miércoles

1992/09 Etica y Comunicación

II Jornada Interna del CPPL: “Ética y Psicoterapia”, Setiembre 1992



El mandato paradigmático, el eje de la acción ética, está en el principio de “no hacer daño”. Esto no es lo mismo que “portarse bien” sino que supone poder explorar las consecuencias del acto en el otro y en uno mismo. Para ello, uno debe aprender a observarse y conocerse tanto a sí mismo como al otro.

La garantía del objetivo ético es sostenida por la experiencia del “ser-siendo”, “haciendo con un otro”, en función de un objetivo ligado a un sentido. Lo importante es la claridad del sentido, a partir del cual derivará el comportamiento, especialmente en términos disposicionales básicos (estoy en un acto médico...). Lo que se busca con ello es la apertura, la identificación con la posición y no el sostén de un comportamiento signado por la moral, por la norma.

La ética es espíritu, es aliento esencial y, por tanto, su derivación moral es una consecuencia riesgosa que entrampa, en medio de la cual se puede perder el espíritu de la ética y ésta resultaría siendo sólo una formación reactiva.

En cuanto a la comunicación, la ética está dada por la plasticidad en el encuentro de los dos polos, en donde uno, el investido de significancia (no de significación), debe recordar permanentemente lo que representa para ese otro. Mientras traduce desde sí su arte de transmitir el sentido de lo que le es sustancial (posición médica), siempre hay un riesgo de perderse en la unción y desasirse del tronco ético-médico.

Más que una sanción moral, esto requiere una reflexión ética. Se trata del riesgo de sentirse “Dios” y no tan sólo un “intermediador” al servicio del otro, tan humano como uno mismo y tan necesario en su diferencia y en su rol.

La ética implica sostener el espíritu de lo que se hace, de lo que le toca a cada uno como designio, pero haciéndolo en función de “no ocasionar daño”. Desempeñar lo mejor posible nuestro papel supone poner espíritu en ello.

La política de los medios es la ética de la sociedad de consumo, donde el fin justifica los medios y donde el fin parece ser tan sólo ganar dinero o tener poder. Está destinada a fracasar, a la larga, porque en el ser humano predominará la búsqueda de lo que le es esencial, de lo ético.

En el juego de la vida, en el largo trayecto de la historia, la ética debe luchar por sostenerse y es inevitable la cuota de sacrificio y el enfrentamiento constante con los obstáculos que se le presenten: la tentación del poder, de la grandiosidad, el repudio de la mortalidad, el repudio de las diferencias, tanto como de las posibilidades de reconocimiento del otro en uno mismo.

El encuentro con ese otro, cuando se trata de la masa, es una prueba difícil. Algo de lo que uno dice debe resonar en el que lo recibe y, a la inversa, lo que los miles de instrumentos diversos busquen expresar pueden conformar una nota en nuestro receptor (médico-locutor-auditor). Acaso en consonancia y respuesta aparezca algo parecido a una melodía. En el manejo de medios hay un reto parecido al del director de orquesta. Hay miles de músicos y algunos solistas (invitados). De lo que se trata es de lograr un tejido, armar en conjunto el sentido, derivar en las posibilidades de una mística que logre el milagro de creer.

La resultante motivacional puede ser promovida o incentivada de esta manera, pero de este trance puede derivar una resultante positiva (magia blanca) o negativa (perversión, distorsión, orgía tanática, destrucción). Manejar a la masa desde la figura de un Hitler no es lo mismo que hacerlo desde la figura de un Mahatma pero, a veces, tiene que surgir un líder sacrificial para rescatar la ética, para constituir la mística.

Lamentablemente, es difícil sostener los basamentos. Casi siempre se deriva en religión, en un estereotipo insustancial. Es difícil sostener con el ejemplo. La frustración surge casi siempre en el maestro cuando es observable que el alumno prefiere la letra, la norma, el sometimiento.

