miércoles

1996 Algunas ideas respecto a la maternidad


En: Primera infancia.  El reto de una nueva vida. Lima, Universidad Femenina del Sagrado Corazón, Facultad de Psicología y Humanidades, 1996.


Hace poco, en tránsito a escribir este artículo, tuve la oportunidad de observar un documental en el que se mostraba a una zorra en los cuidados maternos de cuatro cachorros que, al momento de introducirme en la escena, estaban bastante creciditos.  La madre lucía muy delgada y toda la escena daba la impresión de una devoración de despojos que los zorritos perpetraban con su madre.  Aun así, ella se entregaba sin retaceos a la labor de satisfacer las ansias de comida de sus crías.

Previo al banquete y pese al hambre, los zorritos llevaban a cabo un cierto ritual afectuoso de toqueteo de hocicos con la madre. 

En otra escena, la zorra sale de cacería y captura un ratón.  Pese a estar tan delgada y probablemente hambrienta, lleva el ratón a sus crías, las que se lo disputan sin concesiones hasta dar cuenta de éste.  El narrador de la historia agrega que el zorro, en ese lapso, se mantenía en la periferia y era el encargado de conseguir alimento para la madre, la cual se encontraba con éste lejos de la cueva.

He visto, a lo largo de mi vida, innumerables y conmovedoras escenas parecidas en perros, chanchos, conejos, gatos, etc.; y, también, por cierto, todas aquellas otras escenas que el animal humano me ha ido mostrando y en las que, también, he estado involucrado, primero como hijo y luego como padre.

Estas escenas  -las vistas en el documental y las que vinieron a mi recuerdo-  me hicieron pensar en el tremendo peso que tiene la impronta filogenética en la determinación de algunas de nuestras conductas humanas y particularmente en lo que respecta a la maternidad.  Se trata de una predeterminación que recibe tanto facilitaciones como interferentes a lo largo del proceso de desarrollo de las personas.

Obviamente, la maternidad encuentra un importante facilitador  de estos componentes innatos en la experiencia, en el haber contado con una buena madre en la infancia.  A la inversa, qué duda nos cabe de lo interferente que resulta la terrible huella de no haberla tenido, de haberla tenido insuficientemente o, peor aún, de haberla tenida mala.  Creo que es posible imaginar la cantidad de variables posibles entre la combinación de estos componentes.


Pero ¿a qué llamamos una buena madre?

Winnicott le llama “madre suficientemente buena” y dedica muchísimas páginas y reflexiones al particular encuentro entre la madre y su bebé.  Deduce uno que la madre “suficientemente buena” es aquella que se ubica en el punto justo de la necesidad del bebé de ser sostenido en su proyecto de ser; claro está que, en ese proyecto, se incluye el ser alimentado.

“Mucha mamá” perturba el desarrollo tanto como “muy poca mamá”. La presencia-ausencia de la madre debe ser pertinente a cada momento evolutivo de su hijo.

De hecho, necesitamos discriminar la acepción “madre” de la de “maternidad”.  Recordemos el uso de “madre” que llevó a Hussein a expresarse de la manera en que lo hizo en la guerra del Golfo Pérsico.

Desde este punto de vista, nos hemos ubicado en el momento del parto de algo; algo ha nacido; una mujer ha traído al mundo una criatura y, por tanto, es madre. Queda ahora un amplio espacio para relacionarse con esta criatura y ayudarla a desarrollar sus cualidades como persona. Ese ejercicio, de particular importancia, es el que implicamos en la “maternidad” y el resultado paradójico es la creación del bebé, pero de la siguiente manera: el bebé crea a la madre y ésta lo permite.


Algo más sobre la maternidad

Rascovsky nos habla de un período crucial en el ejercicio de la maternidad y dice que éste está constituido por los primeros cuarenta días, que constituyen el puerperio. En ese lapso, la disposición de la madre para con su bebé debe ser total.  Toda otra actividad queda postergada en favor de poder cumplir con este mandato.  De alguna manera, se prolonga, así, la situación anterior, la del embarazo y la fusión madre-feto. 

En esto coincide con Winnicott, en que la actitud de la madre debe corresponder a lo que entendemos por una devoción.  La madre se constituye en una “mitad”, una parte del bebé que ejecuta las cosas por él, para él, hasta que pueda hacerlo por sí mismo.  En este intento, dice Winnicott, la madre debe incluso “poder enfermar” con su bebé; es decir, sostener “el mal” o “lo malo” que siempre amenazan al bebé desde la realidad como desde el interior del nuevo ser.

En un segundo momento, la madre irá dejando lugar para la ausencia y el reencuentro, así como para la tolerancia a la espera.  Todo ello siempre en adecuación a las crecientes posibilidades de su bebé.

Como veremos más adelante, terminada la primera etapa encuentra un lugar el padre, facilitado por y facilitando el resurgimiento de la femineidad de la madre.


