Sociedad Peruana de Psicoanálisis, 1997
Una de las sensaciones que solemos tener ante la idea de "crisis" es la de sobresalto, de temor, de peligro, de derrumbe, la de un terremoto que remece nuestras estructuras y presagia desastres. Esto, como toda situación de riesgo, nos puede llevar a tratar de evitar que la crisis se desencadene; y, evitar la crisis se puede convertir en un esfuerzo que compromete ingentes recursos defensivos, con gran gasto de energía, en desmedro del desarrollo de la estructura que así lo vivencia, porque no se puede desarrollar mucho con el temor constante a una crisis. Del enfrentamiento entre los contenidos que pugnan por expresarse en crisis y las fuerzas que lo impiden tenemos una resultante que los psicoanalistas conocemos muy bien: el conflicto. Justamente nuestra labor usual es tratar de convencer, a quien nos lo solicita, sobre las ventajas de resolver el conflicto y dejar que la crisis se desencadene; el "insight" y las posibilidades elaborativas hacen el resto. En esto confiamos a la hora de emprender el camino de la cura. Aún así, hay oportunidades en que el requisito es esperar a que la estructura del sujeto se fortalezca lo suficiente como para poder enfrentar dicha crisis. Son situaciones en las que tenemos que convivir un tiempo con el conflicto, a la espera de una ocasión más propicia para enfrentar la crisis.
Poniendo esta situación bajo la lupa de Melanie Klein en relación al proceso de desarrollo y en especial a lo que atañe a su teoría de las posiciones, las posibilidades de capitalizar la crisis obviamente dependerían de poder transitar por la posición depresiva. Recordemos que la posición depresiva supone en principio la instalación de la alteridad, es decir, el derrumbe del registro idealizado del objeto (y de sí mismo), permitiendo el reconocimiento del objeto real, todo lo cual supone el poder elaborar el duelo gracias a un mejor manejo (por atenuación) de las fantasías agresivas en favor de un mecanismo que hereda de la bondad idealizada original: la reparación.
Se entiende que a esta posición se arriba gracias al predominio de la experiencia de amor en la etapa previa. De ello surge, como resultado natural, la capacidad de reparación, que en una dialéctica con el entorno va consolidando su predominio y encausamiento hacia un desarrollo creativo, con posibilidades amplias para el sostén simbólico, base para la mediación comunicativa mediante la palabra. Cuando existe un predominio funcional de esta posición, se puede uno reencontrar con el conflicto en clave menor, es cuando las posibilidades de trabajo corresponden a la idea de lo que conocemos como alianza terapéutica y las crisis, si tienen que darse, son más atenuadas porque el problema a resolver no supone una amenaza tan severa de aniquilamiento o destrucción como lo es en la vivencia esquizoparanoide, es decir, en las circunstancias en que la estructura requiere más bien de un sostén para su desarrollo.
Al escribir esto último (sobre la provisión ambiental), entro en conflicto, porque ingreso en el territorio de otro autor, el de Donald Winnicott, quien, como sabemos, nos diría que el conflicto ha derivado en la estructuración de un Falso Self, debido a las interferencias relacionadas con una insuficiencia materna, de lo que, a su vez, deriva la apelación a la omnipotencia con fines defensivos.
Y... ¿qué diría Freud en relación a las crisis y conflictos al interior de la institución analítica?: "¡Disciplina, compañeros...!" Y es que el creador del Psicoanálisis se vio en la difícil tarea de proteger a su criatura de las reacciones adversas a sus -entonces- audaces propuestas. Su celo era comprensible pero tengo la impresión de que nos hemos quedado marcados por una lectura superyoica de dicho celo; en tanto así, no tenemos tan en cuenta la totalidad del legado freudiano, tan rico en experiencias de conflicto enriquecedor. A veces no tenemos suficientemente en cuenta el ejemplo de su capacidad para ser el primero en cuestionar su obra en base a nuevas experiencias u observaciones.
