V Jornada Interna del CPPL: “Formación
del Psicoterapeuta. Identidad, cultura y tradición. A propósito de los 15 años”. 2, 3 y 4 de octubre de 1998
Entiendo como identidad al registro de
sí mismo acorde con lo que uno mismo es. Es una resultante integrada del
conjunto de experiencias del sujeto en la relación consigo mismo y con los
demás, relación en la que se asimilan aspectos o propiedades de otros, tomados
como modelos de identificación. El establecimiento de la propia identidad
supone un simultáneo reconocimiento del otro como alguien distinto, diferente.
Esto es lo que permite a las personas identificarse con un otro sin confundirse
con él.
La
identidad profesional tiene que ver con el funcionamiento coherente y
consistente con lo que le es sustancial. Es además necesaria una confluencia
importante con lo esencial de uno mismo. De no ser así, existe el riesgo de
configurar una pseudoidentidad, como veremos a continuación.
El
psicoanálisis y la psicoterapia psicoanalítica tienen en común la construcción
de una identidad profesional a partir de la asimilación de lo esencial de su
propuesta, esto es, la consideración central de las motivaciones inconscientes
en la conducta humana en su interacción con la realidad exterior.
Una
sólida identidad psicoanalítica resulta de la integración equilibrada de sus
ideales con las pautas de sostén de dichos ideales. Es posible mencionarlo como
una integración entre el "ideal del yo" y el "superyó"
analíticos, como equivalentes al equilibrio entre las "bases
estatutarias" y los "reglamentos" en las instituciones. En otras
palabras, una integración adecuada entre la ética y la moral analíticas.
De
no lograrse dicha integración podemos observar algunas resultantes que someto a
vuestra consideración:
LA
PSEUDOIDENTIDAD ANALITICA
Si
el predominio de la asunción de la identidad tiene como base los reglamentos o
el "superyó" analíticos, tendremos una suerte de "falso
self" analítico, casi siempre estereotipado y rígido. Los preceptos
analíticos para estas pseudoidentidades tienen una finalidad restitutiva de
alguna falla narcisista que no han logrado elaborar en su formación. Para
ellos, la teoría o la técnica son tomados con el carácter de dogma y se amparan
febrilmente en ello para demostrar lo que se supone que son.
Fetichizan
a Freud o a cualquier otro autor amparándose tras su palabra "santa".
Funcionan como los "primeros de la clase". Casi siempre "saben todo".
Lo explican todo desde sus puntos de
vista. No saber equivale a mostrar su incompletud; por tanto, se ven presos en
la trampa de un protagonismo agotador.
En
el mejor de los casos deslumbran inicialmente pero llegan a aburrir al no poder
abandonar el personaje que representan.
LA
IDENTIDAD INCOMPLETA
En
esta situación quisiera colocar a personalidades que pasan por la formación,
pero la formación no pasa por ellos. Generalmente se amparan en un cumplimiento
estrictamente necesario de lo exigido por la formación. Son los que miden la
cantidad de horas de asistencia, de terapia personal, de supervisión, etc. El
criterio para hacerlo está en función de la exigencia y no de una
identificación real con el sentido de la propuesta.
La
evasión personal en el compromiso con su identidad los lleva posteriormente a
tener dificultades a la hora de atender pacientes. Por alguna razón
"oscura" los pacientes se les van; y, si se quedan no siempre es por
razones favorables para ellos (los pacientes). Están llenos de puntos ciegos
por lo que les es muy difícil entender y ayudar a sus pacientes, con los que
con frecuencia se confunden o complementan sus respectivas carencias. No han
logrado integrar lo esencial del trabajo analítico como para fluir
creativamente en su trabajo.
LA
IDENTIDAD INSPIRADA
Algunos
analistas o terapeutas intuitivos suelen repudiar la necesidad de una formación
como corresponde, incluyendo su proceso terapéutico y las supervisiones. Se
ponen "más allá del bien y el mal". Solemos verlos chocar con la
realidad cuando no pueden diferenciar una histeria de una psicosis y, menos aún,
manejar niveles profundos de regresión sin confundirse con el paciente. Tienden
a sostenerse en transferencias idealizadas, abrumándose con la transferencia
negativa. Suele suceder que les es difícil instrumentar la agresión de manera
estructurante.