La importancia de la comunicación primaria

Tanto el bebé como la madre debutan con sus potenciales instintivos, por los cuáles el bebé tenderá a un encuentro con un “algo” que satisfaga sus necesidades no sólo instintivas sino también personales, algo así como la necesidad de un sostén personal que lo proteja de las ansiedades terribles que se dan en estos momentos.

A esta disposición natural, la madre contrapone, también, aquello para lo que la naturaleza la ha proveído.  Su sensibilidad va in crescendo a lo largo del embarazo, llegando al final de éste  a estar lista para ese particular encuentro, allí donde no caben fórmulas, donde lo que surge y es válido es lo espontáneo, en respuesta al mensaje, al profundo mensaje, que la madre capta de su bebé.  Se trata de niveles de relación muy primarios, cuya característica es algo así como la “telepatía” con resonancia en la intuición.

Este delicado proceso debe ser lo menos interferido posible (¿cómo hacérselo entender a los amigos y familiares que vienen a felicitar a la nueva madre?).  Le toca al marido proteger esta condición, sosteniendo a su pareja en el ejercicio de la maternidad, incluso a costa de la renuncia  -felizmente transitoria-  a las demandas sexuales tanto como a las movilizaciones afectivas que surgen como consecuencia de la exclusión.  Recordemos el ejemplo del zorro; digamos que hay que ser un poco zorro y saber esperar.


Vicisitudes de la oposición maternidad-femineidad

Ya que reapareció la figura del marido, aprovechemos para mencionar que durante el período puerperal se produce en la mujer una ausencia total del deseo sexual: la madre prevalece sobre la mujer.  Rascovsky nos ilustra con una serie de ejemplos al respecto, mostrando cómo, de manera crítica, al terminar el puerperio, resurge el deseo sexual de la madre, fenómeno que permite la triangulación, haciéndole un lugarcito a la paternidad.

Es particularmente importante para la madre el reencuentro  con su feminidad, con su sexualidad, ya que, de otra manera, es alto el riesgo de una sexualización de la relación con su bebé, sustituyendo en él, con él, demandas y significaciones correspondientes a su fantasmática personal.  No olvidemos que el nivel de percepción del bebé es muy alto respecto al mundo interno de la madre.

Es posible pensar que el bienestar de la madre, satisfecha sexualmente por el padre, sea compartido   -digamos, “bien recibido-  por el bebé.  Por cierto, también hay posibilidades de que este viraje promueva sentimientos de pérdida, celos primitivos, envidias, etc., particularmente si de estas relaciones sexuales surge un hermano, es decir, un motivo más contundente para una retracción narcisista de la madre en desmedro de su bebé.

En las mujeres con estructuras frágiles, es posible que en este momento  -o incluso antes-  vuelquen hacia su marido profundas demandas regresivas y narcisistas, con olvido o abandono de su bebé.  Es claro que la relación con el marido, en estos casos, estaría más allá de la demanda genital.  De esta manera, a veces se perpetran “viajes de vacaciones” y otras variables que dejo al recuerdo o imaginación de ustedes.  Todo lo imaginable es posible que se dé en términos de dificultad en el ejercicio de la maternidad. 


¿Por cuánto tiempo ser madre?

La respuesta que surge pronta es: todo el tiempo que sea necesario.  Para el bebé, por supuesto, después para el niño, luego para el adolescente y, por último, para el adulto.  La maternidad irá evolucionando de acuerdo a las necesidades de cada momento.  No hay que olvidar que se debe mantener abierta siempre una posibilidad para acoger adecuadamente las regresiones.

Por qué no mencionar que más tarde los hijos tienen que poder acoger a los padres en sus períodos de “hijitis”, viendo siempre la posibilidad de compartir con ellos a sus propios hijos, convirtiendo a los padres en abuelos.  Ojo: hacerlos abuelos no es lo mismo que hacerlos “papás” de sus hijos, cosa muy frecuente.

En líneas generales, en función de la evolución de las capacidades del niño, lo prudente es tener un nuevo hijo recién dos o tres años después del nacimiento del anterior.  De esta manera no se desgasta la disponibilidad materna.

No sé si en esto son más sabios los delfines, de quienes hace poco me enteré, que se reproducen justamente cada tres años.

Recordemos que el viejo Freud nos decía, allá por los años 1930, que una pareja no se ha consolidado si no se ha llenado el vacío de madre, tanto en el varón como en la mujer, a través de su pareja.


¿Es importante la presencia de la madre de la madre?

Es razonable deducir que me estoy refiriendo al primer parto, con una supuesta inexperta debutante.  De hecho, la presencia más importante de la madre en este momento es la de la “madre interna”.  La madre real sólo será valiosa en tanto su participación sea facilitadora e integradora; no lo será, por cierto, si su conducta es intrusiva, de “sabelotodo”, competitiva e infantilizante (ésta es más bien la conducta de la suegra de quien nos solemos quejar).  

Este encuentro con la madre  -digamos, este reencuentro-  supone una ocasión propicia para reparar con su hija los fallos que se dieran en la experiencia anterior.