Creo que, aún hoy, existe cierto temor a la hora de examinar nuestra tarea o nuestros basamentos teóricos; una suerte de peligro de descalificación o de pérdida de identidad flota en los titubeos que nos impiden hacernos cargo a plenitud de los potenciales de nuestra peculiar labor. Yo pienso que esto se debe a que siempre nadamos en la incertidumbre y cada tanto necesitamos de certezas, las que muy pronto se constituyen en un lastre que nos hunde. Esto sugiere que debamos tener muy consolidados los parámetros básicos de nuestro quehacer, pero no para quedarnos allí sino para poder emprender con garantías la fascinante aventura de ejercer el psicoanálisis.
Es interesante notar que, casi siempre, en circunstancias de funcionamiento creativo, tenemos la sensación de una trasgresión y “superamos” el conflicto que se nos origina con las pautas convencionales, con una apelación a guardar en secreto nuestras ideas. Acaso el comentario prudente con colegas amigos nos rescate de caer en la “doble contabilidad” y así nos enriquecemos de la reflexión compartida. No es otra cosa el psicoanálisis: es ante todo una disciplina de la observación de los dinamismos en juego, de las causalidades conscientes e inconscientes que, de todas maneras involucran al analista en el conflicto o la crisis, sea con la problemática de su paciente o con las exigencias de su herramienta de trabajo.
Esta posición -siempre observadora y desconfiada- es a la que apelaremos en cualquier circunstancia que requiera de una comprensión adicional, una posibilidad de apertura que constantemente se apoye y, a la vez, entre en conflicto con lo previo, con la teoría, con la técnica. Es allí donde el psicoanalista tiene que vivir el reto de enfrentar su propia crisis, tiene que construir su propia teoría, con cargo, por cierto, a no creérsela a pie juntillas, so riesgo de entramparse y limitar su labor analítica.
En tanto lo dicho, creo que el psicoanálisis habita en el conflicto; es su lugar natural, es su razón de ser; y, cada tanto tiene que enfrentar crisis derivadas de los procesos que origina, en especial aquello que moviliza al cambio. Son, sin embargo, los cambios al interior de sus teorías y en especial en la técnica lo que más moviliza resistencias. Pareciera que siempre subyace un intenso temor a la perdida de la identidad. Tal vez por eso, en relación a sus argumentos teóricos y técnicos, el psicoanálisis siempre transita por el riesgo de pretender la verdad absoluta. Dadas las angustias que esta tarea moviliza en el analista, quisiera uno poder instalarse en la guarecida posición de supuesto saber, sentir que podemos responder a todo, solucionarlo todo; felizmente, muy pronto nos podemos percatar que esto entra en conflicto con el objetivo del psicoanálisis, que es justamente cuestionarse todo, hasta las propias teorías. Para poder hacerlo requerimos de una estructura de sostén suficientemente acogedora, interna y externa, entendiendo la externa como la institución, sea ésta local o internacional.
A continuación, quisiera apoyarme en una viñeta personal para ejemplificar las posibilidades de conflicto y crisis en el análisis de un grupo analítico en desarrollo. En especial, quiero relevar el riesgo derivado de no poder implementar la mirada analítica sobre los propios dinamismos y circunstancias.
Hace 13 años, a poco de regresar de Buenos Aires, terminado mi proceso de formación como psicoanalista, fui invitado a un encuentro de psiquiatras del Seguro Social. Para la ocasión, escribí un trabajo que titulé “Psicoanálisis: Mito y Realidad”. La motivación fue reflexionar sobre mi proceso formativo y los sustentos mismos de dicha formación. Trataba de discriminar las estructuraciones míticas de la teoría, de la técnica y del significado de lograr una identidad como Psicoanalista. Propuse, tal vez con alguna ambivalencia, leerlo en el entonces "Grupo de Estudios Peruano de Psicoanálisis" y, para mi sorpresa ( y, creo que, oculta satisfacción), no se encontró fecha para tal efecto. Tiempo después, incluso, “se perdió” la copia que había entregado. La verdad es que no insistí (creo, ahora, que por mis no tan inconscientes resistencias a hacerlo, lo cual muestra otro conflicto frecuente: aquel entre el deber y el querer). Hasta llegué a pensar que yo también había perdido el original en una mudanza de consultorio, que supuso una cierta remoción renovadora en relación con mi trabajo y los vínculos con el grupo psicoanalítico.