Existen
otras variables posibles
Unos
y otros tienden a mantener la propia transferencia y la de sus pacientes sin
resolver debido a sus necesidades narcisistas. En los analistas didácticos esto
es notorio y suele contaminarse con sus necesidades de poder institucional. De
esta manera, en sus instituciones se llegan a formar dinámicas grupales
persecutorias que derivan en distorsiones de formación, ya que en estas
circunstancias se suelen tomar en cuenta más los reglamentos (Superyó) que los
estatutos (Ideal del Yo) de la formación.
Se ha podido
observar, desgraciadamente con cierta frecuencia, que estos procesos de
desarrollo institucional llevan a la sobre idealización de alguna corriente del
pensamiento analítico desde la cual se dirige una mirada "superior" a
los "no iniciados" (incompletos o "castrados").
La
identidad analítica y la psicoterapéutica, desde sus niveles más conscientes
hasta los inconscientes, tendrá que ver con el equilibrio entre estas dos
polaridades (ideal del yo-superyó, estatutos-reglamento, espíritu-praxis).
Dicho amparo tendrá que reflejarse en la posibilidad de transitar fluidamente
entre el funcionamiento desde el proceso primario al secundario y viceversa.
Es
necesario que en el proceso de formación la naturaleza del sí mismo del
profesional se aproxime a los parámetros de dicha formación con un sentido de
identificación sintónica. De ser así, quedan abiertas las posibilidades para un
desarrollo creativo de la praxis, traducible en la formulación pertinente de
intervenciones "terapéuticas" o intervenciones "analíticas"
no estereotipadas, en función de las necesidades del paciente.
La
salvaguarda de dicha postura estará dada por la incorporación consistente de
una mirada analítica hacia sí mismo y hacia el espacio del encuentro con el
paciente. Esta mirada en ningún caso se aprende en los libros.
ALGUNAS
DIFICULTADES EN LA FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD DEL PSICOTERAPEUTA
PSICOANALITICAMENTE ORIENTADO
A
las razones antes expuestas, quisiera agregar algunas inherentes a las
características de la institución elegida para llevar adelante su formación: la
de los maestros, terapeutas personales y supervisores; al entorno profesional y social y a factores
que tienen que ver con el desarrollo histórico del psicoanálisis.
Una
dificultad para asumir a plenitud la convocatoria de lo que es una formación en
psicoterapia psicoanalítica proviene de que para algunos se trate de una
alternativa-consuelo al anhelo de formarse en un instituto de psicoanálisis. En
muchos casos la formación en psicoterapia psicoanalítica es tomada como de
"menor categoría" por lo que no se valora suficientemente la
necesidad de profundizar en sus análisis personales o en los demás requisitos
de la formación.
Ya
me he referido en muchas oportunidades a la dificultad que supone el que los
profesores sean en su mayoría psicoanalistas, lo mismo que los supervisores y
quienes se encargan de los procesos terapéuticos. El procesamiento de las identificaciones
y desidentificaciones es tan penoso como necesario pero muchas veces confunde
en cuanto a la identidad profesional. Aún
así, quiero remarcar que mucho facilitaría el que, quienes tienen estos roles
en la institución se identifiquen a plenitud con la orientación de la escuela,
abriéndose más comprometidamente a mostrar los recursos propios de la
psicoterapia.
La
idealización del psicoanálisis a veces no deja lugar a mostrar el recurso
terapéutico claramente diferenciado. Esto se nota con suma frecuencia en las
supervisiones y genera desconcierto y hasta crisis de identidad en los alumnos.
Para
los alumnos, sería importante saber desde la práctica misma que somos
copartícipes del proceso y que existen estas dificultades. Preguntar, confrontar,
favorecer que los maestros se despojen de sus ropajes de manera que no tengan
reparos en mostrarse como psicoterapeutas, ayudaría. Como ayuda el permitirnos
no saber sin caer en angustias, disfrutando a cambio del placer compartido de
la búsqueda.
Una idea a favor de mirar esta actitud con optimismo es que creo que los
psicoanalistas andamos un poco hartos de ropajes que dificultan el andar y el
sentimiento de libertad. Una verdad surge inevitable: necesitamos saber más de
psicoterapia. No en balde se ha propuesto recientemente que se enseñe
psicoterapia en los institutos de psicoanálisis. Resulta ahora que hay que
aceptar las diferencias.
