miércoles

1997 Una pareja peculiar

VII Congreso del CPPL “Realidad psíquica y sexualidad”, 1997

Hablar de una pareja supone, por definición, hablar de dos personas que tienen una relación entre sí.  En el contexto del trabajo psicoterapéutico, nos solemos referir a dos personas, generalmente de ambos sexos, que mantienen una relación afectiva estable, por lo que son asociables el uno con el otro, y que nos buscan por alguna dificultad para llevarse en armonía.

Desde que el ser humano debuta en la vida se ve en la necesidad de establecer lazos con otro.  Al principio, como es obvio, con una total asimetría, dada la naturaleza de indispensable para la existencia misma y para su configuración como sujeto.

Partimos en medio de una relación idílica de fusión total con nuestro objeto, en una relación de dependencia absoluta y con un paradojal sentimiento de omnipotencia derivado de que nuestro objeto fundante prodiga su magia maternal (además de su leche) en total sincronía con nuestras necesidades de que así ocurra.  En ese delicado crisol materno-filial se fraguan las bases de la relacionalidad.  De alguna manera, se produce una reciprocidad de sostén en la que tanto la madre sostiene al bebé como éste a la madre, desde una comunicación sin fronteras, con el compromiso total de sus intimidades y una entrega sin concesiones.  

Ambos están preparados para que este idilio se produzca… y, también de alguna manera, esto los prepara para que termine y dé lugar a un encuentro diferente, basado en la individuación, en la discriminación de sí mismos, con un paulatino espacio para ir sabiendo de sus mutuas diferencias sin que lo esencial del vínculo se rompa, sin que la diferenciación signifique un derrumbe ni un sacrificio de partes o elementos básicos del sí mismo.  En este punto sigue siendo importante que “el otro” (la madre) no se derrumbe ante la creciente ruptura del idilio original, dando lugar para la diferenciación de su “pareja” altamente investida narcisistamente.   

La evolución natural, el desarrollo de los potenciales biológicos y personales, va enriqueciendo el campo de las experiencias, alimentándose de nuevas y diversas fantasías, en una interacción permanente con el entorno, todo lo cual supone un tejido relacional cada vez más complicado con los objetos, con quienes se irá renovando e innovando la naturaleza de nuestra realidad psíquica.

En cada nuevo vínculo se pone en juego la experiencia anterior, partiendo de la posibilidad misma de relación (o no). Esto derivará en un encuentro con posibilidades suficientes para la existencia como un individuo capaz de formar parte de una pareja; o, por lo contrario, como un individuo que vive en medio de una serie de fenómenos y fantasías, que intentan dar cuenta de vacíos y/o experiencias que requieren ser negadas, resueltas, ya que no han encontrado una solución suficiente en su momento.  Las experiencias traumáticas predisponen y conllevan al uso de mecanismos de defensa que distorsionan la naturaleza de la relación.

En la conciliación de las posibilidades de encuentro  -sea en base a una relación con asidero de realidad o verdad o en base a mutuas necesidades de sostén de fantasías primitivas no resueltas-  se arma la realidad psíquica de la pareja, tema en el que obviamente está incluido el de su sexualidad genital, pre-genital, edípica o pre-edípica.

Para dar un ejemplo de lo que ocurre en una relación de pareja, hagamos una comparación con lo que ocurre en el terreno del análisis.  Se configura una “alianza”, desde lo más diferenciado de cada uno, antes o después de los embates de la instalación de una fuerte “transferencia” (positiva o negativa), que favorece o perturba la relación en su intento de consolidarse desde bases adultas. Más tarde o más temprano se desarrolla una “neurosis de transferencia”, donde los elementos propios de las expectativas infantiles no superadas tienen oportunidad de lograr un equilibrio en la situación presente.  De hecho, el reto mayor es la superación de ese maravilloso período de enamoramiento, que invoca (y evoca) las etapas más tempranas de fusión, de borrado de límites.  Una vez más, la separación es necesaria para que se instale la relación de a dos, de “nos”.  En cualquiera de estos niveles, la pareja se entrampa, pudiendo favorecerse o limitarse mutuamente el desarrollo hacia un vínculo adulto.  En el análisis, las resistencias encontrarán o no eco en el otro, formándose “baluartes” en los que uno entra en la estereotipia compulsiva, rompiéndose la relación o superándose la coyuntura luego de una mejor comprensión de lo que ocurre; lo cual, la mayoría de las veces, supone aceptar al otro como es.

