Participación en el Programa Cuarto Poder Canal 4 de
Televisión 31 de julio de 2016
El Perú es uno de los países con mayor índice de
feminicidio. Se calcula que todos los días hay cerca de 16 violaciones en el
Perú y, por lo menos una mujer es o golpeada gravemente, quemada o hasta asesinada por su pareja. El año pasado se
registraron 293 casos de feminicidio.[1] Y, eso que estamos hablando solo de los casos
denunciados o hechos públicos.
Más de
la mitad de los casos de violencia física y de violaciones no son
denunciados. Se sabe que las condenas a
los maltratadores, cuando las hay, no toman en cuenta, las consecuencias
psicológicas ni los traumas que dejan para siempre en las mujeres. Sólo se da
importancia al daño físico que, si no genera más de 30 días en un hospital,
atenúa la pena. En este mismo programa
de Cuarto Poder, se menciona el caso del hijo de un regidor ayacuchano, Adrián
Pozo, quien arrastró e intentó violar a su ex pareja, Cindy Arlette Contreras,
video que fue grabado y transmitido por los medios, para mayor humillación de
la mujer agraviada. A este señor lo
sentenciaron solo a un año de prisión y suspendida. Ahora está libre.
No todos los casos llegan al asesinato pero es
frecuente encontrar en los medios, la radio, televisión, facebook, etc.,
noticias de parejas maltratadas, golpeadas, públicamente
y violentamente, incluso groseramente humilladas, como en el caso mencionado,
en el que la mujer es arrastrada de los pelos, totalmente desnuda.
Si bien en toda la sociedad existe ahora una fuerte
campaña contra el maltrato femenino, son pocas las mujeres que lo denuncian,
porque saben que no serán tomadas en serio, porque temen a la reacción más
violenta aún de sus maltratadores o por vergüenza.
Por otro lado, aunque nos parezca increíble, es
bastante frecuente escuchar a las agraviadas decir que, si bien reconocen el maltrato
y las agresiones sufridas, es probable que ellas lo hayan inducido o que en el
fondo tienen la culpa. Casi nunca se plantean
dejar a la pareja maltratadora. Declaran que sus esposos, a pesar de esto, las
quieren, son buenos y ellas los necesitan; que no se imaginan una vida sin esa
pareja.
Se trata de una agitada pasión matizada por el
maltrato, donde la violencia verbal y corporal parecen tipificar la alianza
afectiva.
Suele ser que, al tratar de entender socialmente
este fenómeno, se le circunscribe al
condicionamiento cultural, en el que se da una discriminación en desmedro de la
mujer tanto en su calidad femenina, como en el trabajo, en la valoración
intelectual, etc. En su polaridad
extrema, especialmente en los países del llamado tercer mundo, adquiere la
expresión de “machismo”.
No se puede negar la existencia del machismo y ver
la manera en que éste rebaja la situación de la mujer frente a los
hombres. Esto, que ha ido llevando a
un devenir histórico de una clara marginación
de la mujer, dentro de un complejo entramado, actualmente está en vías de
reformulación, impulsado por la actividad en torno a las reivindicaciones de
los derechos de la mujer. Cada vez más,
no sólo las mujeres sino un grupo creciente de hombres, nos lleva a pensar en
la posibilidad de acceder a una posición de paridad, de igualdad de derechos,
de libertad individual y de respeto a las diferencias. Incluso, se van generando instancias
representativas, públicas y privadas, de apoyo a la mujer
¿El machismo es el principal factor determinante?
Parto de esta mirada global sobre la problemática de
la mujer en la sociedad, que, aunque
bastante generalizada, la considero poco exhaustiva. Quisiera presentarles una explicación a
partir de un análisis mucho más amplio, que se remonta hasta el origen de
nuestras vidas. Se trata de una suerte
de apego patológico que se genera desde la primera infancia y se mantiene a lo
largo de la vida y que facilita luego, de adultos, este tipo de relaciones de
violencia.