Los psicoanalistas, por otro lado, solemos transmitir algunos problemas de nuestra
formación de origen. Uno de ellos proviene, a mi criterio, de los inicios
históricos del psicoanálisis: en aquel entonces la tarea consistía en sacar a
la luz la sexualidad reprimida.
Como
quiera que ellos mismos eran producto de la época (y con poco o nulo sostén de
análisis personal) no dejaban de sentir el riesgo de "caer en la
tentación" al enfrentar la sexualidad al desnudo, motivo por el que se
rodearon de una serie de "precauciones" técnicas que llevaron las
cosas al punto de una suerte de regresión anal de control de la actividad del
analista.
Esto
llegó a institucionalizarse y muy pronto la formación se convirtió en un
régimen iniciático de sometimiento sádico anal en el cual el poder
institucional exigía una suerte de "cartas de sujeción", en el mejor
estilo de nuestro paisano Abimael.
Ya
mencionamos que este régimen de funcionamiento genera dinámicas persecutorias y
reciclajes identificatorios difíciles de remontar dada la satisfacción de
necesidades fálico narcisistas y la evitación de las ansiedades de castración
propias de la rivalidad edípica implicada.
De
esa manera se perdió la riqueza mayor aportada por Freud: su espíritu
investigador, abierto a la reformulación, siempre más cómoda y más rica en el
terreno de la teoría y la psicopatología, no así en el de las variaciones de la
técnica, en donde las iniciativas de
Ferenczi causaron más angustias que acogida, por lo que tuvieron que esperar un
mejor momento.
UNA ESCUELA,
UNA INSTITUCION, UNA FORMACION
Para
la mayoría de los psicoanalistas el formar una institución psicoterapéutica
tuvo motivaciones relacionadas con la necesidad de tomar distancia del clima
opresivo de las sociedades analíticas derivado de la dinámica expuesta; no
siempre la idea fue realmente dedicarse a la psicoterapia. Esto gravita en que
se requiera todo un tiempo y elaboraciones pertinentes para llegar a una
identidad institucional con eje en la psicoterapia.
Aún
así, teniendo claro lo expuesto, la
ambivalencia frente a los alumnos "hijos", en un proceso que conlleva
siempre regresiones y transferencias,
tanto de alumnos como de profesores, hace difícil el camino, movilizando con
frecuencia entre nosotros los mecanismos "heredados" que acabamos de
mencionar. Para rescatarse de ello es necesaria la constante mirada sobre la
dinámica actuante. Nada distinto a lo que ocurre en el “setting” con nuestros
pacientes.
Esto
es lo que marca nuestra característica de funcionamiento como escuela. Supone
una posibilidad de genitalización, en donde la castración pasa a ser una
necesidad si se entiende que lo "amputado" es aquello que dificulta
el encuentro con la propia identidad. Se trata de una sana castración de la
omnipotencia que permite el desarrollo creativo, innovador.
Lo
que esperamos de los alumnos es que puedan percibir la atmósfera de una
institución formativa en la que no tratamos tanto de que hagan lo que decimos
como lo que hacemos. Si se dan cuenta, es casi constante el régimen reordenador
de la propuesta curricular, los autores que se revisan, el énfasis en la
discriminación del lenguaje de la técnica, etc.
Pero
esto es posible sólo gracias a que nos hemos ido constituyendo en una
institución analítica que tiene clara su orientación hacia la psicoterapia, con
mucho trabajo y reflexión detrás de cada movimiento. Creo que no habremos
logrado nuestro objetivo de formación si ese "detrás" no es promotor
de identificaciones que nos permitan dejar a distancia nuestras siempre
amenazantes fantasías filicidas y omnipotentes.
Por
último, quiero decir que formarse en psicoanálisis, en psicoterapia o tal vez
en cualquier profesión, requiere -a mi entender- el poder encontrarse en ese punto de ilusión
compartida del que nos habla Winnicott, en ese espacio potencial que requiere
nada más que estemos allí, bien dispuestos; poca cosa, estar allí, tan sólo lo
suficiente como para que algo se dé, algo que nos instituya, que nos constituya
como verdaderos, que nos permita ser siendo, haciendo, construyendo nuestra
identidad desde la respuesta simple a
una convocatoria, no hay otra forma.
Tal
vez logremos en este encuentro aprender algo nuevo que ya conocíamos; acaso
podamos ahora empezar a conocernos, a saber quiénes somos, qué hacemos aquí,
qué nos trae, qué traemos, qué hacemos, cómo hacemos.
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