La mente del
Analista. El análisis como instrumento
Hablar de la
mente del psicoanalista es referirnos a sus condiciones básicas personales y a
su proceso de formación como tal.
Hay una serie
de condiciones que consideramos como básicas en la mente de todo psicoanalista,
a saber:
1.- Una
especial sensibilidad (Alice Miller). Vocación de servicio.
2.-
Equilibrada integración ideo afectiva. Coherencia e integridad
3.-
Integración psicosomática: lenguaje corporal
4.- Capacidad
empática. Interacción afectiva. Regulación emocional
5.- Manejo del timing.
5.- Capacidad
de insight. Observarse, cuestionarse, sincerarse.
6.-
Tolerancia a la incertidumbre
7.-
Tolerancia a la frustración (sobre sí mismo y sobre el paciente)
8.- Capacidad
de postergación.
9.- Capacidad
en el manejo asociativo. Fluidez
10.-
Espontaneidad. Apertura personal.
11.-
Flexibilidad, apertura a situaciones sorpresivas.
12.-
Confianza en la creatividad interactiva.
13.- Ausencia
de temor a la pérdida. Apego con desapego.
14.- No temor
a cometer errores. Aprovecharlos terapéuticamente
15.-
Disposición para influir, implícita o abiertamente.
16.- Conciencia
de sus limitaciones.
17.-
Capacidad para una regresión analítica
18.-
Capacidad de disociación operativa.
|9.- Manejo
de variables pertinentes: apoyo, “yo auxiliar” etc.
De hecho, una
serie de variables se abren a la hora de observar la mente del psicoanalista. Por
cierto, no se trata de una sola de algo estándar, cada quien supone una
resultante singular de su proceso de vida, de su psicoanálisis (uno o varios), del
trabajo con sus pacientes y de las supervisiones. Podríamos agregar todo
aquello que emana de las experiencias en el trabajo en salud mental, en el
aprendizaje teórico con maestros con experiencia, sedimentado en el tiempo, a
la luz de la propia experiencia.
En cuanto a
la formación de la mente del psicoanalista, es básico su pasaje por el propio
análisis, mientras más a fondo, mejor. Sugiero más de uno, eligiendo en base a
sus estilos o sintonía o tendencia personal, quizás venga bien un reanálisis
con analistas de diferente estilo o género. De igual manera soy partidario de
hacer supervisiones con analistas de distintas tendencias teóricas.
Uno de los
riesgos en la formación psicoanalítica es la posibilidad de entrampes en el
predominio del énfasis teórico, con desmedro de la fenomenología clínica, o sin
mucha profundización de los recursos empáticos. Se puede exagerar los
considerandos de la teoría de la técnica si nos centramos demasiado en un
determinado sesgo, más aún, si es parte del instrumental de nuestro
psicoanalista.
Una elección posible
de analista para la formación, tiene como punto de partida aquello con lo que
más se identifican, muchas veces, desde el lado de sus defensas más efectivas.
Y, ello puede ser el sesgo teórico, de manera que se sienten cómodos en una
estructura que les permitirá apelar a la intelectualización con facilidad, no
favoreciendo el procesamiento de los trasfondos emocionales más primitivos o
desregulados.
Es importante
que el candidato a analista tenga oportunidad de vivir un proceso en el que
prevalezca la asociación libre y la expresión amplia de sus emociones, en una
sintonía comunicativa que le permita conocerlas y regularlas, tal como se lo
requerirá el trabajo con sus pacientes. A ello contribuye la interacción
complementaria del analista en una amplia correspondencia desde su apertura a
una atención flotante.
Más allá de
las interpretaciones verbales que se pueda hacer a nuestro candidato, están las
respuestas tonales, la prosodia, la respuesta complementaria a un movimiento
emocional particularmente sensible, la actitud física, la sensación de
presencia comprometida, accesible e interesada, todo aquello que contribuye a
construir un lenguaje emocional compartido, que habita primero en el espacio
interior de cada quien para luego, configurar lo que Winnicott denominó el “espacio potencial”.