La pareja, al romper el encantamiento narcisista, da lugar al mutuo reconocimiento y a la posibilidad de la instalación de un tercero que, en principio, es la realidad misma: los demás miembros del entorno que se integran sin conflicto, el hijo que nutre y engrandece la relación, el trabajo, etc.

Son muchísimas las variables posibles sobre las que una pareja construye su relación.  Los traumas infantiles y las “fijaciones” encuentran la posibilidad de complementarse con el otro en el desarrollo de una trama que los representa y que sostiene una fantasía, que pasa a ser común, donde encuentran lugar tanto sus objetos primitivos como aspectos de las representaciones de sí mismos.

Esta estructura relacional va evolucionando e integrando las variables propias de las circunstancias de vida y las nuevas experiencias de la pareja: el matrimonio, la convivencia, el nacimiento de un hijo, la muerte-separación de las respectivas familias, etc.  Esto favorecerá la aparición de nuevos contenidos y fantasías, subvirtiendo lo anterior en un sentido prospectivo o regresivo (una suerte de “crisis de desarrollo”), promoviendo ansiedades que ponen en riesgo su continuidad y/o la posibilidad de seguir compartiendo una realidad psíquica, una ilusión como pareja.  Podríamos decir, desde el ángulo de la psicopatología, que también se podría lograr un acuerdo para configurar un “falso self dual”, una locura de a dos, etc.

Algunas parejas no toleran la salida del período de enamoramiento, se muestran más bien ávidas de las pulsaciones intensas de su encuentro ideal, buscan la fusión y no toleran la frustración que sanciona la necesidad de reconocer al otro como diferente.  En sus manifestaciones más intensas, encontramos que ha habido una falla en el período temprano de su desarrollo.  La separación o merma del estado de fusión promueve los sentimientos de dolor, rabia y angustia más grandes, derivando a una necesidad de reencontrar la fusión por la vía de la venganza o la fantasía de muerte de uno o de ambos miembros de la pareja.  Recordemos la película Atracción Fatal para encontrar un ejemplo.

En formas más atenuadas, se apela al concurso de un tercero o comodín, que alterna entre disruptor del idilio que fusiona y tercero excluido-rechazado (burlado, denigrado, etc.), lo cual permite que la pareja vuelva a juntarse, alejando de esa manera el fantasma del odioso que abandona y el doloroso trance de ser abandonado, afectos que han sido “endosados” al tercero en referencia.

Me he centrado a propósito en estos detalles de las posibles fantasías entre las parejas, con la intención de hacer un preámbulo a un material clínico que quiero presentar a continuación.

Debo aclarar que no se trata del material de una pareja en tratamiento sino de la problemática de pareja de un paciente a quien trato en psicoterapia individual.  Lo comparto aquí por su singularidad y por la cantidad de elementos que se pueden observar de las fantasías que sostienen su emparejamiento y que se expresan de manera repetitiva, de manera compulsiva, todo lo cual me ha supuesto un gran reto que no sé aún si podamos resolver desde su tratamiento individual.

Hace un par de años tuvieron una terapia de pareja con un psiquiatra.  Asistieron durante unos meses, al final de los cuales se sintieron más unidos al coincidir en que se estaban aburriendo y gastando una plata que bien se la podrían fumar…

Observemos dos cosas: 1) que se unen más a la hora de excluir a un tercero (cosa que me pone en alerta sobre el futuro de nuestra relación) y  2) que buscan amalgamarse a través de la droga.  Fuman PBC de manera impenitente, todos los días, hasta altas horas de la madrugada, siendo increíble que, habiendo mantenido esta práctica durante años, Víctor, mi paciente, no haya faltado ni un día a trabajar.  Aunque exhausto y somnoliento, no deja el timón de la empresa en la que trabaja con mucho éxito, aunque, como es de suponer, cada vez con menor vitalidad.

Los fines de semana alternan el consumo de pasta básica con una maratón sexual que los lleva al total agotamiento físico.

