miércoles

1986 Algunos apuntes sobre el resentimiento


Presentación como postulante a titular de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis.         Lima, 1986.

Aunque mi vida está de sombras llena
no necesito amar, no necesito,
yo comprendo que amar es una pena,
una pena de amor y de infinito...

No necesito amar, tengo vergüenza,
de volver a querer como he querido,
toda repetición es una ofensa
y toda supresión es un olvido…

Desdeñoso semejante a los dioses,
yo seguiré luchando por mi suerte,
sin escuchar las espantadas voces
de los envenenados por la muerte…

No necesito amar, absurdo fuera
repetir el sermón de la montaña,
por eso he de llevar hasta que muera
todo el odio mortal que me acompaña…

(“Desdén”, vals de Miguel Paz)



Ódiame, por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida, ni clemencia;
odio quiero más que indiferencia,
porque el rencor hiere menos que el olvido...                                                                           
(fragmento del vals “Ódiame” de Rafael Otero)


Resulta tentador detenernos en el análisis de estos populares versos peruanos. Otros ya lo han intentado.  Los traigo, más que nada, como muestra del contenido de lo que me propongo desarrollar.  Ambos suponen una reacción ante la pérdida de un objeto de amor. El primero (“Desdén”) se encarama en una posición omnipotente para expresar un rechazo rencoroso, tanto de la necesidad como del objeto de la misma. El segundo (“Ódiame”) busca mantener la relación con el objeto desde una entrega masoquista.  El rencor es la amalgama que, supliendo al amor, lo rescatará de la sensación dolorosa del no-vínculo.

Quizás deba comentar que estos valses los conozco “desde siempre”, pero fue recién en el seno del IX Congreso de Psicoanálisis, que se realizó en Buenos Aires en 1984, que tomé conciencia de sus contenidos.  Vinieron a mi mente por asociación, durante la presentación de dos excelentes trabajos sobre el resentimiento, expuestos por los doctores Luis Kancyper [1] y Amelia Mussachio de Zan [2].

Mi interés fue aumentando a medida que pensaba en el tema.  Me permitió ubicarme comprensivamente frente a situaciones de mi quehacer y de mi acontecer cotidiano. Después, releí varias veces los trabajos mencionados de Kancyper y Musacchio y, en medio de mis deseos de ampliar el tema, éste entró en una suerte de latencia hasta hoy, en que me animo a ordenar un poco las ideas, volcando, además, algo de mis reflexiones y experiencias.

Es natural que en muchos pasajes transite por lugares comunes a los de los autores mencionados.  Total, ellos me inspiraron.  Sin embargo, también, aproximo algo de otros autores, que considero enriquece la comprensión de los fenómenos relacionados con el resentimiento.  Por mi parte, trataré de enfatizar la importancia del resentimiento en el sostén del vínculo con el objeto.


Conceptualización del resentimiento

El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española [3] define el resentimiento de la siguiente manera:
1                               Empezar a flaquear o sentirse una cosa
2                               Tener sentimiento, pesar o enojo por una cosa

Acerca de su sinónimo “rencor”, dice: resentimiento arraigado y tenaz.

Resaltan, en nuestra apreciación, tres posibles lecturas:

·     Primero, una falla estructural.  Una pérdida de fuerza en la misma, con percepción de la ocurrencia por parte de quien la sufre.  Como ejemplo, podríamos señalar lo que ocurre en un debilitamiento por una enfermedad física.

·  La segunda nos muestra la reacción afectiva a consecuencia de aquella afectación estructural dolorosa o penosa.  Podríamos tentar un ejemplo en el enojarse por sentirse débil o enfermo.

·    La última, la que proviene del sinónimo “rencor”, es la que parece acercarse más a las descripciones que sobre el resentimiento se hacen en los trabajos psicoanalíticos.  Esta última definición nos deja, además, la impresión de una variabilidad en la intensidad y en la persistencia del resentimiento.

La Dra. Amelia Mussachio define el resentimiento como “una estructura caracteropática provocada por una herida narcisista que se manifiesta por una disposición afectiva a revivir ofensas y que lleva al sujeto a reaccionar hostil y vindicativamente.” [4]

Por su parte, Luis Kancyper nos dice que “La palabra ‘resentimiento’ es definida como: el amargo y enraizado recuerdo de una injuria particular, de la cual desea uno satisfacerse.” [5]

Creo que las anteriores definiciones coinciden y se complementan en lo esencial. Podemos apreciar, eso sí, que en la base misma del mecanismo se encuentra el principio de acción-reacción, que fuera considerado central por Freud en sus primeros trabajos y que lo llevaron, junto con Breuer, a conceptualizar la necesidad terapéutica de la abreacción-catarsis.  El principal obstáculo a remontar en ese proceso era el olvido, sostenido por la represión.

A diferencia de ello, en los casos de resentimiento se describe “un enraizado recuerdo”, una dificultad para olvidar, para reprimir.  La injuria vivenciada se mantiene en forma permanente como una herida abierta y dolorosa de la que el afectado logra sustraerse tan sólo a costa de una escisión del yo.  Puede ocurrir, sin embargo, que esta aproximación comprensiva del resentimiento se oscurezca con el hallazgo del resentimiento como expresión del trabajo terapéutico, es decir, del levantamiento de la represión.  Creo que el uso de este último mecanismo será posible en algunos casos en los que el compromiso de la estructura no sea demasiado amplio ni la mella muy persistente, como expresión de una efectividad defensiva complementaria del yo.

De la gradiente propuesta entre el resentimiento y el rencor surge la interrogante de su ubicación en la normalidad o en la patología.  ¿Existe un resentimiento “normal”?  ¿Cuándo es patológico? Al responder esta pregunta recuerdo otra gradiente, producto de la evolución del sujeto: la presencia en sí de la angustia señal como elemento integrado al sistema defensivo del yo para prevenir la angustia mayor, la del pánico des-estructurante.  Se trata de un rubro parecido, pero lo que se está tramitando, en estos casos, es la carga de la agresión en la  relación objetal.  Tendríamos aquí que preguntarnos si desarrollamos, también, un “resentimiento señal”, que cumple una función preventiva en el mantenimiento de la relación con los demás y de la integridad consecuente de la estructura del yo y la contención libidinal de la agresión en la relación consigo mismo.  Nos estamos refiriendo a una suerte de fisiología relacional-adaptativa en el devenir del sujeto en su relación con el mundo.