En la sociedad actual, el vínculo madre-bebé se ha
ido acondicionando a las necesidades del desarrollo del mercado, perdiéndose de
vista lo imprescindible del vínculo esencial madre-bebé, responsable del
desarrollo emocional y físico temprano del infante y determinante de la
personalidad y comportamiento del niño (hombre o mujer) en su vida futura.
La sociedad occidental tiene sus marcadores
relevantes de valor puestos en determinantes materiales más que en valores
humanos; más en el “tener o poseer” que en el ser. La tenencia de dinero, de bienes
materiales, de éxito o poder lucen más importantes que la calidad de la
relación entre los seres humanos, sea con los hijos, la pareja o el entorno
social.
Cada vez más, observamos que ambos padres trabajan y
que la madre, en particular, sólo acompaña al bebé con dedicación total durante
el breve periodo de licencia laboral, para luego ausentarse y entregar su rol a
algún sustituto, que puede ser la abuela o las nanas, quienes muchas veces son
reemplazadas por otras, generando separaciones y rupturas de los importantes vínculos
infantiles.
Sumado a ello, vemos las actuales condiciones
hospitalarias, donde se tiende a separar al recién nacido de su madre y
generalmente se induce al bebé a la ingesta de leche en polvo, de
“fórmula”, dificultando la natural
lactancia materna.
Inferimos de ello que el patrón determinante de la
naturaleza genéticamente preestablecido no se está cumpliendo.
El recién nacido trae consigo un patrón genético. Éste tiene como contraparte el patrón que se
va generando al condicionarse en la madre respuestas adecuadas o inadecuadas frente
a las expresiones del infante. Es a
partir de la interacción de estímulos y respuestas entre uno y otra que el
cerebro emocional del bebé va configurándose.
Comparándolo con una computadora, diríamos que el cableado cerebral en
su nivel emocional básico depende de lo saludable y adecuado de esta
interacción.
El infante y el vínculo con la figura materna
Los requerimientos de respuesta oportuna son muy intensos
en el inicio de la vida, conllevan la cualidad propia de la sobrevivencia. Es decir, en el principio, el bebé tiene
experiencias de vida o muerte. Cuando se
producen fallas, que podemos resumir como ausencias de una respuesta pertinente
de la madre, fallas en la lectura de lo que requiere el bebé y de lo que trata
de transmitir a la madre, se movilizan en la criatura sentimientos de angustia
o de peligro de muerte ante el sentimiento de desamparo que la no-respuesta
adecuada le genera.
A partir de los patrones genéticos del recién nacido
y frente a sus necesidades, el bebé lanza señales emocionales a su entorno. Cuando
falla la respuesta materna y la del ambiente, el entorno es visto como no
favorable ni amigable sino como amenazante. A partir de ello, el infante va desarrollando
mecanismos de defensa.
Por otra parte, la ausencia de la respuesta adecuada
y sintónica, en el momento preciso, frente a los requerimientos del bebé y a
sus respuestas (por ejemplo, el llanto incontenible), puede llevar al
desarrollo de intolerancia, fastidio y
rechazo por parte de la madre.
No deseo entrar a teorizar sino que prefiero
mostrar, por ejemplo, lo percibido por Nils Bergman, médico sueco, que creció
en Zimbabwe y fue el creador y promotor de la teoría de “la mamá canguro” a
partir de su trabajo con recién nacidos en Sudáfrica.
El Dr. Bergman, entre muchos otros profesionales, analiza
cómo, los recién nacidos separados de sus madres elevan su tasa de cortisol,
llamada “la hormona del estrés”, 10 veces por encima de lo normal. El solo
hecho de la separación produce una situación de estrés en el recién
nacido. Al volver con la madre, se calma
y baja este nivel de cortisol. Pero,
cuando la separación se mantiene durante un tiempo prolongado, el llanto del
bebé se hace cada vez más desgarrador y desesperado. La criatura empieza a experimentar la
carencia y el abandono y va construyendo un acorazamiento emocional como
defensa.
