Casos clínicos, CPPL. 25 de mayo de 2005
Nombre: Abilio
Edad: 50 años
Casado, dos hijos (una mujer de 19 y un varón de 14
años)
Natural de Ayacucho
Profesión: Ingeniero Industrial.
Motivo
de Consulta:
Decaimiento,
falta de fuerzas, sentimientos de impotencia, dificultad para asumir sus tareas
cotidianas, pesadumbre, desaliento, desesperanza, amargura por sentirse
engañado por una persona de su confianza. Enlentecimiento del pensamiento, no
puede concentrarse. Ganas de llorar, lo que en ocasiones hace. Sentimientos de culpa
y temor frente al futuro de sus responsabilidades hacia su familia. Fastidio
consigo mismo por estar pasando por esta situación, la que no termina de
aceptar. Últimamente, tiene falta de apetito. No presenta trastornos del sueño.
Todo
está atribuido a un juicio en el que está envuelto, enfrentado con la que fue
su contadora, quien había dejado de pagar impuestos durante años, haciendo
oscuros manejos del dinero de la empresa, lo cual revienta por una demanda de
la SUNAT. Lo peor para él es que se trata de una persona a la que le otorgó
toda su confianza... Claro que, alguna vez, había entrado en dudas, tuvo
indicios de que podía estar pasando algo, pero prefirió creer en las
explicaciones que recibía.
Este
juicio ha significado que deje toda otra actividad productiva, lo que
paulatinamente ha ido minando su economía, al punto de llegar a la quiebra
total, por lo que la familia vive literalmente “al día”. Usa los servicios de
un abogado ciego, quien lo ubica en el rol de lazarillo de su defensor e informante
de cuanto acontece, al punto de que, en la revisión de las leyes y los
atestados, prácticamente ha llegado a sentir que en realidad es él mismo quien
está conduciendo el juicio, que ya sabe tanto de leyes como su abogado.
Al
momento de las primeras entrevistas lo observamos bien trajeado, con
adecuación, si bien prevalecen los tonos grises. Se trata de una persona
mestiza, con predominio de rasgos indígenas, lo que, a su vez, se relaciona con
su modo de hablar, tanto en la entonación, como en el fraseo. Se nota cierta
pobreza en el uso del lenguaje y frecuentes inadecuaciones en relación al
género. Su tono tiende a lo monótono. Su actitud durante la entrevista es, al
principio, de una suerte de pretensión de darme cátedra de lo que le ocurre,
por momentos trasluce una cierta arrogancia. Por ejemplo, me dice: “Yo le voy a
explicar... lo que pasa es que...”.
Lo
noto muy pegado, dolorosamente, al reiterado recuerdo de su ficha curricular, a
lo que “ha sido”, en contraste con “en lo que está” (que es “en lo que no
debería estar”, dice con cierta expresión rabiosa, aludiendo a la culpa de
otros)... Ha ocupado cargos académicos importantes y realizado estudios de alto
nivel en el extranjero.
Muestra
desconfianza respecto a la posibilidad de que lo pueda ayudar. Si viene es “porque un familiar que ha estado
en terapia le dice que necesita ayuda”. Su sentimiento es de que él mismo
tendría que seguir enfrentando las cosas. Trasunta, además, que esto le va a
significar una carga más porque cuesta... y nunca ha creído en los psicólogos
ni en las terapias. Su aspecto es de una suerte de “andino profundo”, es decir,
melancólico, solemne, serio, severo y “escarpado”, en el sentido “de difícil
acceso”.
Moviliza
un sentimiento de estar frente a una “autoridad respetable” venida a menos,
arrastrando su orgullo herido, con el dolor de quien refriega la idea de haber
hecho las cosas bien hasta que alguien lo embarra; en este caso, la contadora.
Esa sensación me hace ser prudente en lo que le digo, alcanzando, junto con una
breve síntesis, en la que pretendía más que nada transmitirle que lo había
escuchado, una invitación a tener un par de entrevistas más para tener una
mejor opinión respecto a su problema y a la mejor manera de ayudarlo.
Comoquiera
que en la segunda entrevista tiende a repetir lo ya relatado, tomo la
iniciativa de orientar su relato hacia la configuración de una historia
familiar y personal.
Sus
padres y toda la familia son de un pueblo de los andes ayacuchanos, inmersos en
costumbres entre las que resaltaba la figura del padre como el gran patriarca
incuestionable. La madre, su
lugarteniente, ejercía el poder en las sombras, manejando la economía familiar
en un régimen estricto, que imponía la austeridad como principio... siempre y
cuando no se tratara de ser mayordomo en las fiestas del pueblo, en cuyo caso
“tiraban la casa por la ventana”, porque había que “quedar bien”, es decir,
mejor que los otros.