Desde el ángulo de su consumo de PBC, pareciera que la fantasía básica es la de fusionarse, de eliminar las diferencias, los límites y el tiempo.  Se produce una realización omnipotente que ignora el registro de la realidad en general y el de las limitaciones corporales en particular.  Se zambullen en un desenfreno voraz que trata de succionar hasta lo último del otro “sin medida ni clemencia”.  Es una orgía que invierte el mandato de unión corriente en las parejas, aquel que dice “hasta que la muerte nos separe”.  Dicha fantasía busca lograr la fusión a partir de la mutua destrucción, como si la premisa fuera “hasta que la muerte nos una”.  Toda angustia de desamparo queda atrás, afuera, lejos, pero sólo por instantes, ya que, como vimos, reaparece la angustia y es más bien frecuente que se movilicen adicionalmente ansiedades paranoides, por ejemplo, que alguien va a entrar a robarles o a atacarlos, etc.  Más adelante veremos algunos aditivos que transcurren en conjunto con esta fantasía básica.

En el momento de iniciar la consulta, ellos llevan 15 años de convivencia como pareja y los acompaña un hijo de un compromiso anterior de Víctor, quien está en tratamiento por conflictos diversos que luego podremos deducir. 

Víctor es quien mantiene el hogar y tiene en alta estima su labor, consideración en la que coinciden sus subordinados, quienes le temen y respetan, ya que es muy exigente con el logro de los objetivos laborales, muy duro con los fallos y, en paralelo, justo y considerado con las necesidades de su personal.  Podríamos decir que mantiene un consistente rol de padre-ley.  Como mencionara previamente, esa misma exigencia lo lleva a no faltar nunca a su trabajo y apuntalar sus exigencias en el ejemplo de su propio esfuerzo.

Su pareja es 20 años menor y ejerció durante algunos años la ingeniería, dejando poco a poco la profesión para dedicarse de manera exclusiva a la casa… y al consumo de PBC.  Manuel (lo llamaremos así) depende totalmente de Víctor, quien regula sus gastos y le deja “propinas” y dineros ocultos para las drogas.

En el terreno sexual es Manuel quien juega el rol activo.  Es él quien organiza reuniones con terceros, generalmente jovencitos, a quienes tratan de seducir desde sus diferentes fines (pasivo o activo).  Cada vez que uno de ellos logra su objetivo, el otro monta en rabia y arma una escena de celos.  Al final, se buscan, “se perdonan” y el tercero en mención queda excluido. Para Manuel, el episodio connota que el rival tiene un pene más grande y deseable que el de él.  Para Víctor, el punto vulnerable es la vivencia de envidia por el goce de los otros y su exclusión.  Más que Manuel, termina reafirmando su fidelidad y testimonios de su mayor goce con su pareja.

Cuando se encuentran sexualmente entre ellos, Manuel expresa su satisfacción de tal manera que “se enteran hasta los vecinos”, porque grita “como un troglodita”.  A decir de Víctor, Manuel tiene el pene pequeño y esto se lo enrostra colérico cada vez que se producen las peleas mencionadas, circunstancias en las que, además, le dice que se vaya de la casa; cosa que, por supuesto, no se llega a realizar.  En una oportunidad en la que el pleito fue grande, Manuel hizo un intento relativamente serio de suicidio, con lo que capitalizó la culpa de Víctor.  Cabe mencionar que Manuel fue inducido a las drogas por Víctor y, a su lado, se produce el “desarrollo hacia atrás”, hasta la dependencia actual.  Esto es usado manipulativamente por Manuel a la hora de las “rupturas”.

En alguna oportunidad reciente, Víctor cuenta que, luego de una agotadora relación sexual, donde Manuel queda exhausto y se duerme, él se queda con un desasosiego que le impide conciliar el sueño, motivo por el cual tiene que masturbarse hasta en tres oportunidades para poder dormir.

Con frecuencia, en medio de su excitación, Manuel golpea a Víctor, teniendo que contenerse para no hacerlo más violentamente.  Víctor goza con ello y con fantasías de ser orinado, cosa que ha ocurrido en algunas oportunidades, siempre entre los gritos estentóreos de Manuel, quien, cual versión casera de Tarzán, grita al mundo su placer.

Es singular que el último partenaire que consiguen es bautizado como “el papachito”.  Este muchachito suele quedarse a dormir los fines de semana en la cama del hijo de Víctor, quien en esos días se va con mamá.  Hasta allí se acerca furtivamente Víctor a buscar “sus favores”.  Víctor se hace un conflicto entre desear que no venga, “que se salve” y, a la vez, con el deseo de “enrolarlo”. 

Cabe agregar que Víctor vive su homosexualidad como un castigo.  No se acepta a sí mismo en este rol, protestando airadamente por la homofobia de la sociedad (en la que proyecta su propia homofobia).