Tanto en el caso del abandono, el maltrato o la
indiferencia materna, el gran problema para el bebé es que está en una
circunstancia sin alternativa. Tiene que integrar la tremenda paradoja de que
quien tendría que calmarlo es a la vez quien le transmite ansiedad o amenaza. El bebé tiene que someterse para sobrevivir.
No le queda otra opción. El bebé, en
estas circunstancias, se apega intensamente a su mamá, pero no en base al
cariño y al afecto saludable sino en base al miedo y al terror. El bebé se
aferra a la madre que no lo calma o que
lo lastima, a la que no lo reconoce ni sintoniza con él frente a la amenaza de
no lograr sobrevivir. Desarrolla una
forma de apego inseguro, desorganizado, desorientado.
Este aferramiento llega a una intensidad mayor que
la del producto de una relación saludable con una madre que sintoniza y
responde oportunamente a las necesidades del bebé, que lo calma y le da
confianza. En estas circunstancias, el infante desarrolla un apego seguro y
saludable.
Para el Dr. Allan Schore, el rol emocional más
importante de la madre frente a su bebé es contribuir a su regulación
emocional. El resultado de esta
regulación es que el bebé desarrolla sentimientos de confianza hacia la figura
materna, eje de su existencia, a diferencia de aquel otro bebé que tiene como
eje estructurante el temor.
Aquel bebé cuya base es el temor es el que a futuro
habitará en aquella mujer que permite ser golpeada, maltratada, humillada, o amenazada
constantemente con el abandono por su pareja. Aunque ella sea capaz de admitir
racionalmente esta situación de maltrato físico y/o psicológico, su fuerza
emocional es justamente más intensa en esas circunstancias. Se aferra a la pareja, como se aferraba a la
madre en su infancia, por miedo a perderlo y no poder sobrevivir sin él. Su
necesidad de apego temprano, vivida con terror, se reedita en la circunstancia
actual, aferrándose a su maltratador porque en el fondo tiene la huella del
desamparo, que resulta absolutamente más aterradora aún.
Una situación traumática de origen encarna en el
presente las características de su elección de pareja y de las oscuras formas
de su apego a ésta.
Por supuesto, del otro lado, del lado del
maltratador, que mantiene esta relación con la mujer a la que daña
constantemente, encontramos el mismo eje.
Ambos comparten el mismo origen traumático, el mismo temor y necesidad
de sentir que son dueños de su objeto, de que éste no los va a abandonar. Con
mucha facilidad, estos “machos” maltratadores tienen terror a ser abandonados, el
mismo terror que tuvieron de recién nacidos frente a la madre que no supo
responder a sus necesidades emocionales.
Es por este motivo por el que descargan con tal violencia la rabia que
debieron sentir con tanta impotencia cuando eran bebés.
Aunque parezca increíble, esa reacción violenta, que
puede llegar al homicidio, es gatillada por un sentimiento profundo de
frustración, de desamparo extremo, de una emoción intolerable, que reedita las
circunstancias tempranas de sentir amenazada su existencia.
Por ello, son capaces de matar al otro y de matarse
a sí mismos con el otro. Tal vez sea
inimaginable el grado de violencia y el descontrol irracional que se produce en
esos momentos, comparable, quizás, a la reacción de un bebé aterrorizado, en
situación de extrema necesidad, de total desamparo e impotencia para dar cuenta
del doloroso vacío que se reactiva en lo más hondo de sus memorias traumáticas.
En el contexto de la pareja, es difícil comprender
por qué las mujeres vuelven con el maltratador. De alguna manera, ya lo vimos
antes. Pero, vale la pena acotar que, en muchos de estos casos, no es difícil
encontrar que han preferido este tipo de relación complicada, tormentosa,
humillante a otras donde podrían haber encontrado respuestas amorosas, no
complicadas, estables, confiables, a las que suelen referirse como “aburridas”.