En otras
palabras, el acercamiento de los inconscientes, facilitado por la diada
Asociación libre – atención flotante, será la fuente más enriquecedora en el
proceso de formación de la mente del psicoanalista. No es fácil llegar a
funcionar en asociación libre, podríamos decir que más que el medio para lograr
dicho fin, es el fin en sí mismo; es la resultante del ejercicio del análisis
personal.
Esta
resultante de poder funcionar en asociación libre con nuestro analista y fluir
a una conciencia de lo que sentimos, constituye el logro de la capacidad básica
para ejercer el psicoanálisis. La incorporación de la capacidad de funcionar en
asociación libre, es como incorporar una forma de comunicación, que, llevado a
la interacción con la otra persona, es la llave para el encuentro en una
intimidad compartida.
Es la clave
del requerimiento empático terapéutico, no solo es el poder percatarnos de lo
que el otro siente, ponernos en su lugar, si no, también, corresponder con
emociones o actitudes – respuestas pertinentes que, contribuyen al cambio en el
registro mnémico, de ser comprendidos, calmados o sostenidos en la emergencia
de nuestro sentir.
De esta
manera se van reformulando las memorias de nuestras desventuras emocionales tempranas,
accediendo a una posibilidad reguladora de las mismas, al igual que el poder
cambiar su valencia, hacia una versión positiva, o, por lo menos, no
perturbadora, manejable y, hasta resiliente.
La solidez de
la disposición analítica de quien la ejerce, se verá puesta a prueba en su
ejercicio mismo, a la hora de enfrentar el reto de ayudar a sus pacientes a
liberarse de sus trabas. Es allí, donde, por sí mismo, o desde la mirada del
supervisor, tendrá una mayor conciencia de sus limitaciones para afrontar ciertos
contenidos que invitan a un funcionamiento en clave regresiva, que quizás no
lograron procesar en sí mismos y que no lo resuelve el solo señalamiento del
supervisor.
Dichas fallas
se expresarán en la clínica como un estancamiento del proceso, alianzas en la
resistencia, contraidentificaciones sin solución o respuestas
contratransferenciales ganadas por la reacción defensiva, sin mayor elaboración
(sin “reverie”). Actings y otras manifestaciones que pueden llegar a la
iatrogenia.
La mente del
analista tiene que estar atento a estos hechos, de los que nadie es ajeno. Una
parte importante de su formación es poder observar su trabajo y ser consciente
de dichas contingencias. Si tienen que ver con fallas en lo personal, toca
retomar el diván del analista en calidad de paciente. También puede ocurrir
que, siendo consciente de sus limitaciones, no tome al paciente o lo derive en
el momento que surjan las dificultades.
Esto puede
ocurrir también en casos en los que la caracteropatía del paciente no muestra
accesibilidad ni dinámica en el tiempo, por lo que el proceso se estanca. Lo
anterior, nos remite a la mente del analista, quien tiene que tener las
posibilidades de discriminar adecuadamente lo que proviene de sus limitaciones
y lo que corresponde al paciente.
No todo
paciente es accesible a nuestra disciplina, pero, siempre cabe la posibilidad
de que algún otro analista encuentre la fisura que permita el acceso a la trama
entrampada del paciente.
Algo a tener
en cuenta es que, en muchos casos, el paciente nos requiere básicamente como
acompañantes en una dinámica afectiva complicada que se compensa en el
encuentro sostenedor con el analista, en el sostenimiento de un yo precario. Incluso
el requerimiento pudiera ser el refuerzo o apuntalamiento de sus defensas,
variables técnicas que nos aproximan más al uso de recursos propios de la
psicoterapia.
Es así como
vemos que el análisis como instrumento puede desglosarse en su sentido de
comprensión, como una teoría de la mente, o en el de su aplicación terapéutica,
relacionada con la aplicación de sus parámetros técnicos.
El análisis
como instrumento, ha tenido en el tiempo una serie de modificaciones técnicas,
sin embargo, la asociación libre se ha mantenido como paradigma del ejercicio
de aproximación al objeto de la búsqueda: los contenidos inconscientes
perturbadores o perturbados en la funcionalidad de la mente. Es el vehículo que
aproxima el inconsciente de los protagonistas del proceso analítico.