Era la prehistoria de la actual Sociedad Peruana de Psicoanálisis y se respiraba un clima bastante tenso, que promovía diversas ansiedades grupales, tanto por los motivos mismos de su momento de desarrollo como por la presencia de supervisores extranjeros, que evaluaban tanto a los candidatos en formación como a los mismos psicoanalistas fundadores que buscaban el acceso o el reconocimiento en la función didáctica. Eran épocas de un gran compromiso y exigencia en la tarea, junto con una dificultad para pensarnos analíticamente, so riesgo de fricción o enfrentamientos personales. Sin darnos cuenta, estábamos en un conflicto entre una identidad sostenida por el compromiso de analizar y pensarse con amplitud y la necesidad de sustentar una identidad basada en la adecuación a las exigencias de una institución rectora (la IPA).
Como resultado de las tensiones, los riesgos fácticos de escisión tentaron a un grupo, como solución aparente del conflicto; pero pronto, al interior de este pequeño grupo, se notó que materializarlo aportaba más hacía la renegación y la reproducción estereotipada de lo renegado que a una solución del conflicto; así, se pudo entender que la organización resultante sólo sería un constructo en el que más que nada se estaría materializando una identificación con el contenido cuestionado; se percibía la presencia de una inspiración tanática que promovía fantasías de acción de tipo kamikase que, observadas desde la perspectiva del tiempo, muestran los claros anhelos de fusión tanática que inspiraba la propuesta de escisión. En el grupo grande, esta mirada no era posible y se originaban respuestas sintomáticas, mecanismos de naturaleza muy primitiva que hemos relacionado con la escisión y fantasías persecutorias muy intensas. Era entonces “razonable” encontrar que se apelara a mecanismos maníacos de negación y a la construcción de lecturas grandiosas que no hacían nada fácil la observación de los dinamismos actuantes o la comprensión de pequeños actos sintomáticos, como el que mencioné anteriormente (respecto al trabajo que se perdió).
Creo que entonces las ansiedades prevalentes no permitían el poder pensarse analíticamente sin sentir que el riesgo era grande; la sensación de dañar o ser dañado no facilitaba el poder exponer y exponerse. En tanto así, las premisas para un funcionamiento grupal, para la construcción de un verdadero grupo de tareas, estaba interferido por las necesidades defensivas que el conflicto vigente, las ansiedades persecutorias, promovían. Entiéndase que se trataba de temores relacionados a la estructura misma en desarrollo, es decir, temores de exclusión catastrófica, de desintegración, de muerte, etc.
De esta situación original deriva defensivamente una estructuración polar bastante rígida entre el grupo designado “Didacta” y el de “Los Candidatos”, los primeros se aferran al poder, movidos por las mismas ansiedades que los segundos: el temor a la confrontación con la incompletud, la amenaza de la pérdida de la identidad, la amenaza de destrucción, de muerte, de exclusión en desamparo, que era como se vivía el reconocimiento desde la IPA, tanto como Psicoanalistas como por Sociedad. Había que gestar una “orgía grandiosa” que no permita ver el trasfondo de los conflictos evitados, un trasfondo de fantasías filicidas se correspondían con las parricidas y muy pronto aparecen también las fratricidas, requiriendo todo ello de mecanismos de contención defensiva, con gran consumo de energías en la búsqueda de sostener la negación y los demás mecanismos concomitantes, en tanto así, aparentemente todos nos queríamos mucho y estábamos de acuerdo en todo. En este terreno difícil no podía hacerse un espacio el reconocimiento del crecimiento de las nuevas generaciones, no siendo difícil encontrar expresiones como “jóvenes promesas” en referencia a realizados analistas con muchos años de ejercicio y experiencia... y muchos mas de existencia.