Ya he mencionado el componente de fusión destructiva que subyace al consumo de PBC que, en lo profundo, sostiene la negación de la separación y/o la pérdida; sostiene la negación de la incompletud.  Vemos ahora que, al borrado de las diferencias, se agregan algunos componentes propios de sus respectivas constelaciones infantiles, una realización de prácticamente toda la gama de fantasías de la etapa polimorfo-perversa. 

La negación de la angustia de castración salta a la vista tanto como la incapacidad de sostenerla de manera consistente.  Es así que Víctor tiene que pagar, por su realización exitosa en el terreno empresarial, rebajándose humillado ante Manuel.  De manera simultánea, realiza con Manuel la fantasía de sometimiento del padre y su posesión anal. Manuel protagoniza, asimismo, una fantasía de hijo y de mujer con pene (“el ama de casa que somete al marido”), invirtiendo a su regalado gusto su escena infantil, movilizado por sus sentimientos ocultos de exclusión y pequeñez.  El triunfo sobre el padre no sería completo sin la posesión de la madre y esto, también, está en la fantasía de Manuel, quien sueña en algún momento que está teniendo relaciones con Víctor y de pronto éste se convierte en su mamá, lo que lo lleva a despertar espantado.   Cierto es, también, que le supone el costo de su castración, expresada en lo profesional y en el entrampe en un nivel de funcionamiento infantil respecto a Víctor.

Las escenas de triangulación con chicos se relacionan directamente con dos escenas básicas de la infancia de Víctor: 1) En una está abrazado a su madre mientras papá se va de la casa.  Aquella vez pensó “¡Que se vaya, pues!”     2) La segunda, hacia los 7 años, en la que ve a papá y a su hermano mayor (7 años mayor) abrazados y siente una profunda rabia, una envidia intolerable.  

Es impresionante cómo da cuenta de su ambivalente expectativa por papá.  Por un lado, se identifica totalmente con sus ideales; mientras que, por el otro, da rienda suelta a su odio resentido, buscando destruirlo, destruirse.  Esta última medida hace espacio tanto para la punición como para las ansias de fusión destructiva antes mencionadas.

Creemos que, como pareja, han estructurado un reducto omnipotente en el que han quedado atrapados, reiterando estereotipadamente sus respectivas escenas primarias.  El único factor a favor de una posibilidad terapéutica está en el grado de conservación de un importante sector de esta dupla, representada por el que se va a trabajar y mantiene un nivel de realizaciones que no declina y que es, además, el que explora la posibilidad de un triángulo estructurador, a partir de la búsqueda del terapeuta, por el momento, como si fuera necesario que la relación sea de a dos por el riesgo que significa la aproximación de lo que Manuel representa, lo que está puesto en él.  “Si usted me pone un acompañante, olvídese, lo terminamos corrompiendo con Manuel…”, me dice en algún momento en que hablábamos de controlar el consumo de PBC.  

De cualquier manera, el punto delicado de la relación terapéutica está dado por el sentimiento de que el otro tiene que ser eliminado.  Desde esta vivencia, durante el tratamiento, Víctor plantea a Manuel una separación para poder dejar la droga y éste hace un intento suicida.  El juego a esta fantasía supone que, en algún momento, alguien puede ser eliminado: el terapeuta… o Víctor.  Inmolación simultáneamente destructivo-punitiva y salvadora.

Tal vez sea importante comentar que siento gran simpatía por este paciente.  Me suscita sentimientos de protección que creo que pueden corresponder a los del padre anhelado.  Admiro sus cualidades personales tanto como me aterran los potenciales destructivos que exhibe con un dejo sadomasoquista. Evito que logre atraparme en un afán de “rescatarlo” o “defenderlo”.  

Me parece que, como pareja, podemos evolucionar en un procesamiento transferencial-contratransferencial hacia una consolidación de sus niveles más adultos.  Por el momento, subsiste una relativa alianza que tendrá que soportar los embates de su ambivalente vínculo con el padre y el hermano y los más ocultos sentimientos hacia la madre.

Hace poco, la visita de una pareja homosexual amiga, que radica en el exterior, les mostró una posibilidad diferente: habían dejado la droga y la promiscuidad.  Al verlo mirarse en ese espejo de lo posible siento entusiasmo y esperanza.  Aún así, me pregunto: ¿Será posible?

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