Ciertamente, nos resentimos cotidianamente.  En mayor o menor grado, recibimos afrentas de los demás, de los seres que amamos, ya que nos muestran sus ambivalencias, de la realidad misma y sus limitaciones, etc. Se podría decir que desarrollamos una suerte de umbral, una sensibilidad mayor o menor a las afrentas.  Éstas tendrán relación directa con las personas o circunstancias de las que provienen y con el núcleo de sustento libidinal que toquen en la persona.  Por ejemplo, una persona tal vez no perdonará una alusión al honor de la autora de sus días, mientras que, en otras situaciones, en que no lo respetan o maltratan, ni se ofende por ello.

Algunas veces, no resentirse puede parecernos lo patológico, en tanto una negación y la posibilidad de no implementarse como señal, pueden favorecer la posibilidad de exponerse a nuevas afrentas, a un resentimiento mayor o a una explosión destructiva.  Creo que, por éstas y múltiples razones más, es difícil precisar en qué momento estamos hablando de un resentimiento patológico.  Sólo en las situaciones en las que se ha constituido una caracteropatía, cuando la intensidad sobrepasa exageradamente la proporción del estímulo o cuando hay una dificultad notoria para sustraerse de la situación, de elaborar la afrenta a la manera de un duelo, podremos, con seguridad, decir que estamos en una situación de resentimiento patológico.

La respuesta a un resentimiento-señal, entendido como fenómeno “normal” en la fisiología relacional de la agresión, conducirá necesariamente a la búsqueda de su resolución, una de cuyas medidas, diferente al evitamiento, será la del enfrentamiento con el agresor, en la búsqueda de una “satisfacción”, lo que permite la descarga del emergente de agresión en sí, que amenaza con acumularse o con perturbar en forma más amplia la estructura del sujeto y su relación con el objeto de la afrenta.  De no mediar estos trámites, el riesgo es el desencadenamiento de una furia ulterior o del desarrollo de un vínculo resentido “crónico”.

De cualquier manera, postulo que el resentimiento es un argumento de la defensa del yo en el intento de contener la exacerbación incontrolable de la agresión destructiva y un elemento importante en el intento de sostén del vínculo con los objetos ante la amenaza del caos consecuente a la pérdida objetal, medida en términos de las más primitivas experiencias de desamparo e indefensión.  En tanto que en este proceso está indefectiblemente comprometida la relación con la realidad, implica, de todas maneras, una permanente necesidad de dar cuenta de la diferenciación dentro-fuera, yo-tú y de los componentes residuales del narcisismo primitivo omnipotente, como los fenómenos de naturaleza proyectiva y las realizaciones de indiferenciación.


Algunos conceptos adicionales afines al resentimiento  

Me será imposible revisar ahora toda una serie de componentes de la agresión que podrían ser considerados hasta imprescindibles en esta comunicación.  Dejo para después una revisión más exhaustiva en ese sentido.  He querido incluir aquí solamente los conceptos de envidia y furia narcisista, los que paso a describir:


Envidia 

Fue Freud quien nos aproximó al tema de la envidia, al referirse a esa emoción que surge en la mujer en relación a la confrontación de las diferencias anatómicas.  La envidia del pene, en tal circunstancia, movilizaría un sentimiento de inferioridad, según Freud [6].  

Sin embargo, es Melanie Klein [7] quien, profundizando en los estudios freudianos, ubica la envidia en sus raíces más tempranas, en la relación entre el niño y el pecho de la madre. Ella lo define como el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. 

En la envidia, el tenor de la dinámica estaría dado por una proyección destructiva de lo envidiado.  La envidia, entonces, supondrá un ataque a “lo bueno” manifestado en el otro.  De cualquier manera, Klein nos deja, también, la idea de una gradiente en la envidia, de una mayor o menor intensidad de la misma en la relación con el objeto. La envidia interferirá en la estructuración del vínculo con el objeto bueno y hará difícil la discriminación entre lo bueno y lo malo.

No está demás señalar que, en el fondo de la envidia, según Klein [8], se encuentra el instinto de muerte.  Yo he preferido ubicarme en la dimensión clínica que esta autora nos propone y describe con tanta riqueza. Sobre la noción del instinto implicado en ello existen variadas opiniones.

Creo que, si bien es perfectamente distinguible la envidia del resentimiento, hay que considerar la importancia de sentimientos de esa naturaleza en la configuración de la problemática del resentimiento.  La sensación de pérdida del objeto bueno como producto de los ataques envidiosos, en tanto tiene su correlato en la relación con el objeto interno (y el registro de la necesidad de éste) deja como única posibilidad de reconexión el de un nexo donde prime la agresión y se evite la presencia del objeto bueno en peligro de extinción.

La envidia busca la destrucción del objeto bueno. El resentimiento busca proteger la relación con el objeto, sostener el componente libidinal de la relación con el objeto, aunque “ignorando” la bondad de éste.  En tanto el resentimiento permite una descarga de la moción agresiva, logra la protección del objeto de su destrucción total, situación tan temida como la de la dolorosa fusión con el objeto de la necesidad primaria.


Furia narcisista

Es éste un tema del que Heinz Kohut se ocupa específicamente en un artículo publicado en 1980 en la Revista de Psicoanálisis de la APA [9].  Conceptualiza, ahí, la furia narcisista de la siguiente manera: “En términos estrictos, la furia narcisista se refiere sólo a una franja específica en el amplio espectro de experiencias que van desde hechos triviales, tales como un fastidio pasajero cuando alguien no responde a nuestro saludo o no ríe cuando hacemos una broma, hasta graves trastornos, como el furor del catatónico y los rencores del paranoico.” (pg. 449)  Kohut emplea el término para referirse a todos los puntos del espectro mencionado, entendiendo que, a pesar de sus diferencias, están relacionados entre sí.

Esta situación se producirá en el individuo vulnerable desde el punto de vista narcisista, quien responde a una herida narcisista real o fantaseada con un retraimiento vergonzoso o con furia narcisista.  Señala el autor que “Es obvio que la furia narcisista pertenece al gran campo psicológico de la agresión, la furia y la destructividad y que constituye un fenómeno específico circunscrito dentro de esta área.” (pg. 449)   Nos dice Kohut que esto es análogo “… al componente de lucha en la reacción lucha-fuga,  con la que los organismos biológicos reaccionan a un ataque.” (pg. 449).