Es como si en una relación “normal” se sintieran
como seres extraños, ya que su conformación emocional está condicionada para
vínculos con características de maltrato o violencia, con pasión fusional, con
cualidades proyectivas confusionales e identificaciones sumamente primarias.
Las personas que padecen de este tipo de relaciones
no suelen plantearse la necesidad de un trabajo psicológico en lo personal, de
un aprendizaje que implique corregir la falla.
Suelen eventualmente asomarse a la idea de una victimización o a la
búsqueda del castigo del ofensor, lo que, en general, transita por los linderos
de la venganza o del parasitismo insaciable.
Desde la victimización buscan, también, el provecho
de alguna expresión tierna de parte del ofensor, un rescate de su rol protector
que, por supuesto, exige a cambio una entrega total sin concesiones.
Una fantasía de rescate o salvación de la pareja les
significa algún rédito de calma transitoria o de sentimientos de alianza fusional,
en este particular apego marcado por el temor o más bien diría, por el terror.
Desde el lado del castigo, suele ser que cuando se
presenta una posibilidad de sancionar al maltratador (enviarlo a la cárcel, por
ejemplo) la persona maltratada se ve amenazada con la pérdida de su pareja. Es entonces cuando las mujeres maltratadas dan
marcha atrás, ya que les resulta intolerable renunciar a su presencia.
Situación en la que transcurre la terapia
1. Las mujeres
maltratadas tienen poca capacidad de introspección
2. Movilizan
mecanismos primitivos, de proyección e identificación proyectiva
3. Tienden al
pensamiento concreto dentro de los lineamientos extremos de “blanco o negro”
4. Les cuesta
mucho aceptar que hay una falla en el vínculo temprano
5. Buscan
“indicadores de comportamiento (conductivo conductual)” que suele brindarles un
asidero que las alivia momentáneamente pero que no resuelve los problemas
emocionales de fondo
6. En el abordaje
psicodinámico, estamos claros de que se trata de un trabajo de construcción o
re-construcción, de rescate de las posibilidades de regulación afectiva, de la comprensión
de emociones, destrabando o desatando asociaciones emocionales que han sido
motivo de una organización defensiva, donde predomina la desconfianza, el miedo
y el llamado comportamiento de “ataque y fuga”, como una forma de
auto-conservación.
Esta tarea se puede comparar con el aprendizaje de
un idioma. Me recuerda la anécdota de un hombre que había perdido la vista
cuando era muy pequeño y que, gracias a una operación, la recuperó. Pero, entonces, él sentía que le faltaba
tener la “sensación” o “experiencia” con esos objetos (la forma de relacionarse
con éstos que había tenido mientras estuvo ciego) y que ahora sólo los podía
ver.
Algo semejante sucede cuando entendemos
racionalmente algo, pero sin que esto nos lleve a un aprendizaje emocional y a
un comportamiento más saludable.
Es como que estas personas que han sentido su
sensibilidad, sus emociones y sus afectos como algo que los fragiliza de manera
extrema tuvieran que ir aprendiendo a experimentarlos como algo posible y que
encuentren que les es posible la sintonía con otro, comunicarse en la misma clave, sin que
se produzca la catástrofe temida.
Para empezar, la experiencia de ser percibidos,
sentidos por el otro (lo que no ocurrió con la madre cuando bebés) empieza a
tener lugar, pero toma mucho tiempo desarrollar la confianza de poder hacer
acercamientos afectivos, de mantener relaciones y vínculos desde esta
perspectiva.
Les cuesta inmensamente dejar de sentir miedo de
que, frente a la expresión de sus propias emociones, no haya una respuesta sintónica
de los demás. Suelen tener afectos y
emociones totalmente bloqueados, casi como si no existieran, ya que quedan arrumados
en una suerte de bunker que con mucho trabajo tal vez podamos ir desmontando en
la terapia.