Sin embargo,
puede uno tener una visión comprensiva de la dinámica del paciente, apoyados en
el análisis de la misma, pero encontrar que la aplicación del instrumental
asociativo, de por sí desestructurante, no es aplicable en tanto tenemos
enfrente un yo muy frágil o precario, situación en la que regularmente el
inconsciente está desbocado, más urgido de contención.
En estas
circunstancias, importa mantener un celo especial en la lectura de la dinámica
en juego, una cercanía cuidadosa, que respete la paradoja de una gran necesidad
de cercanía junto a una intolerancia de la misma. Será entonces pertinente y
sintónico, contribuir a sostener los anclajes del juicio de realidad, sin perder
el sostenimiento afectivo.
Es en estos
casos, la presencia y la disponibilidad del analista, lo que sostiene el
proceso, es él mismo como instrumento, amparado en su comprensión discreta, no
invasiva, de lo que ocurre con su paciente. Son momentos en que importa más que
nunca el prestarles toda nuestra atención mientras se dirigen a nosotros, pues
se darán cuenta apenas nos desconectemos de ellos, su requerimiento puede ser
similar al de la devoción materna para con su bebé.
Por lo demás,
en la situación corriente de la aplicación del análisis como instrumento, la
interacción es la que marca el ritmo de la dinámica y, más allá de la
asociación libre de ambos, está el libre fluir que toma formas propias del
gesto espontáneo que puede, eventualmente, traducirse en un enacment.
Podemos
considerar que es un análisis mutuo en el que el analista aparte de encontrar
satisfacción en ese particular encuentro, tiene oportunidad de observarse y
elaborar situaciones de su propia historia analítica, una suerte de re-analisis
permanente que sostiene la continuidad de su desarrollo personal, el que nunca dejará
de tener continuidad.
Suele ser que
el paciente rechaza una serie de aspectos de sí mismo, a los que suele repudiar,
postergar o maltratar, por lo que no se expresan en plenitud o lo hacen en
medio de contradicciones y reproches. Me estoy refiriendo, en particular a sus
expresiones emocionales distorsionadas, inhibidas, o sentidas como dignas de
reproche, cuando no amenazantes.
Es posible
que, a muchos pacientes que sienten que su presencia fue una carga en la vida
de sus padres, les venga bien, no solo el enterarse que me es beneficioso y
agradable la tarea, desde la satisfacción de mi vocación de servicio, sino que
lo puedan comprobar a lo largo del trabajo en donde no dejo de estar muy
presente y activo, siempre con eje en ellos y el particular entendimiento de
sus circunstancias.
Quiero
resaltar que el instrumento analítico puede integrar variables, a la luz de la
propia experiencia y los nuevos hallazgos que, se han ido sumando en la
comprensión de la problemática inconsciente, tanto desde el psicoanálisis como
desde otras disciplinas como las neurociencias.
Los estudios
de Kandel sobre memoria implícita, las observaciones sobre la neuroplasticidad
y de la actividad de diferentes áreas del cerebro por la vía de las
neuroimágenes, dan espacio para desempolvar conceptos como “experiencia
emocional correctiva” y, el proceso mismo como una labor de regulación
emocional, tal como lo propone Allan Shore y otros representantes del llamado
neuropsicoanálisis.
Estamos pues,
en un momento en el que la importancia de la interacción afectiva ha devenido
en nuestro eje de acción terapéutica, situación en la que mantiene su lugar el
interjuego asociativo que recompone las asociaciones tempranas bloqueadas o
interferidas, hacia una configuración sináptica diferente, que permite una
mejor modulación emocional y un mejor uso de los recursos vinculares y
adaptativos.
La ampliación
en la comprensión del funcionamiento de la mente, propia y ajena, otras miradas
a los dinamismos de sus disturbios nos llevarán así a la necesidad de algo más
que un re-analisis, se nos plantea también el reto de la integración de los
nuevos hallazgos y posibles abordajes, como el de la regulación emocional. Esto
implica también las consideraciones de una intervención abierta a la
integración de disciplinas, como, por ejemplo, la necesidad de una terapia
familiar, medicación en simultáneo, abordaje vincular (madre hijo), técnicas de
meditación, alimentación, hábitos de vida, grupos terapéuticos, etc.