Vista así, la ética es la fuerza, el motor, pero es difícil su comunicación. Sólo una fe indeclinable en su prédica desde el ejemplo y una apuesta también permanente a la necesidad de tiempo son los ingredientes que garantizan su logro. La ética como sumilla no existe, deriva tan sólo en moral.

La ética se nutre tan sólo de lo esencial, de lo más profundo, no siempre lindante con lo estético, menos aún con lo aparente o cosmético.

Para el ético, la riqueza no es algo repudiable, pero es una consecuencia, no un fin. Tampoco lo es el poder.
La integridad es necesaria en él y, aún así, requiere de la ayuda de quienes le recuerdan su naturaleza mortal (ya hablamos de los riesgos que para la ética son el poder, la riqueza y la fama).

Cuando en el ético surge el impulso innovador, que trata de reencontrar el espíritu, suele encontrar apóstatas que denuncian la desviación. Son los que canalizan sus humanas envidias o rivalidades apelando a las pautas de la moral, olvidando lo esencial de lo ético: su indeclinable compromiso con la verdad y, más aún, con el compromiso de ser en su secuencia histórica.

Así como el sexo es el compromiso ineludible con la especie y la reproducción, la ética lo es en el sentido humano de su naturaleza espiritual también en proceso de evolución. Es la llama que no debe apagarse porque ello significaría el fin de la especie y no precisamente por razones de reproducción.

La aniquilación del ser humano sería producto y consecuencia de haber perdido el sentido de su naturaleza ética, espiritual. Sin ello somos como una nave al garete, sin posibilidades de discriminar el bien del mal.

Tal vez la evolución de la ciencia no mide las consecuencias de la tecnología, de la modernidad y postmodernidad. Tal vez no contempla suficientemente el sostenimiento de su raigambre ética. Así, terminaríamos como en la fantasía de la ciencia ficción, en un mundo de computadoras o robots cibernéticos en los que... ¿surgirá alguna ética?

El verdadero logro de la cura es rescatar el espíritu, la ética de la vida, en un existir humano en equilibrio.

Hay niveles que urgen a una mirada reflexiva; uno es en relación a la formación: qué estamos transmitiendo a nuestros futuros médicos, cuánto del ejemplo de los grandes maestros se puede estar extinguiendo, cuánto cuidado estamos poniendo en seleccionar a quienes van a ejercer una labor tan emparentada con lo espiritual, cuánto empeño estamos comprometiendo en seguir mostrando el sendero desde nuestro propio ejemplo. Cómo no olvidarnos que somos ejemplo, ante nuestros alumnos, colegas y más aún ante toda la colectividad.

Una de las cosas que uno se va dando cuenta en la vida es que, más que evaluar las capacidades intelectuales requeridas, necesitamos contar con una verdadera vocación de servicio. Vocación de servicio que no tiene por qué apartarse de las exigencias propias de una sociedad de consumo; el vivir, formarse, tener un sostén familiar, requieren de dinero. Pero nunca el dinero debe ser un objetivo; el dinero es una consecuencia, justa compensación por otorgar un servicio serio y confiable.

Respecto al paradigma ético, pienso que no toda persona tiene desde sí garantías de sostenerlo en el nivel requerido en un profesional médico. Eso conviene evaluarlo a lo largo de toda la carrera; tal vez ayudar al estudiante a conocer mejor sus recursos y limitaciones. Así como pensamos que el estudiante necesita conocer al enfermo, también tiene que integrar una posibilidad de mirarse a sí mismo en su quehacer, en su dimensión humana. Pudiera ayudar el programa de trabajo grupal que propusiera el maestro Seguín hace más de 30 años.