Heinz Kohut señala que: “La furia narcisista se manifiesta de muchas maneras, todas las cuales comparten, sin embargo, un sabor psicológico específico que les confiere una posición distintiva dentro del amplio campo de las agresiones humanas.  La necesidad de venganza, de hacer justicia, de anular una herida por cualquier medio, y una compulsión profundamente arraigada e inflexible en la prosecución de tales metas, que no dan descanso a quienes han padecido una herida narcisista , son los rasgos característicos de todas las formas de furia narcisista y la distinguen de otros tipos de agresión.” (pg. 450)

Respecto a la furia narcisista, podemos decir que mantiene una gran cercanía con lo propuesto para el entendimiento del resentimiento.  Algunas de las descripciones de Kohut corresponden en su totalidad, de manera particular, a las situaciones extremas del resentimiento, allí donde se borran los límites del sostén libidinal del vínculo con el objeto. 

La problemática narcisista adquiere un relieve incuestionable en la comprensión de estos trastornos. La búsqueda del sostén del self grandioso así como del objeto del self grandioso resulta un pilar de la movilización de la agresión y de sus consecuencias.

De cualquier manera, en términos de la relación con el objeto, las situaciones extremas de furia o destrucción estarán más próximas a la búsqueda de sostener la fusión con el objeto del self grandioso.  Las otras formas intermedias corresponderán más al mantenimiento transitivo del objeto del self omnipotente, en una necesidad de control que transcurre en una agonía permanente, que elude la muerte de la relación tanto como el vivir a plenitud el encuentro en el goce libidinal.

Algunas expresiones propias de cada momento evolutivo encuentran oportunidad de mixturarse con esta problemática.  Así, la necesidad de la expiación de culpas de diverso orden, la necesidad de control anal del objeto, las angustias de castración, etc., incluirán en su problemática su correspondiente porción del componente narcisístico, que resurge o se renueva en cada uno de estos momentos.  

Pero, tratemos de comprender un poco más los dinamismos en la constitución del resentimiento.


Sobre la constitución del resentimiento

El núcleo más profundo del resentimiento se gesta en las circunstancias más primitivas del desarrollo del yo, en la temprana etapa de la relación simbiótica con la madre, allí donde la no diferenciación con ella engarza con el predominio vincular de las necesidades orales.

Es el período de “máximo placer”, del “éxtasis oral-narcisista”, que describiera Freud [10] como prototipo de un placer que nunca más vuelve a lograrse y que queda como el modelo mítico de máxima satisfacción-fusión-omnipotencia.  Esto tiene su correlato en la situación inversa, es decir, la de máximo dolor ante la no-satisfacción que, debido a las demandas orales frustradas en forma prolongada, genera crisis paroxísticas de rabia impotente.  Ésta, también, queda como una huella paradigmática de toda ulterior frustración de las necesidades.

Este yo incipiente irá registrando las experiencias de satisfacción e insatisfacción como parte del sí mismo (siguiendo a Kernberg en este concepto) [11].  De hecho, las experiencias de dolor proveerán sentimientos de desestructuración.  Ambas, al comienzo, se registrarán en forma aislada, como representantes de lo bueno o malo de sí mismo y del objeto, pero no integradas en una totalidad.

La situación de extremo o persistente dolor debido a la frustración de las necesidades, movilizará la necesidad de establecer una negación y una escisión en el yo.  Se conforma, así, un núcleo fusionado con el objeto agresor, una suerte de contracatexia que sacrifica un área importante del yo.  De esta manera, se protege al objeto bueno, que ha de reaparecer de todas maneras (si no se muere) para satisfacer las necesidades primarias movilizadas.

Este encuentro con el objeto bueno, sin embargo, se ha convertido en algo peligroso en tanto que la sensación de espera de la satisfacción de la necesidad debilita el sentimiento del sí-mismo grandioso-omnipotente.  Esto suscita necesidades adicionales de proyección-introyección de “lo bueno” y “lo malo”, generando una dificultad de discriminación, una confusión o un reforzamiento de la escisión entre lo bueno y lo malo.

En tanto se hipertrofian las expresiones agresivas en la demanda, es posible tomar distancia de la sensación de impotencia, favoreciendo una sensación de satisfacción omnipotente que, más allá de las posibilidades de descarga, se hace un lugar como modelo de manejo de las necesidades primarias, tanto vitales como de sostén, de la integración del sí mismo y de su relación con el objeto.

Esta relación con el objeto, sin embargo, queda entrampada en la indiferenciación.  El yo ha transado en una reintroyección fusionante con el objeto malo, cargado, además, de las proyecciones de la propia hostilidad.  Las satisfacciones obtenidas en el futuro soslayarán la presencia tanto del “objeto bueno” como de la “necesidad buena”.  Esta última ha quedado signada con una valencia distinta en tanto la oralidad frustrada ha devenido en voracidad. El mantenimiento de estas características de relación permite conservar “a salvo” al objeto bueno tanto como a las partes buenas de sí mismo, que han quedado en riesgo de ser destruidas por el dolor-frustración y su consecuente rabia.

En tanto el objeto bueno que se guarda en el registro de la satisfacción es el de la fusión primitiva, se agrega una angustia más en relación a la indefensión total  -pérdida de límites, pérdida de sí mismo en el acercamiento-  lo cual promueve el sentimiento de pánico o la sensación de muerte cuando se reinstala “lo bueno”.

El mantenimiento de estas pautas en las relaciones ulteriores con sus objetos supondrá, por tanto, un predominio en las mismas de una condición narcisista.  De cualquier manera, se plantea el sostenimiento del vínculo y, a partir de ello, la posibilidad de contacto y desarrollo en otras áreas de sus estructuras.

El resentido suele presentarse como un incomprendido y, la mayoría de las veces, es así en la dinámica relacional, sólo que esta situación se mantiene en tanto hay otro que entra en su juego “resentido-culposo” sin ver el fondo, sus afectos escondidos.  Generalmente se suman problemáticas para sostener un baluarte resentido contra los peligros de una relación amorosa en otro nivel.  Recuerdo, en este punto, una película que recientemente volví a ver –“La laguna dorada”-  que narra la historia de un viejo hosco, gruñón y criticón, sostenido en la vida por el afecto de una mujer que no entra en su trama “resentida” y cómo, en el invierno de su vida, pueden encontrarse cariñosamente con una hija resentida como él, salvando la barrera de sus endurecidas posiciones.