Muy en el fondo de todo ello, el problema de las diferencias esperaba turno, ya que se trataba además de una estructura fálico patriarcal, teníamos entonces conflictos pendientes como reconocer la diferencia de los sexos en declinación concomitante de la lectura de “fálicos” y “castrados”. El enquistamiento en el poder de los “ungidos” (por los sponsors todopoderosos que otorgan la identidad idealizada) no les permite observar los componentes tanáticos comprometidos en la prolongación de esta situación, no es posible aún hacer honor a nuestra identidad como psicoanalistas: poder pensarnos, ser objeto primero y privilegiado de nuestra observación analítica, el conflicto no es abordado de la manera en que corresponde a nuestra tarea esencial y por tanto se mantiene sin resolver, los intentos de solución comprensiva sucumben a las resistencias emergentes, producto de las dificultades a renunciar a las prebendas propias de las expectativas narcisísticas subyacentes, aún entrampadas por la necesidad defensiva dificultando el ingreso a una alteridad más acorde con la realidad tanto individual como grupal.
En este último sentido, es interesante observar cómo subsiste otro conflicto, a mi entender muy difícil de resolver: el individuo y el grupo, el individuo en el grupo. Infinidad de veces he podido observar que en conversaciones privadas entre colegas de la institución, incluso en trabajo de pequeño grupo, es posible analizar, observar y observarse (es decir, no dedicarse al puro ejercicio de rajar, entiéndase: proyectar destructivamente), se pueden sacar conclusiones de conjunto, incluso proyectarse hacia propuestas de tarea resolutiva; pero, a la hora de participar al interior del grupo mayor, las dificultades vuelven y las antiguas defensas prevalecen, las ansiedades grupales resultan así más fuertes y difíciles que los intentos de resolución. Esto es favorecido por la emergencia de situaciones transferenciales no suficientemente elaboradas. Por tal motivo, más de un intento de resolución del conflicto ha terminado en un aborto, expresión propia de toda gestación en predominio tanático.
En este momento tengo la tentación de borrar lo anterior, me pregunto si no estaré protagonizando un ataque destructivo, debo confiar en que se entienda mi necesidad de compartir impresiones de esta naturaleza, aunque sea 13 años después, creo que mi intención es suficientemente buena, como lo fue entonces. Algo que también pienso es que tal vez puedo permitirme estas reflexiones y compartirlas, porque estoy fuera de la estructura, lo que me ha permitido estar mas cerca que nunca del psicoanálisis, sin tener que empeñar la identidad para sustentar un dinamismo conflictivo, para ello tuve que vivir mi propia crisis de resolución del conflicto, un conflicto tan viejo como el hombre: ser o no ser, que en este caso supone el ser o no ser psicoanalista, conflicto que no se resuelve de otra manera que siendo y haciendo, reconociendo, en primer lugar nuestra incompletud. Así lo planteo en aquel trabajo que no leí, la idea al graduarse como analista es la de acceder a una saludable castración, no a una mutilación, y menos a una realización omnipotente.
Respecto a la institución, creo no equivocarme al decir que el conflicto subsiste, es más, no debe dejar de existir, es la paradoja de nuestra esencia como psicoanalistas, la verdad solo surge cuando no se tiene que tapar algo, algo se puede exhibir con posibilidades de compartir, cuando la intención es ajena a remarcar la carencia en el otro, así, las nuevas generaciones de psicoanalistas tienen que enfrentar el reto de reconocerse, de rescatarse del mandato castrador, de acceder al poder por razones distintas a las vigentes, siendo conscientes del riesgo siempre amenazador de recaer en la repetición de los problemas por resolver; caer en la tentación, es una especie de “karma” como psicoanalistas y seres humanos sensibles, es justamente de ello que hemos hecho profesión.. Se tiene que poder matar el ideal narcisista, es nuestra tarea cotidiana y solo con la confianza en nuestra capacidad de recuperarnos creativamente de las consecuencias se podrá construir un ideal diferente; esto es difícil, más no imposible: tiene que ser un ideal que no pretenda atrapar la verdad en una jaula, que permita coexistir y nutrirse de lo diferente y que pueda enfrentar el reto de lo nuevo, aún a costa de reconocer nuestra declinación del lugar privilegiado, al amparo de posibles y saludables identificaciones.