Creo que es posible integrar una mirada ética, pero sólo es posible desarrollarla con garantía en personas con verdadera vocación. En el resto de formandos o profesionales, dada la diversidad de estructuras básicas de formación, habrá que apuntalar el recuerdo de la necesidad de pautas deontológicas que sean guía ineludible de nuestra praxis. Un rescate del espíritu de nuestra profesión se podría desarrollar a partir de una mayor promoción tendiente a la unidad; destacar la labor de los colegas paradigmáticos por su performance ética. No olvidar que, en tanto humanos, somos vulnerables y necesitamos sostenernos solidariamente. Como antes mencionara, la ética tiene que ver con el vivir creativo y, en eso, es necesario prestar apoyo para el intercambio no solamente intelectual sino, también, social.

La consolidación ética permite espacio para la exploración empírica. Allí, el sostén comprensivo de los colegas se hace indispensable para no interferir con ansiedades o condenas apriorísticas. Muchas veces no se deja explorar a los colegas nuevas rutas para la salud, reaccionando de manera moralista antes que éticamente, ya que el desarrollo sólo se nutre de la exploración, a veces audaz.

Formar esas tan necesarias familias que constituyen escuela de saber humano, en donde pueda respirarse una mística estimulante, donde germinen valores e inquietudes creativas, es una manera de incentivar el sentido de la ética. Poder encontrarnos en el disentimiento nos ayudaría mucho a romper reductos psicopatológicos de sostenimiento de “verdades” incontrastables.

Muchas veces, vemos que los colegas más éticos más bien tratan de alejarse del protagonismo o de cargos directivos. Por otro lado, emergentes “fuertes” en protagonismo muchísimas veces lo que están buscando es alguna forma de compensación narcisista o de poder y no guardan suficiente equilibrio en el sostenimiento de su compromiso de representación, lo que de por sí es una falta a la ética.

En cuanto al uso de medios, el gran problema está dado por la derivación de la sana competencia en el desarrollo profesional hacia una voracidad dirigida a la captación de clientes. Los sistemas de marketing juegan más con la imagen que con la calidad y menos con la ética de la salud. El objetivo principal es ganar dinero y pareciera justificarse, así, el dicho de que “el fin justifica los medios”. En estos casos creo que una asesoría legal es necesaria para contener los excesos en que se incurre con lamentable frecuencia.

Dos estructuraciones son necesarias: un ideal del Yo y un Súper Yo. El segundo tal vez tenga que tomar parte activa en supervigilar las acciones de los colegas en cuanto a su performance pública, tanto en lo que respecta a su compromiso con la verdad como con respecto a su posible influencia negativa en el medio. Es posible que dentro de las fórmulas del ejercicio de esta acción, el invitar a exponer sus ideas o sustentos de su actividad sea oportunidad para expresar nuestras disensiones.

Tenemos un hábito negativo que remontar, es el de criticar en silencio o en corrillo, casi siempre con tenor condenatorio, sin dar la oportunidad de resolver las circunstancias y, acaso, ayudar al colega a reconsiderar su acción o punto de vista.

En cuanto a los efectos posibles de los medios en nuestro entorno social, me parece que nos pronunciamos poco como profesionales sobre medidas de protección de la población. La participación en programas “comerciales” tiende a una manipulación poco conveniente del profesional, tanto para él como para quien lo ve o escucha. Es importante participar, eventualmente “invitarse” desde alguna propuesta temática pertinente.

La globalización y el cada vez más irrestricto acceso a fuentes de información hace peligrar la estabilidad psíquica de nuestras estructuras familiares y de los valores sustentados en el bien común. El tema de la “libre elección” deja pie para que el ya pobre sustento social deje paso a usos similares o peores que las drogas. Derivados psicopatológicos varios pueden provenir de ello y necesitamos examinar las bases con que enfrentamos ese tremendo potencial tanto para el bien como para el mal.

En cualquier nivel de nuestro desarrollo profesional es riesgosa la tentación de sentirnos omnipotentes; de allí a ser dueños de la verdad no hay distancia. Esto es peligrosísimo a la hora de manejar medios; puede declinar nuestra capacidad crítica. En eso, como comentáramos antes, podría muy bien funcionar como “cable a tierra” la invitación al diálogo, tal vez “cartas aclaratorias”...etc.

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