En realidad, lo anterior surgió como una reflexión a propósito de que una amiga muy cercana se dispone a viajar para asistir a su hija, que se encuentra en el extranjero, en su primer parto.  Me hizo pensar si, más allá de la ayuda material, supone para la debutante una facilitación sostenedora, que tal vez no llene del todo el marido.

Otra amiga, conversando sobre el tema, recordó que sólo la mamá había podido convencer a su hermana de no desistir de darle el pecho a su hijo, gestión en la que ya había fracasado el marido.  Esta misma persona refería que su mamá sentía algo muy diferente por los hijos de su hija que por los hijos de su nuera, es decir, que por los hijos de su hijo.  ¿Son los lazos previos los que facilitan la cercanía facilitadora, la realimentación de las identificaciones necesarias para una buena maternidad?


Sobre la compulsión de engendrar

Ocurre en oportunidades que la madre no tiene mayor sostén de sí misma a partir de su femineidad y todo el lugar de sus inquietudes lo ocupa el anhelo de ser madre y reproducir, una y otra vez, la experiencia de fusión y profunda dependencia con su hijo.  Es así, que tiene un hijo tras otro, año tras año.  Suele ser que, en estos casos, el marido se vea amenazado por las demandas regresivas de su pareja (que seguramente reproducen necesidades propias) por lo que, entonces, se dedica a embarazar a su mujer sin pausa. 

Casi siempre, en estos casos, hay un factor depresivo de fondo y un ulterior drama a la hora en que los niños crecen.  No faltará, por cierto, alguno de ellos más sensible, que termine “llenando el vacío” de la madre (o de los padres), convirtiéndose en un problema al que tengan que cuidar, haciendo de los sublimes cuidados a los que nos hemos estado refiriendo, un remedo perverso, más bien cargado de ambivalencias que de un auténtico deseo de reparar.


Algunos riesgos propios de la maternidad temprana 

El mayor riesgo que existe, en este sentido, es que la maternidad, con el componente regresivo que conlleva, quiebre la estructura de la madre, haciéndola incapaz de hacerse cargo del proceso.  De hecho, las significaciones y cuidados de la madre tendrán que ver con las características de la personalidad de la misma, pudiendo observarse variables, desde el manejo que hace una histérica hasta aquél de una madre borderline.

En cualquier caso, creo que el mayor riesgo es el que la madre inocule a su bebé con contenidos perturbadores o destructivos, mediante mecanismos de identificación proyectiva.  Las huellas que de ello quedan en la estructura del bebé son prácticamente imborrables.  Los bebés quedan “habitados” por los elementos persecutores de la madre.

Una manifestación observable de las identificaciones proyectivas, al momento de darse, podemos encontrarla en el popularmente llamado “mal de ojo”; el cual, tratado a tiempo, rescata al bebé de las consecuencias futuras a las que nos hemos referido.


Maternidad y acoplamiento analítico

Es Winnicott quien llama más la atención respecto a la necesidad de proveer al paciente de un contexto en el que pueda reproducir la experiencia temprana perturbada.  Sugiere un delicado acompañamiento desde situaciones muy profundas de regresión hacia una paulatina estructuración, basada en la posibilidad de ser verdadero.

Para que este proceso pueda darse, es menester que el analista pueda corresponder con una gestión similar a la de una madre suficientemente buena.  En este caso, acompañará a su paciente en el viaje regresivo, con todos los avatares que ello conlleva en términos de comunicación primaria, con posibilidades suficientes para emerger airoso de las identificaciones proyectivas positivas y negativas que se movilizarán en el campo.

Respecto a esto último  -a la valencia positiva y negativa de las identificaciones proyectivas-  importa agregar que, así como se proyectan en el otro elementos negativos y destructivos, también se dan identificaciones proyectivas positivas, de otorgamiento de bien.  Podríamos compararlas con lo que es una bendición versus la maldición que conlleva la identificación proyectiva negativa o patológica.  Es probable que el analista maneje, también, estos elementos de la identificación proyectiva positiva, traduciéndose esto en la consistente disposición de otorgar elementos favorables a su paciente, con el deseo de que salga adelante, pero sin interferir su personal desarrollo, sin imponer nada, con total desprendimiento, como se da en una efectiva maternidad.


Resumen

Se trata de desarrollar el tema de la maternidad desde los diferentes componentes que la determinan, partiendo de lo filogenético hasta las determinantes personales, con énfasis en la experiencia como hija de quien ahora se convierte, a su vez, en madre.

El equilibrio maternidad-femineidad facilitaría la salida de un maternaje primitivo, así como la inserción en la triangularidad.

Se enfatiza la importancia de los mecanismos de la identificación proyectiva, tanto positivos como negativos.


Bibliografía

Rascovsky, Arnaldo… Conocimiento de hijo.  Buenos Aires, Editorial Orión, 1986.

Winnicott, Donald Woods… Preocupación maternal primaria (1956).  En: Escritos de pediatría y psicoanálisis (1931-1956).  Barcelona, Editorial Laia, 1979.

Freud, Sigmund… 33ava conferencia: La femineidad (1933).  En: “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras completas, Tomo XXII.   Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.                                                                                                        




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