A las premisas tanáticas pre-existentes debemos contrarrestarlas con mucho amor, eros es la clave, y eros, con la espada de tánatos puede instalar la alteridad necesaria para que se pueda resolver el conflicto, hay que poder confiar en eros a la hora de vivir la crisis, a la hora de enfrentar el reto de la finitud, de la ruptura del espejo encantador que nos atrapa, al momento de enfrentar el cambio. Solo así podremos ser psicoanalistas, solo así estaremos en función creativa. El reto de ser original en psicoanálisis necesita nutrirse del análisis del origen del psicoanálisis mismo, que es valiente en principio, a la hora emprender el camino de la verdad, ese es el verdadero legado de Freud, nos lo demuestra a lo largo de su obra y es eso lo que nos llevó a emprender tantos años de análisis personal, esfuerzos meritorios y valientes que deben ser recordados a la hora de reconocer que el premio es tan solo el reconocimiento de nuestra incompletud... y la del resto.
Posdata: Tengo la impresión de que hemos estado teniendo dificultades para vernos y reconocernos a nosotros mismos, hace algunos años Lucho Millones me comentaba su sorpresa de que este grupo de analistas haya hecho sus primeros movimientos de relación no tanto hacia dentro, como otros que él había observado, sino hacia afuera, ya entonces me hacía ver la necesidad de escribir la historia del grupo peruano de psicoanalisis.
Otra cosa a comentar es que creo que la relación con la institución es altamente ambivalente, a predominio negativo, por ejemplo, han pasado tantos años y no se ha logrado tener un local propio, pese a los reiterados intentos por conseguirlo. Menos mal que ya pareciera superada la época en que esperábamos la donación de algún posible admirador, cosa que parecía que en cualquier momento se iba a materializar, acaso en ello denotábamos ya algún sentimiento de pobreza que nos subyace ó alguna oscura expresión de mezquindad con una estructura (la institución, representada en este caso por su local) por la que nos sentimos más bien maltratados que sostenidos, creo que a la institución se han desplazado todos los componentes transferenciales no procesados, aspectos parciales denigrados que permiten que el sostenimiento de la idealización concomitante sea posible, es penoso ver - en algún momento comentaba una colega- que ni remotamente el local institucional refleja lo que es la casa de cada uno de sus miembros. Es el depositario de nuestra incompletud, un elemento escindido que habrá que integrar desde la posibilidad de trabajo en conjunto, desde las posibilidades de integración de sus miembros, desde el desarrollo de lazos solidarios en base al saludable reconocimiento de las necesidades comunes y del deseo de brindarse mutuamente el espacio necesario para sostener la vigencia de una disciplina que merece un mejor uso y que presta muchísimas posibilidades para el desarrollo del conjunto, siempre y cuando sus objetivos se mantengan lejos del peligroso afán de acceder a la grandiosidad.
El gesto reparativo debe tomar distancia de los recursos maníacos y reencontrar la senda de la verdad a cualquier costo. La verdad, sólo será accesible si nos abrimos a la posibilidad de vernos, de rescatar la temporalidad, de ubicarnos en el espacio en que desarrollamos, de mirar nuestro entorno y dejar de pretender que éste refleje sólo nuestra imagen. Sólo seremos completos cuando podamos descubrir al otro, capaz de vernos y reflejar aquello que estemos dispuestos a reconocer, cuando abandonemos el afán de deslumbrar, que tanta ceguera origina. Para cuando esto ocurra, necesitaremos más de un entorno sostenedor, de nuestros colegas que nos ayuden a elaborar el reencuentro con la realidad de una profesión dura y muchas veces miserable en donde el sacrificio por el otro no siempre es suficientemente recompensado, aunque nos engañemos con la creencia de que ganamos mucho. Hay que ver todo lo que se deja en el consultorio, y todo lo que se carga uno en esta dificil labor... qué paga qué?. El sacrificio de lo personal es una premisa importante en la necesidad de mantener una neutralidad en favor del paciente pero esto a veces lleva a una necesidad mayor de sostenimiento del entorno, y es allí donde la institución requiere desarrollar más, tanto como espacio de elaboración, como de sostén de diversas necesidades comunes, generalmente negadas.
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