Otro ejemplo del funcionamiento de estos mecanismos lo vemos en una película recientemente galardonada, “Te amaré en silencio”, donde la protagonista padece de una herida narcisista proveniente tanto de una sordera como del rechazo y abandono parental temprano.   Un profesor se interesa por ella, al punto de enamorarse y buscar llegar auténticamente a su mundo de silencio.  Muestra una tolerancia “a toda prueba”, ya que son muchas las que le pone su amada.  El final de la película los reencuentra, luego de una separación provocada por ella, en un diálogo sumamente interesante, que viene a cuento con el tema que estamos tratando.   Ella dice: Toda mi vida me la pasé resentida y me mostré siempre así por temor al dolor, pero tú me enseñaste que puedo sufrir sin deshacerme.

Y es que la tolerancia a la separación objetal, el poder subsistir a su “abandono”  -y que éste subsista a las agresiones y exigencias-  son aditivos importantes en el levantamiento del resentimiento.  Sólo un auténtico y consistente afecto permitirá encontrar la vía de consolidación de una estima personal sustentada en un terreno distinto al de la agresión resentida omnipotente.  El encuentro consistente con un “objeto bueno”, capaz de aceptar sus errores y buscar corregirlos sin humillarse, permite que en el resentido pueda ir desarrollándose una mayor confianza en un objeto bueno interno capaz de sostener la autoestima.

En algunos casos extremos, la expresión del resentimiento bajo la forma de rencor apasionado muestra con toda claridad la naturaleza de su búsqueda oculta: la fusión con el objeto del que se busca “satisfacciones”, término singularmente ambiguo que en este caso señala la búsqueda de una reparación de la afrenta.

La sed de venganza, secuela de un despecho de la vida, reemplaza el sabor del placer por el de la amargura y lleva ineluctablemente a la tragedia.  Veamos el ejemplo que nos presta la novela “Moby Dick”, de Herman Melville, citada por Kohut para ejemplificar la furia narcisista [12]. El personaje central de la obra, el capitán Ajab, cojo a causa de una ballena blanca, la persigue por los siete mares con la implacable intención de ultimarla.  El desenlace del drama, sin embargo, muestra a Ajab enredado en el lomo de su odiada y todopoderosa enemiga.  Se une, pues, a ella; se funde con ella en un homenaje a la omnipotencia destructora-devoradora (de la propia voracidad de Ajab).

Podríamos decir que lo único que mantenía vivo a Ajab era su rabia.  Habiéndola descargado, queda totalmente a merced de la necesidad de reencuentro  en la fusión primitiva.  La muerte de sí mismo sostiene, así, la permanencia de la omnipotencia vital del otro, en este caso la “ballena-madre” que se quedó con parte de sí (la pierna) y a la que busca para restaurar la unidad.  

En la comprensión del resentimiento debemos tener en cuenta que en muchos casos aquello que mueve a resentimiento en realidad representa algo de nosotros mismos que deseamos encontrar, aquello que hace del otro una representación poderosa o, en su defecto, que muestra las fallas y la impotencia que no queremos reencontrar en nuestro camino ni reubicar en nuestro interior.   

Como ya hemos dicho, el resentimiento cumple esa doble función: por un lado, mantiene el vínculo; y, por el otro, sostiene una distancia con lo peligrosa que es la visualización de lo valioso del objeto y, más aún, de la propia necesidad primaria de éste.  El resentimiento trata de mantener la relación “como la vela y el santo”, como dice el refrán: ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no lo ilumine.


El resentimiento en la clínica

El cuadro de resentimiento, por excelencia, es el de la paranoia.  Estos pacientes registran cualquier desatención como una afrenta personal que mantienen inolvidable en su recuerdo.  Siempre buscan cualquier indicio de rechazo para sostener desde allí un vínculo enquistado en el resentimiento, con la oculta satisfacción de haber ocupado un lugar en los sentimientos del causante de su desazón, ya que se le adscribe intencionalidad.

El riesgo de ser dañado por el objeto de la necesidad es permanente.  Esto lo lleva a la inversión de sus afectos; cambia  “lo/la amo” por “lo/la odio”.  Y esto, por proyección, deviene en “me odia”.  Este mecanismo es sostenido a costa de un importante sacrificio de la realidad y el uso de mecanismos primitivos de orden mágico-omnipotente.  No deja, sin embargo, de relacionarse con las proyecciones de su objeto fantástico en un intento reiterado de reencuentro, pero desde una posición de absoluto control de la circunstancia vincular.

El núcleo narcisista comprometido es por demás evidente pero, a diferencia del carácter narcisista, que niega arrogante su necesidad del objeto, como en el vals “Desdén”, el paranoide se ubica en el lugar del pedigüeño del vals “Ódiame” [13].  En tanto no tolera la cercanía, el paranoide hace pareja idealmente con personalidades histéricas, con quienes establece juegos interminables de búsqueda sin encuentro, donde el resentimiento y la celotipia son el monótono condimento que permite ocultar sus vacíos y satisfacer “sus venganzas”.

Un poco más allá, se encuentra el paranoico sediento de venganza, que encontramos en Ajab, y que, al igual que otros personajes, como Hitler, terminan en la destrucción orgiástica, que aplaca el dolor de su necesidad sólo con la destrucción personal que reinstala la fusión con el objeto.

En la melancolía encontramos el otro extremo de la situación, el retraimiento sobre sí de la relación con el objeto movilizador del sentimiento de dolor-frustración.  Las circunstancias descritas en la generación de esta problemática son las mismas que las de la conformación del resentimiento y acaso la melancolía no sea otra cosa que un momento del resentimiento.  Sólo que en este caso el trastorno es mayor y el deterioro de la estructura conlleva un deterioro importante del vínculo con el objeto de la realidad.  Se entrampa, sin salida, la relación con el “todo malo” (yo-objeto).

Pero, quisiera dejar estas disquisiciones en función de dirigir nuestras observaciones hacia ese resentimiento que encontramos con frecuencia, en nuestro trabajo psicoanalítico o psicoterapéutico, detrás de las más diversas sintomatologías o caracteropatías.  Para tal efecto, he incluido fragmentos y resúmenes de historiales de algunos de mis pacientes, con quienes trabajamos sus respectivos resentimientos.