Ambos
padres conducen la familia en términos de “lo adecuado”, donde caben el
sacrificio y el esfuerzo por el estudio como idea de superarse. Es una familia
numerosa en la que nuestro Abilio ocupa el quinto lugar. La madre es poco
afectuosa, pero cumple con las obligaciones del hogar. El padre, trabajador
hasta el sacrificio, se muestra como muy comprometido con la comunidad y el
progreso. En cierta oportunidad, lidera el intento de integración de la
comunidad para construir un canal de derivación de aguas, muy necesario para
mejorar los riegos de la colectividad. Sin embargo, no se logró la integración,
así es que sólo un grupo, con mucho esfuerzo, llevó a cabo la tarea. Cuando este grupo finalizó la labor, por esas
razones “tan nacionales”, se les frustró la celebración porque alguien dinamitó
un tramo del canal.
De
su infancia, relata haber sido un niño muy tranquilo, estudioso, al punto de
que sus padres, siendo aún muy pequeño,
lo envían con su hermana mayor para que pueda estudiar en la provincia. Es así que se separa del grupo familiar,
reteniendo vagos recuerdos de momentos vividos con su padre en la chacra. Ya en
la escuela, destaca siempre, siendo el mejor alumno, de comportamiento
intachable, por lo cual, al terminar, ingresa a la universidad sin mayores
problemas. Posteriormente, hace un post
grado en el extranjero de manera esforzada. Me comenta: “no tomaba vacaciones,
siempre veía en qué podía aprovechar mi tiempo para aprender más, me metía a
practicar, mientras el resto se dedicaba a divertirse”.
Una
promisoria carrera parecía abrirse ante sí. Uno de sus compañeros, un belga de
buena posición, le propone irse a trabajar juntos... pero, justo en ese
momento, le comunican de Lima que uno de sus hermanos mayores ha fallecido y él
siente que tiene que volver para ayudar a la familia del hermano.
Ya
en Lima, empieza un ejercicio académico, al parecer muy consistente, pero que
no dejaba dinero, lo cual movía a pullas de sus padres y familiares. Le decían que “sí”, que “mucho título” pero
que la plata la ganaba otro de sus hermanos. Movido por este reto, monta un
negocio en base a crear piezas de maquinarias, difíciles de reemplazar, con lo
cual le va muy bien. Pero... el hermano “que sabe ganar plata” se copia la idea
y lo suplanta con los clientes, quitándoselos. El padre, encima, le reprocha el
que sea un egoísta, que no puede compartir con su hermano...
De
esa manera, se establece una modalidad de funcionamiento familiar que reitera
la demanda sacrificial de Abilio, a favor de sus “pobres” hermanos. Una
paradoja gira alrededor de demandas ideales puestas en él, con posteriores
ataques a sus realizaciones.
Al
comienzo, me llaman la atención su mano fláccida al saludar, sus movimientos
lentos y la falta de matices expresivos. Con el tiempo, se van integrando
gestos y una relativa mayor soltura al andar, pero la mano sigue igual.
Los
padres de Abilio les dan a sus hijos facilidades que favorecen su
desarrollo... y el conflicto: les dan un
terreno amplio en el que instalan juntos (y mezclados) sus empresas y talleres.
Es en este escenario que el hermano se ensaña cada vez más con Abilio: le llega
a robar cosas, lo provoca, le corta la electricidad, le llega a pegar, etc...
Ya
no están los padres, quienes han muerto en el ínterin de estos años en que lo
atiendo. Pero, los hermanos mayores intermedian en los problemas, tratando de
sostener una aparente conciliación que no logra resolver los problemas de
fondo. En suma, siguen favoreciendo al hermano delincuente en sus ataques a “mi
pobre Abilio”, a quien descubro cada vez más jugando el complemento de ponerse
en bandeja como víctima propiciatoria, como, por ejemplo, cuando pone unos
materiales en un lugar que pertenece a la familia pero que el hermano ha tomado
en posesión, lo que provocó una violenta reacción de “afectado”, con dolorosas
consecuencias en nuestro paciente.
Su
madre, poco antes de morir, le pregunta qué es lo que quisiera, refiriéndose a
la herencia, y él, con mucha intensidad, le responde “tu cariño”.
Está
casado con la primera mujer con quien estableció relaciones amorosas. Tiene dos hijos: una mujer de 19 y un hombre de
14. A los niños los ha tenido durante largos períodos en psicoterapia. Su mujer, también, ha asistido por temporadas
a terapia, habiéndola retomado en el presente. Su relación con ellos ha ido
evolucionando, desde un vínculo fundamentalmente frío e intelectual, que, por
ejemplo, lo lleva a responder de manera absolutamente fría en un momento en que
le hacen un diagnóstico de cierta gravedad a su hijo, hasta el presente, en que
hay una mayor posibilidad de acercamiento desde la escucha.
