad y deseo de prolongar la relación.

A esto contribuyó la pérdida súbita de su hijo Alberto, “el mono” como lo llamábamos con cariño. Esto, de alguna manera, nos hizo tratar de acompañarlo, reuniéndonos con él de tarde en tarde. Nos encontramos, así, con el maestro de la vida, jugando ajedrez, contándonos mutuas anécdotas o disfrutando simplemente de alguna rica torta, con lo cual el maestro nos hacía cómplices de su trasgresión controlada (pues era diabético).

Fuimos aprendiendo de él... o con él... sobre el disfrute de la vida, del reír, del gozar, de explorar nuevos placeres. Le gustaba caminar, cosa que no sólo practicaba sino que, desde su tendencia a liderar e integrar, promovió formando un club de caminantes. También, nadaba en el mar; si mal no recuerdo, en “La Herradura”. El asunto es que nos contaba sobre todo ello, con gran placer, jugando un verdadero rol de “viejo”, de abuelo jovial “más años joven que nosotros”.... como le gustaba decir.

Los años fueron pasando haciendo declinar estas prácticas y el placer que en ellas encontraba, pero, terco él, siempre encontraba algún otro reducto para compartir y es allí donde nos hizo sentir que teníamos un lugar.

Como viejo chocho con sus hijos ya grandes, no perdía oportunidad de informarnos sobre algún nuevo producto farmacológico o alguna nueva visión terapéutica. Allí nos reencontrábamos con la frescura de su maestría, siempre natural y entusiasta, con ese sentido fecundo e ilusionado que conlleva el disfrute del compartir. Creo que hacía inevitable el mantener una transferencia paterna con él, pero no aquella ligada al temor o a la idealización, ya que siempre nos sentíamos bastante irreverentes y lúdicos, que creo que fue lo que a él le gustaba más.

Don Oscar Valdivia comentaba al respecto que habíamos venido muy “gallitos”, “con guitarra y cajón” y que “más valía cortarnos los espolones”, pero esto no parecía molestar al Viejo, quien se divertía más que incomodaba con nuestros arrestos de juventud.

Es más, formamos una pequeña cofradía que, religiosamente, se reunía a las 10 de la mañana, luego de las reuniones de comunidad terapéutica, para contarnos chimentos y nuevos chistes, en medio de risas divertidas y contagiosas, que invitaban a colegas de otros servicios a integrarse a la cotidiana fiesta del humor. Recuerdo, en particular, al Dr. Velasco, de Gastroenterología, quien gozaba de una vena especial para crear y contar chistes.

He sentido que, de una manera u otra, el maestro Seguín me enseñó a vivir... a gozar, a ver la profesión con una seriedad diferente, no acartonada, visión que se desprende, también, de la lectura del libro que dedicara a su hijo; me refiero a “Tú y la Medicina”.

Junto con mi abuela, creo que Seguín me enseñó también a morir, es decir, a aceptar con serenidad ese momento en que la llama del impulso vital deja lugar al descanso eterno, al final de una vida en plenitud y entrega. Era un paciente dócil; en sus momentos de enfermedad se entregaba con absoluta confianza en manos de los colegas a cargo de su tratamiento, cumpliendo disciplinadamente con las indicaciones para sostenerse en salud. Todos conocemos de esa disciplina de vida llena de prudencia y sabia dosificación que lo llevó a vivir tantos años de manera fecunda.

De Seguín recuerdo, además, con mucho cariño, que cuando montamos nuestro primer consultorio, en la Avda. Arequipa, con otros dos colegas, “Juniors” todos, de pronto nos sorprendió con una serie de regalos: una lámpara para la sala y varios cuadros de maestros de la psiquiatría y del psicoanálisis; y lo hizo con esa forma de estar cerca, de acompañar, sin mucho aspaviento, como si fuera algo sin mucho valor. Siempre lo sentí así, no buscaba generar deudas de gratitud, ni “discipulaje”. Simplemente “estaba allí”, disponible y bien dispuesto, con las formas en que sabía expresar sus afectos, sobria y discretamente.

Una anécdota muy particular tiene que ver con algo digno de Ripley. Seguín y Valdivia cumplían años en la misma fecha: 8 de Agosto (dicho sea de paso, la mitad de los psiquiatras del servicio cumplía años en el periplo de Leo). Los dos se habían ido de vacaciones a lugares totalmente distintos: Valdivia a los Estados Unidos; Seguín, si no me equivoco, a su romántica Venecia. El hecho es que volvieron en la misma fecha, perimetrando sus cumpleaños, y... ¡oh sorpresa!... ¡los dos se habían dejado crecer bigote!. Bueno, la cosa puede pasar como una simple casualidad, pero, increíblemente, ¡ambos se habían comprado idéntico reloj! Por supuesto, esto dio lugar a divertidos comentarios sobre sus identificaciones inconscientes y sobre algo acerca de una oscura trama Junguiana o astral... pero pasó así.

Una para el cierre, tiene que ver con algo que no me parecía posible en Seguín, el dictaba clases los días miércoles a internos, residentes y a quien tuviera interés en aprender sobre los distintos e interesantes temas que nos proponía. Seguín religiosamente iniciaba su clase a las 8 y así nos habíamos manejado por años, pero se juntó un grupo muy impuntual y se originaban constantes interferencias por los que llegaban tarde…cuando pensé que Seguín suspendería las clases de pronto me sorprende escucharlo proponer que porqué no empezábamos a las 8 y 30 y asunto arreglado. En lo personal no es que me alegrara, porque padezco de puntualidad, lo cual es terrible en este país, me impresionó mucho su flexibilidad, su negociación con la realidad, por lo menos, la en ese momento de su vida, lo que es indudable es que gozaba con enseñar y compartir y no se iba a perder el disfrute de aquello que aún sostenía como escuela.

Hay muchas más anécdotas que vienen a mi mente, pero creo que lo que con más intensidad se mueve en mí es el cálido recuerdo y la gratitud hacia alguien que no dejo de tener presente y a quien descubro cada día, inscrito en mi actividad profesional.

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