Caso 1

Silvia y Jonás se habían embarcado en una aventura de pareja en busca de una unión “exclusiva”, por no decir simbiótica.  Él había tenido previamente un vínculo con una mujer mayor, con quien mantuvo durante un tiempo una relación de apasionada dependencia. Esto había motivado más de una crítica burlona de Silvia quien, a la sazón, era amiga de Jonás.  Sin embargo, pese al “rechazo” que le suscitaba esta característica de Jonás, Silvia acepta formar pareja con él, una vez terminada aquella relación.

En medio de algunas dubitaciones, se internan en medio de la selva peruana, lejos de su país (ella es siciliana y él romano) y de sus “odiosas” familias.  Todo marcha bien al comienzo, pero no tardan en quejarse; él de “asfixia” y ella de “desatenciones”.  Poco a poco, las quejas, reclamos y reproches van minando el paraíso idílico de nuestra pareja.  Ella guarda un celoso registro de las afrentas, configurando, con el tiempo, un grueso archivo con “la historia negra de Jonás”.  Él, al parecer, tampoco deja de atacarla de diferentes maneras, llegando incluso a la agresión física.  

Al borde de la quiebra total, luego de dos años en la selva, se vienen a la capital.  Se instalan por separado pero sin dejar de encontrarse para intentar dialogar.  Estos diálogos resultan siempre frustrados por sus respectivas quejas y demandas respecto al otro.  Es en estas circunstancias que deciden consultar y tratarse.

Yo atendí a Silvia y otro colega a Jonás.  Desde el comienzo, me llamó la atención su llanto amargo, inconsolable.  No dejaba de quejarse por la incomprensión y renovados maltratos, así como por las desatenciones de Jonás frente a demandas no siempre expresadas por ella. Llena de ansiedad y confusión, mojaba con abundantes mucosidades nasales unos inmensos pañuelos que traía a la sesión y que siempre resultaban insuficientes.

El hecho de ser extranjera y haber permanecido en la selva durante la mayor parte de su estancia en el país redujo su mundo social a unas cinco personas y a eventuales compatriotas en tránsito. Con la mayoría de estas pocas personas el vínculo estaba deteriorado por diferentes motivos, que iban desde una falta de solidaridad con la gente hasta detalles que la tocaban directamente pero sin ser de naturaleza flagrantemente lesiva; por ejemplo, no le prestaron la camioneta, necesitándola por el embarazo.

En las sesiones encontraba siempre un “pero” a cualquier intento de comprensión.  Muy pronto me encontré incluido en los motivos de sus desventuras.  Esto ocurrió al poco tiempo de haber comenzado a tratarla.  Hubo un fin de semana largo y, al reiniciar las sesiones, en medio de un llanto silencioso me mira con dureza y me dice que no va a seguir viniendo, que estas sesiones no sirven para nada, que ella está peor, que está harta, etc., etc.  A partir de ello, incrementamos el número de sesiones, viéndonos incluso los fines de semana.

Esto permitió una disminución de su ansiedad.  La desesperación catastrófica dejó lugar a una angustia más manejable.  Surgieron mayor cantidad de contenidos referentes a su biografía y a su sexualidad, lo cual me permitió conocer algo más de sus objetos ausentes, no plenamente introyectados o introyectados con mucho dolor.

En la contratransferencia, la sentía como una niña abandonada, muy asustada y deprivada, reaccionando hostilmente, con rabia y dolor, al no poder discriminar bueno de malo, amigo de enemigo, con un temor terrible para dar curso expresivo a sus necesidades.  Me movilizaba un afecto cariñoso, cualquiera de mis intervenciones que lo denotara encontraba de su parte un inmediato rechazo, los consabidos “peros” y la vuelta a las quejas llorosas que “vomitaban” las confrontaciones o interpretaciones que intentara transmitirle.

Unos cuatro meses después de haber iniciado su tratamiento, resulta embarazada.  Por supuesto, lo primero que ocurre es una lucha interior entre abortar o no, si terminar con Jonás, si ser madre soltera, etc.  Resiente, en las proyecciones de la situación, el ahondar el nexo de dependencia con él por el tener un hijo o por la “obligación” de él de unírsele por el hijo, etc., etc.

Por otro lado, resultaba hasta gracioso ver cómo cambiaba una y otra vez de obstetra; siempre surgía algún motivo de queja para dejar a uno y buscar a otro… para, luego, recordar algo positivo que le dijera el anterior y que el presente no planteaba… Y, así, mantenía una necesidad de control absoluto de las variables y de encontrarse con un ideal siempre ausente.

Casi sobre la fecha del parto se decide por una obstetra, que la atendería, además, en su casa; pero terminó siendo atendida por un obstetra y en una clínica.  Su dificultad de entrega confiada al otro era notoria, no era nada difícil cometer errores con ella.

Comentar sobre estas cosas la llevó a recordar que de niña tenía una especie de juego con su madre.  Silvia quería decidir sobre sus vestidos, pero le pedía a la madre que la acompañe.  A la hora de elegir, pedía la opinión de mamá pero no la tenía en cuenta. Al final, terminaba comprando cualquier cosa, que nunca terminaba de satisfacerla.

Alrededor del sexto mes de embarazo, muere su padre en forma trágica (probablemente se suicidó).  Esto promueve en ella sentimientos de culpa, matizados por expresiones de su omnipotencia.  Siente que si ella hubiera estado con él no le hubiera pasado nada, que él se había muerto por el abandono.  Revisamos algo de lo propio proyectado, el abandono vivido por ella y la dificultad para procesar la separación tanto como el reconocimiento de su deseo de acercarse.

Por primera vez, la vi llorar con un llanto que podía considerarse depresivo, con una mayor posibilidad de confiar en mí, de apoyarse en mí.  Podría, en esas circunstancias, verse como una buena madre para su hijo, pudiendo rehacer su vida, calmarse.  De todas maneras, esto era apenas incipiente, ya que, en medio de vaivenes, resurgían sus recelos.
Poco tiempo después del parto, me comunica que, por razones de trabajo, tenían que regresar a su país, donde los esperaban comodidades y facilidades dadas por la madre de Jonás, cosa que ella rechazaba.  Pudimos entrever con ella, que buscaba también reencontrarse con sus objetos familiares como una forma de sostener más consistentemente su maternidad.

Las tribulaciones de Silvia me recordaban, también, lo descrito por Germaine Guex [14] en “La neurosis de abandono”.  Su gran avidez, que derivaba en una voracidad insaciable, renovaba constantemente su frustración y su incapacidad de contar con objetos buenos dentro de sí.  Esto termina en una espiral imparable, que lleva a Silvia al borde de la quiebra total de su estructura.

La búsqueda de reinstalar el primitivo vínculo simbiótico, tentador y terrorífico, acentúa la necesidad de aferrarse al resentimiento como sostén del seguir siendo en una relación, al amparo del caos total, de la dependencia absoluta.

Los afectos que se movilizan ante la pérdida o separación del objeto son fundamentalmente ansiedades de desestructuración, de desintegración y persecutorias.  Todo ello dificulta elaborar la salida del entrampamiento en la omnipotencia primitiva, que queda sustentada en la defensa primitiva. 

El desgarrón en el yo y la mella profunda en el registro de sí misma establecen la necesidad de aferrarse al objeto desde su cualidad de “malo”, lo cual, aunque precariamente, sostiene un suministro libidinal.  Lo “bueno por conocer” termina siempre remitiendo a Silvia al encuentro con “lo malo conocido”, en su dificultad de poder desprenderse y diferenciarse del objeto en tanto “lo bueno” ha devenido incierto.

En el trabajo con Silvia, truncado por su viaje, era por demás necesaria la instalación de un “setting” continente y comprensivo, sin prisas en desmontar las defensas que precariamente sostenían su integridad.  Necesitaba reiteradamente comprobar que los efectos de su agresividad destructiva no eran tales; que yo podía seguir existiendo, con afecto y presencia para ella, igual como ella misma subsistía a los embates de sus propias necesidades, realimentando, de esta manera, su posibilidad de confiar en “lo bueno” de sí misma y de sus objetos.

Creo que “la vuelta a casa” de Silvia tiene algo de esta resultante, lo mismo que la decisión de llevar adelante su embarazo.  Tal vez, desde mi registro cariñoso por ella, me  quepa algo de confianza en que este desarrollo pueda prolongarse.  Además, era su intención proseguir la cura una vez llegada a Italia.


Caso 2

Cuando Diana viene a verme, está en tratamiento anti-depresivo, pero nota que hay otras cosas de las que necesita hablar, a las que el psiquiatra no presta atención.

Hace dos meses que se separó del hombre con el que estuvo casada por tres años.  Todo este tiempo estuvo plagado de discusiones y desavenencias.  Al presente, mantienen un pleito “a muerte” por cuestiones legales propias de la separación.  Esto los lleva, con frecuencia, a discusiones ácidas y reproches interminables, de esos que encuentran algunas parejas para prolongar su relación.

Luego de agotadores cabildos en estaciones de policía y juzgados, el marido “capitula”.  Le dice que no pondrá más objeciones y que le dará el divorcio. Diana se pone “tan feliz” que no encuentra mejor forma de festejarlo que yéndose a la cama con el confundido marido, quien luego da marcha atrás y comienza de nuevo la “coboyada”, como ella gusta decir.

Esta vez la violencia cobra mayores proporciones.  Ella lo provoca y él llega a golpearla.  Pese a que se da cuenta del mecanismo, no puede evitar reprocharle cualquier cosa cuando se producen los reencuentros.  Si es totalmente racional, es el tono “el que desliza el veneno”.

Pese a que ella intenta ser “buena y desprendida" con él, logra provocar su fácil irascibilidad.  Él encarna dramáticamente la imagen del vengador, amenazando con matar a su padre, a su madre.  Otro día, choca el carro de uno de sus hermanos…

“Felizmente no tenemos hijos”, dice Diana, queriendo negar el común “filicidio” plasmado en un aborto. Sus fantasías más primitivas se muestran en toda su crudeza un día, cuando me dice: “Creo que más barato me sale muerto”, pensando en mandarlo matar. Pero, agrega: “¡No! ¿Y si existen los fantasmas?”… “No vaya a ser que luego se me aparezca y me jale de las patas”. 

A renglón seguido me cuenta un cuento de terror, que leyó el día anterior, que es, más o menos, como sigue: Es el cuento de la “Mariangula”, una mujer caprichosa que se casa sin saber nada de los quehaceres domésticos y, menos aún, de la cocina. Tratando de agradar a su marido, inquiere a una vecina por una receta de un plato que le gustaba a éste.  La vecina, una mujer mayor, le da con mucha amabilidad las indicaciones y los días siguientes sigue dándole recetas excelentes, que hacían el delirio del marido de la Mariangula.

Sin embargo, la Mariangula nunca le daba las gracias a la solícita vecina.  Más bien, le decía siempre: “¡Ah, sí! Ya sabía cómo era esa receta.”  Mortificada por esta situación, la “buena señora” decide darle una lección.  La vez siguiente, le da a la Mariangula una receta de mondongo, pero que incluía las tripas de un cristiano difunto “aún caliente”.  Por supuesto, la Mariangula “ya sabía” la receta y así, sin titubeos, prepara la comida con los ingredientes propuestos, obteniendo el éxito de siempre… sólo que, esa noche, se le aparece el difunto, diciéndole: “Mariangula, devuélveme mis tripas…” Y nunca más se la vio por allí a la Mariangula.

Vemos, pues, el por qué Diana necesita conectarse con su afecto afuera y peleando siempre.  Muerto el objeto de la realidad, el de la fantasía es más terrible.  Es incontrolable. Es el objeto de la fusión primaria que la devorará en busca de las entrañas devoradas por ella. El desborde de su voracidad rabiosa, proyectada en su objeto, le permite tanto la posibilidad de la descarga como el mantenimiento del vínculo en el afuera.  Esto le hace posible, a su vez, conservar  una precaria imagen idealizada de sí misma, que es la que trae a su relación conmigo. Ocupo el lugar de lo idealizado y es difícil la integración de los aspectos disociados por esta vía.  Esto es natural, ya que de aparecer “lo malo”, no habría posibilidad de vínculo.

Sin embargo, se insinúa “el otro lado” de esta relación cuando, algunas veces, al entrar, me dice: “¿Cómo estás, Satanás?”  Su núcleo rencoroso sólo aparece en situaciones “muy justificadas”, las que, por cierto, son muy frecuentes.  De ello se defiende con recursos maniacos, de negación, con pseudo-reparaciones.

No toma en cuenta los contenidos observados en las sesiones, que la aproximarían a tomar consciencia de su envolvimiento agresivo con los objetos de su relación.  Por ejemplo, establece una relación de pareja con alguien que es “copia fiel” del marido, pese a habérselo señalado en sesión. 

Muchos otros “actings” suplantan su posibilidad de elaboración.  Su necesidad omnipotente defensiva es mucho mayor.  Va más allá de la magia, lo que la lleva a consultar a una vidente cada cinco años.  Esta persona le dice cosas con gran exactitud, pero ella ignora totalmente lo escuchado o se plantea que ella superará el destino, etc.

El choque con el otro es, pues, permanente.  El repudio valorativo al “objeto bueno” lo observamos ya en el ejemplo de la Mariangula.  Esto la condena a entramparse en el control, el enfrentamiento, la pelea… en el resentimiento.

En otro nivel de cosas, Diana mantiene un mayor nivel de organización respecto a su vida.  Si bien tiene mayor consciencia y posibilidades de desarrollar sentimientos de culpa, esto muy fácilmente deviene en algo persecutorio o la lleva a intentos reparativos maniacos. Tiende a establecer vínculos con personas que requieren de ella para terminar luego quejándose de la situación abusiva a la que es sometida.  Se aparta, se promete no reincidir y otra vez vuelve a lo mismo.

Como en otros casos, encontramos que Diana amalgama su relación con los demás con sus frustraciones y resentimientos.  El afecto amoroso es sinónimo de muerte: muerte de la omnipotencia y su subsecuente sensación de incapacidad de preservar el sí mismo.


Caso 3 

Marcela, promediando el año de tratamiento, me dice: “Usted me ha quitado mi rabia y ahora me siento muy mal.  Me quiero morir.  Converso en mi cabeza con mi mamá (ya fallecida).  Siento que ella me llama, que me quiere a su lado. No soporto vivir. No encuentro el sentido…”

Este sentimiento de muerte vinculado con la pérdida de rabia y la emergencia de los sentimientos de amor ocultos, también se puede apreciar en el ejemplo citado por Amelia Musacchio [15] de la novela “La Amortajada”, que trata de una mujer que ha muerto y, desde su ataúd, ve inclinarse sobre ella a su marido, un hombre malvado, quien ahora llora con remordimiento.  La amortajada siente que su odio se retrae pero, al percibirlo, desea incorporarse gimiendo: “Devuélvanme mi odio”.

Marcela connota en forma dramática el trasfondo de la búsqueda de la madre y las consecuencias desvitalizantes de deponer los mecanismos omnipotentes de la rabia y del resentimiento.  La dificultad de resurgir de la confusión con un registro simbólico la lleva a intentar reconectarse  con el objeto “madre-mala”, que ha absorbido sus propias fantasías de muerte proyectadas, producto de los ataques devoradores de su hambre impotentizante.
La aproximación a lo bueno, observamos, conlleva la sensación de sustracción.  Así como siente que se le ha sustraído el placer primario y la omnipotencia, también ubica su percepción de “lo bueno”, recibido con angustia y culpa,  en relación con una sensación de daño al objeto, por lo cual necesita constatar, una y otra vez, el “no daño”.

Esta situación aviva tanto la necesidad de negar el placer obtenido con otro como la necesidad de negar los propios deseos.  En este trámite, encuentran lugar propicio el resentimiento y la tramitación de la gratificación vía la demanda reivindicativa.  Total, de esta manera, se trata tan solo de “una devolución”.

Quisiera dejar en claro que, si bien la lectura que hago de esta problemática se centra en lo más primitivo, esto no significa, como anteriormente mencionáramos, que los otros componentes integrados “a posteriori” no conlleven sus respectivas necesidades de elaboración.

Lo que sí cabe enfatizar es que, cualquiera que sea el nivel evolutivo en el que se produzca el resentimiento, el núcleo subyacente será una herida narcisista que reactive las huellas más primarias del riesgo del sí mismo y de la potencialidad de dar cuenta de la realidad adversa.  El primer movimiento del resentimiento, pues, resultará funcionando como señal de peligro.


Caso 4

Sólo para apuntalar los párrafos anteriores, diré algo sobre Sandra, una hermosa mujer, con mucho éxito en la vida, ejecutiva de gran habilidad y ponderada ama de casa.  Ella cubre todas las áreas de su vida con gran despliegue de energía y vitalidad… salvo en la cama.

Cualquier acercamiento sexual de parte del marido la eriza.  Es en ese momento cuando empieza con reproches, desde el consabido “Sólo me quieres para eso” hasta cualquier excusa que encuentre a la mano en ese momento y que le sirva para resentirse y no entregarse a la invitación que, en otros momentos, sí desea.

Muchas veces, luego de haber mantenido relaciones sexuales con él, lo agrede de palabra o físicamente y se queda enfurruñada por varios días hasta que él logra “superar” la situación con algún obsequio, como chocolates, flores, etc.

Este enclave en la sexualidad de un núcleo escindido, contenedor no ya de ansiedades de desintegración tanto como de castración, permite comprender algo del desarrollo de la problemática desde “el todo” (self total, cuerpo), amenazado con la desintegración, hasta la “parte” amenazada más manejable, más tolerable, más operativa para el desarrollo del resto de la estructura.  Resulta singular que esta paciente, además, tuviera una fobia muy circunscrita: no podía ver a personas amputadas sin entrar en pánico.

Este último ejemplo nos recuerda lo escrito por Freud en “El Tabú de la Virginidad” [16].  Al final de ese artículo, leemos: “… esas mujeres dependen como siervas de su primer marido, pero ya no por ternura. No se liberan de él porque no han consumado su venganza…”.

Agreguemos tan solo que, nuevamente, encontramos detrás del deseo de venganza la dependencia del objeto de rencor que ha heredado el lugar de las expectativas primarias de su pareja.

Este tema lo retoma años más tarde Freud, en su trabajo de 1931 sobre la femineidad [17].  El lugar de sierva, sometida, sirve como excusa “salvadora del honor” para muchas personas que se nutren de la omnipotencia del agresor, a quien han endosado la propia.  De esa manera, además, se logra una ganancia secundaria en las “reparaciones” del ingenuo castrador que tramita las demandas del resentido.

Mientras se sostiene la herida de la castración perpetrada, la mujer así dañada no depondrá, además, su narcisismo y la aceptación de su lugar en la relación entre dos que se han diferenciado.

En el trabajo de Freud, recién mencionado, él señala claramente su observación de cómo muchas mujeres, que han escogido un marido de acuerdo al modelo de su propio padre, repiten con éste las pautas de su mala relación con la madre.


Resentimiento y medio social

Es imposible dejar de incluir en este trabajo sobre el resentimiento algunas reflexiones sobre nuestro medio social, particularmente en esta época de desborde de la agresión destructiva.  En esta última vemos muchas veces la expresión de la irracionalidad vindicativa antes que alguna justificable razón política. De hecho, la finalidad del terrorista es la inmovilización del otro a partir de sus ansiedades más tempranas de despedazamiento, desintegración, etc.

¿Por qué se llega a esta situación?  La respuesta que nos viene a la mente es, también, que es debido a la afectación narcisista, producto de reiteradas frustraciones, de deprivaciones profundas y prolongadas.  Esto habría llevado a una dramática identificación con el agresor, la misma que ha desbordado totalmente las posibilidades de manejo en un nivel simbólico.

A todas luces, la propuesta terrorista tiene más elementos destructivos que constructivo-reparadores.  Es una manera de sostener una presencia de un fantasma, un fantasma que asusta y devora.  Se trata de una presencia siniestra y ominosa a la que la razón a duras penas puede enfrentarse sin regresionar a respuestas igualmente primarias y destructivas.
El ataque a “lo bueno” es constante.  Se busca “emparejar” la situación a partir del deterioro del “otro”, antes que proponer un crecimiento-desarrollo de sí mismo.  Las diferencias deben ser anuladas.  Surge, de esa manera, la propuesta narcisista y omnipotente.  Escuché decir que Abimael Guzmán considera que la única realidad es el poder, que el resto es ilusión.

¿Cómo resolver esta situación? Lo único que se me viene a la mente es la contención y la espera a que pase la furia, a que la relación abandone el sendero del resentimiento y retome la senda de la separación integrativa.  Pero, muchas cosas más entran a tallar en el cambio.  Las regresiones son necesarias y pueden ser útiles cuando permiten tomar consciencia de los traumas y conflictos en juego, pero con la madurez y fuerza necesaria en los otros niveles como para dar cuenta resolutiva de la propuesta que la regresión trae a la luz.  Una de ellas es la de vivir en una permanente disociación, en donde lo que está escindido es “lo más horrendo” de nosotros mismos y que es algo que queremos negar.  No podemos integrar aspectos de nuestra identidad, ya que siempre una parte ocupa permanentemente el lugar de lo repudiado.

Mientras eso ocurre, nuestros logros, nuestro desarrollo, tendrán tan solo la dimensión de un narcisismo restitutivo que no soporta la menor prueba de solidez.  No se puede desarrollar sobre la base de negaciones, de espaldas a la historia y a la totalidad de una estructura.  Los miembros de una comunidad requieren ser reconocidos auténticamente so pena de “resentirse” en su marginación.  Este sentimiento se incrementará si el desarrollo de una parte se produce a expensas de la otra.  El pueblo peruano tal vez siempre se ha perdido tras las promesas mesiánicas de rescate de un poder mítico, cosa que algunos líderes explotan con mucha habilidad con mensajes no siempre liminales ni sutiles.


Bibliografía

Freud, Sigmund… El tabú de la virginidad (1918).  En: Obras Completas, Tomo  XI.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.
Freud, Sigmund… Sobre la sexualidad femenina (1931).  En: Obras Completas, Tomo XXI.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.
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Kancyper, Luis… Resentimiento y pulsión de muerte.  En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis.  Tomo 2.  Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.
Kernberg, Otto… Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico.  Buenos Aires, Paidós, 1979.
Klein, Melanie… Envidia y gratitud.  Buenos Aires, Editorial Hormé, 1971.
Kohut, Heinz… Reflexiones sobre el narcisismo y la furia narcisista.  En: Revista de Psicoanálisis, Tomo XXXVII, N°3, págs. 433-466.  Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina, 1980.
Musacchio, Amelia… El resentimiento en la clínica psicoanalítica.   En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. Tomo 3. Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.
Real Academia Española… Diccionario de la Real Academia Española. Vol. XIX.  Madrid, Real Academia Española, 1970.





[1] Kancyper, Luis… Resentimiento y pulsión de muerte.  En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis.  Tomo 2.  Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.
[2] Musacchio, Amelia… El resentimiento en la clínica psicoanalítica.   En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis.  Tomo 3.  Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.
[3] Real Academia Española… Diccionario de la Real Academia Española. Vol. XIX.  Madrid, Real Academia Española, 1970.
[4] Musacchio, Amelia… El resentimiento en la clínica psicoanalítica.   En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis.  Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.  Tomo 3.  Pg. 161.
[5] Kancyper, Luis… Resentimiento y pulsión de muerte.  En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis.  Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.  Tomo 2.   Pg. 517.
[6] Freud, Sigmund… Sobre la sexualidad femenina (1931).  En: Obras Completas, Tomo XXI.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.
[7] Klein, Melanie… Envidia y gratitud.  Buenos Aires, Editorial Hormé, 1971.
[8] Klein… Obra citada.
[9] Kohut, Heinz… Reflexiones sobre el narcisismo y la furia narcisista.  En: Revista de Psicoanálisis, Tomo XXXVII, N°3, págs. 433-466.  Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina, 1980.
[10] Freud, Sigmund… El tabú de la virginidad (1918).  En: Obras Completas, Tomo  XI.  Págs.  169-183.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.
[11] Kernberg, Otto… Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico.  Buenos Aires, Paidós, 1979.
[12] Kohut, Heinz… Obra citada. Pg. 434.
[13] Textos con los que inicio este trabajo, pg. 1.
[14] Guex, Germaine… La neurosis de abandono.  Buenos Aires, Eudeba, 1962.
[15]Musacchio, Amelia… El resentimiento en la clínica psicoanalítica.   En: XV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis. Tomo 3. Buenos Aires, FEPAL/APA, 1984.   
[16] Freud, Sigmund… El tabú de la virginidad (1918).  En: Obras Completas, Tomo  XI.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.
[17] Freud, Sigmund… Sobre la sexualidad femenina (1931).  En: Obras Completas, Tomo XXI.  Buenos Aires, Editorial Amorrortu, 1979.

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