En
general, ha tenido una posición ligada a la responsabilidad o preocupación. El
vínculo con la esposa es predominantemente funcional: trabajan juntos, tratan
de remontar juntos sus problemas y es ella quien apuntala sus iniciativas
terapéuticas, habiendo sido la primera en asistir a terapia. Acuden a reuniones
terapéuticas y a encuentros de padres en el colegio de sus hijos. La esposa
tiende a tener reacciones paradojales ante la mejoría de Abilio: tiene temor de
que avance y recaiga, trasunta ansiedad cuando él se aleja por razones de trabajo, influyendo
para que retorne, a veces precipitadamente. No tiene mayores expresiones ni
preocupaciones de tipo erótico sexual.
Abilio
no muestra aficiones particulares; su tendencia a la lectura se circunscribe a
intereses profesionales o técnicos.
Su
historia migratoria lo ubica separándose tempranamente del entorno familiar.
Primero se traslada a una capital de provincia y posteriormente se viene a la
capital. En esta última oportunidad, lo
hace junto con el resto de la familia. Posteriormente, viaja al extranjero, con
evidencias de reacciones adaptativas orientadas al control de la situación y a
la hipertrofia de su autoexigencia en los estudios.
No
guarda recuerdos de enfermedades que hayan dejado alguna consecuencia a considerar.
En
su trabajo, tiende a ser una persona con alta creatividad, interferida por una
obsesividad que entrampa sus posibilidades de renovación o uso con sentido
práctico. Tiende a acumular productos de alta excelencia pero baja posibilidad
de colocación. Igualmente, ocurre con instrumentos y maquinarias, que subemplea
o mantiene guardados.
No
ha presentado trastornos del sueño ni trae material onírico a sus sesiones.
El proceso terapéutico
Las
primeras sesiones se centraron en lo que parecía ser el eje de su problemática
actual: el juicio en el que estaba inmerso y el ver de qué manera poder ubicar
las cosas en su nivel de realidad de forma que pudiera retomar su actividad
productiva. Estaba obsesionado y no podía pensar en otra cosa.
Al
principio, se resistió a aceptar fármacos que ayudaran en su proceso. Buscaba
imponerse desde sus propios recursos. Decía “no puede ser”; no podía aceptar
que la situación le ganara. Dejamos abierta la posibilidad. Comoquiera que sus
síntomas se acentuaban, poco tiempo después no tuvo alternativa que aceptar la
medicación propuesta. Había comenzado a llorar con más frecuencia y a mostrarse
más y más sensible. A regañadientes, no dejaba de preguntar por cuánto tiempo
iba a tener que pasar por esto, etc. Fue así que comenzamos un tratamiento
combinado. Decidí suministrarle yo mismo los medicamentos, en parte por su
limitación económica y en parte porque no encontré complicaciones
transferenciales en hacerlo.
El
cuadro clínico mejoró, mas no el tono opaco de sus relatos, que, por
reiterativos, movilizaban en mí un creciente sentimiento de modorra y
aburrimiento. Por otro lado, en su vida diaria las cosas no mejoraban. Cada vez
tenía menos recursos y no reaccionaba con efectividad para resolver la
coyuntura. Como no podía ya pagar, lo empecé a ver gratuitamente, lo cual
aceptó; pero, al poco tiempo, me comunicó telefónicamente que no iba a poder
seguir asistiendo.
Un
año después me llama porque “ha recaído”.
Vuelve a sentir la tendencia a llorar y ese dolor interior que lo
agobia. En el ínterin había resuelto las instancias del juicio, se había
sentido mejor, por lo cual había dejado de tomar los medicamentos.
Sin
embargo, siguieron otros problemas: pleitos con el hermano y la situación
económica que lo agobiaba. Como quiera que seguía sin tener recursos y el ser
“becado” ofendía su autoestima, convinimos en que me pagara una por dos
sesiones y que nos viéramos cada 15 días.
Aún así, hubo que instalar un sistema de crédito, por lo cual recién el
mes pasado ha logrado ponerse al día, luego de tres años de tratamiento (en
este segundo período).
En
esta nueva etapa transita desde una posición más humilde que en sus comienzos,
como que hubiera tenido que pasar ese año separado para aceptar que lo había
estado ayudando. No tenía alternativa que volver. Pero, su actitud fue de una
sumisión idealizadora singular, porque lo tenía que aceptar así, sin recursos,
como que tenía que “quererlo o
quererlo”, hacerme cargo de él.