Es esa parte de sí mismos que no pueden incluir en
la relación con sus propios hijos cuando los tienen o que expresan fugazmente,
de manera inestable, creando confusión, desconfianza o sentimientos
ambivalentes en sus hijos.
Cuando uno ha desarrollado un modelo de apego así
“disfuncional, desorganizado, desorientado”, con agresiones, humillaciones,
violencia psíquica o corporal, esto configura y forma parte central de su
manera de relacionarse, de su patrón relacional.
Cuando aludimos al bunker, a esa coraza emocional
protectora, sabemos que éste se ha establecido a costa de mecanismos de defensa
que conocemos como disociación o escisión.
Esto queda enquistado en la persona, en su cerebro emocional, ya que
estas defensas, finalmente, son las que le brindan al infante, al verse
amenazado por un sentimiento de muerte, una sensación de poder, de seguridad,
la única forma de sobrevivir.
Como podemos inferir, el problema visible, actual,
de las parejas entrampadas en la violencia, tiene en su origen un componente sumamente
importante, que no podemos dejar de considerar, que nos plantea el reto de
volver la mirada hacia las formas en que estamos criando a nuestros hijos desde
que nacen.
Tenemos que rescatar el modelo de relación madre-bebé,
que no solo suponga su presencia física en el tiempo junto al bebé, atendiendo
sus necesidades físicas, sino – y de manera muy especial- vinculándose con él,
respetando su condición, sabiendo que el eje de esa relación es el bebé y que
lo que nos toca en ese especial acompañamiento es ayudarlo a ser lo que es capaz
de ser.
Vemos que hay personas o grupos que están intentando
rescatar estos puntos desde la escolaridad.
Ha llamado la atención el modelo exitoso educativo que lleva adelante
Finlandia, donde ¡oh sorpresa! no se le impone al niño lo que tiene que
aprender sino que, justamente, el profesor, el colegio, parten del
reconocimiento de su condición de niño y en tanto así no lo bombardean con
exigencias, tareas, calificativos, calificaciones.
Se trata de aprender jugando, de ponerse en el nivel
complementario de las posibilidades y capacidades de cada quien. Se trata de fomentar o facilitar las
capacidades para el vínculo y el reconocimiento del semejante tanto como las
del diferente.
Nos falta, pues, aprender un poco de este modelo,
que muchos intentan reproducir en otros países, pero también -y me parece más importante- aprender de otros modelos dirigidos a generar
un buen vínculo madre-bebé desde el nacimiento o aún desde antes.
Para contribuir a este importante desarrollo del
vínculo saludable madre-recién nacido, en algunos países (por supuesto que no
en Perú) la madre cuenta con una licencia que incluye facilidades para quedarse
atendiendo al bebé. Otros estados,
incluso, permiten que el padre también pueda tener más presencia en el contexto
de una familia que tiene como misión sostener el desarrollo saludable de su
hijo. De acuerdo a las noticias
publicadas por la BBC, algunas economías fuertes, como Reino Unido, dan 315
días de permiso a la madre; Noruega (315 días); Suecia (240 días). También, existen países en Europa del Este, como Croacia, que, con 410
días de licencia por maternidad, es el que otorga el permiso más extenso en el
mundo.
Si bien este modelo no garantiza 100% el que los
padres no tengan problemas, por lo menos es un gran facilitador del apego seguro
temprano y del entendimiento de la importancia de la relación madre-bebé y el
apoyo complementario del padre.
Bibliografía
Bergman, Nils… Restoring the original paradigm
(documental)
Rodrigáñez, Casilda… La correlación entre la libido y la fisiología
(internet)
Schore, Allan… El desarrollo del cerebro, la regulación
del afecto y la salud mental infantil (internet)