Se
entregó “con todo”... pero “con todo” es un decir... se entregó con lo que
podía. Aceptó sin protestar la reinstalación de los medicamentos y nos
reuníamos en la frecuencia establecida a la que asistía con proverbial
puntualidad. Fueron atenuándose sus síntomas y, poco a poco, llegamos al punto
de su anterior evolución, es decir, una mejoría sintomática en medio de una
comunicación estereotipada, insípida.
Por
momentos, mi función tenía que ver mucho con la de un hermano mayor o “papá que
lo defiende”, contribuyendo a esclarecer la realidad, en la que fulguraba la
problemática de su familia y, en especial, las agresiones de su hermano menor.
Me
vi en la situación de enseñarle a defenderse, a pelear, a intentar la descarga
de su agresión hacia fuera. Con un poco de apoyo, tomó conciencia de que, más
allá de lo familiar, las cosas transitaban en el terreno de lo policial; y, es así que, hace una denuncia y finalmente
entabla un juicio al hermano, lo que causa un revuelo entre los demás miembros
de la familia, aunque cesando, por lo menos transitoriamente, las agresiones.
Un
sentimiento de mayor seguridad en sí mismo fue encontrando lugar, pero, más que
eso, tengo ahora la impresión que pudo, por fin, contar con una figura
(papá?...hermano mayor?) que, en principio, lo defendiera, que lo ayudara a
encontrar el camino, como recorriendo las huellas de un déficit de experiencia
en este sentido... y en muchos otros.
De mi parte, sentía la satisfacción de que
algo camine en el afuera, en la realidad, con resonancia en su mundo
interno.
Estando
en manos de la ley el problema con el hermano, pronto nos vimos otra vez en la
rutina amodorrante y en la reiteración de sus rumiaciones respecto a la
familia, su pasado, sus padres, las culpas sobre sus hijos, de manera que en la
realidad de su trabajo nada se movía hacia un cambio.
Fue
entonces que decidí focalizar sobre el tema de su trabajo, sobre el cual me
había hablado de manera poco clara. Le pedí que me explicara puntualmente cada
cosa a la que se refería cuando hablaba de sus recursos, qué era lo que sustentaba
sus ingresos, cuál era su capital de trabajo, qué representaba su capital
ocioso, las formas de la producción, las maneras en que conducía sus ventas, el
lugar que ocupaba en cada uno de los componentes de su empresa.
Fue
así que pude tomar conciencia de temas elementales de la relación
costo-beneficio, de lo nefasto de mantener stock ocioso, de las dificultades en
delegar, en repartir la tarea y dosificar el crecimiento. Fueron bastantes
sesiones sobre estos temas... Para mi sorpresa, se le empezaron a iluminar los
ojos, las sesiones dejaban de ser aburridas, salvo que dejara mi posición
activa, tratando de hacerle lugar a sus iniciativas... Así, no mucho tiempo después, me hace un
acting; me hace avisar que se fue de viaje fuera del país. A su vuelta, me
explica que se prestó un dinero y se fue, llevando unas muestras a un país en
el que hacia unos años hizo negocio. Se
conectó con gente, le compraron las muestras, lo ayudaron, le tomaron
pedidos...
Fue
como que se atolondró con la experiencia y no sabía muy bien cómo transar en
las operaciones, pero empezó a resurgir en él una suerte de habilidad perdida
que, en medio de un entorno andino, viabilizaba en él el sentimiento de que “se
puede”, que eso también estaba en su stock, pero no me lo pudo contar de otra
manera.
Con
el tiempo, me fui dando cuenta de que tenía un movimiento ondulante en sus
estados de ánimo; que una forma tenue de hipomanía aparecía cada tanto; y que,
con esa energía, era posible enfrentar los retos de organizarse mejor ante los
embates de los bajones de la depresión.
Con
mayor conciencia de uno y otro estado fuimos aprendiendo sobre los cuidados a
tener y hasta las ventajas y recaudos de cada situación. Ayudarlo a
desidealizar la imagen de sí mismo en los momentos exaltados y atenuar las
denigraciones en los momentos de caída, formaron parte del diálogo. Poco a
poco, sus depresiones se fueron atenuando, lo mismo que los picos de su
exaltación afectiva; las realizaciones en su productividad fueron dando un
vuelco significativo, al punto de haber logrado en el último año consolidar una
empresa en el extranjero con réditos que me hacen pensar seriamente en cambiar
de giro.
En
estos tres años de trabajo (que sumados serían cinco) se ha ido instalando un
sólido sentimiento de trabajo en equipo,
con una dependencia saludable, en donde los atisbos de aprecio y
relación con el otro (conmigo) tienen una sazón de gratitud, que en mí resuenan
con cierto orgullo ante la observación de sus logros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario